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James Ellroy: <i>A la caza de la mujer</i> (Mondadori, 2011)

James Ellroy: A la caza de la mujer (Mondadori, 2011)

    TÍTULO
A la caza de la mujer

    AUTOR
James Ellroy

    EDITORIAL
Mondadori

    TRADUCCCION
Monserrat Gurguí y Hernán Sabaté

    OTROS DATOS
Barcelona, 2011. 228 páginas. 18,90 €



James Ellroy en abril de 2009 foto de Mark Coggins;fuente, wikipedia)

James Ellroy en abril de 2009 foto de Mark Coggins;fuente, wikipedia)


Reseñas de libros/No ficción
James Ellroy: A la caza de la mujer (Mondadori, 2011)
Por Juan Antonio González Fuentes, lunes, 4 de abril de 2011
Empecemos por el principio. A la caza de la mujer (Mondadori, 2011) del novelista James Ellroy es un libro de memorias. Prosigamos. Lee Earle Ellroy, es decir, James Ellroy (Los Angeles, 1948), es uno de los más importantes autores de novela negra de las últimas décadas en los EEUU, estatus que comparte con otros escritores como James B. Sallis, Walter Mosley, Elmore Leonard, James Crunley o Ed McBain. La brillante posición de Ellroy dentro del panorama narrativo negro estadounidense está apoyado en la publicación de novelas como La dalia negra, L. A. Confidential (las dos llevadas por Hollywood al cine), América (considerada por Time la mejor novela norteamericana de 1995) o Seis de los grandes (mejor libro del año 2001 para Los Angeles Times). Continuemos. A la caza de la mujer no es el primer libro memorialístico de Ellroy. De dicha condición ya gozaba , mejor libro del año 1996 para Time y uno de los mejores para The New York Times. Bien.
A la caza de la mujer es el libro de memorias o autobiografía de un escritor más peculiar y desconcertante que he leído hasta la fecha. Quiero decir que quien abra sus páginas y comience su lectura no se va a encontrar ni por asomo con lo habitual. Nací en..., mi familia..., mi infancia transcurrió..., mi formación..., comencé a escribir..., mis influencias..., mi primer libro lo publiqué... Nada de esto, ni por asomo. El pistoletazo de salida de esta historia ocurre cuando el autor tenía diez años. Sus padres se habían divorciado y un día su madre, la enfermera Jane Hilliker, le preguntó con quién de los dos prefería vivir. El niño Ellroy, sin dudarlo un segundo, eligió a su padre. También sin dudarlo un instante su madre le partió la cara dándole una sonora bofetada. El niño Ellroy, desde el suelo, deseo en su fuero interno que Jane muriera. Tres meses después de que el niño deseara la muerte de su madre, esta era asesinada en la zona deprimida de la ciudad de Los Angeles donde habitaban.

Este es el verdadero, desquiciado y truculento comienzo de la vida de James Ellroy, un suceso que está en el origen de todos los elementos básicos sobre los que se ha levantado el inestable edificio de la existencia del escritor: la búsqueda de la madre muerta en las otras mujeres, su relación con el sexo que pide a gritos un diagnóstico médico, una adolescencia y juventud propia de un delincuente perturbado, su salvaje y poco intelectualizada naturaleza literaria, y su alergia indomable a lo que podría llamarse sensatez. En resumidas cuentas, A la caza de la mujer no debería ser pasto de la crítica literaria, sino de un congreso de psiquiatría.

Tras el asesinato de su madre, la vida de Ellroy se convierte en una montaña rusa de inestabilidad buscada, degradación, deriva existencial y pobreza. Alérgico a la enseñanza académica, Ellroy es expulsado del instituto, ingresa en el ejército, deja el ejército para cuidar de su padre enfermo y tras la muerte de éste da comienzo el completo delirio

Tras el asesinato de su madre, la vida de Ellroy se convierte en una montaña rusa de inestabilidad buscada, degradación, deriva existencial y pobreza. Alérgico a la enseñanza académica, Ellroy es expulsado del instituto, ingresa en el ejército, deja el ejército para cuidar de su padre enfermo y tras la muerte de éste da comienzo el completo delirio: vagabundeo permanente y sin objeto por las calles de la ciudad, entrega a tumba abierta al alcohol y las drogas, obsesión perturbada por las chicas, allanamiento de moradas y práctica de pequeños delitos, encarcelamiento, hábitos de obseso sexual, enfermedades, y adopción de una ideología propia de un conservador racista enfrentado a todas las ideas y posturas de la progresía hippie de la costa oeste norteamericana.

