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jueves, 8 de abril de 2010
La palabra desnudada en la poesía de J. A. González Fuentes: una tentativa de desenmascarar lo real y el lenguaje
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[7421] Comentarios[0]
El crítico y poeta Juan Antonio González Iglesias afirma que Juan Antonio González Fuentes, (Santander, 1964) es lo que se dice un poeta independiente y su afirmación es atinada: tal es en efecto, la impresión que se desprende al leer los dos poemarios que vamos a comentar. No tienen nada que ver con la poesía al uso que parece hoy en día dominar el panorama poético español. Por lo peculiar de las imágenes que surgen en los poemas, por la dicción alejada totalmente de lo anecdótico, de lo confesional, de lo conversacional y de cierto prosaismo también, parece reanudar Juan Antonio González Fuentes con la lírica heredada de la Modernidad adaptándola a la contemporaneidad. Se opera en sus textos una suspensión del entender que plantea la cuestión de la manipulación de la palabra y de la representación de lo real


 

Juan Antonio González Fuentes

Recientemente acudí al Instituto Cervantes de Lyon para participar en el encuentro que la Universidad de la ciudad francesa organiza allí. El profesor Philippe Merlo es el organizador y alma mater de dicho encuentro. Se trata de reunir a diversos y variopintos escritores (poetas, novelistas, autores teatrales…) con críticos universitarios casi siempre franceses. La razón del encuentro es dar a conocer la nueva escritura española en el país vecino. Este año yo, como creador, he tenido la inmensa fortuna de contar como crítica de mi trabajo con la profesora Claudie Terrasson, de la Université Paris-Est-Marne-la-Vallée, quien leyó dos de mis libros, los dos últimos: Atlas de perplejidad (Icaria) y La lengua ciega  (DVD). Su espléndido trabajo (me lo acaba de enviar) es el siguiente, y se publicará el próximo año en un volumen colectivo por una editorial universitaria francesa. Esto escribe Claudie Terrasson, a quien quiero dar aquí y ahora mis más expresivas gracias.

«El crítico y poeta Juan Antonio González Iglesias afirma que Juan Antonio González Fuentes, (Santander, 1964) es lo que se dice un poeta independiente y su afirmación es atinada: tal es en efecto, la impresión que se desprende al leer los dos poemarios que vamos a comentar. No tienen nada que ver con la poesía al uso que parece hoy en día dominar el panorama poético español. Por lo peculiar de las imágenes que surgen en los poemas, por la dicción alejada totalmente de lo anecdótico, de lo confesional, de lo conversacional y de cierto prosaismo también, parece reanudar Juan Antonio González Fuentes con la lírica heredada de la Modernidad adaptándola a la contemporaneidad. Se opera en sus textos una suspensión del entender que plantea la cuestión de la manipulación de la palabra y de la representación de lo real.

Breve presentación de los dos poemarios

Atlas de perplejidad marca una primera etapa al reunir libros anteriores, escritos entre 1989 y 1995. Sin embargo los rasgos estéticos que se observan en esta primera suma poética no desaparecen en el libro siguiente La lengua ciega (publicado en septiembre de 2009) sino que se concentran, depuran, densifican. Este poemario manifiesta una continuidad en la obra : continuidad espiritual del sujeto lírico que sigue interrogándose frente al mundo y paralelamente sobre la misma palabra que sirve para decir el mundo. De modo que la perplejidad no es sino el compendio de la postura afectiva, mental, teórica y poética del yo lírico ante las cosas y frente a su propio discurso.

Dentro de la temática del encuentro de Lyon «Manipular y travestir», interpretaré la palabra poética de Juan Antonio González Fuentes como una tentativa de sondear la lengua y como la voluntad de ir más allá de las máscaras o vestimentas que las normas y convenciones le imponen a la lengua; su empresa consistirá entonces en desnudar las palabras, quitarles esos artificios que disimulan las cosas para ver el mundo verdadero y para escribirlo de modo más auténtico. Esta búsqueda, que podemos definir como un anti travestimento ya que pasa por un desnudamiento de la lengua, engendra una palabra poética más bien compleja, que puede desorientar al lector, resultarle hermética o manipuladora porque lo lleva de una imagen rara a otra imagen igualmente extraña. Tal complejidad refleja el caminar del yo poético que se propone indagar las palabras para poder habitar el mundo.

