Los escritores están condenados a vivir la vida de otros. Transformar la
pasividad de escritorio en procesos, acciones y sensaciones que cautiven al
lector, pero que, antes, los cautiven a ellos. Un escritor es un asesino si crea
la historia de un asesino, y es un anacoreta si cree en él mismo como múltiple y
eremita. Pero la historia de la literatura está organizada y cautivada por los
perdedores, perdularios, fracasados, calaveras e infames. Y para ellos la
ofensa, la ignominia, la degradación y la abyección son un arte. Habría que
consentir en que el escritor, como malversador de los fondos imaginarios, está
más cerca de Lucifer que de Dios –aunque lo fuere al crear- y que, a la hora de
inventar historias, la imperfección, la caída, el yerro o el pecado es mejor
ocasión que la virtud, la probidad o la dignidad. Los extremos de la existencia
han sucumbido al encanto de los lectores; en menor medida los personajes
anodinos, similares a nosotros mismos. El inicuo de la película no es sólo la
otra cara de la moneda, sino el paradigma de la existencia del texto narrativo.
Sin embargo, aunque no consta necesidad de ello, porque Borges no está
mediatizado ni limitado por circunstancias algunas, como no sea por su absoluta
libertad de creación y su libérrima voluntad de ironía y sarcasmo creativo,
divertimento existencial (que podríamos decir) en una línea cercana a Cervantes,
ha habido ensayistas que han querido ver en esta fogosidad de lo infame un
acercamiento a la realidad de su país, como nos decía Guillermo Tedio (1):
Es interesante observar que Borges titule el libro en el
que incluye HER, Historia universal de la infamia, volumen publicado,
como ya anotamos, en 1935, uno de los años que conforman en Argentina la llamada
(avance del fascismo europeo, imposiciones comerciales
desventajosas de Gran Bretaña a la economía gaucha, recesión, gobierno militar,
fraudes electorales), lo que parece ser, a pesar del proverbial alejamiento de
Borges de la temática política, un guiño tropológico malicioso a la historia de
su país. Mucho de recreación y divertimento, no obstante,
puede encontrar el lector en ellos, como el propio Borges observó desde la
distancia de la tercera persona pero hablando de su propia obra:
Los doctores del Gran Vehículo enseñan que lo esencial
del universo es la vacuidad. Tienen plena razón en lo referente a esa mínima
parte del universo que este libro. Patíbulos y piratas lo pueblan y la palabra
infamia aturde en el título, pero bajo los tumultos no hay nada. No es otra cosa
que apariencia, que una superficie de imágenes, por eso mismo puede acaso
agradar. El hombre que lo ejecutó era asaz desdichado, pero se entretuvo
escribiéndolo; ojalá algún reflejo de aquel placer alcance a los lectores (2).
Pero, en última instancia, estos escritos de Borges deben ser
vistos como una síntesis entre los alimentos del gran lector que siempre fue,
los rudimentos de la erudición, el proceso de simbiosis entre géneros (que
algunos en el momento actual lo dan como una novedad, ¡qué ironía!) y la
capacidad de seducción del lenguaje como hecho creador máximo: «La erudición
alimenta una construcción que, aunque apoyada en datos fidedignos, los
distorsiona y en los intersticios de la distorsión se fundamenta la invención»
(3).
En cualquier caso, el concepto de infamia no debe ser apreciado, en
absoluto, como una idea moral, como se ha dicho:
Historia universal de la infamia (1935) contiene una atractiva
galería de malhechores, pero Borges no considera básicamente a la infamia como
un tema moral; sus cuentos no sugieren de ninguna manera un cuestionamiento de
la sociedad, de la naturaleza humana o del destino. Tampoco sugieren el punto de
vista despreocupado de Lafcadio, el héroe nietzscheano de Gide. Aquí, en cambio,
la infamia funciona como un principio formal, estético. Las historias,
literalmente, no tendrían forma si no fuera por la presencia, en su núcleo
mismo, de la villanía. Los mundos que se invocan son muchos y diferentes:
plantaciones de algodón cerca del Mississippi, mares australes infestados de
piratas, el viejo oeste, los barrios bajos de Nueva York, cortes japonesas,
desiertos árabes, etcétera. Todos estos mundos no tendrían forma sin la
presencia ordenadora de un villano en su centro (4). Pero también
y quizá pudiera suceder que
El tema borgiano de la
infamia podría ser simplemente otra forma del esteticismo del fin de
siécle, un último estertor de la agonía romántica. O, tal vez peor, Borges
podría estar escribiendo por desencanto moral como un escape a las trampas del
estilo (5).
