viernes, 24 de septiembre de 2010
Apuntes sobre José de Ciria, el Giocondo ultraísta lorquiano
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
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José de Ciria y Escalante nació en Santander el 28 de septiembre de 1903 (aunque en algún trabajo se dice que fue en noviembre del mismo año), y murió en el madrileño Hotel Palace la noche del 4 de junio de 1924, camino por tanto de cumplir tan solo veintiún años. Los escritores y críticos que con mayor extensión se han ocupado de su vida y obra han sido Leopoldo Rodríguez Alcalde (1950) y Francisco Javier Díez de Revenga (2004). A la aproximación de Rodríguez Alcalde (cuyo hermanastro había sido íntimo de Ciria) debemos el más completo perfil biográfico del poeta ultraísta realizado hasta la fecha, y la conformación básica, aún todavía abierta, de lo que se considera toda su obra literaria


 

Juan Antonio González Fuentes

Desde el punto de vista de la Historia como ciencia, el final de la Primera Guerra Mundial supuso, entre otras muchas cosas, la desaparición efectiva de todo un mundo. Me refiero a la Europa surgida de la adición de distintas revoluciones, casi en cadena, que tuvieron lugar desde finales del siglo XVIII y todo el XIX; a la Europa del colonialismo de raíz capitalista; a la Europa de los grandes imperios comerciales e industriales. El Tratado de Versalles, el de Sevres, y la revolución en Rusia, supusieron la liquidación efectiva de ese mundo mencionado, su transformación incluso física plasmada en la quiebra de imperios como el alemán, el austrohúngaro, el turco o el ruso, y el consiguiente nacimiento de nuevos países, de una nueva geografía europea.

Nuevas realidades se abrían camino a velocidad de crucero en los comienzos del siglo XX, y esas nuevas realidades necesitaban expresarse en un lenguaje también nuevo, en un lenguaje a la vanguardia, es decir, adelantado al lenguaje ya trillado, oficial, normalizado y caduco del mundo fenecido. Los senderos por los que discurrió la búsqueda de esos novedosos lenguajes, imprescindibles para materializar y verbalizar las realidades en eclosión, fueron muchos, y a casi todos se les denominó con un término acabado en ismo: cubismo, ultraísmo, creacionismo, surrealismo, dadaísmo, futurismo, fauvismo…Todos estos ismos, integrados más o menos a gusto en el genérico Vanguardismo, pretendían a través de la renovación del lenguaje artístico-literario la superación, cuando no directamente la destrucción, de las categorías éticas y epistemológicas heredadas, y su sustitución por nuevas formas de concebir la “novedosa realidad” o bien por medio de una subjetividad radicalizada, o bien de una objetividad hermanada con el cientifismo entonces más en boga.

Este espíritu innovador, y sus más recientes ideas, encontró en las grandes ciudades europeas un hábitat adecuado para su mejor recepción y desarrollo, pero puede decirse que, de algún modo u otro, llegó a prácticamente todos los rincones del viejo continente, incluso a la periferia de un país periférico como España. Sí, me refiero, por ejemplo, a Santander, ciudad levítica y pequeño burguesa no muy proclive, en un principio, a ser receptáculo generoso y abierto a ningún tipo de experimentalismo ni artístico ni literario.

A esta ciudad, la suya de nacimiento, llegó el joven poeta Gerardo Diego para proclamar públicamente en el Ateneo la buena nueva vanguardista aprendida por él en París. Fue el 15 de noviembre de 1919 cuando Gerardo pronunció la conferencia titulada La poesía nueva, generando a continuación un significativo número de controvertidos artículos en los periódicos locales, y varias sesiones ateneístas en las que se discutió con vehemencia sobre las renovaciones poéticas y artísticas que proponían las vanguardias, y más concretamente el Ultraísmo de primera hora, el de Guillermo de Torre o Pedro Garfias, por ejemplo. A la conferencia gerardiana asistió expectante un chaval de apenas 16 años. Su nombre era José de Ciria y Escalante, y la explosiva sesión en el Ateneo supuso para él un antes y un después en su relación con la poesía. Y eso que el entusiasmo vanguardista del autor de El romancero de la novia no le era desconocido al chiquillo Pepín Ciria, pues en su libro de 1950 sobre este poeta, Leopoldo Rodríguez Alcalde cuenta que a lo largo de 1919 Diego y Ciria pasearon mucho desde el centro de la ciudad hacia las santanderinas playas de El Sardinero, y que durante esas caminatas casi el único tema de conversación entre los ellos era la renovación poética que prendía por toda Europa y los ejemplos al respecto de Max Jacob y Apollinaire.