A ese respecto podemos considerar que la poética de Juan Antonio González Fuentes reanuda (prolongándolo) con el programa estético de uno de los teóricos de la Modernidad, el pintor Paul Klee. Klee le asignó al arte un cometido preciso, hacernos ver lo real, orientarnos en el universo rescatándonos de la perplejidad o de la ceguera. En una de sus ponencias programáticas, afirmó el pintor: «L’art ne reproduit pas le visible ; il rend visible» («El arte no reproduce lo visible, hace visible»). Tal afirmación supone pues que la realidad que solemos designar como lo visible paradójicamente no es visible, que sólo vemos apariencias o máscaras, con lo cual lo real para hacerse visible requiere la intervención del artista o del poeta. La palabra poética de Juan Antonio González Fuentes se plantea semejante objetivo a pesar de que el mismo poeta se muestra totalmente conciente de las limitaciones de la lengua. Con lo cual en el momento preciso en que se propone tal reto (es decir, desenmascarar lo real) afirma su casi imposibilidad a causa de lo que se puede designar como la cortedad del decir.

LA CORTEDAD DEL DECIR

Si miramos los títulos de sus poemarios ilustran lo que Stéphane Mallarmé llamó « le défaut des langues» o sea la carencia, lo limitado de las lenguas, su insuficiencia: no consiguen las palabras coincidir perfectamente con las cosas. Asimismo José Ángel Valente, comentando versos de Dante y Juan de la Cruz, definió en un artículo esta característica de la lengua como « la cortedad del decir» y supone tal concepción una postura peculiar del sujeto lírico frente al mundo y al lenguaje. Esbozan los títulos de los dos poemarios de Juan Antonio González Fuentes esa paradoja.

Dos títulos paradójicos.

Es llamativo lo paradójico de los dos títulos. Atlas de perplejidad postula una representación iconográfica ordenada y organizada de la desorientación, es decir que evoca la imagen de un espacio delimitado y definido que encierra su misma negación.

Igual principio de contradicción se encuentra en La lengua ciega en que la voz ciega parece negarle a la lengua sus facultades: comunicar con el otro y apoderarse de las cosas mediante las palabras. Además aquí la ambigüedad sintáctica (¿será ciega un adjetivo o un verbo ?) acarrea más confusión todavía : ¿habrá que entender que la lengua es ciega ? o que ¿la lengua ciega al hablante lírico, y más allá al ser humano impidiéndole entonces ver el mundo, proponiéndole representaciones falsas ? Con lo cual éste se encuentra, al final, en la incapacidad de ver y conocer lo que le rodea. Quizás se pueda contestar las preguntas diciendo que ambas hipótesis son exactas o sea que la lengua es ciega y también ciega al hombre. Al presentarle al ser humano representaciones erróneas, la lengua produce un efecto de travestimento: la realidad le aparece travestida por las palabras.

Los títulos apuntan pues la dificultad, cuando no la imposibilidad, de conocer el mundo. Al poeta le toca desvelar lo real quitándole lo que lo disfraza como si lo real fuese un travestí. El problema más que nada reside en el signo (“atlas” o “lengua”), por eso la poesía de Juan Antonio González Fuentes se presenta constantemente como una indagación de la palabra que corre pareja a una insistente y permanente interrogación acerca de cuanto es.

UN CONTEMPLAR ENTRE DUDA E INCERTIDUMBRE

En los poemas, el hablante lírico se muestra muy a menudo en situación de contemplación frente a un referente natural pero la dicción evidencia la poca capacidad de ver de manera plena y entera esta realidad contemplada, plasma la casi imposibilidad de decirla.

La quiebra vertical de este solo invierno. Las piedras
ahogadas en el azul perplejo de un cielo incómodo a la
plegaria. El tributo afilado de un pétalo sobre la muda
arquitectura que se desmaya. La fugaz urgencia de un
decir marcado por el desacierto, por el vuelo del hastío
sobre la escarcha. Y es ahora, precisamente ahora, cuan-
do sé que sólo es flor la rosa incierta que dicta sentencia
con su perfume.

