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Jacob Weisberg:: La tragedia Bush (RBA Libros, 2008)

Jacob Weisberg:: La tragedia Bush (RBA Libros, 2008)

    TÍTULO
La Tragedia Bush

    AUTOR
Jacob Weisberg

    EDITORIAL
RBA Libros

    TRADUCCCION
Josep Sarret Grau

    OTROS DATOS
Barcelona, 2008. 336 páginas. 24 €



Jacob Weisberg (foto procedente de www.leighbureau.com)

Jacob Weisberg (foto procedente de www.leighbureau.com)


Reseñas de libros/No ficción
Jacob Weisberg: La tragedia Bush (RBA Libros, 2008)
Por Francisco Fuster, martes, 6 de enero de 2009
La del 1 de mayo de 2003 estaba destinada, al menos en la ingenua mente de George W. Bush, a pasar a la historia como una de esas fechas que elevan el orgulloso espíritu patriótico de todo norteamericano, uno de esos hitos que justifican el sufrimiento y la implicación de un país entero en una peligrosa aventura. Ese primero de mayo, la nación americana en pleno delante del televisor escuchaba las beatíficas palabras pronunciadas por el presidente Bush en un marco incomparable y con ocasión de un acontecimiento mil veces anhelado. En el portaaviones Abraham Lincoln y con el lema “Misión cumplida” en una enorme pancarta estratégicamente colocada a sus espaldas, el comandante en jefe del ejército de los Estados Unidos de América y presidente del país, George W. Bush, pronunciaba un emocionado discurso en el que anunciaba el final de la Guerra de Irak y el inicio de la labor de reconstrucción de ese país.
Era sin duda el día más feliz en los tres años de mandato que llevaba el ex-gobernador de Texas al frente de la Casa Blanca, a donde había llegado –que a nadie se le olvide– después de un polémico recuento electoral en Florida y siendo –junto a John Quincy Adams– el único hijo de un ex presidente del país que conseguía emular a su padre. Pasadas estas primeras dificultades, Bush tuvo la desgracia de encontrarse en el cargo de mayor responsabilidad de la nación en uno de los momentos más críticos que ese país ha debido de afrontar a lo largo de su historia más reciente: los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Siendo relativamente corto –menos de dos años– dentro del contexto de los ocho años de gobierno Bush, hay que decir, sin embargo, que este periodo transcurrido entre la trágica fecha de los atentados y la imagen de Bush felicitando al cuerpo de marines en la cubierta del Abraham Lincoln, es la etapa crucial en su presidencia, el tiempo durante el cual George W. Bush tomó las dos erráticas decisiones que iban a marcar su paso por la Casa Blanca: la invasión de Afganistán primero, con la firme convicción de poder encontrar a Osama Bin Laden como máximo responsable por los atentados; y, sobre todo, la invasión de Irak en marzo de 2003 con el propósito de derrocar el régimen autoritario de Saddam Hussein y encontrar unas supuestas armas de destrucción masiva. Esta decisión de embarcar al país en una guerra, unida a su elitista política económica y a su peculiar concepción religiosa y moral de la política, han hecho que, pese a su reelección en 2004, Bush haya habido de hacer frente a un clima de malestar y protesta social desconocido desde los años de la Guerra de Vietnam, alcanzando unos índices de desaprobación a su gobierno que –según la última encuesta de Gallup– rebasan los registros más negativos de sus antecesores en el cargo, al situarse nada menos que en el 69%.

Weisberg da por supuesto como un hecho que no requiere mayor demostración, que nadie discute, el fracaso de la presidencia Bush. Saltándose así el examen de esa aseveración que presupone, el ensayo aborda con detalle el análisis psicológico de una relación que Weisberg califica de edípica y, como si de un estudio de caso freudiano se tratara, se adentra en la psicología del presidente Bush

Si esto ha sucedido a escala nacional, qué decir de los círculos de la política internacional. Exceptuando algunas sonadas adhesiones como las que dieron lugar al llamado Pacto de las Azores con José María Aznar y Tony Blair, la crítica internacional ha coincidido en señalar la pérdida de influencia y el deterioro de la imagen de los Estados Unidos en el exterior durante estos últimos ocho años.

