NOVEDAD: clicar sobre la foto para leer la reseña de la última novela de
Srieg Larsson: La chica que soñaba con una cerilla y un
bidón de gasolina (Destino, 2008)La lógica oscuridad que dio
comienzo a partir de 1929 y duró hasta entrados los años 50, se vio reflejada en
todos y cada uno de los aspectos de la vida (quizá de forma más dramática en
unos EEUU poco acostumbrados a las estrecheces), incluyendo por supuesto la
literatura y el cine. Las banales y esquemáticas historias de detectives,
construidas en torno a malvados delincuentes perseguidos y atrapados por
intachables representantes de la ley y el orden de una sola pieza, se revelaron
para escritores y guionistas ámbitos de creación ideales para recoger y expresar
con plena exactitud y compleja veracidad la negrura de la nueva realidad moral y
material de aquellos difíciles momentos, y hacerlo además para un público
masivo, adiestrado para colmo en el conocimiento previo y aceptado de los
elementos más característicos y reconocibles del género. Nació así lo que todos
conocemos como cine negro y novela negra, historias en las que seguía habiendo
crímenes, extorsiones, delincuentes y personajes decididos a desentrañar los
mecanismos y tramas que conducen al delito, pero en las que la frontera entre el
“bien” y el “mal” quedaba por completo difuminada, en las que la corrupción y
malignidad del poder político y económico y de la justicia eran más peligrosas y
nocivas para la sociedad que las de los criminales al uso, y en las que los
“héroes” no eran tipos ni mucho menos intachables, sino personajes cargados de
imperfecciones con un pasado ciertamente poco claro y un futuro más bien
escueto.
La novela negra y el cine negro son especialidades
norteamericanas que, sin embargo, no tardaron en cocinarse y servirse con
similares ingredientes constitutivos y éxito en otras geografías distantes y
dispares. Si es bien cierto que las décadas de los Treinta, Cuarenta y Cincuenta
del siglo pasado son las del nacimiento, desarrollo y consolidación dorada de la
novela negra en su lugar de origen, tampoco deja de serlo que sigue cultivándose
en la actualidad con no poca fruición y variedad casi infinita de resultados en
todas las tradiciones literarias occidentales, y con un público lector siempre
ávido de nuevos títulos.
De mi lectura comenzaré señalando que, tras
un arranque con bastantes titubeos y algo remolón, lo cierto es que una vez ya
sumergido en la historia que cuenta Larsson quedé enganchado a la misma y no
pude dejarla hasta que llegué al punto y final
De una sociedad como la sueca, en principio tan poco adecuada para acoger
en su seno tramas de novela negra, han surgido dos de los “fenómenos negros”
europeos de los últimos años, el ya veterano
Henning
Mankell (con su
alter ego el comisario Kurt Wallander), y muy
recientemente Stieg Larsson (1954-2004), autor de una trilogía bajo el nombre
genérico Millennium, de la que en español ya ha visto la luz y la lista de
superventas la novela
Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino,
2008), protagonizada por una joven pirata informática, Lisbeth Salander, y un
periodista, Mikael Blomkvist, editor y cofundador de la revista liberal que
sirve para denominar la trilogía,
Millennium.
Puestos en
antecedentes, y antes de opinar sobre el libro de Larsson, creo que merece la
pena ofrecer algunas apuntes biográficos sobre su persona, sobre todo porque
muchos encajan a la perfección con los ropajes que visten al principal
protagonista de
Los hombres que no amaban a las mujeres, Mikael
Blomkvist.
Nuestro autor, Stieg Larsson, o empleando su nombre completo,
Karl Stig-Erland Larsson (Skelleftehamn, 1954-Estocolmo, 2004), fue un
periodista y escritor secreto comprometido desde su primera juventud en la lucha
contra el racismo y la extrema derecha en su país, Suecia. Publicó varios
trabajos de investigación en el terreno periodístico sobre las relaciones entre
los grupos suecos próximos al nazismo y el poder político y económico. Militó en
la Liga Comunista de Trabajadores, y en 1995 fue uno de los fundadores de la
revista
Expo, de la que llegó a ser director a partir de 1999. Sus tres
novelas terminadas (
La reina en el palacio de las corrientes de aire; La
chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina; y
Los hombres
que no amaban a las mujeres) empezó a escribirlas por la noche, casi en
secreto, y no llegó a verlas publicadas nunca ni a saber nada del enorme éxito
que, al poco de salir a la luz, alcanzaban en muchos países europeos. Murió de
un repentino ataque al corazón, y según la influyente
revista electrónica
francesa es hoy una “figura legendaria, cuyo
extraordinario genio literario ha creado una de las obras literarias más
importantes del siglo XXI (
sic)... Las tres novelas constituyen un
auténtico fresco de la sociedad moderna que no puede compararse a lo que ningún
escritor de novela criminal ha hecho nunca antes”.
Es evidente que Larsson, gran aficionado al
parecer desde su juventud a la novela negra y a los relatos de ciencia ficción,
sabía muy bien qué quería conseguir y cómo lograrlo al sentarse a escribir sus
novelas, teniendo además el talento suficiente y la capacidad de trabajo
necesaria para mezclar hábilmente los ingredientes necesarios para “cocinar” una
historia digestiva y sabrosa para muchos y muy diferentes tipos de
paladar
De mi lectura comenzaré señalando que, tras un arranque con bastantes
titubeos y algo remolón, lo cierto es que una vez ya sumergido en la historia
que cuenta Larsson quedé enganchado a la misma y no pude dejarla hasta que
llegué al punto y final. Así, no pude durante días desprenderme del libro; lo
llevé a la playa, a los conciertos veraniegos del Festival Internacional de
Santander para avanzar lo más posible durante los minutos de descanso..., vamos,
que no pude dejarlo, deseoso de conocer cuanto antes la solución a los enigmas
que plantean las páginas del periodista y narrador sueco.