En este poema breve, especie de bloque versal como diría Antonio Gamoneda, la voz lírica (voz anónima, que se queda sin manifestarse casi hasta el final) parte de la observación del universo que la rodea. Lo que caracteriza tal descripción es el sentimiento de incertidumbre e indecidabilidad (la expresión es del filósofo Jacques Rancière). Parece la voz lírica describir el entorno de modo minimalista, como si el mundo se redujera a unos pocos elementos apenas determinados por una forma, un movimiento, un color, un sentimiento. No es completamente el caso si nos detenemos en el texto porque abundan los determinantes, sin embargo tiene el lector esa impresión de minimalismo: se debe a la dicción, al campo léxico, al ritmo o cadencia.

Nos encontramos con una dicción nominal en un primer momento, es mimética de una aprensión fragmentaria : resulta imposible asir la totalidad. Es también una visión fragmentada porque los elementos aparecen yuxtapuestos, sin nexo lógico alguno, en una forma enumerativa, pese a ello es intensa a un tiempo por el efecto del nominalismo. Se produce una tensión entre la intensidad creada por el nominalismo y la impresión de caos generada por el asíndeton. Asistimos a la tentativa de construir una visión totalizadora de un mundo que al mismo tiempo disimula y deja entrever su verdad como lo sugiere la figura de la quiebra vertical, de modo que se le van revelando al hablante lírico unos cuantos elementos. Se trata de una naturaleza sensible que parece estar en una situación de alarma como lo plasma obviamente la red léxica. Las palabras (ahogadas, perplejo, incómodo, muda, desacierto, hastío, incierta) manifiestan sensaciones y/o sentimientos que denotan la desorientación, la incertidumbre, casi un malestar. El único verbo remite al fenómeno de la desaparición, del deshacerse (la muda arquitectura que se desmaya) como si se le negara al hablante poético la posibilidad de ver el objeto de su visión. Observamos cómo las imágenes se suceden con una cadencia rápida para subrayar una forma de fracaso: también es de notar cómo el ritmo acompaña y subraya el desvanecimiento de lo real. Empieza con un tono menor y se va amplificando. Conforme el hablante lírico intenta descubrir el mundo, apropiárselo por la mirada para decirlo, descubre los límites de su tentativa: las imágenes dan cuenta de la soledad del hombre en el universo, de la fragilidad de las cosas, de lo inadaptado del lenguaje. La oración más amplia compendia y pone de realce los límites del intento : La fugaz urgencia de un decir marcado por el desacierto, por el vuelo del hastío sobre la escarcha. Acumula palabras que dan cuenta de la tensión entre la imperfección de la lengua, la aspiración al saber y la fugacidad de las cosas.

Pero este fracaso encierra, paradójicamente, al final un conocimiento: mediante sus visiones fugaces, el hablante lírico llega a una certidumbre y por eso se manifiesta claramente en tanto que « yo » en el mismo momento en que afirma su saber: el saber conlleva la existencia, por eso el hablante lírico necesita pasar por la etapa de la aprensión del universo para poder manifestarse, como si hasta entonces hubiese permanecido oculto. La última frase marcada por una cadencia mayor, enfática por la repetición epifórica de ahora, representa el momento de la epifanía. Se produce entonces un doble conocimiento: se le revela al yo lírico lo transitorio de la vida mediante el topos de la rosa. Por eso, se expresa al final un sentimiento ambivalente de victoria sobre la duda y la confusión inicial. Se afirma la convicción de que la poesía es conocimiento: es un modo de conocer lo real y conocerse a sí mismo. Paradójicamente, el objeto del conocimiento no es sino la fugacidad de la vida, lo efímero y lo frágil. La poesía, la rosa incierta de la que nos habla el poema, sólo puede decir lo transitorio y lo incierto, lo que se desvanece cual el perfume de la rosa portador de saber. Ésta es su única y limitada certidumbre.