Borges en
Historia universal de la
infamia (1935) quiso atraernos hacia el envilecimiento y sus conquistas de
la mano de personajes históricos o legendarios: Lazarus Morell, Tom Castro, la
viuda Ching, Monk Eastman, Bill Harrigan, Kotsuke no Suke, Hakim de Merv,
Francisco Real... Piratas, delincuentes, asesinos... son los personajes de la
fábula, los histriones de este espectáculo literario que es la vida. Existe en
todos ellos un elemento común que ha sido visto por E. Serra como un proceso de
contrarios y contrariedades diversas:
Los siente
relatos, distintos pero solidarios entre sí, se cohesionan en una unidad
orgánica sintetizada en el título general otorgado al conjunto. Aunque, desde
luego, pueden ser leídos en su sentido literal –entretenidas historias de
impostores, bandoleros, asesinos y piratas- configuran en el macrocontexto siete
variantes metafóricas de una invariante semántica: la infamia, categoría
de no-valor encarnada en personajes y acciones. El papel del oxímoron es capital
en el investimiento semántico de las historias narradas ya que expresa la unión
de opuestos en una auto-contradicción, significante, tensa de significado
(6). Personajes que viven en el infierno. Infierno al que
dedicó su escrito “La duración del infierno”, perteneciente a su libro
Discusión (1932) (7). Tras advertirnos que su creación no es privativa de
la iglesia católica y generar una serie de teorías históricas sobre el porqué de
su esencia, afirma, como es el caso de estos asesinos que pueblan su infamia,
que se trata de individuos que «sucumben a la fantasmidad de su ser, pero se
renuevan entre la descendencia diabólica» y, tras advertir del poder y la
suculencia de este infierno tanto en cuanto de sus protagonistas, concluye
que
En el impensable destino nuestro, en que rigen infamias
como el dolor carnal, toda estrafalaria cosa es posible, hasta la perpetuidad de
un Infierno, pero también que es una irreligiosidad creer en él.
En consecuencia, infierno como arte literaria y proceso creador,
como veremos, son dos mecanismos esenciales que configuran el alma del texto, su
razón de ser y su virtualidad como hecho escritural.
Según el DRAE, la
infamia en una primera acepción es el descrédito, la deshonra, y, en una segunda
acepción, maldad, vileza en cualquier línea. La infamia es una degradación del
ser humano que se comporta siguiendo sus más bajos instintos y perfecciona lo
que se ha dado en llamar el infierno, también el infierno de Borges.
Pero en esos componentes infames incluso hay que advertir la voluntad de
estilo, el valor simbólico-alegórico de todo el proceso, la correspondencia
entre el hecho literario, el hecho festivo y su mundo imaginario. Barros-Lémez
(8) relataba de este modo las diversas infamias a las que asistimos:
En Morell tenemos la 'infamia' del Padre las
Casas, la de los blancos esclavistas, la de los 'poor whites' y la de los
mulatos. Por contraposición, la infamia redimible de los esclavos. En Castro, la
'infamia' es tanto la maquinación de Ebenezer Bogle como la de los parientes de
Lady Tichborne (...) En la viuda Ching, las 'infamias' van desde los
accionistas del negocio de la piratería, pasando por la relación entre el poder
imperial y sus súbditos, hasta llegar a la recuperación de la zorra por el
dragón. Para el relato de Eastman, las 'infamias' van desde la propia New
York y sus códigos vitales -enfrentados a los de Buenos Aires- pasando por todo
la saga de Eastman en esa ciudad y posteriormente en la infamia de la guerra
europea, que amplía la del personaje. Para Bill Harrigan, la 'infamia' se
centra en su desprecio por la vida ajena, la insensibilidad y la falta de
sentido de su accionar, así como del medio en que se mueve, hasta su muerte que
lo convierte en atracción pública 'infamante'. En la historia del incivil
maestro de ceremonias, el enfrentamiento entre la 'infamia' real -la de
Kotsuké no Suké- y la irreal -la del consejero Kuranosuké- da los parámetros
para otros niveles de infamia, ligados a tradiciones absurdas e inhumanas o, en
otro sentido, así vistas desde nuestra perspectiva actual. Finalmente, en Hákim
de Merv, la 'infamia'central de su herejía está rodeada de las infamias
de la persecución religiosa, las de enfermedades e ignorancias, las de
transmutación de la realidad -la labor de tintorería, de cambio de colores- para
finalizar en la de la traición recibida. Pero existe otra
percepción de la infamia que radica en la relación que existe entre el estilo y
el concepto en sí. De modo que se pueden establecer puntos de contacto entre uno
