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Arthur Schnitzler: "El teniente Gustl" (Acantilado, 2006)

Arthur Schnitzler: "El teniente Gustl" (Acantilado, 2006)

    AUTOR
Arthur Schnitzler

    GÉNERO
Novela

    TÍTULO
El teniente Gustl

    OTROS DATOS
Traducción de Juan Villoro. Barcelona, 2006. 64 páginas. 7 €

    EDITORIAL
Acantilado



Arthur Schnitzler (Viena 1862-1931)

Arthur Schnitzler (Viena 1862-1931)


Reseñas de libros/Ficción
Arthur Schnitzler: "El teniente Gustl" (Acantilado, 2006)
Por Juan Antonio González Fuentes, miércoles, 5 de julio de 2006
Debió ser a partir del inesperado éxito crítico de la novela de Stefan Zweig La piedad peligrosa, cuando hace ya más de un lustro algunas editoriales españolas decidieron apostar, no sin alguna lógica prevención, por editar títulos de autores de la gran narrativa centroeuropea de las tres primeras décadas del siglo XX.
La apuesta editorial hecha entonces no debió de resultar un fracaso absoluto, dado que con cierta frecuencia aparecen en nuestras librerías obras de los autores que han salido más favorecidos con la aventura, me refiero especialmente al propio Stefan Zweig, Sándor Márai, Joseph Roth o Arthur Schnitzler, representantes todos ellos de lo que podríamos denominar humanismo burgués y europeo.

El dramaturgo y narrador Arthur Schnitzler (Viena 1862-1931), nació en el seno de una familia perteneciente a la rica y cultivada alta burguesía judía (el apellido original, Zimmermann, lo había cambiado el padre por considerarlo judío en exceso). Estudió medicina y se interesó mucho por el incipiente psicoanálisis de su convecino Freud, aunque los rotundos éxitos obtenidos con sus obras de teatro, le decidieron a abandonar paulatinamente la práctica profesional de la medicina y dedicarse por entero a la literatura.

Schnitzler fue uno de los fundadores del movimiento Jung Wien (Joven Viena), movimiento del que al poco brotaron los primeros impulsos del impresionismo literario austriaco. Su abundante obra está plagada de personajes amenazados y envueltos por la tragedia cotidiana y la caída, por el sempiterno conflicto entre la ilusión y la vida (la realidad y el deseo, escribió Cernuda), por la irónica y cínica desconfianza en los sentimientos y su prolongación en el tiempo, por el relativismo ético de la sociedad burguesa, por la paulatina separación del yo personal e intransferible de la realidad circundante... Durante muchos años, la crítica consideró a Schnitzler sólo como uno de los máximos plasmadores literarios de la figura del Lebeman, es decir, del señorito vividor y consentido de la rica burguesía mundana vienesa, pero el tiempo finalmente lo ha señalado como uno de los autores más significativos y rupturistas del fin de siglo europeo, y un lúcido y significativo anticipo del tema del finis Austriae de la literatura centroeuropea de entreguerras.

La obra literaria de Schnitzler no es un mero cuadro de costumbres típicas vienesas, sino que es una sutil puesta en práctica de la forma mental vienesa de analizar con distancia la realidad por medio del planteamiento del problema de la comunicación, es decir, del juego vienés, y hasta cierto punto “freudiano”, del decir y el callar

Como ya ha quedado dicho más arriba, varias son las obras de Schnitzler publicadas en castellano a lo largo de los últimos años: Relato soñado, La señorita Else, El regreso de Casanova, Morir, Juventud en Viena..., aunque creo que falta por editar la que para muchos es considerada su obra narrativa más importante, la novela de 1908 El camino de la libertad, un penetrante análisis de la situación vivida por la burguesía liberal judía en la Viena de los albores del siglo XX.

Muy recientemente, sin embargo, sí ha visto la luz otro de los trabajos emblemáticos del gran escritor judío, me refiero a El teniente Gustl (Gustavo o Gustavito), nouvelle de 1901 que edita ahora en español, con traducción de Juan Villoro, la editorial barcelonesa Acantilado, cuya labor de difusión de la narrativa centroeuropea de la época señalada está siendo impagable.

Ya ha quedado sugerido de algún modo que Schnitzler fue, entre los escritores de su tiempo, el mayor artífice de la que podría denominarse “literatura psicológica”, una literatura muy cercana a los postulados e influencia de Freud. La principal afinidad entre estos dos vieneses, es que ambos, como señala por ejemplo José María Valverde en su estudio Viena, fin del imperio (Planeta, 1990, pág. 118), asumen el lenguaje como medio e instrumento, pero sin detenerse a tomar conciencia de la inevitable condición parlante de la vida mental, a diferencia de lo que, muy marcadamente, sucede con la obra de Hofmannsthal o Karl Kraus.