El sujeto lírico se debate entre la cortedad del decir y la confusion del mundo que le rodea, en el que se sitúa plenamente. Álvaro Pombo en la presentación del poemario La lengua ciega lo formula así: « El poeta es lo que le rodea y lo que le rodea es confuso. ». Al establecer una equivalencia tan rotunda entre el poeta y su entorno, parece negarle Pombo al poeta la posibilidad de ver la realidad. Retoma Pombo una frase del poema que abre La lengua ciega. Es un texto muy breve, parodia de arte poética, que se concluye por esta afirmación del yo lírico

Se adensa el aliento del otoño con su escarcha de más-
cara oxidada. Y el final de la estación viaja en el aire que
tutela el diálogo de las cosas, que en ellas engendra una
grieta sensible y les narra con euforia la teoría del poeta:
Soy lo que me rodea.

En el verso final afirma el yo poético su existencia a la par que su dispersión esencial: él depende de las cosas y del universo pero el mundo se le aparece como misterioso y enmascarado; por eso trata de captar el diálogo de las cosas. El yo intenta penetrar en la grieta sensible, fisura que indica la presencia de algo por descubrir detrás de las apariencias. Roberto Juarroz en Poesía y realidad afirma esta misma necesidad para el poeta de esperar a que se quiebre la realidad, a que se fisure « para captar lo que está más allá del simulacro.»

En otro texto, « Verano » para evocar la opacidad de lo real habla del ruido celeste del mundo travestido en martillo y forja dispuesta al vacio... En « Mediodía », el hablante lírico percibe en la luminosidad absoluta del momento, detrás de las apariencias claras y brillantes, algo que resiste y no se deja interpretar:

Mediodía. La materia interior del verano. Aquello que
significa el clima claro del mundo, oscure-
ciendo palomas y lenguaje…

Se presenta entonces la poesía de Juan Antonio González Fuentes como un intento de interpretar un mundo que no es unívoco, lo significa por series de imágenes tales como, el cristal confuso de los campos desnudos, la claridad improbable del agua ; nos presenta un mundo esquivo hecho de viento y nubes que huyen, que en vez de ofrecer el grito o la voz sólo deja oír el eco. Vuelve la palabra eco a modo de un leitmotiv en los poemas de Juan Antonio González Fuentes. A la manera machadiana, anhela el sujeto lírico distinguir las voces de los ecos, aspira a oír la autenticidad de lo que anuncia y revela a medias el eco, quiere escuchar la música del mundo, la música de todo. Pero el instrumento para aprehender el mundo, o sea el lenguaje, se le aparece al yo lírico igualemente vacilante y poco auténtico: en el poema « Música de vendimia », leemos hilvanan humo las palabras. Cuando llega el momento de la revelación poética la intensidad es tal que la lengua sufre un proceso de destrucción : el yo evoca el alumbramiento desnudo que en suspenso calcina, tan mías, las sílabas azules de aquellos bosques que siempre, siempre están huidos. A menudo la dicción, las imágenes parecen confundir la experiencia erótica con la experiencia poética tal como ocurre en varios poetas de la Modernidad y en la poesía mística. Roberto Juarroz comentando una expresión « la erótica del arte » de Susan Sontag recuerda que la poesía es un momento de comunión y el poema es invitación a sentir una vibración lo cual no supone el discurso racionalizante ni la continuidad lógica que explica o comenta.

En estos poemas en prosa o bloques poéticos, la impresión de misterio no viene creada por la sintaxis, tampoco por la enunciacion discursiva que es globalmente canónica: en efecto, no se observan realmente rupturas de las normas gramaticales ni enunciativas. Lo enigmático surge de las imágenes : aparecen formadas por asociaciones improbables de elementos heterogéneos. El enigma de este discurso poético nace principalmente de la heterogeneidad léxica y conceptual. El hablante reúne diferentes categorías, conceptos con objetos o realidades materiales ; no separa lo que el lenguaje convencional muestra como separado y diferente, asocia en una misma fórmula las esferas lógicas y sensibles. Al hacer eso, la palabra poética manifiesta el carácter oscuramente luminoso de lo real, manifiesta también la unidad profunda del mundo haciendo desaparecer las jerarquías, clasificaciones o divisiones que el logos ha introducido en las mentes. El poeta reconcilia los contrarios y reunifica el universo. Al hacer eso, no formula un discurso basado en la racionalidad sino en series de intuiciones que acaban configurando imágenes poéticas en las cuales el significado está en suspenso. A lo largo de los poemarios, esas intuiciones o iluminaciones anunciadas por celaje, presagio, grieta, se designan como epifanía. El léxico sugiere que son frágiles e instanáneas, huidizas y violentas, por eso hieren a la par que dan luz. Lo inesperado de las imágenes produce un choque que destruye las designaciones convencionales y descubre un mundo ignorado.

