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P. D. James: <i>Muerte en la clínica privada</i> (Ediciones B, 2009)

P. D. James: Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009)

    TÍTULO
Muerte en la clínica privada

    AUTOR
P. D. James

    EDITORIAL
Ediciones B

    TRADUCCCION
Juan Soler

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 464 páginas, 20 €




Reseñas de libros/Ficción
P. D. James: Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009)
Por Juan Antonio González Fuentes, martes, 1 de septiembre de 2009
Los géneros suelen presentar subgéneros. Quizá dónde mejor se comprueba esta especie de norma es en el cine. Por ejemplo. El género “cine bélico” presenta diversos subgéneros: submarinos, nazis, japos, selva tropical… El género “western” también tiene diversos subgéneros: caballería e indios, forajidos, conducción de ganado y cuatreros, caravanas, pistolero que busca la redención… El llamado cine negro, por supuesto, tampoco podía ser una excepción: detectives privados, corrupción policial, asesino en serie, policía caído en desgracia… Pues exactamente igual ocurre con la llamada “literatura de género”, y sin necesidad de ir nada lejos, con la llamada “novela negra” o policiaca, términos que, seguro, un experto en la materia nos explicaría y, quizá, diferenciaría, convenientemente.
Participé en el pasado número de julio de la revista Ojos de Papel con una reseña del tercer y último volumen de la ya célebre serie Millennium del escritor y periodista sueco Stieg Larsson. Y escribo ahora la reseña para el número de septiembre de la última novela de la inglesa P. D. James, Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009). Ambos libros pueden ser enmarcados dentro del género policiaco o novela negra, y sin embargo, las diferencias entre ambos más que notables deben calificarse de abismales. ¿Entonces? Es sencillo, un trabajo se adscribe a un determinado género cuando en él concurren dos o tres circunstancias básicas. En el caso de la novela negra o policiaca (insisto, conceptos que habría que matizar, y mucho) la cosa está clara: debe haber un delito (preferiblemente uno o varios asesinatos) y una posterior investigación que aclare los hechos y descubra al o a los culpables. En los dos títulos aquí aludidos estas premisas se dan, sólo que la forma de narrar y desarrollar los sucesos es muy diferente. En cuanto al “estilo” Millenium/Larsson sólo cabe remitirme a lo ya escrito. Pasemos ahora a Muerte en la clínica privada y a P. D. James.
P. D. James (Oxford, 1920) es hoy sin lugar a dudas la gran dama de la novela policiaca británica, puesto en el que ha relevado a autoras como Agatha Christie o Dorothy L. Sayers. La literatura inglesa parece haber disfrutado siempre, al menos desde los estertores de la era victoriana, de la singular presencia de una gran escritora del género policiaco. Escritoras que cuando alcanzan fama y difusión internacional, por regla general, tienen el aspecto de adorables ancianas con las que uno se imagina plácidamente sentado en su melancólico jardín situado a las afueras de Londres, mientras escucha hablar del cultivo de rosas y toma un espléndido te con pastelitos de jengibre. La dama de la novela policiaca británica es un patrimonio cultural british que debería estar protegido por la ley, es una obviedad.

Como su principal personaje, el estilo narrativo de P. D. James es moroso, contemplativo, reflexivo. La presencia atmosférica de los paisajes y su pormenorizada y psicológica descripción es una nota permanente y muy característica

Estas escritoras británicas presentan además una característica común absolutamente apreciable y distintiva: crean un personaje que pasa a la historia de la literatura policiaca. Si la Christie se inventó al detective belga Hercules Poirot y a la entrañable Miss Marple; si la Sayers al detective aficionado Lord Peter Wimsey; P. D. James tiene el indudable mérito de haber creado al policía londinense Adam Dalgliesh, además un excelente poeta que protagoniza la gran mayoría de las casi dos decenas de obras de ficción de la escritora oxoniense.

Dalgliesh es un personaje inolvidable. Alto, oscuro, atractivo y viudo, es un personaje tranquilo, cerebral, meditativo, con una cierta tendencia a la melancolía y a la reflexión de carácter lírico. Un hombre serio y formal, paciente y metódico, esencialmente triste ante la contemplación de un mundo en el que la maldad encuentra siempre recovecos para hacerse notar.

Como su principal personaje, el estilo narrativo de P. D. James es moroso, contemplativo, reflexivo. La presencia atmosférica de los paisajes y su pormenorizada y psicológica descripción es una nota permanente y muy característica. P. D. James crea atmósferas en las que siempre hay denominadores comunes muy reconocibles: grisura, humedad, verdes, lluvia, carreteras secundarias, prados, edificios aislados, escenarios apacibles y románticos... Inglaterra en estado puro. Una Inglaterra casi de postal o de guía turística, en la que no faltan los consabidos abismos sociales, el te de las cinco, todos los rituales y esencias que conforman lo británico (tweed, caballos, mermeladas imposibles...). Y en estos escenarios casi idílicos y serenamente confortables, surgen la maldad, el rencor, la envidia, la venganza..., que desembocan invariablemente en un asesinato horrendo e inexplicable que para su resolución necesita del concurso desolado, triste, lento, metódico, poético de Dalgliesh y su brigada.