y otro habida cuenta de la permanente relación entre literatura y proceso
creador, entre el texto y el intertexto y sus similitudes y diferencias en aras
de dotar a este de una nueva visión. En este sentido decía Alfonso del Toro lo
siguiente:
Borges forma su literatura basándose en
procedimientos desterritorializantes tales como ‘falsear’, ‘tergiversar’,
‘intercalar’ donde el contenido orillero (‘patíbulos’, ‘piratas’, ‘infamia’) no
juega un papel principal, sino su transportación, transmutación llevándolo a un
nivel puramente literario o autorreferencial (‘pero bajo los tumultos no hay
nada’), donde reina el placer estético (‘irresponsable juego’/ ‘el hombre que se
entretuvo’). La ‘infamia’ es la osadía del plagio, pero de un plagio especial,
que ostenta y escenifica el préstamo, es un plagio descentrante, desplazante,
esto es, tergiversador, subvertidor, recodificador y transmutador de los textos
leídos. La ‘infamia’ es la creación de textos originales a espaldas de otros
originales formando así una cadena infinita de textos, una red dialogizante
(9). Y él actuó también como una especie de traductor,
tergiversador, relector, escritor que dirime su creación desde lo ya creado para
volver a crear ahora algo diferente. Algo similar al proceso creado por
Cervantes (10), al menos inicialmente en el punto de vista adoptado: Cervantes
se vale de los personajes que pueblan los libros de caballerías para crear un
modelo que ya es el de Cervantes; Borges se basa en los modelos de malhechores
para crear sus propios modelos que ya son definitivamente
copyright de
Borges. Actúa librescamente. Al comienzo más como lector (11) que como escritor
aunque a resultas conforme su propio mundo:
El universo de
Borges se define como una literatura que tiene a la literatura como principal
asunto, como su eje central. Como el mismo Borges declara, toda su experiencia
es una experiencia leída, no vivida, extraída de las páginas de los libros. Su
carácter de lector empedernido era el que le llevaba a afirmar que se
enorgullecía más de las páginas leídas que de las escritas (12).
Borges fue un gran imitador y, como Cervantes, creó arte desde la
mimesis, recreó e inventó su obra, pero sobre todo siguió un principio y una
técnica narrativa inventada por él, el llamado “anacronismo deliberado”, técnica
que fue la seguida por Pierre Menard para escribir
El Quijote (13):
Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una
técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del
anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Desde
sus expectativas vanguardistas y su formación clásica, Borges prorrumpe con un
modelo estético similar que será básico en la historia de la literatura desde el
Barroco: la deformación, la caricatura, la apariencia creadora, la mimesis
creativa:
El diseño en Borges, al igual que el género,
se apoya en un contrapunto de referencias y citas que estructuran el relato.
Algunas de ellas de difícil o imposible comprobación; otras, decididamente
apócrifas y dispersas casi siempre en páginas plagadas de precisiones
verificables. La simple lectura nos plantea la dificultad de decidir dónde
Borges se atiene a la verdad y dónde la falsea (14). Solución
similar a la percepción literaria de Cervantes. Esa voluntad libresca que había
en el genial manchego, que le llevó a escribir sobre un antihéroe (no en este
caso por su maldad, sino porque asumía el canon del héroe hasta entonces) pero a
la inversa, dotándose de los mismos elementos para contravenirlos. Borges se
centra en los héroes también, pero en los héroes «malvados», pero, al fin y al
cabo “héroes”, lo que rehúye su voluntad didáctica y moralista, como ya venimos
afirmando reiteradamente, y en la que insiste Gil Guerrero:
Del mismo modo HUI se aleja de cualquier intento didáctico. En el
título mismo la palabra «infamia» ya participa de este propósito. Borges no se
ha propuesto presentar una serie de infames a modo de antiejemplos para el
lector sino todo lo contrario. Estos infames son presentados por los narradores
respectivos como héroes, eso sí, como héroes de la infamia (15).
No había nada que más le repudiara a Borges que la moralización de
la literatura. De hecho, uno de los hechos que más abominaba era la
instrumentalización moralizadora en la que habían caído muchos al convertir
cuantiosas historias en propias de la infancia y adolescencia, llevados acaso
por esa aventura moral. Repudiaba, con convicción, ese proyecto moralizador para
la literatura.