LA LUZ DE UN EXTRAÑO DECIR

Otro poeta contemporáneo, Carlos Marzal, evoca un proceso similar en el prólogo a su poesía reunida bajo el título El corazón perplejo:

«…He aprendido en los poetas que también existe una especie de luminosa oscuridad, de extraño decir, que vierte luz sobre las cosas con un resplandor que no proviene de la claridad lógica.»

Esta reflexión de Marzal permite entender el funcionamiento de la lengua ciega de Juan Antonio González Fuentes. También recuerda la luminosa oscuridad de las palabras que evocaba un poeta de la Modernidad, José Ángel Valente, en sus poemarios y en sus ensayos. En ese sentido, es notable observar cómo el sujeto lírico siempre adviene en tanto que yo al final del poema mostrando así la imperante necesidad de la palabra: es preciso hablar para poder existir. El poema transcribe ese proceso genésico de aparición del mundo y del yo mediante la lengua a pesar de su aparente oscuridad.

Una de las vertientes de la obra poética de Juan Antonio González Fuentes inseparable de las anteriores es la reflexión sobre el quehacer poético, sobre la espera de la epifanía. La poesía se concibe como un advenimiento para el cual el yo lírico tiene que prepararse por una actitud de espera activa, de vigilia solitaria evocada a través de espacios tales como una habitación vacía (61) o una estancia ciega (23). También se produce la revelación ante los elementos naturales; los referentes (mar, escarcha, nieve, nube, lluvia, bosque) por lo general son referentes indeterminados, más bien son elementos genéricos, hasta simbólicos excepto en un poema en el que se refiere el hablante lírico al « mar del norte». Pero incluso este mar identificable acaba por transformarse en otro mar que ya no se puede situar, la memoria transfigura el elemento empírico en algo distinto que le permite al yo poético escuchar la música de un naufragio en otro mar que ya no es mío. Frente a esta naturaleza a la vez referencial y esencial, el yo poética se muestra en estado de acogimiento y recogimiento, esperando que se produzca la revelación, siempre imprevisible. Escribir necesita pues una forma de exilio, la creación pasa por vaciar el espacio, supone el desprendimiento como lo postuló José Ángel Valente en varios de sus artículos que componen el ensayo La experiencia abisal, particularmente el titulado « Poesía y exilio ». El yo ha de exiliarse de sí para acoger la posible revelación. La escritura poética aparece entonces como un ejercicio espiritual, una meditación solitaria y dolorosa y es el poema la huella de la epifanía.

Es el exilio en el que crece la piedra con el arte de la
flor inmóvil, con la súbita altura de una firme y repetida
ofrenda, quien usurpa la distancia al aire vuelto y se ele-
va sólo por tensar un canto, el grito oscuro que nos dice,
huyéndose en el más de cada instante.

La epifanía (es ofrenda que se eleva y asciende dice el poema) supone sufrir una herida, es un grito que paradójicamente trae sosiego a la manera de los místicos. El tema de la herida viene frecuentemente asociado a la escritura nocturna y al momento de la iluminación.


Mas ahora espero, pues cae la semilla y derrama para
dormitar la senda un dolor tardío, la cumbre que se mece
ciega como fruta lenta hacia lo lejos, dispuesta siempre
al roto viaje que en asalto acude hasta el mismo punto
del abismo.

Por eso, el acto de escribir consiste en una forma de entrega total en la que el sujeto lírico intenta encontrar respuestas eliminando toda clase de engaño, mentira, u otras formas de manipulaciones. Se muestra radical frente a la palabra poética, expresa una marcada exigencia de verdad y autenticidad.