En este
sentido es evidente que Larsson, gran aficionado al parecer desde su juventud a
la novela negra y a los relatos de ciencia ficción, sabía muy bien qué quería
conseguir y cómo lograrlo al sentarse a escribir sus novelas, teniendo además el
talento suficiente y la capacidad de trabajo necesaria para mezclar hábilmente
los ingredientes necesarios para “cocinar” una historia digestiva y sabrosa para
muchos y muy diferentes tipos de paladar. Y lo cierto es que leído lo leído le
salió muy bien y hay que felicitarlo por ello. Larsson ha construido una
narración en la que hay asesinatos misteriosos, gente que los investiga, gente
que no quiere que se investiguen, dinero, poder, corrupción, violencia, sexo,
enigmas, historias del pasado, fantasmas que regresan, política, grandes
empresas, vidas destruidas..., elementos todos ellos atractivos que mezclados
certeramente y presentados con la agilidad y la sencillez del buen periodismo,
embaucan al lector que se acoge fácilmente, además, a la siempre agradecida y
folletinesca propuesta de unos personajes bastante esquemáticos que responden en
gran medida al eficaz sistema de contrapesos “buenos y malos”.
He
utilizado el verbo embaucar de manera deliberada y sin ningún ánimo peyorativo,
queriendo subrayar concretamente una de sus acepciones que recoge el
Diccionario: “embelesar a una persona simple”. En efecto, el no pequeño mérito
de la novela de Stieg Larsson es que logra embelesar al lector (simple y
complejo) para que consuma con gusto y entusiasmo el plato por él cocinado, lo
que desde luego no es baladí. ¡Ya quisiéramos muchos de los que escribimos tener
un ápice de dicha venturosa habilidad! Pero a lo que vamos, ¿es memorable el
plato cocinado?, ¿es extraordinario?, ¿es importante?, ¿“es un auténtico fresco
de la sociedad moderna que no puede compararse a lo que ningún escritor de
novela criminal ha hecho nunca antes”, como ha escrito algún francés sin saber
muy bien qué demonios está diciendo? Seamos medianamente serios y demos una
respuesta medianamente seria y rotunda a las cuestiones planteadas: NO, NO y NO.
Los hombres que no amaban a las mujeres es
una entretenida novela bien pensada, escrita y diseñada para el consumo de un
lector nada ducho en la navegación por las aguas de altura de la gran
literatura, o para uno ducho que necesita unas vacaciones en colchoneta por
aguas más tranquilas
Los hombres que no amaban a las mujeres
puede ser muchas cosas positivas y muy estimables, pero de ninguna manera es la
obra de un “extraordinario genio literario”, de ninguna forma va a llegar a ser
una “de las obras literarias más importantes del siglo XXI”, exabrupto que, como
tantos otros, sólo el papel aguanta.
Los hombres que no amaban a las
mujeres es una entretenida novela bien pensada, escrita y diseñada para el
consumo de un lector nada ducho en la navegación por las aguas de altura de la
gran literatura, o para uno ducho que necesita unas vacaciones en colchoneta por
aguas más tranquilas. La trama de
Los hombres que no amaban a las mujeres
es de una artificiosa complejidad en la que se entretejen, siguiendo la
estela del viejo folletín decimonónico, varios asuntos aparentemente
desconectados entre sí que al final confluyen de manera un tanto forzada, cuando
no simpáticamente rocambolesca. Las descripciones de ambientes y paisajes son
sencillamente impresionistas, simples decorados para que se desarrolle en ellos
la acción; nunca alcanzan la categoría de referentes para pulso vital de la
historia o para la caracterización evolutiva de los distintos personajes. En
contra de lo que pudiera parecer, la acción de la historia de Larsson no está
sólidamente ligada al contexto social de la vida sueca, de la que realmente muy
poco se cuenta. Es una novela construida sin ironía, sin riqueza ambiental, con
un único nivel discursivo, con un único y monocorde pulso narrativo, con una
simple estructura narrativa en apariencia compleja por la suma de varias tramas.
En estas páginas no hay sutileza en los análisis que son de una ingenua
simplicidad y que no logran describir los conflictos que deberían darse entre
las exigencias psicológicas y las morales planteadas. Los personajes son de
principio a fin esquemáticos, monolíticos, sin maduración paulatina, y no
apuntan apenas ninguna evolución interior o psicológica a lo largo de la
historia; terminan más o menos como empiezan, pensando y sintiendo exactamente
lo mismo, no viéndose afectados en su interior por los acontecimientos que han
vivido y protagonizado, fruto de una misma y pobre naturaleza (Mikael Blomkvist
y Lisbeth Salander son paradigmas de lo dicho, caracteres tan complejos como
puedan serlo a su modo Mortadelo y Filemón).
En este sentido, hay que
decir con rotundidad y para ya ir acabando, que las novelas de Henning Mankell
protagonizadas por Kurt Wallander son infinitamente más complejas y logradas, y
siendo igualmente entretenidas, ofrecen una altura literaria que está a años luz
de la propuesta de su compatriota Larsson. Mankell es un novelista con todas las
de la ley, un gran novelista. Larsson, juzgándolo sólo por su última novela, fue
un hábil y eficaz embaucador, ni más ni menos. ¡Ahí es nada!
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