miércoles, 21 de septiembre de 2011
Cuando fui un torero feliz
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Artes en Blog personal por Artes
Repaso las fotos de mi infancia. Aparezco en ellas con hermanos, primos y amigos. Se nos puede ver con balones, sombreros de cowboy, cananas con revólver, vestidos de racinguistas, culés o merengones, practicando simulacros de natación en la orilla de la Primera de El Sardinero, comiendo helados de Capri, posando como un grupo de caníbales en los jardines de Pereda, con bicicletas, patinetes, a la salida del extinto cine Capitol, subidos a los árboles de la Alameda, tocados incluso con el exótico gorro de piel de castor que le era propio a tipos como Daniel Boone o David Crockett..., pero jamás se nos ve vestidos de toreros ni haciendo ningún gesto del que pudiera deducirse un desplante, un quite, un pase de pecho, una manoletina. Nada de nada, ni por asomo




Juan Antonio González Fuentes

Cuando hace meses leí la biografía Juan Belmonte, matador de toros (Libros del Asteroide) de Manuel Chaves Nogales, considerada un canon del género en español y una de las mejores biografías escritas en España a lo largo del siglo XX, una de las estampas que más llamó mi atención fue la de las decenas, centenares de niños sevillanos aprendiendo a torear en las calles y plazas de la capital andaluza en los años que inauguraban el siglo XX. Leí esos párrafos con la misma sorpresa y curiosidad con la que imagino pudiera leerlos ahora mismo un sueco, por ejemplo.

Nací en Santander y no he vivido nunca en ninguna otra ciudad, salvo unos pocos meses en Leicester (Inglaterra), gracias a una beca Erasmus, y mi siempre epidérmica experiencia madrileña gracias a las vivencias de innumerables fines de semana desde hace poco más o menos cuatro años. Mis cortocircuitos son santanderinos, al igual que le sucede a mi limitado disco duro y a mi ADN norteño. Y puedo asegurar ante cualquier nativo o extranjero que la imagen de niños santanderinos jugando a torear, a ser toreros, en las calles y plazas de la ciudad es sencillamente una entelequia, un imposible en la naturaleza de nuestra realidad. Lo cierto es que ya no es frecuente ver jugar a los niños en la vía pública de casi ninguna ciudad del mundo desarrollado, pero los pocos que lo hacen juegan con balones, saltan combas, se persiguen corriendo a toda velocidad..., pero jamás les he visto en Santander dando pases imaginarios al toro de su memoria con un trapo en la mano. Desconozco si en Sevilla prosigue la liturgia en la que participó el niño Belmonte hace más de cien años. Se lo preguntaré este verano a mi amigo Ricardo Sánchez de Movellán, también con ADN santanderino pero transplantado hace décadas a orillas del Guadalquivir. Quizá él me aporte noticias frescas y veraces al respecto.

Manuel Chaves Nogales: Juan Belmonte, matador de toros (Libros del Asteroide, 2009)

Manuel Chaves Nogales: Juan Belmonte, matador de toros (Libros del Asteroide, 2009)

Repaso las fotos de mi infancia. Aparezco en ellas con hermanos, primos y amigos. Se nos puede ver con balones, sombreros de cowboy, cananas con revólver, vestidos de racinguistas, culés o merengones, practicando simulacros de natación en la orilla de la Primera de El Sardinero, comiendo helados de Capri, posando como un grupo de caníbales en los jardines de Pereda, con bicicletas, patinetes, a la salida del extinto cine Capitol, subidos a los árboles de la Alameda, tocados incluso con el exótico gorro de piel de castor que le era propio a tipos como Daniel Boone o David Crockett..., pero jamás se nos ve vestidos de toreros ni haciendo ningún gesto del que pudiera deducirse un desplante, un quite, un pase de pecho, una manoletina. Nada de nada, ni por asomo.