Esta visión literaria, que no se puede verificar porque
existe una voluntad clara de expropiar los límites entre ambas realidades
múltiples, instituye lo que la ensayista L. Annick (16) llama
narrador-
scriptor, la creación de nuevas situaciones y estipulaciones
para la creación literaria, en las que el narrador bascula entre la ficción y el
discurso anterior, probablemente histórico o no, quizá legendario. Existiría en
palabras suyas un transcriptor de una fuente histórica (pero es una fuente no
aclarada, no mostrada) lo que produce dudas en torno a su autenticidad,
convirtiéndose así el escritor en una especie de mediador.
Y, en
consecuencia, la infamia no posee un valor moral sino literario. El alimento que
lo sustenta es la recreación novelesca. No interesa tanto la historia en sí, que
es conocida por muchos, sino el proceso creativo de la misma, la transformación
de la anécdota en literatura, que es, sin duda, mucho más que la historia en sí;
en definitiva, la literatura es eso, un proceso de transformación en palabras de
la anécdota libresca con sus componentes estéticos y sus procesos formales.
Obviamente existen los dos grandes principios sobre los que se sustenta su
literatura, el entretenimiento y la conmoción diversa ante el hecho literario;
pero, sobre todo, y fundamentalmente, el hecho en sí de la creación literaria
con todos los sumarios estéticos que esta conlleva.
Y observamos que
Borges es organizado, contenido, remiso a la expansión literaria y sumiso al
original, ofreciendo pocas novedades y sí bastante fidelidad al modelo inicial
tomado librescamente. Pero como escritor avezado emplea los recursos que eran
consecuentes en el barroco y en Cervantes: la ironía, el desdoblamiento de los
procesos significativos, las recreaciones, las deformaciones, las aportaciones
novedosas, las ambigüedades, el retorcimiento del proceso creador hasta crear un
nuevo elixir literario. Como nos recuerda Alberto Giordiano (17), al hablar
sobre el libro de Annick,
Una de las hipótesis más
fuertes de Jorge Luis Borges: œuvre et manœuvres, formulada y argumentada
en el capítulo "D’un support coupable à un autre", se refiere específicamente a
la composición de Historia universal de la infamia. Sobre la base de que
toda recopilación entraña un trabajo de creación, después de reconstruir el
contexto de revistas y editoriales en las que Borges había publicado y publicaba
en la década del 30, la autora se ocupa de demostrar cómo los elementos formales
de Historia manifiestan, indirectamente, las mismas concepciones
literarias que se afirman en los relatos recopilados. NOTAS:
(1) G. Tedio, “
El
relativismo de las visiones en la narrativa de Jorge Luis
Borges” [en línea] (Consultado el día 3 de noviembre de
2006).
(2) J. L. Borges, “Prólogo a la edición de 1954”,
Prosa
completa, Bruguera, Barcelona, Vol. 1, 1980, p. 150.
(3) M. Glantz,
“
Borges:
ficción e intertextualidad” [en línea] (Consultado el día
16 de septiembre de 2006)
(4) R. Quesada (Trad.), “Paul le Man. La lección
del maestro”,
La Jornada Semanal de New York Review of Books, 22 de
agosto de 1999.
(5) Ibidem. “Probablemente porque Borges es un escritor tan
brillante, su mundo especular es también, aunque siempre de manera irónica,
profundamente siniestro. Los matices del terror van desde el gusto criminal de
la
Historia universal de la infamia hasta el mundo más obscuro y
desaliñado de
Ficciones”. (6) E. Serra, “La estrategia del lenguaje
en
Historia universal de la infamia”,
Revista Iberoamericana,
julio-diciembre de 1977, núms. 100-101, p. 657.
(7) J.L. Borges, “La
duración del infierno”,
Prosa completa, Bruguera, Barcelona, Vol. 1,
1980, pp. 84-85.
(8) A. Barros-Lémez, “
La
infamia de Borges. Apuntes para otra historia posible”,
[en línea] (Consultado el día 2 de septiembre de 2006).
(9) Toro, “Jorge”,
op. cit., p. 115.
