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Charles Portis: <i>Valor de ley</i> (DeBolsillo, 2011)

Charles Portis: Valor de ley (DeBolsillo, 2011)

    TÍTULO
Valor de ley

    AUTOR
Charles Portis

    EDITORIAL
DeBolsillo

    TRADUCCCION
Eduardo Mallorquí

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 202 páginas. 7,96 €




Reseñas de libros/Ficción
Charles Portis: Valor de ley (DeBolsillo, 2011)
Por Juan Antonio González Fuentes, martes, 1 de marzo de 2011
Hay un tipo de escritor muy respetado en la tradición literaria norteamericana que si bien no es imposible de encontrar en otras latitudes, si es muy difícil que abunde. Me refiero al autor de obras de ficción de entidad literaria más que notable y de gran éxito de crítica y público que, sin embargo, no está incorporado al canon de lo que podríamos definir como alta literatura nacional, suponiendo que estos términos mantiengan hoy algún sentido, algún significado. Philip Roth, por ejemplo, pertenecería a este último grupo, el de los eternos candidatos norteamericanos al premio Nobel de Literatura. James Ellroy o Charles Portis pertenecen al primero, autores muy leídos y con espléndidas novelas a sus espaldas, como Valor de ley, que jamás de los jamases recibirán el solemne galardón sueco ni la seria bendición de las serias academias. Esto es así y yo no sabría explicar el por qué. ¿O sí? En cualquier caso no lo voy a hacer, y menos aquí.
He mencionado a Charles Portis, autor de Valor de ley, la novela que quiero hoy comentar y recomendar. Portis es uno de los ejemplos más perfectos de lo mencionado arriba. Un autor incluso con devotos fans, autor de novelas aclamadas por crítica, público y compañeros de faena…, un autor sin embargo que muy probablemente no figurase jamás en un listado breve de grandes novelistas norteamericanos contemporáneos elaborado por los departamentos de literatura de las universidades más prestigiosas europeas. ¿La razon? No lo sé con seguridad, pero seguro que el hecho de que su novela más famosa sea una novela del Oeste no es un punto a su favor.

Charles McColl Portis nacío el día de los Santos Inocentes en El Dorado, Arkansas, en 1933. No sé a ustedes, pero a mi haber nacido en El Dorado ya casi me parece todo un género literario. Portis estudió periodismo en la Universidad de Arkansas y trabajó para varios periódicos del estado, aunque antes, me parece, estuvo en la guerra de Corea como marine, cuerpo en el que llegó a ser sargento. Instalado en Nueva York, trabajó cuatro años en el New York Herald Tribune, diario del que llegó a ser jefe de la oficina de Londres. En 1964 dejó el periodismo para dedicarse por entero a escribir novelas.

Les desafío a apostar cuánto público hubiera acudido a las salas de cine españolas para ver un remake de una vieja película de John Wayne si no llevase la firma de los Coen o de algún otro cineasta reputado a derecha e izquierda, tanto monta monta tanto, aunque sea imprescindible que sobre todo monte a la izquierda

Su primer trabajo en este terreno es Norwood (1966), novela en la que ya muestra su preferencia por ficciones de viajes construidas con diálogos breves y secos, combinados con observaciones concisas que siempre hacen avanzar la narración y jamás la demoran o ralentizan. Norwood fue llevada al cine en 1970, pero sin el éxito rotundo con el que lo había hecho su segunda novela, True Grit (Valor de ley, 1968), una película dirigida por el gran Henry Hathaway que le supuso su único Oscar como mejor actor al mítico John Wayne, y que en 1969 fue uno de los films más taquilleros de la temporada. Espaciadas en el tiempo llegaron tres novelas más. The dog of the south (1979), Masters of Atlantis (1985) y Gringos (1991). Y ahora, con la nueva versión de Valor de ley realizada por los aclamados hermanos Coen, no sólo el público español y europeo acude en masa a los cines para contemplar el argumento ideado en su día por Portis, sino que incluso se ha reeditado la novela (al rebufo de la cinta, claro). Según mis pequeñas investigaciones en la red (que pudieran ser por completo erróneas, lo adelanto) de Charles Portis solo se ha publicado en español Valor de ley, y en todas las ocasiones como consecuencia del éxito de la película, como de alguna manera señalan las fechas de edición: Círculo de Lectores, 1968, 1971; Bruguera, 1969, 1970; DeBolsillo, 2011.

Soy de la opinión que sin película no hubiera habido reedición, y que sin la firma de los hermanos Coen, cineastas hoy idolatrados por los bienpensantes, no hubiera habido éxito de público y, en consecuencia, nada de reediciones. Les desafío a apostar cuánto público hubiera acudido a las salas de cine españolas para ver un remake de una vieja película de John Wayne si no llevase la firma de los Coen o de algún otro cineasta reputado a derecha e izquierda, tanto monta monta tanto, aunque sea imprescindible que sobre todo monte a la izquierda. Yo apuesto que pocos, muy pocos. Así que les agradezco mucho a los hermanos la posibilidad de leer el libro de Charles Portis. Vayamos con él.

La edición de Valor de ley de DeBolsillo está diseñada pensando en que el libro de Portis es literatura de usar y tirar. Libro barato, con una foto en la cubierta de los actores de la película de los Coen, y un sello en blanco con la leyenda best seller. Es decir, un libro para leer en el metro o en las salas de espera de los aeropuertos. Bien, aceptemos las leyes del marketing iletrado metidos a vendedor de libros.

