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Alex Ross: <i>El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música</i> (Seix Barral, 2009)

Alex Ross: El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral, 2009)

    TÍTULO
El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música

    AUTOR
Alex Ross

    EDITORIAL
Seix Barral

    TRADUCCCION
Luis Gago

    OTROS DATOS
Madrid, 2009. 798 páginas. 24 €



Alex Ross

Alex Ross


Reseñas de libros/No ficción
Alex Ross: El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral, 2009)
Por Juan Antonio González Fuentes, martes, 5 de enero de 2010
Desde un punto de vista de análisis histórico la I Guerra Mundial supuso la desaparición de un mundo y el pistoletazo de salida definitivo de otro. Y cuando hablo de desaparición me refiero no sólo a la desaparición de una forma de vivir y de entender la vida espiritual y material (la que surgió tras la Revolución francesa y alcanzó su máximo desarrollo con la industrialización decimonónica), sino a la física, geográfica de un mundo. Tras la I Gran Guerra el mapa de Europa cambió radicalmente. Desaparecieron imperios, se movieron fronteras, emergieron nuevos países, otros vieron sus territorios ensanchados o recortados. Todo cambió de repente.
Y comenzó también a emerger un mundo nuevo con su propia geografía, su propia economía, su nuevo reparto de poderes entre nuevas potencias. Tras la I Guerra Mundial el comunismo fue una realidad con encarnación política y territorial; el fascismo nació como su contrapeso violento; el capitalismo vivió en 1929 su crisis más brutal hasta el momento... Un nuevo mundo luchaba por consolidarse, por abrirse paso entre las humeantes ruinas de la más reciente historia. El parto definitivo fue extremadamente violento: una nueva guerra mundial apenas dos décadas después de la Primera, y con ella los campos de concentración, el exterminio de los judíos, las bombas nucleares... La II Guerra Mundial supuso la aparición de un nuevo orden mundial basado en la tensión permanente entre dos superpotencias: la comunista URSS y los EEUU adalides del capitalismo.

Los años posteriores, hasta la caída del muro de Berlín y el derrumbe del gigante soviético y su sistema, fueron los de la Guerra Fría, los del enfrentamiento permanente entre un modo de pensar y otro, guerra sorda, callada..., que tenía lugar en distintas partes de un mapamundi que las dos superpotencias se había dividido como un tablero de ajedrez, y donde pugnaban por comerse piezas mutuamente, a la espera del definitivo y anhelado jaque mate. Oriente y Occidente enfrentados en una sorda guerra de trincheras.

Este afán por adecuar los lenguajes artísticos a la velocidad vertiginosa de la permanentemente cambiante realidad es, sin duda ninguna, la principal característica del arte contemporáneo. Esta tendencia, esta necesidad, en nuestros días sigue siendo una constante

El estrepitoso derrumbe de la URSS supuso el nacimiento de un nuevo orden mundial. Los EEUU aparecen así como la única superpotencia del globo, la única con un ejército capaz de invadir victoriosamente otro país en apenas unos días. Pero el nuevo orden mundial también es el del despertar del gigante chino, y el del islamismo radical... Ahora la guerra tiene mucho que ver con las acciones terroristas y con un choque permanente entre los ricos del norte y los pobres del sur, entre las ciudades llenas de riquezas del norte y los emigrantes muertos de hambre del sur, entre el norte lleno de abundancia y el sur convertido cada día más en un desierto en imparable crecimiento.

Este es un brevísimo pero creo que ajustado acercamiento a la historia europea y mundial del siglo XX. Un siglo lleno de cambios y transformaciones como ningún otro. Un siglo en el que los cambios radicales acontecían en el rápido transcurrir de unas décadas, y no en la lentitud casi paciente de varios siglos. Y cada cambio producido demandaba y demanda un nuevo lenguaje artístico capaz de expresar con mayor precisión las nuevas realidades históricas, sociales, políticas y culturales.

Los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial son los años de las Vanguardias hoy históricas. El arte, es decir, la pintura, la literatura, la música..., tenía la necesidad imperiosa de encontrar nuevos lenguajes, nuevas formas de expresión que sirviesen para “expresar” (valga la redundancia) la realidad recién nacida. A comienzos del siglo XX, por fijar una fecha, el arte más avanzado ya sabía que los lenguajes decimonónicos no eran útiles, no eran precisos, para “hablar” del nuevo mundo que se vivía. Los antiguos lenguajes no servían para expresar la sociedad de consumo masivo que se estaba preparando, no eran precisos a la hora de denominar lo que surgía con fenómenos como el maquinismo, los prodigiosos avances tecnológicos, los incesantes descubrimientos científicos en todo tipo de campos. No, había que “inventar” lenguajes nuevos, útiles, precisos para hablar de submarinos, máquinas de escribir, cohetes, automóviles, ciudades con millones de habitantes, marketing, el cine, consumismo, radio, televisión, aviones, tanques... Este afán por adecuar los lenguajes artísticos a la velocidad vertiginosa de la permanentemente cambiante realidad es, sin duda ninguna, la principal característica del arte contemporáneo. Esta tendencia, esta necesidad, en nuestros días sigue siendo una constante.

