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viernes, 15 de mayo de 2009
Kiki de Montparnasse, el violonchelo de Man Ray descrito por Botín Polanco
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[11212] Comentarios[0]
En el sórdido interior, Kiki de Montparnasse decía una canción desafinada. Oyéndola cantar en aquel antro, vestida lijosamente con un trajo color de rosa y con un mechón despeinado sobre la frente, podía creerse que se había sorprendido a una mujer fatal en su propia salsa


Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Las enciclopedias más lacónicas nos dicen que Alice Prin, (Châtillon-sur-Seine, 1901- Sanary-sur-Mer, 1953), también conocida como Kiki de Montparnasse, fue una modelo, cantante y actriz francesa que se convirtió en musa de importantes artistas internacionales (Soutine, Picabia, Cocteau, Calder, Man Ray, Pablo Gargallo...) de principios del siglo XX.

En efecto, cuando uno lee trabajos sobre la vida cultural parisina del periodo de entreguerras, la figura de Kiki aparece y desaparece como un Guadiana en torbellino alocado y reluciente. Uno de los iconos más imperecederos de aquellos tiempos tiene precisamente a Kiki como protagonista. Se trata de la célebre fotografía de Man Ray en la que la espalda de la modelo aparece convertida en violonchelo inolvidable.

Pues bien, estos días estoy leyendo Logaritmo, la novela vanguardista del santanderino Antonio Botín Polanco (1898-1956) que acaba de reeditar la nueva editorial Quálea con estupenda introducción del poeta Alberto Santamaría. La novela, de la que hablaremos más por extenso en otro post, me está resultado muy interesante. A su protagonista, Carlos, lo acabo de dejar en ese París del que he hablado más arriba, y lo he dejado entrando en un local en el que Kiki es la principal atracción. No dudo tras leer la descripción del ambiente y de la propia Kiki de Montparnasse, que Botín Polanco, nuestro novelista pariente de los banqueros, estuvo realmente algunas noches contemplando las evoluciones de la modelo cantante en algún tugurio parisino.

Lo que ofrece Botín Polanco, en este sentido, es un testimonio realmente sugerente: el de un letraherido señorito santanderino, con claras influencias en su escritura del manejo de imágenes greguerías de Gómez de la Serna, que plasma su impresión de los tugurios parisinos de los años 1930 (la novela vio la luz en 1933) en los que reina la bohemia destartalada encabezada en estas páginas por la famosa Kiki de Montparnasse.

Fotografía de Man Ray

Fotografía de Man Ray

El fragmento me parece sabroso y quizá impagable para los interesados en aquellos tiempos de experimentos y vanguardias parisinas. Les dejo con Carlos, quiero decir con Botín Polanco..., les dejó con la célebre Kiki, la de la espalda hecha violonchelo:

“En el sórdido interior, Kiki de Montparnasse decía una canción desafinada. Oyéndola cantar en aquel antro, vestida lijosamente con un trajo color de rosa y con un mechón despeinado sobre la frente, podía creerse que se había sorprendido a una mujer fatal en su propia salsa.

Kiki había sido esa niña que vende cualquier cosa, cerillas o periódicos, en cualquier calle, mientras llega el momento de venderse ella misma. Kiki había sido esa niña que hay en todas las ciudades del mundo, que se hace popular por su desvergüenza hasta que la prostitución la sume en el incógnito al sorberla. Pero como París es una sabia alcahueta, el año anterior Kiki cobraba quinientos francos cada noche por cantar insolencias en un sitio elegante, y un editor escribió sus memorias para vender una gran tirada.

Kiki desafinaba.

Por los bordes de su lujoso vestido color de rosa desbordaba una carne desmoronada. Hacía unos gestos procaces que resultaban lamentables en su arquitectura de derribo y la producían inopinadas pérdidas de equilibrio. En sus ojos redondos vagaba esa mirada imprecisa de las vacas de leche, máquinas industriales, vacas automáticas.

Kiki sonreía.

No podía saberse qué extrañas resonancias provocaban en sus oídos los aplausos, porque Kiki, tras unos pasos inciertos de una danza arbitraria, se vino al suelo en medio de la sala. Su caída no fue la de quien lleva a cuestas el fardo de la embriaguez, sino más bien la del fardo en descarga. No había sombras de vino en su mirada. Sin duda algún coleccionista de mujeres fatales y pagables la había habituado a la cocaína. El rastro de la droga la hizo descalzarse y remangarse las faldas.

Kiki nadaba.

Un culotte color de rosa interrumpía la visión de unos muslos con fisonomía de embutido. Los brazos de la nadadora de mares de madera se movían entre unas palabras mal pronunciadas, vagas explicaciones de aquella natación insospechada. La levantaron del suelo y ella se echó de bruces sobre una mesa para seguir nadando, mientras fijaba en Carlos una mirada de ciego de gota serena, de naúfrago y de vaca. La hizo caer de nuevo al suelo una potente brazada.

Kiki se revolcaba.

Carlos sentía el pavor de ver revolcarse aquel montón confuso de carne y alma, mezclado a la satisfacción de mirar el literario tópico de la mujer fatal tirado por los suelos de la tasca.

Por fin se llevaron a Kiki, despeinada y descalza hacia la puerta de la calle, a que el viento frío de la noche la serenase o la matara. Quizá repitiera su exhibición de nadadora de mares secos sobre el asfalto de la acera, ante esos galeotes de la navegación en taxi amarrados al duro banco de abrir y cerrara portezuelas.

Como Kiki tenía apenas veintiocho años, entre aquellos forzados de la propina incierta quizá se hallaba su seductor, el que por un azar descorrió ante ella el velo del amor, si amor puede llamarse a ese instinto fugaz del asfalto de la calle macerado en la noche por tantos tacones siniestros”. 

***

Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:

-LIBRO: Philip Roth, Indignación (Mondadori, 2009)

-CINE: Kevin Macdonald, La sombra del poder (2009)


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.


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