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miércoles, 28 de febrero de 2007
Alejandro Gago
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[8125] Comentarios[0]
El poeta santanderino Alejandro Gago (1927) cumplirá 80 años este mes de abril, y con ese motivo la editorial Icaria me ha encargado una antología

www.ojosdepapel.com

Juan Antonio González Fuentes

La editorial barcelonesa Icaria me ha encargado la edición de una antología dedicada a un poeta desconocido que va a cumplir ochenta años de vida el próximo mes de octubre. Se trata de Alejandro Gago (Santander, 1927), poeta casi secreto y periférico que lleva sesenta años de creación poética al margen de modas, corrientes y luces mediáticas. Se inició en la poesía tras la generación proelista de los José Hierro, José Luis Hidalgo, Julio Maruri, Ricardo Gullón..., y ahí sigue, cultivando la palabra, envejeciendo y procurando entender la vida desde un pequeño rincón de este enorme escenario que es el mundo.

El prólogo o introducción a sus versos que he escrito es el que sigue. En abril estará la antología en la calle. Espero que no les ocupe ni despreocupe el conocer a un nuevo poeta de ochenta años de edad.

“En La muerte de Virgilio, Hermann Broch dice que el lenguaje sólo es el interregno del conocimiento terrenal, y la poesía, la única actividad humana que sirve para el conocimiento de la muerte.

En el suplemento cultural del diario ABC correspondiente a la última semana de febrero de este año en curso, 2007, el escritor Andrés Ibáñez publicaba un artículo titulado “España o yo”, del que a continuación reproduzco un pequeño párrafo: “No entiendo, por ejemplo, esa pasión tan española por reírse de todo y buscar debajo de cada rosa una mierda de perro, como si la mierda de perro fuera más verdad y más real que la rosa. Nunca he entendido ese fatalismo que afirma ‘en el fondo, todos son iguales, todo es mentira’, que aquí pasa por ser una muestra de gran sabiduría”.

Y, finalmente, en el poema que Gerardo Diego escribió dedicado al poeta cántabro Alejandro Gago, podemos leer los siguientes versos: “Alejandro, yo querría/ ser de veras pintor/ para pintarte, tenor/ en una carpintería./ De las virutas saldría/ suave resplandor sereno”.

Empecemos ahora por esta última referencia, la de Gerardo. Sí, el poeta santanderino, crítico muy atinado casi siempre a la hora de emitir juicios poéticos sobre otros colegas, creo que en los pocos versos aquí traídos a colación acierta con precisión asombrosa a describir y sentenciar la poesía de su paisano Gago. Si leemos con atención lo que en sus versos expresa el autor de Manual de espumas, tendremos más o menos lo que sigue: Gerardo ve a Gago, mediante el uso de un condicional que brota directamente de la pura imaginación, como un tenor en una carpintería trabajando virutas de las que sale un resplandor suave y sereno.

La imagen, la metáfora es hermosísima, además de muy atinada y sabia. Diego contempla a Gago como un tenor, es decir, como un cantor lírico, un poeta que canta, y que emite su canto de manera lírica. Y a este poeta cantor, Gerardo lo ve además laborando en un taller de carpintería. Diego viste así a Gago con los ropajes del artesano, de un artesano que en el ejercicio de su trabajo no manipula materiales nobles (oro, plata, sedas, inciensos, brocados, perfumes...), sino modestas virutas, desechos de sencilla madera de los que sabe extraer, sin embargo, un “suave resplandor sereno”.

Lírico, artesanal, suave y sereno resplandor. ¿Cabe mejor definición de lo que es y ha sido la poesía de Alejandro Gago a lo largo del tiempo, a lo largo de casi seis décadas de cantar y cantar en el interior de un sencillo taller de carpintería, de hacer brotar la poesía del mismísimo interior de las virutas?

Gago es un poeta en voz baja, sosegado, calmoso, de eso en mi opinión tampoco cabe la menor duda. Y así lo ratifican algunas cualificadas lecturas, como la de Vicente Aleixandre, quien en carta del 20 de agosto de 1960 juzga los poemas de nuestro autor como bellos, breves e intensos; o como la de Rafael Morales, que en carta del 19 de diciembre de dos años más tarde, insiste a su vez en subrayar lo diáfano de las palabras de nuestro poeta, su honda sencillez. Gago es un cantor de palabras sencillas, en apariencia casi rudimentarias, con las que sin fatalismos gratuitos ni elevados al cuadrado, está empeñado desde sus mismos comienzos en la artesanal tarea de captar, mediante imágenes cinceladas por él a golpe de ritmo, la rosa, sólo la rosa a la que se refiere –quizá trillada pero eficaz metáfora- Andrés Ibáñez.

Sí, la rosa, sus pétalos carnosos, su tallo sólido o evanescente, sus colores variados y variables, sus complejos o simples aromas, y también, desde luego, sus espinas, a veces tan afiladas e hirientes como la más asesina de las navajas.

No participa por tanto el cantor Alejandro Gago en el empeño de situarse por encima de todo y de todos desde un cinismo perfumado con el aceite pegajoso de alguna sabiduría erudita; tampoco ha buscado ni señalado el excremento bajo la rosa. No, nunca lo ha hecho, sólo le han preocupado y ocupado la rosa y sus espinas. Ahí reside una de sus singularidades más destacadas, uno de los rasgos que lo han mantenido -¿quizá felizmente olvidado, quizá felizmente anticuado?- ­­al margen de las corrientes y caminos más transitados por la poesía española durante de las últimas décadas.

