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Stieg Larsson: Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)

Stieg Larsson: Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)

    TÍTULO
Los hombres que no amaban a las mujeres

    AUTOR
Stieg Larsson

    EDITORIAL
Destino

    TRADUCCCION
Martin Lexell y Juan José Ortega Román

    OTROS DATOS
Barcelona, 2008. 672 páginas. 22,50 €



Stieg Larsson

Stieg Larsson


Reseñas de libros/Ficción
Stieg Larsson: Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)
Por Juan Antonio González Fuentes, jueves, 4 de septiembre de 2008
El llamado “crack de 1929” supuso en su tiempo la quiebra más importante y traumática del capitalismo financiero e industrial surgido en occidente a lo largo del siglo XIX. Algunas de las consecuencias a corto y medio plazo de la brutal crisis del 29 fueron la expansión del comunismo y del fascismo, la paulatina intervención del Estado en el control y desarrollo de la economía liberal, y el estallido diez años más tarde de la II Guerra Mundial.


NOVEDAD: clicar sobre la foto para leer la reseña de la última novela de Srieg Larsson: La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)

La lógica oscuridad que dio comienzo a partir de 1929 y duró hasta entrados los años 50, se vio reflejada en todos y cada uno de los aspectos de la vida (quizá de forma más dramática en unos EEUU poco acostumbrados a las estrecheces), incluyendo por supuesto la literatura y el cine. Las banales y esquemáticas historias de detectives, construidas en torno a malvados delincuentes perseguidos y atrapados por intachables representantes de la ley y el orden de una sola pieza, se revelaron para escritores y guionistas ámbitos de creación ideales para recoger y expresar con plena exactitud y compleja veracidad la negrura de la nueva realidad moral y material de aquellos difíciles momentos, y hacerlo además para un público masivo, adiestrado para colmo en el conocimiento previo y aceptado de los elementos más característicos y reconocibles del género. Nació así lo que todos conocemos como cine negro y novela negra, historias en las que seguía habiendo crímenes, extorsiones, delincuentes y personajes decididos a desentrañar los mecanismos y tramas que conducen al delito, pero en las que la frontera entre el “bien” y el “mal” quedaba por completo difuminada, en las que la corrupción y malignidad del poder político y económico y de la justicia eran más peligrosas y nocivas para la sociedad que las de los criminales al uso, y en las que los “héroes” no eran tipos ni mucho menos intachables, sino personajes cargados de imperfecciones con un pasado ciertamente poco claro y un futuro más bien escueto.

La novela negra y el cine negro son especialidades norteamericanas que, sin embargo, no tardaron en cocinarse y servirse con similares ingredientes constitutivos y éxito en otras geografías distantes y dispares. Si es bien cierto que las décadas de los Treinta, Cuarenta y Cincuenta del siglo pasado son las del nacimiento, desarrollo y consolidación dorada de la novela negra en su lugar de origen, tampoco deja de serlo que sigue cultivándose en la actualidad con no poca fruición y variedad casi infinita de resultados en todas las tradiciones literarias occidentales, y con un público lector siempre ávido de nuevos títulos.

De mi lectura comenzaré señalando que, tras un arranque con bastantes titubeos y algo remolón, lo cierto es que una vez ya sumergido en la historia que cuenta Larsson quedé enganchado a la misma y no pude dejarla hasta que llegué al punto y final

De una sociedad como la sueca, en principio tan poco adecuada para acoger en su seno tramas de novela negra, han surgido dos de los “fenómenos negros” europeos de los últimos años, el ya veterano Henning Mankell (con su alter ego el comisario Kurt Wallander), y muy recientemente Stieg Larsson (1954-2004), autor de una trilogía bajo el nombre genérico Millennium, de la que en español ya ha visto la luz y la lista de superventas la novela Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008), protagonizada por una joven pirata informática, Lisbeth Salander, y un periodista, Mikael Blomkvist, editor y cofundador de la revista liberal que sirve para denominar la trilogía, Millennium.