Alex Ross tiene el indudable mérito de haber escrito un texto con todas las características básicas de los ensayos científicos, pero no sólo legible para un lector de cultura mediana, sino que estamos ante un libro muy bien escrito y por momentos de lectura sencillamente apasionada y apasionante destinado casi, casi para cualquier lector cultivado e interesado en la historia y el arte

Bien, acercarnos a la historia del siglo XX a través de la evolución de su música llamémosle de “vanguardia” es el reto que se planteó el joven crítico musical norteamericano Alex Ross en su libro El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral, Barcelona 2009, espléndida traducción de Luis Gago). Reto que, tras el leer el libro sin casi apenas poder dejarlo, sólo cabe subrayar jubilosamente que ha conseguido con creces, ofreciendo al público lector un ensayo fascinante y muy asequible en su acercamiento a algo en principio muy arduo y complejo, y sin muchos seguidores en nuestro país. El que este libro vaya hoy en día por la tercera edición en español es algo ciertamente sorprendente y quizá muy significativo sobre la salud de la cultura de calidad en España.

Podría poner el punto final a este comentario en este preciso instante. Ya está dicho todo, al menos todo lo realmente sustantivo. Ya sólo cabe hacer algunas precisiones. Empecemos la tarea. Alex Ross tiene el indudable mérito de haber escrito un ensayo preciso, lleno de información, de bibliografía, de notas a pie de página..., un ensayo con todas las características básicas de los ensayos científicos, pero no sólo legible para un lector de cultura mediana, sino que estamos ante un libro muy bien escrito y por momentos de lectura sencillamente apasionada y apasionante destinado casi, casi para cualquier lector cultivado e interesado en la historia y el arte (el capítulo dedicado a Jean Sibelius es desde todo punto de vista maravilloso).

Alex Ross ha estructurado su espléndido ensayo en tres partes atendiendo a una lógica temporal típicamente de ensayo histórico: 1900-1933, 1933-1945 y 1945-2000. Pero esta división encierra a su vez otras que, organizada en capítulos o en apartados, podríamos separar en dos grandes grupos: geografías y biografías o personajes principales. La primera, recorriendo los periodos cronológicos señalados, se centra principalmente en tres grandes áreas geográficas de lo que llamaríamos a grosso modo el mundo de la civilización occidental: Centroeuropa (en especial Francia, Alemania y Austria), la Unión Soviética y los EEUU, estableciendo aquí un división entre la costa Este y la Oeste, entre Nueva York y California.

El ruido eterno es, en definitiva, un libro imprescindible para acercarse con ciencia y amenidad a la historia de la música del siglo XX, y a mi juicio es también una lectura gozosa y plenamente recomendable para cualquier lector interesado en la historia general del arte y sus movimientos a lo largo de los últimos cien años

La segunda es la que se detiene con algún detalle en las composiciones y trayectorias de algunos músicos esenciales para la “música seria” del siglo XX: Schoenberg, Richard Strauss, Stravinsky, Sibelius, Britten, Berg, Ives, Gershwin, Shostakovich, Prokofiev, Pierre Boulez, Messiaen, John Cage, Copland, Ligeti, Feldman, Glass... Otro posible hilo conductor que recorre las casi 800 páginas de este “Ruido Eterno” es el de los principales “avances” o aportaciones al lenguaje musical de la centuria analizada. Me refiero, claro, al dodecafonismo, serialismo, música gestual, música de uso, ópera, neoclasicismo, música electrónica, minimalismo, música pop, jazz, bebop, free jazz, rock ‘n’ roll, la vanguardia de los Sesenta, música para el cine, etc, etc...

¿Es imprescindible tener conocimientos musicales para leer este trabajo? Rotundamente no. ¿Es necesario ser aficionado a la música seria? No es necesario, pero a todas luces el lector aficionado a la historia de la música y con conocimientos generales de historia de los siglos XIX y XX le va a sacar mucho más partido a estas páginas y va a disfrutar infinitamente más con ellas. Es evidente que si en el libro se habla de las sinfonías de Shostakovich, de las óperas de Richard Strauss, del Wozzeck de Alban Berg, o de las melodías de Duke Ellington o los sonidos de John Coltrane, y uno no sólo sabe contextualizar esos sonidos y personajes, sino que además tiene esa música registrada en el archivo sonoro de su memoria, el rendimiento y placer que va a obtener de la lectura se incrementará de forma exponencial.

El ruido eterno es, en definitiva, un libro imprescindible para acercarse con ciencia y amenidad a la historia de la música del siglo XX, y a mi juicio es también una lectura gozosa y plenamente recomendable para cualquier lector interesado en la historia general del arte y sus movimientos a lo largo de los últimos cien años. Una lectura maravillosa, gozosa..., un compendio espléndido de alta cultura asequible, un pozo casi sin fondo de conocimientos transmitidos con amenidad y gran sentido literario. Una verdadera gozada!!!
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