viernes, 15 de junio de 2012
Miguel Ibáñez nos deja sus Fábulas y parábolas (colección La Grúa de Piedra, 2012)
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
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En los poemas de Miguel también está Dios, el Dios de nuestra tradición cristiana, sin disfraz ni medias tintas de calamares asustadizos ante la rotundidad y trascendencia del concepto. Estoy por asegurar que Miguel es el único poeta de nuestro panorama que habla de Dios en sus poemas, y debe ser de los pocos españoles que lo hacen en este mismo momento. Singularidad que no debe elevarse a categoría, pero que hay que resaltar como se merece. Miguel Ibáñez cree en el poder de la cultura, pero no tanto como para creer que esta puede cumplir el papel de Dios, es decir, el de servir de antídoto eficaz al desasosiego, a los miedos y desvaríos en que al hombre le sume la idea de la extinción, del padecimiento total. Y en contra de lo que los más listos de la clase pudieran pensar, este recurrir a Dios no hace de Miguel un poeta “camp” y “demodé”, al contrario, le sitúa a él y a su poesía en uno de los caminos básicos del pensamiento moderno, aquel que es plenamente consciente de que la razón lógica en cierta medida ha fracasado aplicada a las cuestiones del espíritu humano, a las cuestiones que hacen del hombre, hombre




Juan Antonio González Fuentes

Está decidido. No voy a volver a escribir sobre Miguel Ibáñez. No, no es que los libros de Miguel me disgusten o me disguste él como persona, más bien al contrario. Tomo la decisión precisamente porque le aprecio de verdad, y considero que merece un comentarista que señale cosas distintas a las que ya he dejado dicho en distintas presentaciones de sus trabajos, que comente su poesía desde otro punto de vista, pues tengo la seguridad de que siempre que reseño un libro de Miguel, digo exactamente lo mismo, aplicando tan solo algunas variantes sin demasiada importancia en el argumentario. Entiendo que hay una perfecta lógica en mis aproximaciones, pues una misma corriente estilística y argumental recorre de principio de a fin la obra de Miguel Ibáñez, pero le hago un flaco favor repitiendo siempre lo mismo. La aproximación crítica a su obra demanda ya otras lecturas, otros ojos, otros corazones.

Dicho lo dicho, iniciaré este acercamiento a Fábulas y parábolas (La Grúa de Piedra, 2012) subrayando una realidad quizá no demasiado subrayada hasta la fecha: dentro del variopinto panorama de la poesía escrita en nuestro entorno inmediato, Miguel Ibáñez destaca como una de las voces más singulares y, paradójicamente, más marginales de la actualidad, pues Miguel se sitúa vocacionalmente al margen de las corrientes más in, más a la moda, más güais (por utilizar un vocablo definitivamente unívoco en su blandura posmoderna e idiota) localizándose, también vocacionalmente, dentro de las corrientes más out, es decir, dentro de las corrientes líricas más orilladas precisamente por estar apegadas a las más sólidas columnas de la tradición expresiva. De ahí la paradoja. Aunque no debe extrañarnos dicho contrasentido, pues en un mundo en el que la palabra está en franca retirada, como ha dicho George Steiner; en un mundo laminado por la llamada cultura del espectáculo, cualquier uso del lenguaje poético que implique alguna complejidad y demande por parte del lector la posesión de determinadas claves culturales, se ofrece siempre a contracorriente.

 

En este sentido, la poesía de Miguel Ibáñez está, sí, a contracorriente, y lo está porque pertenece a una corriente, valga la redundancia, que bebe de las fuentes del clasicismo y la tradición, arcanos hoy casi tan ininteligibles para la mayoría de nosotros, como los fueron y lo son las osadías expresivas de los experimentos vanguardistas de los consabidos ismos. Sospecho, sin embargo, que Miguel Ibáñez sigue teniendo algo de fe en que las ideas, la poesía, enriquecen la vida, mejoran a los hombres y son el sustento de nuestra civilización. De ahí que incida en su trabajo, de ahí que estemos aquí escribiendo sobre Fábulas y parábolas. 