DESENMASCARAR EL DISCURSO, APUNTAR EL TRAVESTIMENTO POÉTICO

Se trata para el sujeto lírico de encontrar la palabra exacta y adecuada y no valerse de las fórmulas trilladas que ocultan lo real. Tampoco se trata de construir un discurso continuo y lógico, fundado en la racionalidad. Como ya lo apuntó Antonio Machado el concepto nunca ha cantado y no le toca hacerlo; la poesía más bien es “honda palpitación del espíritu” sin que por ello se haga retórica vacía o confesión patética.

La palabra se doblega en intenciones secundarias, y bal-
bucea la ávida lluvia en esta tierra de nadie. Pero beber
como rocío el dolor alegre y delicado del abandono,
¡qué artificio! ¡ qué parodia! color sobre color.
Perdido en la oscura cumbre del paraíso, me aficiono
a toda duración, al latido que falta más allá de los cipre-
ses.

En la primera etapa del texto (las cuatro primeras líneas), se evocan las diferentes manipulaciones a las cuales se somete al lenguaje. Los verbos traducen una especie de tortura o presión y sugieren la falsedad de la palabra. Las manipulaciones apuntadas en la primera frase y en la exclamación particularmente, sólo pueden engendrar el discurso vacío de un ser inexistente. La intención satírica, llegando a su climax, denuncia lo artificioso del lenguaje y se hace por eso más violenta en la enumeración exclamativa. La postura evocada (beber como rocío el dolor alegre y delicado del abandono) ofrece una caricatura de cierta escritura poética que recurre a lo sentimental no por necesidad interna como decía Rilke en su carta a un poeta joven sino como puro artificio o mera convención, lo que acaba siendo lo mismo. Quizás sea alusión a una pose neo romántica de moda, quizás critique la poesía confesional al uso, quizás simplemente rechace una estética que no le conviene, sea lo que sea el poema revela que este tipo de poesía es puro travestimento. El yo lírico descarta con cierta violencia, hasta con sarcasmo este discurso travestido, enmascarado por las convenciones sociales, normas culturales o literarias.

A pesar de su desorientación y de la oscuridad, el yo lírico escoge seguir buscando, elige el misterio contra la facilidad, de ahí lo que algunos pueden calificar de hermetismo, en el camino hacia la epifanía. La imagen del camino o la de la senda, son recurrentes en esta poesía para sugerir la búsqueda de una forma de esencialidad poética que pasa por una dicción exigente; los poemarios más recientes vienen a confirmar los comentarios que hizo en su día Antonio Gamoneda: «…búsqueda –y hallazgo– de una esencialización que nada tiene de pretenciosa ni ornamental, que no consiste en poner énfasis en la palabra sino en dejarla en sus puros y más transparentes “huesos”. »

CONCLUSIÓN

En su poesía trata de mantener Juan Antonio González Fuentes un equilibrio entre la esencialidad y la temporalidad, que son como lo dijo Machado en su poética de 1931 «dos imperativos, en cierto modo, contradictorios ». Es poesía meditativa y poesía lírica que no rompe el contacto con el referente natural y humano. El interrogarse sobre el discurso, el querer desenmascarar las palabras de la tribu manifiesta de modo evidente una postura de raíz ética en el poeta que se sitúa dentro del grupo humano. No renuncia a enfrentarse con el enigma del mundo. Al conjugar ese nudo de contradicciones que presenta lo real, el poeta elabora un discurso en que la significación no se da de entrada, de ahí la posible dificultad para el lector de penetrar en un sistema poético que presenta tensiones entre el afán de decir y su misma limitación. Sin embargo, como lo postuló José Ángel Valente, el significado termina por desbordar el significante, y por consiguiente la radical cortedad del decir se convierte en « una eficacia radical del decir » por lo menos del decir poético. Cuando evoca Álvaro Pombo « la suspensión del significado », designa la concepción interpretativa y racionalizadora de la palabra, concepción limitada a la esfera de lo conceptual que no permite acoger la poesía que conjuga las intuiciones con el intelecto.