En paralelo a todo esto, hay que decir que el gobierno republicano de la Administración Bush en general y la figura del presidente en particular han generado una ingente bibliografía de todo tipo y condición. Se pueden contar por miles –la mayoría críticos pero también algunos adulatorios– los volúmenes, biografías, ensayos y artículos periodísticos que se le han dedicado durante las dos legislaturas en el poder a George W. Bush y a algunos de los miembros de su afamada Administración. Como suele ocurrir en estos casos, dentro de estos ríos de tinta navega todo lo imaginable, desde simples panfletos injuriosos hasta encomiásticos memoriales glosando las virtudes de un enérgico y valiente presidente, pasando por una interesante serie de ensayos críticos, pero argumentados y razonados, que han llegado últimamente a las librerías españolas a través de sus traducciones, en este cíclico renacer del interés por lo americano que ha despertado en nuestro país la reciente elección de Barack Obama. Dentro de este grupo de ensayos estaría el balance de la presidencia de George Bush hecho por Paul Krugman en Después de Bush y, desde un punto de vista también crítico, pero con un enfoque radicalmente diferente, el ensayo La Tragedia Bush (The Bush Tragedy), publicado por Jacob Weisberg a principios de año y de reciente aparición en castellano editado por RBA.

Jacob Weisberg es jefe de redacción de la revista Slate y creador de la serie Bushisms (“Bushismos”), una recopilación de las famosas ocurrencias con que Bush nos ha deleitado a lo largo de sus años en el gobierno. Weisberg es también un periodista acreditado y respetado por alguna de sus publicaciones anteriores y un considerado escritor de ensayos como demuestra en este libro. La Tragedia Bush es una obra que, siendo completamente subjetiva en su enfoque y conclusiones, presenta una estructura muy bien cuidada y unos razonamientos construidos a partir de hechos documentados y probados.

Weisberg concibe la personalidad de Bush como el resultado de un proceso de imitación o admiración primera por la figura paterna –durante los años de juventud–, seguido de un proceso de negación de este influjo original (...). Como quien quiere deshacerse de la carga que supone llevar un apellido que implica la pertenencia a una dinastía o un clan, Bush júnior habría actuado durante su presidencia, según Weisberg, de forma totalmente opuesta a como él pensaba que lo había hecho su padre

Si me he decidido a leer y reseñar este libro sobre George Bush y no otro de los muchos que se han publicado, es porque se trata de una obra relativamente original en su planteamiento. El libro de Weisberg no es ni mucho menos una biografía al uso, de esas que abundan últimamente en los anaqueles de novedades de nuestras librerías. Tampoco es –que a nadie le confunda el título– un libro sobre el desastre que ha supuesto el gobierno de Bush para los Estados Unidos y para el mundo. No es nada de todo eso. La Tragedia Bush es para Weisberg la tragedia de la familia Bush y, especialmente, la dramática y tortuosa relación paterno-filial entre George H. W. Bush (41º presidente de los Estados Unidos) y su hijo George W. Bush. Weisberg da por supuesto como un hecho que no requiere mayor demostración, que nadie discute, el fracaso de la presidencia Bush. Saltándose así el examen de esa aseveración que presupone, el ensayo aborda con detalle el análisis psicológico de una relación que Weisberg califica de edípica y, como si de un estudio de caso freudiano se tratara, se adentra en la psicología del presidente Bush comparando su drama familiar con el trazado por Shakespeare en Enrique V. Para Weisberg, el padre Bush sería el rey Enrique IV, mientras que el hijo Bush cumpliría en la realidad el papel del príncipe Hal en el drama shakesperiano, el joven rebelde y disoluto que acaba convirtiéndose en el gran Enrique V, el más belicoso de los reyes ingleses.

Sobre la base de este paralelismo literario está construida toda la trama de Weisberg, que parte de un argumento primordial que define la vida de George W. Bush: su complejo de Edipo y el sentimiento revanchista y de superación que le inspira su kafkiana figura paterna. Sin entender esto, dice el autor, es imposible comprender nada: “La relación padre-hijo ocupa el centro mismo de la segunda presidencia Bush y de su espectacular y evitable fracaso. Todos los hijos compiten con sus padres. Pero la palabra competición no hace en absoluto justicia a las complejidades edípicas de esa peculiar relación. George W.Bush ha tenido desde que era niño una necesidad compasiva de diferenciarse de su padre, de desafiarle, vencerle y superarle” (p. 18).