Así es, en 1906, Freud le escribe a Schnitzler una carta en la que le dice que desde hace años está admirado de la enorme coincidencia entre las ideas de los dos en lo referente a cuestiones psicológicas y eróticas, y subrayándole que lo acababa de manifestar públicamente en un estudio reciente: “Me he preguntado a menudo de dónde podía sacra usted esos secretos conocimientos que yo he logrado con fatigosa investigación, y finalmente he llegado a envidiar al escritor al que antes admiraba”.

El teniente Gustl presenta una cuidadosa coherencia dramática interna, sin ningún tipo de digresión o de automatismo. Por medio de una sencilla trama contada en forma de monólogo, Schnitzler desarrolla dos de sus temas favoritos, la muerte y el hablar-callar, en este caso presentados como vasos comunicantes con consecuencias interrelacionadas

En efecto, la obra literaria de Schnitzler, como ya ha quedado dicho, no es un mero cuadro de costumbres típicas vienesas, sino que es una sutil puesta en práctica de la forma mental vienesa de analizar con distancia la realidad por medio del planteamiento del problema de la comunicación, es decir, del juego vienés, y hasta cierto punto “freudiano”, del decir y el callar (J. M. Valverde, pág. 123). Un juego que tantas y tantas veces vamos a ver traspasado, por ejemplo, al mundo cinematográfico de Hollywood en los guiones y en la puesta en escena de directores como Ernest Lubitch o Willy Wilder.

Dentro de la narrativa de Schnitzler, el ejemplo más famoso de este protagonismo del lenguaje en sí mismo es, precisamente, El teniente Gustl. En esta nouvelle de tan sólo sesenta páginas en la edición que reseñamos, Schnitzler utiliza la técnica del monólogo interior que dos décadas después empleará Joyce para abordar extensas partes de su Ulises, aunque éste deja que fluyan las palabras de forma natural, es decir, inconexa y sin rumbo definido, de la mente de su principal personaje y así las plasma en el papel, intentando fijar el automatismo pensante de la mente del personaje.

Por el contrario, El teniente Gustl presenta una cuidadosa coherencia dramática interna, sin ningún tipo de digresión o de automatismo. Por medio de una sencilla trama contada en forma de monólogo, Schnitzler desarrolla dos de sus temas favoritos, la muerte y el hablar-callar, en este caso presentados como vasos comunicantes con consecuencias interrelacionadas. Este hablar-callar que conduce y luego exonera de la muerte, lo combina el escritor con un deambular (de nuevo Ulises y La Odisea) por las calles de la ciudad de Viena, que sirve también para cincelar con precisión ajustada el momento histórico en el que se desarrolla la acción, y el decorado urbano y social en el que se desenvuelve.

El teniente, cumpliendo una promesa, acude a un concierto en el que se aburre soberanamente: piensa que dos días después debe batirse en duelo con un médico, probablemente judío y de izquierdas, que había puesto en duda el amor por la patria de los militares. Al salir de la sala de conciertos, el teniente tiene un simple encontronazo con un empresario panadero, al que conoce del café al que ambos acuden. El panadero, conociendo la posible reacción del soldado, le agarra el sable para que no lo pueda desenvainar y le amenaza con darle una paliza y enviar sus restos a sus superiores. El teniente se siente y sabe deshonrado según la ética militar imperante, por lo que no tiene más remedio que suicidarse inmediatamente. Una vez tomada la fatal decisión, vaga por distintos puntos de la ciudad esperando el momento oportuno, y mientras, piensa en cómo despedirse de sus padres, de su hermana y de un amor del que no está muy convencido. Pero cuando amanece, antes de suicidarse, acude a su café habitual para hacer el último desayuno de su existencia. Y es en el local donde se entera de que el panadero sufrió un infarto nada más salir del teatro y ha muerto. La vida, de nuevo, vuelve a ser hermosa y plácida para el teniente, quien ya piensa en darle su merecido al médico judío y de izquierdas.

Ante este resumen argumental, que en nada estropea, créanme, el interés de la lectura del relato, no debe extrañarnos que cuando el relato se publicó en el número de la navidad de 1900 de la Neue Freie Presse, un tribunal militar de honor despojase a Schnitzler de su condición de médico militar, por considerar que la historia ofendía gravemente al ejército imperial austro-húngaro.
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