José de Ciria y Escalante nació en Santander el 28 de septiembre de 1903 (aunque en algún trabajo se dice que fue en noviembre del mismo año), y murió en el madrileño Hotel Palace la noche del 4 de junio de 1924, camino por tanto de cumplir tan solo veintiún años. Los escritores y críticos que con mayor extensión se han ocupado de su vida y obra han sido Leopoldo Rodríguez Alcalde (1950) y Francisco Javier Díez de Revenga (2004). A la aproximación de Rodríguez Alcalde (cuyo hermanastro había sido íntimo de Ciria) debemos el más completo perfil biográfico del poeta ultraísta realizado hasta la fecha, y la conformación básica, aún todavía abierta, de lo que se considera toda su obra literaria: un muy reducido número de breves poemas (casi todos de carácter ultraísta); dos poemas traducidos de Apollinaire; y diecisiete textos en prosa (artículos, críticas teatrales, versiones de cuentos ajenos…) de muy diferente interés y calidad. En conjunto un puñado de trabajos cuyo contenido fue escrito por José de Ciria entre los quince y los veinte años de edad (1919-1924), y que vio la luz únicamente en publicaciones periódicas como La Atalaya de Santander, el Suplemento Literario de La Verdad de Murcia, y en las revistas ultraístas Reflector, Ultra y Grecia. Ciria jamás tuvo en sus manos un libro con su nombre en la cubierta. Tras su muerte en 1924, algunos amigos del poeta (García Lorca, Gerardo, Guillén, Buñuel, Max Aub, Salinas, Juan Ramón, Gómez de la Serna, Juan Larrea, Antonio Espina, Gutiérrez Solana, Pancho Cossío…) contribuyeron a la edición de una plaquette de homenaje al amigo muerto que recogía prácticamente toda su exigua producción poética.

Para su edición de la obra de Ciria, Leopoldo Rodríguez Alcalde seleccionó los poemas recogidos en la mencionada plaquette, y añadió el preliminar escrito por el poeta para el único número de la revista Reflector (diciembre de 1920), más los trabajos en la prensa local que fue encontrando durante sus eruditas pesquisas. De esta manera conformó Rodríguez Alcalde el corpus literario del desaparecido escritor, y lo ofreció a los lectores en su edición de 1950, dejando abierta la posibilidad, eso sí, de que dicho corpus pudiera ampliarse algún día sumándole tal vez algunos textos perdidos en publicaciones periódicas, en todo caso

A mi modo de ver, la edición del profesor Díez de Revenga del 2004 enriquece sensiblemente la primera de Rodríguez Alcalde mediante la incorporación de una abundante bibliografía sobre Ciria (la más completa sin duda a día de hoy), la cuidadosa datación y referencia del origen de los textos poéticos (a todas luces los más interesantes del conjunto de la obra del santanderino), el subrayado de algunas variantes en determinados poemas, una breve pero atinada reflexión sobre la verdadera importancia de la revista ultra Reflector, y, finalmente, unas páginas ilustrativas en torno a la relación García Lorca-José de Ciria y a la escritura del soneto del primero titulado “En la muerte de José de Ciria y Escalante”.

Ya ha quedado dicho que Ciria y Escalante no llegó a cumplir los veintiún años de edad. Es obvio que vida tan breve es muy difícil que ofrezca muchos hitos relevantes, y el caso que nos ocupa no es una excepción en este sentido. El padre del poeta, José de Ciria y Pont, funcionario de Hacienda llegado Santander a fines del siglo XIX, se hizo rico gracias a un negocio de carbones que si bien fue desde un principio próspero, el comienzo de la Primera Guerra Mundial hizo de una rentabilidad espectacular, lo que al poco se materializó en un nivel de vida bastante más que desahogado.