Weisberg concibe la personalidad de Bush como el resultado de un proceso de imitación o admiración primera por la figura paterna –durante los años de juventud–, seguido de un proceso de negación de este influjo original que es a la vez autoafirmación de la independencia y la propia personalidad. La idea básica es la del distanciamiento y la desvinculación. Como quien quiere deshacerse de la carga que supone llevar un apellido que implica la pertenencia a una dinastía o un clan, Bush júnior habría actuado durante su presidencia, según Weisberg, de forma totalmente opuesta a como él pensaba que lo había hecho su padre: “Su padre era metódico, lento a la hora de decidir un curso de acción y capaz de cambiar de opinión. El hijo era un «decididor» instantáneo, que no reconsideraba nunca sus decisiones ni cambiaba de opinión. Si el padre había sido objeto de burla por ser excesivamente «prudente» y amable, el hijo sería osado y, como su madre, categórico”. (p. 99)

Bush ha sabido rodearse de una serie de pesos pesados cuyos nombres irán siempre ligados al del propio presidente (...) Sobre este grupo de notables y enlazándola con la teoría freudiana del padre, Weisberg elabora una atractiva explicación según la cual este gabinete de confianza de Bush habría asumido en la práctica una función protectora, ejerciendo como una auténtica familia vicaria del presidente

Weisberg se sorprende, y con razón, de la capacidad que ha tenido Bush para canalizar su frustración y para sobreponerse, no sólo a su padre, sino también al hecho de ser poco menos que la “oveja negra” de la familia puesto que, como bien explica el autor, era en principio Jeb Bush (hermano pequeño de George y ex gobernador de Florida) quien estaba destinado a asumir el liderazgo político en la familia perpetuando la saga. En este sentido, Weisberg alude a una famosa anécdota para explicar que el presidente Bush es todo un experto en el arte del factor sorpresa, en ese saber estar que caracteriza a los grandes hombres que, cuando nadie confía en ellos y la situación es más crítica, se sobreponen a las circunstancias y sacan lo mejor de sí mismos: “La crisis familiar se evitó cuando Jeb soltó que George había sido admitido en la Harvard Business School, en la que había solicitado la inscripción en secreto, para demostrar que no necesitaba la ayuda de su padre. […] George W. había adoptado en el ámbito familiar una técnica que más tarde aplicaría también fuera de ella. Las bajas expectativas que los demás depositaban en él las explotaba en beneficio propio superándolas teatralmente. Quienes le rodeaban tenían la impresión de que era el hijo pródigo despilfarrando su herencia. Pero en el fondo de su mente latía la idea de un regreso triunfante” (p. 78)

Y es que si hay algo que nadie puede negar después de leer La Tragedia Bush, es la constancia y determinación del todavía presidente. Con más o menos fortuna, con mayor o menor tino; Bush ha sabido rodearse de una serie de pesos pesados cuyos nombres irán siempre ligados al del propio presidente: Condoleezza Rice, Donald Rumsfeld y, por encima de los demás, Karl Rove y el vicepresidente Dick Cheney. A estos dos últimos les dedica Weisberg sendos extensos capítulos. Uno –Rove– ha sido unánimemente calificado como el auténtico arquitecto de los dos triunfos electorales de Bush, quien ha movido los hilos en los pasillos de Washington; el otro –Cheney– ha sido la auténtica mano derecha de Bush, el ejecutor de muchas de sus decisiones. Sobre este grupo de notables y enlazándola con la teoría freudiana del padre, Weisberg elabora una atractiva explicación según la cual este gabinete de confianza de Bush habría asumido en la práctica una función protectora, ejerciendo como una auténtica familia vicaria del presidente: “Dio a otros los papeles que correspondían a sus parientes. Ésta es la razón de que Karl Rove haya sido el consejero político más influyente de la época moderna, que Dick Cheney haya sido el vicepresidente más poderoso y que Condoleezza Rice haya estado personalmente más cerca de Bush que ningún otro consejero de seguridad nacional o secretario de Estado de ningún otro presidente. Esta personas no han sido solamente los ayudantes de Bush, sino una especie de familia idealizada y alternativa que él mismo ha construido y de la que se ha rodeado” (p. 21).