Valor de ley es una novela del Oeste. Sí, una novela de sheriff y vaqueros, de cabalgadas, disparos, ahorcamientos, persecuciones y duelos. Una novela de aventuras, sí, evidentemente. Su trama coloca a esta novela, respecto al habitual público lector, en la estantería de la fastfood literaria. De lo que se consume sin grandes expectativas, se digiere y se defeca al poco tiempo sin ninguna consecuencia. La cuestión es que para los lectores europeos actuales, sobre todo los de cejas altas, estas características hablan de defectos, jamás de virtudes. Y el caso es que novelas mucho más endebles e infinitamente menos interesantes y verdaderas son leías con fruición por ese mismo público al que me refiero. ¿Qué les diferencia? La trama, la trama impostada. En nuestra mentalidad nada que tenga que ver con el western puede tomarse muy en serio, mientras que cualquier zanganada medievalista en la que se citen en el mismo bote incunables y autores clásicos nos deja con la pose de qué listo soy y cuánto sé. Paparruchas.

Charles Portis escribe historia de Norteamerica desde la ficción. Nos habla de los ingredientes básicos que se dieron en la construcción del gran país, de los ingredientes y de cómo se mezclaron. Y para no atosigar al lector, pero hacerlo participe de la tesis y de la hipótesis, Portis le cuenta un cuento

Vamos a ver, Valor de ley no es una obra maestra de la literatura universal, pero sí es una excelente novela de entretenimiento, ni más ni menos. La historia de Mattie está contada por Charles Portis con la agilidad del tigre y la precisión del halcón. Los personajes son de una pieza, empezando por la niña Mattie y siguiendo por el gran protagonista, el inolvidable agente de la ley, el tuerto Rooster Cogburn. El desarrollo narrativo de la historia carece de florituras superficiales. Desde el principio se va al grano y al pan se le dice pan y al vino vino. El estilo es la sequedad de las montañas del Arkansas, la del territorio que es frontera entre la civilización y lo ignoto y peligroso. La prosa de Portis es de una eficacia sobrecogedora. Y como casi toda la gran literatura anglosajona anterior a las exquisiteces modernistas y a los experimentos de Joyce, la historia que se nos narra con aparente sencillez le sirve a su autor para plantearse con seriedad entretenida, sin adjetivos ni subrayados inútiles, cuestiones básicas y eternas como el valor de la amistad, del empeño, de la honradez, de la determinación…, como el valor del valor, del valor de ley y muchos quilates. Valor de ley es una novela más sutil de lo que parece. Nos cuenta una historia de frontera, un ejemplo más de cómo se construyeron los actuales EE.UU.: violencia y determinación, la venganza como un ingrediente insustituible en la noción de justicia: quien la hace la paga, así funcionan las cosas, y la sociedad, la naciente sociedad norteamericana, no puede tolerar que el crimen quede impune. Y para que esto no suceda vale casi cualquier cosa: incluso otro crimen en nombre de la ley.

Charles Portis escribe historia de Norteamerica desde la ficción. Nos habla de los ingredientes básicos que se dieron en la construcción del gran país, de los ingredientes y de cómo se mezclaron. Y para no atosigar al lector, pero hacerlo participe de la tesis y de la hipótesis, Portis le cuenta un cuento. Se trata de explicarle muchas cosas trascendentales al lector pero sin que éste se dé cuenta de que le están dando una lección. El jarabe se condimenta de tal forma que se traga sin pestañear. Valor de ley es en este sentido un jarabe perfecto: rico, sabroso y saludable.

Portis quiere contar una historia de frontera, quiere novelar, insisto, una fase de la construcción de los EE.UU. Y para lograr su objetivo, se inventa una aventura. La de la niña de catorce años Mattie, la hija de Frank Ross, a quien uno de sus trabajadores asesina a tiros para robarle un caballo y unos dólares. El suceso se produce en un territorio en el que la ley es un ente endeble. El asesino se adentra en territorio indio, en un territorio mítico, libre, por el que deambulan los fuera de la ley, los fuera de la Civilización. Pero Mattie, a sus catoce años, no puede dejar el hecho impune. Debe haber un castigo. Y recurre “pagando” al más implacable y cruel representante de la ley de la zona, Rooster Cogburn, una especie de vagabundo con placa con el pasado tan negro como un delirante asesino en serie. Mattie y Rooster comienzan la persecución, y la aventura cambiará para siempre a los dos protagonistas. Nada es lo que parece. Esa es la primera conclusión a la que se llega.

La historia así contada, resumida, desvela su origen y tradición. Se trata de uno de los asuntos más queridos y utilizados en varias ocasiones por algunos de los grandes maestros de la literatura decimonónica británica: Dickens, Conrad, Stevenson… Me refiero al viaje iniciático emprendido por un niño o adolescente. Ese viaje en cuyo transcurso, y a través de todo tipo de experiencias, deja de ser un niño para convertirse en un hombre. Y en ese viaje, el ejemplo que más deja huella, que mejor ayuda a revelar la verdadera esencia del muchacho, es de la un hombre mayor con reputación nada intachable. Podría poner al respecto muchos ejemplos de los autores señalados, pero me quedaré solo con uno, sin duda el más evidente y reconocible, el de La isla del tesoro de Stevenson, en cuyas páginas el joven Jim Hawkins aprende las principales lecciones de la vida (las dulces y las amargas) de un viejo pirata con pata de palo llamado Long John Silver.

El territorio indio de Arkansas es para Portis lo que para Stevenson fue la isla del tesoro y el buque La Española. Mattie es un remedo de Jim, y es muy fácil identificar al viejo y malhumorado Rooster con el viejo malhablado John Silver. Las dos historias comparten una misma cosa: el tesoro. Un tesoro que es el descubrimiento dulce y doloroso de la vida. A Jim le fue un poco mejor en la vida que a Mattie por lo que ellos mismos cuentan en sus libros, pero para ambos el viaje iniciático emprendido junto a la figura de un hombre mayor complejo e incalificable, fue lo más memorable de sus vidas.
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