Para no alargarnos demasiado en el relato, sólo diré que Ciria vivió el tiempo de su infancia y adolescencia con holgura material, y lo hizo en un Santander que aspiraba a situarse dentro de la escena nacional con ciertos aires de solvencia cosmopolita y de empuje industrial y comercial. Rodríguez Alcalde señala que José de Ciria participó en la “vida elegante” del Santander en el que el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia pasaban sus regios veraneos y la zona de El Sardinero vivía su primera gran expansión urbana; la ciudad a la que entonces llegaba el cinematógrafo, el teléfono, los primeros vuelos aéreos, el tranvía eléctrico, los baños de ola, las regatas de balandros…; en la que nacieron el Gran Casino, el Hotel Real, el Palacio de la Magdalena, el club de Tenis, el hipódromo de Bellavista, el nuevo Club Marítimo, el Racing F. C, la Biblioteca de Menéndez Pelayo, el Teatro Pereda, el Ateneo, la nueva sede central del Banco de Santander…

En 1913 Ciria inició los estudios de bachillerato en el Instituto de Santander, el mismo en el que en su día ingresaron, por ejemplo, Marcelino Menéndez Pelayo, José María de Pereda o Gerardo Diego. Con doce años se hizo socio del recién fundado Ateneo, lo que unido a su conocida afición por el teatro, delata precoces intereses culturales. A punto de terminar el bachillerato, en 1919, comenzó a colaborar en La Atalaya (1893-1927), diario en el que entre otros ya colaboraba el poeta José del Río Sáinz, una de las primeras y más significativas influencias literarias que tuvo el jovencísimo Ciria.

En 1919 Ciria marchó a Madrid, donde sus padres habían decidido pasar los inviernos. La familia al completó se instaló en el Hotel Palace, establecimiento en el que los padres del poeta permanecieron hasta pasados varios años después de la muerte de su hijo. Ciria se matriculó en Derecho como alumno libre en la Universidad de Oviedo, y al parecer también se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central madrileña. Rodríguez Alcalde asegura en su trabajo que nunca supo bien quién introdujo al santanderino en los ambientes intelectuales de la capital de España, aunque lo cierto es que al cabo de pocos meses Ciria se movía como pez en el agua en el Ateneo madrileño (del que llegó a ser Secretario de la Sección de Literatura), en la tertulia de Gómez de la Serna en el café de Pombo, o en la Residencia de Estudiantes, donde entre otros conoció a Buñuel, Moreno Villa, Dalí, y al poeta Federico García Lorca, del que se hizo íntimo.

José de Ciria y Escalante

José de Ciria y Escalante

Los años madrileños fueron también los del abrazo decidido a los postulados del Ultraísmo conocido en Santander. Ciria, dejando a un lado sus leves escarceos como poeta simbolista y modernista de raíz rubeniana, escribió poemas ultraístas haciendo gala de “fresca sensibilidad” y de “la buena puntería de un cazador lírico”, utilizando palabras de Guillermo de Torre. Sumergido de lleno en el único movimiento literario de vanguardia genuinamente hispánico, Ciria frecuentó a los ultraístas (Gerardo, Cansinos-Assens, Barradas, Guillermo de Torre, Lasso de la Vega, Juan Larrea…), participó en célebres “recitales ultra” como el la “la Parisina” y publicó poemas en algunas de las revistas más sólidas del efímero movimiento, Ultra y Grecia. Además de sus propios poemas, la aportación más interesante de Ciria a la vanguardia literaria española de entreguerras fue la edición de la revista Reflector.

El único número de la publicación apareció en diciembre 1920 con Ciria en el papel de director y Guillermo de Torre en el de secretario de redacción. Nada diré aquí de las “intenciones” con las que nació la revista, pues quedan perfectamente expresadas en el editorial o manifiesto de la misma que incluimos entre las prosas de nuestro autor en este libro. Díez de Revenga recuerda que la revista estaba editada en cuarto mayor (37 x 24), tenía sólo 24 páginas, cuatro de ellas destinadas a la publicidad (coches, editoriales, seguros…), y se imprimió en Madrid (Gráficas de Ambos Mundos, calle Divino Pastor, 10). La edición de Reflector fue pagada por el padre de Ciria. La suscripción por un año era costosa, 12 pesetas, e irónicamente se aseguraba que la tirada era de al menos diez mil ejemplares.