Puestos en antecedentes, y antes de opinar sobre el libro de Larsson, creo que merece la pena ofrecer algunas apuntes biográficos sobre su persona, sobre todo porque muchos encajan a la perfección con los ropajes que visten al principal protagonista de Los hombres que no amaban a las mujeres, Mikael Blomkvist.

Nuestro autor, Stieg Larsson, o empleando su nombre completo, Karl Stig-Erland Larsson (Skelleftehamn, 1954-Estocolmo, 2004), fue un periodista y escritor secreto comprometido desde su primera juventud en la lucha contra el racismo y la extrema derecha en su país, Suecia. Publicó varios trabajos de investigación en el terreno periodístico sobre las relaciones entre los grupos suecos próximos al nazismo y el poder político y económico. Militó en la Liga Comunista de Trabajadores, y en 1995 fue uno de los fundadores de la revista Expo, de la que llegó a ser director a partir de 1999. Sus tres novelas terminadas (La reina en el palacio de las corrientes de aire; La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina; y Los hombres que no amaban a las mujeres) empezó a escribirlas por la noche, casi en secreto, y no llegó a verlas publicadas nunca ni a saber nada del enorme éxito que, al poco de salir a la luz, alcanzaban en muchos países europeos. Murió de un repentino ataque al corazón, y según la influyente revista electrónica francesa es hoy una “figura legendaria, cuyo extraordinario genio literario ha creado una de las obras literarias más importantes del siglo XXI (sic)... Las tres novelas constituyen un auténtico fresco de la sociedad moderna que no puede compararse a lo que ningún escritor de novela criminal ha hecho nunca antes”.

Es evidente que Larsson, gran aficionado al parecer desde su juventud a la novela negra y a los relatos de ciencia ficción, sabía muy bien qué quería conseguir y cómo lograrlo al sentarse a escribir sus novelas, teniendo además el talento suficiente y la capacidad de trabajo necesaria para mezclar hábilmente los ingredientes necesarios para “cocinar” una historia digestiva y sabrosa para muchos y muy diferentes tipos de paladar

De mi lectura comenzaré señalando que, tras un arranque con bastantes titubeos y algo remolón, lo cierto es que una vez ya sumergido en la historia que cuenta Larsson quedé enganchado a la misma y no pude dejarla hasta que llegué al punto y final. Así, no pude durante días desprenderme del libro; lo llevé a la playa, a los conciertos veraniegos del Festival Internacional de Santander para avanzar lo más posible durante los minutos de descanso..., vamos, que no pude dejarlo, deseoso de conocer cuanto antes la solución a los enigmas que plantean las páginas del periodista y narrador sueco.

En este sentido es evidente que Larsson, gran aficionado al parecer desde su juventud a la novela negra y a los relatos de ciencia ficción, sabía muy bien qué quería conseguir y cómo lograrlo al sentarse a escribir sus novelas, teniendo además el talento suficiente y la capacidad de trabajo necesaria para mezclar hábilmente los ingredientes necesarios para “cocinar” una historia digestiva y sabrosa para muchos y muy diferentes tipos de paladar. Y lo cierto es que leído lo leído le salió muy bien y hay que felicitarlo por ello. Larsson ha construido una narración en la que hay asesinatos misteriosos, gente que los investiga, gente que no quiere que se investiguen, dinero, poder, corrupción, violencia, sexo, enigmas, historias del pasado, fantasmas que regresan, política, grandes empresas, vidas destruidas..., elementos todos ellos atractivos que mezclados certeramente y presentados con la agilidad y la sencillez del buen periodismo, embaucan al lector que se acoge fácilmente, además, a la siempre agradecida y folletinesca propuesta de unos personajes bastante esquemáticos que responden en gran medida al eficaz sistema de contrapesos “buenos y malos”.