 

Miguel ha aprendido la lección de los maestros, y Fábulas y parábolas es, sin duda, la mejor muestra hasta la fecha. Y ha aprendido además por sí solo, mediante disciplina lectora y escritora, mediante el dominio cada vez mayor de sí y de lo que quiere contar. Miguel Ibáñez ha desarrollado un estilo muy personal, perfectamente identificable, y lo ha adaptado a la exploración de temas muy personales, pero que a la vez son los de la gran poesía de todos los tiempos. Ni los temas ni el estilo de Miguel han evolucionado demasiado a lo largo de los años, como si quisiera demostrar con tozudez que encontró muy pronto su poética, en aquella plena juventud que, ay!, poco a poco se va alejando de nosotros.

 

La de Miguel es una visión poética de la existencia y sus realidades dotada de una peculiar intimidad personal, siendo a la vez extraña, yo diría que radicalmente distante en su actitud frente a la propia experiencia poetizada. Los sueños de la juventud se revelan poéticamente en una nostalgia nada autocomplaciente, en una nostalgia con un poso casi siempre de perturbación, o mejor dicho, de efecto perturbador para el atento lector. Y este efecto solo puede nacer de la propia perturbación interior del poeta (de enorme intensidad en estas fábulas y parábolas). La ensoñación poética de Miguel Ibáñez presenta a menudo una atmósfera aristocrática, un aroma sublime, un perfume incorruptible, heredado sin duda de las autoridades literarias del pasado, demostrando el poeta, verso a verso, que es digno de aquellas, del legado recibido con indiscutible orgullo. Pero lo que mantiene a la poesía de Miguel Ibáñez a salvo de convertirse en un pastiche de poéticas del pasado es la honestidad y la constancia por sus asuntos favoritos, que siempre se imponen al simple despliegue de sus habilidades como creador de versos. Miguel se entrega a la creación de espacios imaginarios, construidos sobre su exterior cotidiano y sobre su mismidad más personal e intransferible; espacios fuera del tiempo, fuera en realidad de la realidad (aunque el atrezzo que acompaña algunas composiciones pueda llevar a confusión); espacios siempre sometidos a un ambiguo sosiego, inmóviles, fragmentos congelados de instantes vividos o sospechados, que presentan el pálpito de certezas vitales, de axiomas de una filosofía vital apurada hasta la última gota con la delicadeza de acuarelas leves, pero bajo cuyos colores transita no pocas veces el aliento inconfundible del vitriolo.

 

Los poemas de Miguel Ibáñez recogidos en Fábulas y parábolas, lo digo ya, el libro mejor, más maduro, más complejo del autor hasta la fecha, presentan una fabulosa y paradójica alteridad. Es decir, Miguel en su poesía muestra una capacidad asombrosa de ser otro, y hacer al lector que ese otro es el mismo lector, el mismo receptor del mensaje. Sin embargo estos poemas no dejan de ser a la vez bodegones precisos del propio autor. Sí, en sus poemas Miguel Ibáñez cuenta su vida interior y sus paisajes de dentro y  de fuera, pero cuando leemos sus versos, un escalofrío íntimo nos recorre por dentro, pues nos reconocemos de inmediato en lo poetizado. Esta alteridad asombrosa y fascinante es la que salva a la poesía de Miguel de parecer anticuada, es la que llama nuestra atención del primer al último verso por medio del escalofrío de quien se reconoce en un espejo que lo es sin serlo.

Miguel Ibáñez

Miguel Ibáñez

 

El propio Miguel ha confesado estos días en la prensa que con este libro “ha intentado ir más allá de lo puramente biográfico, y de la ironía y la melancolía”. Es cierto, y se nota. Pero esta reflexión del autor puede malinterpretarse en detrimento de su poesía anterior: biográfica, sí, irónica, sí, melancólica, sí, por supuesto. Pero también con la muy perfilada ola interior de ir siempre más allá en la intención última, mucho más allá de la pura anécdota boba característica de la peor poesía de la experiencia. Lo dicho hasta ahora creo que puede rastrearse sin dificultad en toda la obra de Miguel, incluidos sus espléndidos microrrelatos, algunos definitivamente geniales.  