Es puro P. D. James de principio a fin, quizá incluso un P.D. James un tanto amanerado y sin la atractiva tensión de otras entregas. Estamos ante un mecanismo de precisión anticuado, al que le falta diseño, colores, lustre de marca glamurosa, al que se le ven las costuras

En Muerte en la clínica privada P. D. James ha llevado hasta el paroxismo, hasta la caricatura prácticamente todos los tópicos de la novela policiaca inglesa desarrollada por sus eminentes predecesoras. Les cuento sin desvelar. Imaginen una antigua mansión aislada en el campo convertida en clínica privada. Médicos, enfermeras, jardineros, cocineros y demás personal de servicio se dan cita en el escenario, que cuenta además con una antigua leyenda fantasmal de brujas y hogueras nocturnas. En ese consabido escenario una paciente es misteriosamente asesinada por la noche. Una dama de la alta sociedad londinense es huésped de la clínica y reclama a las altas esferas políticas la presencia del mejor policía para resolver el desagradable caso. Scotland Yard manda a su mejor hombre, a su mejor brigada de homicidios. Dalgliesh y su equipo llegan y se ponen a investigar. El asesino sólo puede estar entre las personas pertenecientes de un modo u otro al ámbito de la clínica privada que la noche de autos se encontraban en la aislada mansión. Dalgliesh comienza la investigación, incluida la más que tópica reunión de sospechosos en la biblioteca. Las investigaciones, con todas sus peripecias y descubrimientos paralelos, terminan cuando se desvela la identidad del asesino. Fin de la historia. 

Estamos pues ante un cúmulo de tópicos del género narrativo policiaco que remiten al subgénero británico por excelencia: asesinato en mansión de campo (el asesino sólo puede ser una de las personas que estaba en la mansión la noche fatal). Todos los tópicos los reúne James en la coctelera de su talento narrativo y no les da muchas vueltas. Eso sí, insisto en ello, los tópicos se colorean con las ya conocidas características de la autora y de su personaje principal. Me refiero a la presencia protagónica de los paisajes, a la tendencia a la introspección reflexiva de Dalgliesh, a la a veces confusa acumulación de muchos personajes y sus muchas y variopintas circunstancias, a la narración lenta y pausada de James (tendente al detalle a veces nimio), a la ausencia de “espectacularidad” en la sucesión de acontecimientos narrados, a la “naturalidad” y verosimilitud de la historia que se despliega ante nuestros ojos, a la ausencia de armas y sofisticadas tecnologías a la hora de hacer avanzar la resolución del caso... Esta claro que “las policiacos” de P. D. James están concebidas y desarrolladas a la antigua usanza, y los casos se resuelven tomando notas y revisando las declaraciones de los sospechosos, dialogando con ellos hasta hacerlos caer en contradicción, o hasta lograr que se descubran ellos mismos a través de su pasado o de una verbalización innecesaria.

P. D. James resuelve sus historias, digámoslo así, alrededor de una humeante taza de te, o mientras Dalgliesh conduce su jaguar por una sinuosa carretera secundaria y cavila sobre la información de la que dispone. No hay ni una sola sorpresa en Muerte en la clínica privada. Es puro P. D. James de principio a fin, quizá incluso un P.D. James un tanto amanerado y sin la atractiva tensión de otras entregas. Estamos ante un mecanismo de precisión anticuado, al que le falta diseño, colores, lustre de marca glamurosa, al que se le ven las costuras. Pero eso sí, este mecanismo de precisión da todas las horas, y señala meticulosamente los minutos, incluso los segundos. Estamos ante una máquina absolutamente fiable de la que no pueden esperarse emociones fuertes, pero sí una marcha confortable, segura y que te lleva a destino sí o sí.

El lector debe elegir. Al asiduo a Dalgliesh y sus historias esta Muerte en la clínica privada ni le va a conmocionar ni le va a defraudar. Será un peldaño más, una muesca más en las aventuras del policía poeta. A los recién llegados a P. D. James y Dalgliesh les recomiendo que empiecen por el principio, por otro título más “joven” y robusto, éste muy probablemente no les enganche desde el principio, nos les ayude a convertirse en seguidores acérrimos de Dalgliesh. Insisto, este reloj da las horas sin retraso, aunque hay que darle cuerda de vez en cuando. Ah, ¿será el asesino el mayordomo? Si les interesa dar respuesta a esta clásica pregunta, lean Muerte en la clínica privada: hay asesino, asesinatos, mayordomo, detective, y reunión de sospechosos en la biblioteca.
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