He utilizado el verbo embaucar de manera deliberada y sin ningún ánimo peyorativo, queriendo subrayar concretamente una de sus acepciones que recoge el Diccionario: “embelesar a una persona simple”. En efecto, el no pequeño mérito de la novela de Stieg Larsson es que logra embelesar al lector (simple y complejo) para que consuma con gusto y entusiasmo el plato por él cocinado, lo que desde luego no es baladí. ¡Ya quisiéramos muchos de los que escribimos tener un ápice de dicha venturosa habilidad! Pero a lo que vamos, ¿es memorable el plato cocinado?, ¿es extraordinario?, ¿es importante?, ¿“es un auténtico fresco de la sociedad moderna que no puede compararse a lo que ningún escritor de novela criminal ha hecho nunca antes”, como ha escrito algún francés sin saber muy bien qué demonios está diciendo? Seamos medianamente serios y demos una respuesta medianamente seria y rotunda a las cuestiones planteadas: NO, NO y NO.

Los hombres que no amaban a las mujeres es una entretenida novela bien pensada, escrita y diseñada para el consumo de un lector nada ducho en la navegación por las aguas de altura de la gran literatura, o para uno ducho que necesita unas vacaciones en colchoneta por aguas más tranquilas

Los hombres que no amaban a las mujeres puede ser muchas cosas positivas y muy estimables, pero de ninguna manera es la obra de un “extraordinario genio literario”, de ninguna forma va a llegar a ser una “de las obras literarias más importantes del siglo XXI”, exabrupto que, como tantos otros, sólo el papel aguanta.

Los hombres que no amaban a las mujeres es una entretenida novela bien pensada, escrita y diseñada para el consumo de un lector nada ducho en la navegación por las aguas de altura de la gran literatura, o para uno ducho que necesita unas vacaciones en colchoneta por aguas más tranquilas. La trama de Los hombres que no amaban a las mujeres es de una artificiosa complejidad en la que se entretejen, siguiendo la estela del viejo folletín decimonónico, varios asuntos aparentemente desconectados entre sí que al final confluyen de manera un tanto forzada, cuando no simpáticamente rocambolesca. Las descripciones de ambientes y paisajes son sencillamente impresionistas, simples decorados para que se desarrolle en ellos la acción; nunca alcanzan la categoría de referentes para pulso vital de la historia o para la caracterización evolutiva de los distintos personajes. En contra de lo que pudiera parecer, la acción de la historia de Larsson no está sólidamente ligada al contexto social de la vida sueca, de la que realmente muy poco se cuenta. Es una novela construida sin ironía, sin riqueza ambiental, con un único nivel discursivo, con un único y monocorde pulso narrativo, con una simple estructura narrativa en apariencia compleja por la suma de varias tramas. En estas páginas no hay sutileza en los análisis que son de una ingenua simplicidad y que no logran describir los conflictos que deberían darse entre las exigencias psicológicas y las morales planteadas. Los personajes son de principio a fin esquemáticos, monolíticos, sin maduración paulatina, y no apuntan apenas ninguna evolución interior o psicológica a lo largo de la historia; terminan más o menos como empiezan, pensando y sintiendo exactamente lo mismo, no viéndose afectados en su interior por los acontecimientos que han vivido y protagonizado, fruto de una misma y pobre naturaleza (Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander son paradigmas de lo dicho, caracteres tan complejos como puedan serlo a su modo Mortadelo y Filemón).

En este sentido, hay que decir con rotundidad y para ya ir acabando, que las novelas de Henning Mankell protagonizadas por Kurt Wallander son infinitamente más complejas y logradas, y siendo igualmente entretenidas, ofrecen una altura literaria que está a años luz de la propuesta de su compatriota Larsson. Mankell es un novelista con todas las de la ley, un gran novelista. Larsson, juzgándolo sólo por su última novela, fue un hábil y eficaz embaucador, ni más ni menos. ¡Ahí es nada!



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