Otro de los aspectos analizados por Weisberg en su libro es el de la peculiar religiosidad de George W.Bush, todo un clásico en los estudios biográficos sobre el presidente. Como dije al hablar de La fe de Barack Obama, no se concibe el análisis de la personalidad de un presidente de los Estados Unidos sin atender a su fe, a su cosmovisión religiosa, del mundo y del país. Y es que en Bush hemos visto como en ningún otro, cómo su famosa concepción religiosa se ha mezclado constantemente con la política, a través de esa fórmula del conservadurismo compasivo que él ha hecho célebre. Hemos visto en estos años cómo Bush ha imprimido a todas sus acciones, en especial a aquellas relacionadas con la política exterior, un matiz religioso y un tono de cruzada moral contra el enemigo, cayendo a menudo en una simplificación maniquea a partir de etiquetas como “fieles” e “infieles” o “buenos” y “malos”: “El hecho de mirar las cosas a través de una lente religiosa que simplifica todas las decisiones convirtiéndolas en opciones morales en vez de en complicadas concesiones le ayuda a sortear las deliberaciones y las incertidumbres que identifica con su padre” (p. 147).

El libro de Weisberg no es un retrato fiel al original del presidente Bush. Tampoco lo pretende. Es un ensayo que, si bien no es pionero en esto de la interpretación freudiana del drama familiar de una celebridad, si que plantea un enfoque muy atractivo y complementario al de las biografías más ortodoxas

Pero al margen de la relación padre-hijo de los Bush y de estos capítulos que el autor dedica a la fe del presidente, a los miembros de su gobierno o incluso a los modelos en los que Bush se ha mirado (Weisberg cita explícitamente a Churchill, Reagan o Lincoln), Weisberg cifra en la desastrosa política exterior de Bush y el fracaso de la Guerra de Irak, el verdadero nudo gordiano de lo que él llama Tragedia Bush. En esto coincide con la mayoría de analistas: ha sido la calamitosa política exterior de su gabinete y su incapacidad para asumir los errores y rectificar una estrategia equivocada, lo que convierte en pésimo el balance de estos ocho años de gobierno. Weisberg va un poco más allá y, en la línea de su teoría marco, relaciona esta polémica política exterior con la idea de Bush de superar lo hecho por su padre, distinguiéndose de éste y de lo que él considera que fue una política exterior realista y demasiado débil, una política que no supo acabar en su día con Saddam Hussein cuando Irak invadió Kuwait en el contexto de la Guerra del Golfo: “El empeño de Bush por vindicar a su familia y superar a su padre le predisponía a completar el trabajo que su padre había dejado sin terminar. Pero fue su intento más ambicioso de desarrollar una política exterior propia, diferente de la de su padre, lo que le llevó a cometer su mayor error. Triunfar en el campo de la política exterior era la forma definitiva y más importante que tenía George W. de demostrarse a sí mismo que era mejor que su padre” (p. 235).

El libro de Weisberg no es un retrato fiel al original del presidente Bush. Tampoco lo pretende. Es un ensayo que, si bien no es pionero en esto de la interpretación freudiana del drama familiar de una celebridad, si que plantea un enfoque muy atractivo y complementario al de las biografías más ortodoxas. La historia de la familia Bush no es extraordinaria ni excepcional. Hay envidias y rencores, hay venganzas y reproches; hay en definitiva, las típicas cosas que pasan hasta en la mejores familias, nunca mejor dicho.

Es recomendable su lectura porque supone una gran ayuda para entender mejor a ese gran incomprendido que es George W. Bush. Hemos visto recientemente, cómo frente al mensaje de cambio y esperanza de Obama, Bush ha sido marginado como algo anacrónico, como un neocon ultraconservador a quien solo le preocupa su ego. Incluso algunos historiadores le han ridiculizado adjudicándole el dudoso honor de ser el peor presidente de la historia del país. No lo sé, sinceramente. No sé cómo se puede medir ese extremo. Lo que si sé es que estas lecturas simplistas y maniqueas son más propias de gente desinformada que de historiadores y analistas, a quienes se nos supone un cierto grado de ecuanimidad y perspectiva. Si dije que había que leer a Obama para acercarse a él, vuelvo a insistir en que antes de juzgar a la ligera sumándose a la confusión general, hay que intentar leer más a Bush o sobre Bush, para formarse un juicio que nunca será totalmente objetivo; si lo fuera no sería un juicio.


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