Diría yo que Juan Antonio González Fuentes nos ofrece una cartografía de lo sensible, una cartografía de la aparición tanto de lo real como de la palabra poética. Trata de interpretar lo informe, intenta decir lo inefable: las palabras « eco, ciego, misterio, secreto » son algunos de los leitmotiv que recorren esta obra basada en las intuicione sensibles del ser. De ahí una retórica de lo complejo y movedizo que privilegia el oxímoron, figuras contradictorias y fórmulas antitéticas, un discurrir que nos lleva por caminos inciertos, desconocidos que sólo se nos revelan al final. Es una poética del enigma, también es un lirismo nuevo basado en una figuración que rompe con las convenciones de la representación ya que no se trata de representar las cosas sino de entrar en ellas como decía Gastón Bachelard. Por eso se privilegia aquí el imaginario que permite ver no las apariencias engañosas y travestidas del mundo sino su interioridad, es decir aproximarse a su verdad.

Cuando afirma Álvaro Pombo que Juan Antonio González Fuentes es un poeta de lo oscuro, hace falta completar o matizar la observación hablando de la luminosidad del misterio que nos permite entrever algo del universo que nos rodea y nos compone.

En uno de sus ensayos llamado Malestar de la estética, el filósofo Jacques Rancière destaca las figuras que para él son representativas del arte contemporáneo, entre las cuales están la invitación y el misterio: se trata de presentar una vision de lo real nada mimética, sino una visión que parte de unos elementos cotidianos de nuestra realidad; luego el artista o poeta reune y asocia esos elementos heterogéneos provocando choques, sorpresa, hasta malestar, extrañeza y familiaridad a la vez. Entre esos elementos que reúne, el artista crea relaciones inéditas de analogía u oposición (lo que encontramos en las imágenes de Juan Antonio González Fuentes) para que el espectador o el lector en el caso del poema sienta que detrás de la apariencia de la banalidad se encuentra algo más que está por descubrir. El poema contemporáneo (y esta poesía lo ilustra perfectamente) es invitación entonces a descifrar el misterio del mundo cotidiano, el silencio que habla: el silencio que aquí, recién llegado, a todos nos invoca.

Semejante propósito animó al pintor Jean Hélion (1904-1987) cuando abandonó la pintura abstracta, después de la segunda guerra mundial, para volver a la figuración; era un modo de figuración que proponía una epopeya de lo banal: pintaba Hélion paraguas, máquinas de coser, seres comunes y, su figura predilecta, las calabazas. Eran para él todo un universo enigmático que trataba de captar mediante la yuxtaposición de lo diverso y dispar. Juan Antonio González Fuentes sigue un caminar propio que tiene algo que ver con la búsqueda de Jean Hélion, al situarse entre lo esencial y lo temporal, al intentar restituir las intermitencias de la conciencia ante el mundo”.
 

***

Últimas colaboraciones (Abril 2010) de Juan Antonio González Fuentes en la revista electrónica Ojos de Papel:

LIBRO: Elizabeth Smart: En Grand Central Station me senté y lloré (Periférica, 2009)

CINE: Kathryn Bigelow: En tierra hostil (2008) 

LIBRO (marzo 2010): Patrick McGilligan: Biografía de Clint Easwood (Lumen, 2010)

CINE (marzo 2010): Martin Scorsese: Shutter Island (2009)

LIBRO (febrero 2010): Oliver Matuschek: Las tres vidas de Stefan Zweig (Papel de Liar, 2009)

LIBRO (enero 2010): Alex Ross: El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral, 2009)

CINE (enero 2010):  James Cameron: Avatar (2009)

LIBRO (diciembre): Gerald Martin: Gabriel García Márquez. Una vida (Debate, 2009)

-LIBRO (noviembre): Miklós Bánffy: Los días contados (Libros del Asteroide, 2009)

-CINE (noviembre): Woody Allen: Si la cosa funciona (2009)

-LIBRO (octubre): Luis García Jambrina: El manuscrito de piedra (Alfagaura, 2008)

-CREACIÓN (octubre): La lengua ciega (DVD, 2009)

-CINE (octubre): Isabel Coixet: Mapa de los sonidos de Tokio (2009)

-LIBRO (septiembre):  P.D. James: Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009)

-LIBRO (julio): Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009)

-PELÍCULA (julio)Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009)

Más de Stieg Larsson:

-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)

-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, creación, historia, artes, música y libros) como cronológicamente.


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    Las relaciones hispano-marroquíes, de Víctor Morales Lezcano (reseña de Rogelio López Blanco)
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