 

A mi entender, lo que ocurre en Fábulas y parábolas es que la voluntad de Miguel de ir más allá, está definitivamente subrayada, y las capas de ironía, autobiografía y melancolía de estos poemas son más tenues, están dados los brochazos con mayor maestría si cabe; es un libro, son unos poemas más conscientes de su propósito final. Miguel es un poeta muy consciente de la banalización de la cultura imperante en nuestra contemporaneidad. Una cultura cuyo valor supremo es ahora divertir y divertirse, por encima de toda otra forma de conocimiento o ideal. Los libros anteriores de un Miguel Ibáñez plenamente consciente del tiempo que vive, presentaban quizá el disfraz de la diversión para hacerlos pasar mejor como trago amargo del contacto íntimo con el mundo, la vida y sus circunstancias. En Fábulas y parábolas los poemas no son “divertidos”, se despliegan mucho más desnudos del nutritivo edulcorante de la divertida e ingeniosa ironía. Hay en el nuevo cáliz creado por Miguel Ibáñez más amargura a cara descubierta, más metafísica de muchos quilates, más despojamiento, más desnudez, más pureza, más esencialidad, y perdonen la pedante imprecisión del término.

 

Toda la obra de Miguel presenta un evidente designio moral. Quizá hasta ahora Miguel ofrecía ese designio revestido con el dulce chocolate de la melancólica ironía autobiográfica. En los poemas que presentamos hoy, los que conforman Fábulas y parábolas morales, la carne del designio se muestra solo revestida de las sencillas túnicas del mejor decir poético, sin los ingredientes que antes endulzaban el trago, e incluso lo disimulaban.

 

En los poemas de Miguel también está Dios, el Dios de nuestra tradición cristiana, sin disfraz ni medias tintas de calamares asustadizos ante la rotundidad y trascendencia del concepto. Estoy por asegurar que Miguel es el único poeta de nuestro panorama que habla de Dios en sus poemas, y debe ser de los pocos españoles que lo hacen en este mismo momento. Singularidad que no debe elevarse a categoría, pero que hay que resaltar como se merece. Miguel Ibáñez cree en el poder de la cultura, pero no tanto como para creer que esta puede cumplir el papel de Dios, es decir, el de servir de antídoto eficaz al desasosiego, a los miedos y desvaríos en que al hombre le sume la idea de la extinción, del padecimiento total. Y en contra de lo que los más listos de la clase pudieran pensar, este recurrir a Dios no hace de Miguel un poeta camp y démodé, al contrario, le sitúa a él y a su poesía en uno de los caminos básicos del pensamiento moderno, aquel que es plenamente consciente de que la razón lógica en cierta medida ha fracasado aplicada a las cuestiones del espíritu humano, a las cuestiones que hacen del hombre, hombre. Es en la búsqueda de otros caminos, de otras vías de conocimiento; en el contacto con otras razones que podríamos llamar poéticas, es donde el poeta puede religarse al entender sin entender de su propia interioridad y de su propia exterioridad, o por decirlo con otras palabras, religarse a aquellas zonas inéditas de realidad humana que la Modernidad desdeñó empequeñeciéndonos, dejándonos incompletos. Y en este sentido, por medio de fábulas y parábolas, Miguel Ibáñez ofrece al lector su mismidad para que en ella todos nos encontremos, y si o nos sentimos explicados del todo, sí al menos nos sentimos comprendidos, y encontramos en los poemas de Miguel Ibáñez el registro poético minuciosamente humano de nuestro propio sendero, y de todo aquello que nos va conduciendo hacia donde vamos.
  

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Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes (Julio-Agosto 2011) en la revista electrónica Ojos de Papel:

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LIBRO (mayo 2011): Sándor Márai: La gaviota (Salamandra, 2011)

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LIBRO (febrero 2011)
: Luis García Jambrina: El manuscrito de nieve (Alfagurara, 2010)

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CINE (marzo 2010): Martin Scorsese: Shutter Island (2009)

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LIBRO (enero 2010): Alex Ross: El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral, 2009)

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, creación, historia, artes, música y libros) como cronológicamente.