(10) A. Del Toro, “Cervantes, Borges y Foucault: la
realidad como viaje a través de los signos”, conferencia pronunciada el 8 de
1993 en Ibero-Amerikanischen Forschungsseminar de la Universidad de Hamburgo Ha
sido ya publicado en alemán y en una versión bastante más breve en
Zeitschrift für Ästhetik und Allgemeine Kunstwissenschaft 2, 39 (1994),
pp. 243-259: “Su trabajo describe cómo estos autores tratan de leer y de
interpretar el mundo y los signos, y precisamente éste es el lugar de la
similitud epistemológica o el eje sémico en común de Cervantes y Borges: ambos
autores emprenden un viaje en busca de signos. Don Quijote/Cervantes busca los
signos perdidos que lo llenan de nostalgia y de donde surgirán los signos de la
Época Moderna; los personajes de Borges persiguen la perlaboración
(‘
Verwindung’) de antiguos y preñados signos y la recodificación de
nuevos signos, donde la nostalgia de un refugio, de una revelación parecen
determinar la escritura de Borges: mas de allí surgirán signos rizomáticos y con
ello la postmodernidad. Ambos autores emprenden el camino, abandonan la patria
conocida para arrojarse a lo nuevo, a lo incierto: Don Quijote emprende la tarea
de restituir el mundo del mito, de los caballeros armados, de los escudos de
armas, de los símbolos y de las unidades y analogías que contienen al mundo
entero encauzando su trayectoria en un viaje de aventuras determinado por la
mimesis. Ese viaje es el motivo del autor implícito para declarar como superado
el antiguo mundo, la antigua organización de los signos, la transformación de
las analogías en similitudes y diferencias. Borges no tiene como objetivo la
restauración de un mundo y signos caducos, sino su perlaboración
(‘
Verwindung’). Por esto su “viaje de aventuras” no es mimético,
referencial con respecto al mundo, sino una búsqueda semiótica, los signos
hablan constantemente de sí mismos y no se concretizan en significados, sino en
significantes. Preguntémonos nuevamente: ¿por qué se ocupan Foucault y Borges de
Cervantes? (...) Es evidente que a Borges, en su lectura de Cervantes, le
interesa el problema de la mimesis y con ello la relación realidad/ficción, mas
en primera línea vale su atención a la relación literatura/literatura. Expresado
de otra forma: se trata de la relación entre la escritura/lengua del yo y
aquélla del mundo, de la forma en que el mundo se lee y de su interpretación
literaria. En este punto se producen las diferencias entre los sistemas
sígnicos: mientras Don Quijote se lanza al mundo exterior/real en busca de
signos que le permitan confirmar sus lecturas y su mundo libresco, Borges se
retrae del mundo exterior/real y se dirige al mundo del pensamiento puro y de
los signos puros”.
(11) C. Cordua, “
Borges y los
servicios de la palabra”,
Borges Studies Online.
On line. J. L. Borges Center for Studies & Documentation, [en línea]
(Consultado el día 3 de octubre de 2006): ”La vida de Jorge Luis Borges, se
podría decir exagerando un poco, fue un constante ejercicio lingüístico. Una
vida, principalmente, de lector, de escritor y de conversador. De sí mismo él
afirma que ha hecho “una vida menos consagrada a vivir que a leer.” Por eso,
tanto la persona como su obra se caracterizan por haberle exigido al lenguaje
una gran variedad de funciones: en efecto, Borges convierte al castellano en
bueno para la poesía, la narración, el ensayo, la conferencia, la entrevista, la
crítica y la teoría literaria, la especulación parafilosófica. Además, instaló
en nuestra lengua obras de otros idiomas en versiones tan sueltas y legibles que
casi pueden pasar por originales”.
(12) P. Ruiz Pérez, “Borges, hacedor de
ficciones. Una guía del laberinto”,
Cuenta y Razón, núm. 25, diciembre
1986, págs. 113-130 [113].
(13) Borges, “Pierre”, op. cit., p. 339.
(14)
E. Rey, “
Polifonía y
contrapunto en la narrativa de Jorge Luis Borges” [en
línea] Consultado el día 13 de diciembre de 2006)
(15) H. Gil Guerrero,
Poética narrativa de Jorge Luis Borges, Madrid, 2008, p. 98.
(16) L.
Annick,
Jorge Luis Borges: œuvre et manœuvres, Paris, 1997.
(17) A.
Giordano, “
La creación de una
obra” [en línea] (Consultado el día 16 de septiembre
de 2006).
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este
fragmento del libro de
Francisco
Morales Lomas,
Jorge Luis Borges, la
infamia como sinfonía estética (Carena, 2011),
en
Ojos de
Papel.