Y sin embargo, ahora que me veo forzado al recuerdo bajo coacción del amigo Acebo, en la bruma densa de mi memoria empieza a dibujarse con alguna nitidez la difusa sombra del torero que pude ser. Sí, empiezo a recordar. Me veo a mi mismo en la playa de Galizano. Seguro que es domingo de verano, pues entonces era cuando la familia González Fuentes emprendía la preceptiva excursión hacia las playas de la provincia formando larga caravana junto a otras familias amigas. Íbamos en el SEAT 850 dos puertas de color amarillo con el que un año llegamos incluso a acercarnos a las costas de Alicante. En la cesta playera de mimbre había tortillas de patata y filetes empanados. En la nevera portátil abundaba el agua, los botellines de cerveza y la fruta de temporada. El minúsculo maletero del 850 se llenaba también con bolsas de playa, balones, toallas, aletas, colchonetas, gafas de bucear, la obligatoria sombrilla y demás accesorios playeros. En Galizano nos juntábamos con otras familias: los Pérez del Molino, los Incera, los Mendieta..., en resumidas cuentas, todo un campamento de extensión considerable en el que muy bien podrían juntarse más de dos decenas de niños, y en el que había comida para resistir un asedio militar en toda regla, y juguetes para tener entretenidos durante dos años a los huéspedes de un jardín de infancia de tamaño mediano.

El caso es que sí me recuerdo a eso de las seis de la tarde, felizmente exhausto de tanto jugar con las olas, negro por el sol y blanco de salitre, cogiendo la toalla de tonos rojizos y, fijándome en mi propia sombra, dando pases con el improvisado capote a un toro inventado al que recibía no solo con valor y riesgo, sino siendo además consciente de estar moviéndome con gracia y componiendo en el inmenso albero de Galizano una estampa de singularidad estética del todo indiscutible. Recuerdo que giraba la cadera sosteniendo el trapo con las dos manos para acabar la faena haciendo que la toalla cogiese vuelo en el aire y recuerdo, quiero insistir en ello, que la secuencia, proyectada en la sala oscura del cine de mi mente, me producía un gran placer íntimo, y estaba además convencido de que quien se fijase en mí, también experimentaría el gusto de lo estético, de lo hermoso. En conclusión, yo también jugué a ser torero, quise serlo con convicción y bajo el encantamiento feliz del verano, la playa, el mar, la infancia. Sí, hace muchos años, fui un torero feliz.

***


Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes (Julio-Agosto 2011) en la revista electrónica Ojos de Papel:

LIBRO: John Williams: Stoner (Baile del Sol, 2011)

LIBRO (junio 2011): Sinclair Lewis: Doctor Arrowsmith (Nórdica, 2011)

LIBRO (mayo 2011): Sándor Márai: La gaviota (Salamandra, 2011)

LIBRO (abril 2011: James Ellroy: A la caza de la mujer (Mondadori, 2011)

LIBRO (marzo 2011): Charles Portis: Valor de ley (DeBolsillo, 2011)

LIBRO (febrero 2011)
: Luis García Jambrina: El manuscrito de nieve (Alfagurara, 2010)

LIBRO (enero 2011): Nicholson Baker: El antólogo (Duomo Ediciones, 2010)

LIBRO (diciembre 2010): William Kennedy: Roscoe, negocios de amor y guerra (Libros del Asteroide, 2010)

LIBRO (noviembre 2010): Joyce Carol Oates: Bestias (Papel de Liar, 2010)

LIBRO (octubre 2010): Kazuo Ishiguro: Nocturnos (Anagrama, 2010)

LIBRO (septiembre 2010): Andrés Trapiello: Las armas y la letras. Literatura y guerra civil (1936-1939) (Destino, 2010)

LIBRO (julio 2010): Oriol Regàs: Los años divinos (Destino, 2010)

LIBRO (junio 2010): Peter Sloterdijk: Ira y tiempo. Ensayo psicopolítico (Siruela, 2010)

LIBRO (mayo 2010): Irène Némirovsky: El caso Kurílov (Salamandra, 2010)

LIBRO (abril 2010): Elizabeth Smart: En Grand Central Station me senté y lloré (Periférica, 2009)

CINE (abril 2010): Kathryn Bigelow: En tierra hostil (2008)

LIBRO (marzo 2010): Patrick McGilligan: Biografía de Clint Easwood (Lumen, 2010)

CINE (marzo 2010): Martin Scorsese: Shutter Island (2009)

LIBRO (febrero 2010): Oliver Matuschek: Las tres vidas de Stefan Zweig (Papel de Liar, 2009)

LIBRO (enero 2010): Alex Ross: El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral, 2009)

CINE (enero 2010): James Cameron: Avatar (2009)


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, creación, historia, artes, música y libros) como cronológicamente.