Pero James Ellroy vislumbró entre las olas de su naufragio una tabla de salvación: la ambición literaria y su propio talento. Visitó Alcohólicos Anónimos, sobrevivió trabajando como caddie en campos de golf californianos y comenzó a escribir novelas, relatos y a publicarlos. El resto es bastante conocido por los aficionados a la novela negra de todo el mundo. El éxito, la adaptación de algunas de sus historias al cine, la riqueza material, el reconocimiento del mercado editorial, lecturas y conferencias, viajes fructíferos por diversos países, etc... Pero no, A la caza de la mujer no se demora en estos acontecimientos. Sí, están desgranados por las páginas del libro pero no son ni mucho menos la principal corriente por la que discurre la historia, son solo datos, colores que matizan y avivan la historia, detalles que provienen de pequeños afluentes cuyas aguas enriquecen la corriente principal. ¿Cuál? La caza de la mujer, de esa mujer con cuya relación lograr destruir el mito de propia creación: el de la madre asesinada, condenada de alguna manera por la ira maldita del hijo abofeteado, humillado. Este libro de memorias de James Ellroy es en resumidas cuentas la narración de cinco décadas de búsqueda obsesiva y apasionada de una mujer, la mujer que debía imponerse a la madre muerta, a Jane Hilliker; el clavo que sacase al otro clavo, o el clavo que se convirtiese de alguna manera en el viejo clavo mitológico y perennemente presente y desaparecido. Cinco décadas con sus estaciones, con mujeres cazadas que finalmente no fueron la pieza anhelada: Helen, Joan y Karen, todas ellas amantes, madres, amigas, putas, colegas, esperanzas, ilusiones, pasiones, fracasos, travesías y decepciones. Tres historias de amor-odio reseñables y duraderas; tres paraísos-cárcel, tres promesas de cielo y salvación que acabaron enseñando de alguna forma los colmillos propios del infierno; tres falsas ilusiones convertidas en pasajes emocionales que conducen momentáneamente a estados de gracias. A estas tres historias hay que sumarle otra, la última, al menos de momento: la última mujer cazada, la mujer a la que está dedicado el libro y que al sesentón James Ellroy al parecer le está proporcionando hoy los anhelados límites estrictos que nunca tuvo y tanto le convienen: Erika Schickel.

Los golpes le llegan al lector en forma de lluvia y acaban haciéndole mella en el ánimo y la inteligencia. Insisto, esta lectura hiere y fascina a un mismo tiempo, de ahí quizá su naturaleza inolvidable. Sí, porque quien lea este libro no lo olvidará nunca, siempre se acordará de su autor, para bien o para mal

Ellroy es el más visible continuador de lo que en su día iniciaron tipos como Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Estas memorias amorosas (en cierto sentido estamos antes un desquiciado y no muy galante Casanova de nuestro tiempo, o ante un nuevo don Juan destinado al diván vienés de Freud) tienen banda sonora y estilo literario. La banda sonora la indica cada poco el propio Ellroy: Beethoven, el mismo que le escribía en la última etapa de su vida a una amada misteriosa y sobre la que la historia de la música y la cultura occidentales llevan siglos trabajando. Beethoven es para Ellroy el autor de la mejor banda sonora, la que a la vez comprende en cada compás todo el horror y todo el amor del mundo. En este sentido este libro de Ellroy es una sinfonía de ambición beethoveniana: cada capítulo, cada tramo literario aspira a contener a la vez iguales dosis de depravación, locura, insensatez y desquiciamiento patológico, que de amor sincero, generosidad, ilusión, sueños y entrega.

Y si A la caza de la mujer tiene música, banda sonora, tiene sobre todo estilo, es decir, hechuras y artesanía literaria de primer nivel. Ellroy deja en estas páginas un texto que tiene vocación de cuchilla de afeitar, es decir, vocación cortante. El lector sangra leyendo este libro, pues este libro produce heridas, no deja indemne. La narrativa de Ellroy tiene aspiración telegráfica, y al lector le llega como podría hacerlo el más violento puñetazo de Mike Tyson. No hay barroquismos, no hay delicuescencias, no hay citas sofisticadas, no hay pasajes ornamentados, no hay ni tin, tirintintín, ni tan, tarantantán..., se da solo el perfil acerado de una bayoneta. La de Ellroy es una prosa de cemento armado, dura y fuerte, breve y directa. La delicadeza sofisticada está en las soldaduras de los párrafos, en la construcción del andamiaje, en la alta calidad del encofrado literario que sostiene, reúne y presenta las frases cortantes y multi significativas. Así Ellroy es un peso superpesado que pretende acabar el combate cuanto antes, descargando sobre el lector una verdadera lluvia de golpes directos al hígado y al mentón, pero buscándole a este mismo lector los huecos donde colocar los golpes por medio de un juego de piernas ágil, eficaz, profesional, hermoso en su contundente eficacia. Los golpes le llegan al lector en forma de lluvia y acaban haciéndole mella en el ánimo y la inteligencia. Insisto, esta lectura hiere y fascina a un mismo tiempo, de ahí quizá su naturaleza inolvidable. Sí, porque quien lea este libro no lo olvidará nunca, siempre se acordará de su autor, para bien o para mal.

Ellroy dice mucho con pocas palabras, su economía verbal es marca de fábrica. Nunca hay adornos ni florituras, tan solo la belleza y plasticidad del lenguaje más directo y contundente. El reguero de pólvora de su prosa retrata a fuego una de las caras peculiares de la multifacética Norteamérica: me refiero a la que de forma probablemente inconsciente está emparentada con el fascismo o por lo menos con algunos de sus rasgos. Sí, Ellroy retrata su inmenso país de costa a costa con ironía descarnada y siempre con tonos pesimistas y desesperanzados. Claro que esos mismos colores también se los aplica a sí mismo, a la historia de su existencia, a sus relaciones, a su experiencia vital. El personaje que sale peor parado en esta narración es él mismo, aunque en su caso las últimas páginas del libro sí ofrecen una puerta entreabierta a la esperanza, y esa puerta lleva por nombre amor, es decir, Erika Schickel, la última “pieza cobrada” en la caza de la mujer. A Ellroy se le conoce en su país por un sobrenombre: Demon Dog of American Crime Fiction (El Perro Demoníaco de la literatura policíaca americana). Pues bien, este libro son las memorias descarnadas del perro demoniaco, de ese perro que desde los diez años, y durante más de medio siglo, está empeñado en la caza de un mujer que le sobreponga al mito de su madre asesinada y maldecida, Jane Hilliker.
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