Para cerrar el pequeño círculo abierto en estas líneas, quiero señalar que en la poesía de Alejandro Gago, aplicando a rajatabla la sentencia de Hermann Broch, se trasluce desde sus orígenes un impulso radical, aunque sereno, de explorar la muerte, de entrar en contacto de algún modo con ella para entablar un diálogo (que se sabe en última instancia baldío), en busca de su más íntimo sentido, de su conocimiento y aprehensión intuitiva. A mi modo de ver, la poesía de Gago es un único y prolongado discurso lírico, un solo y extenso poema que inquiere, sin demasiados aspavientos, en voz baja, el sentido primordial de la existencia. Y lo hace además desde la íntima conciencia de ser ya parte integradora de la misma muerte, parte de la raíz natural de ella. En este sentido, podría decirse sin errar estrepitosamente, que la poesía de Alejandro Gago tiene en su conjunto vocación de réquiem, de réquiem camerístico si se quiere. Siempre en voz baja, quiero insistir en ello, nada altisonante, la poesía de Gago es un remedo de una misa de difuntos asaeteada de preguntas esencialmente retóricas, pues no propician respuestas, al menos ninguna conclusiva ni de carácter cerrado.

Los traídos hasta aquí son, en mi opinión, los elementos que a grandes rasgos vienen a caracterizar el discurso y la sencilla manera poética de Gago: una indagación lírica, y estoicamente existencial, en torno a la muerte, esa gran espina que presenta siempre la rosa, que presenta en definitiva la vida, la razón final que enmarca todo el tiempo humano y su avanzar.

Continuando diré que la trama discursiva construida por el poeta a lo largo de su obra, y cuyo sentido esencial ya ha quedado apuntado y subrayado más arriba, fluye a través de cinco grandes pilares de orden reflexivo/intuitivo que ayudan, tejidos permanentemente entre sí, a articular el trazo poético de Gago, su personal línea de canto. Estos pilares son, en mi modesta comprensión de su poesía, los que quedan perfectamente acogidos en los conceptos Vida, Esperanza, Amor, Naturaleza y Dios, entendiendo estos y aceptándolos no con un significado específico, cerrado y concreto, sino con uno o con diversos significados de carácter abarcador, cósmico, abierto, polisémico.

Vida, Esperanza, Amor, Naturaleza y Dios, altas palabras tratadas en voz baja e ingenua (si le aplicamos al respecto las teorías de Schiller e Isaiah Berlin), términos que en el canto lírico del poeta Alejandro Gago permanecen inmóviles y llenos de movimiento simultáneamente. Conceptos en principio con una notable carga positiva y redentora que, en ejercicio de rotunda paradoja, le sirven al poeta para guiarse y avanzar en la esencia abrupta y trágica de ir conociendo y tratando, con la parcialidad propia que sólo ofrecen los días, el adiós pausado a la existencia, a sus horas, a sus habitantes más próximos y familiares, a uno mismo, por supuesto. Vida, Esperanza, Amor, Naturaleza y Dios, palabras altas que llegan a la garganta del poeta no adquiridas en el ejercicio acumulativo de una sabiduría erudita, fría y libresca, sino en el transcurrir de su palpitante e intransferible experiencia vital. Me explico.

Tres acontecimientos esencialmente trágicos han jalonado las distintas fases de la vida del poeta. Tres sucesos que creo han ayudado a perfilar el sentido desnudo de su poesía, que la han encaminado en la dirección de explorar, en la medida de sus posibilidades, los caminos aproximativos del entendimiento de la muerte y del tiempo finito, marchitable y medible al que esta da valor, al que otorga su radical, su coherente dimensión sagrada y humana.

Dichos sucesos son, en la niñez, el fusilamiento de su padre, militar al servicio de la II República española; en la madurez la pérdida de un hijo en accidente de tráfico; y en la vejez la privación de su mujer, hoy extraviada en las sinuosas sendas del deterioro físico y el Alzheimer. La muerte es por tanto vieja conocida del poeta, le ha visitado desde la infancia y no lo ha dejado de mantener a cubierto con su directa y apesadumbrada sombra. Muy consciente de dicha presencia, sin duda marcado a fuego por ella, Gago se ha servido de la poesía para conocerla y sobrellevarla con la mayor dosis de lucidez posible. Y lo ha hecho además no renunciando ni mucho menos a la Vida, sino muy por el contrario afirmándola desde la Esperanza primero en el Amor, luego en un Dios genérico y aconfesional, y finalmente en el mar, el río, el viento, la flor, el pájaro, el árbol..., en definitiva, en todo lo que conforma una Naturaleza irreducible, vital, engendradora e infinita.

Alejandro Gago, poeta y tenor, tenor y poeta gerardianamente hablando, que desde el mismo interior de las virutas que se le caen al tiempo de la vida en su imparable ir hacia la muerte, ha querido cantarle siempre, suave resplandor sereno, a cada rosa del camino y a todas, a todas sus espinas.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música...) como cronológicamente.


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