En Reflector, Arte, Literatura, Ciencia, publicaron Juan Ramón, Gerardo Diego, Guillermo de Torre, Ramón Gómez de la Serna, Adolfo Salazar, Francisco Vighi, Jorge Luis Borges, Adriano del Valle, Philippe Soupault, Paul Eluard, o el propio Ciria…, y las ilustraciones eran de Barradas, autor del diseño del título de la revista, y Norah Borges, hermana del poeta argentino y futura mujer de Guillermo de Torre. El tipo de colaboradores refleja la apuesta de los responsables de Reflector por la calidad literaria, el deseo de establecer contactos con el exterior, y el de mantener una cierta convivencia entre las tendencias novedosas de los más jóvenes y las aportaciones selectas provenientes de estéticas antecesoras.

Por último, el único número que vio la luz de Reflector incluía una lista de los que se pretendían futuros colaboradores de la publicación, y su mero enunciado es ya de por sí toda una declaración de intenciones: Louis Aragon, André Breton, Blaise Cendrars, Marinetti, Giovanni Papini, Francis Picabia, Ezra Pound…, entre los muchos que se citan.

Hemos de deducir que no se editaron más números de Reflector porque el padre de Ciria no estuvo dispuesto a seguir sufragando la aventura literaria de su hijo. Pero es posible que factores de otro tipo influyeran en el asunto, y es que tanto Rodríguez Alcalde como Díez de Revenga insisten en que sobre todo a partir de 1922 la vocación literaria de Ciria se distanció de la vanguardia y comenzó a recorrer sendas más convencionales.

En el verano de 1923 Ciria recibe en Santander la visita de su amigo Melchor Fernández Almagro, con el que viaja a las montañas de Tudanca, más concretamente a la casona de José María de Cossío, donde coinciden con Miguel de Unamuno. En julio de mismo año Ciria colabora en un curioso proyecto literario del periódico La Atalaya: publicar por entregas una novela de treinta capítulos, cada uno escrito por un periodista o escritor vinculado a Cantabria. Entre los colaboradores estaban, además de nuestro poeta, Víctor de la Serna, Jesús Cancio, J. Mª de Cossío o José del Río Sáinz. La novela, de la que solamente se publicaron los primeros seis capítulos, llevaba por título Memorias del futbolista Zarzamora, y Ciria se encargó de redactar el tercero.

El último año de vida de José de Ciria y Escalante transcurre sin aparentes sobresaltos. Rodríguez Alcalde nos dice que el poeta estudiaba las asignaturas que le faltaban para finalizar sus estudios universitarios, preparaba una edición comentada de Iriarte y un estudio sobre Alberto Lista, y proseguía sus relaciones con el mundo de la intelectualidad literaria santanderina y madrileña. Pero como ya se dijo más arriba, todo terminó de forma inesperada y fulminante en Madrid la noche del 4 de junio de 1924 en una habitación del Hotel Palace, cuando el tifus acabó con la vida del jovencísimo poeta, uno de los más secretos y singulares del ultraísmo español.

Bibliografía esencial:

-José de Ciria. Selección y estudio de Leopoldo Rodríguez Alcalde. Antología de Escritores y Artistas Montañeses, Librería Moderna, Santander, 1950.
-José de Ciria y Escalante. Obras*. Estudio preliminar de Francisco Javier Díez de Revenga. Universidad de Cantabria, Santander, 2004.

*En este libro ya se ha mencionado que Díez de Revenga ofrece unas páginas de bibliografía de consulta indispensable para quien quiera profundizar en la vida y obra de José de Ciria y Escalante, en el Ultraísmo literario o en la importancia de la revista Reflector. A este respecto cabe mencionar , por ejemplo, los trabajos de José Luis Bernal, Juan Manuel Bonet, Jorge Campos, Gerardo Diego, Melcho Fernández Almagro, Federico García Lorca, Germán Gullón, Guillermo de Torre, Gloria Videla, Arturo del Villar, Harald Wentzlaff-Eggebert…, todos recogidos en la mencionada bibliografía. Mención aparte merecen las más recientes y atinadas aportaciones de Alberto Santamaría en torno a la poesía ultraísta de Ciria.
 

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, creación, historia, artes, música y libros) como cronológicamente.