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José Fernando Siale DJangany: <i>En el lapso de una ternura</i> (Ediciones Carena, 2011)

José Fernando Siale DJangany: En el lapso de una ternura (Ediciones Carena, 2011)

    TÍTULO
En el lapso de una ternura

    AUTOR
José Fernando Siale DJangany

    EDITORIAL
Ediciones Carena

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-15324-50-8. Barcelona, 2011. 176 páginas. 15 €



Fernando Siale Djangany (foto de Jesús Martínez)

Fernando Siale Djangany (foto de Jesús Martínez)


Reseñas de libros/Ficción
José Fernando Siale DJangany: En el lapso de una ternura (Ediciones Carena, 2011)
Por José Cruz Cabrerizo, miércoles, 16 de octubre de 2013
“Malabo es desde tiempos inmemoriales un caldo multicultural. Muchos recién arribados son reacios a los extranjeros, tienen miedo del que viene por ahí. Pero el verdadero santaisabelino, el malabeño de pura cepa, es un hombre abierto al extranjero, no le odia ni le teme, ni lo desprecia, lo único que le exige es que no se comporte como conquistador.” (página 141)

No recuerdo si yo estaba en los ocho o nueve años, ni si era la primera vez que a mi padre le asignaban un ayudante. Pero debió ser un acontecimiento importante porque un buen día él pasó del “y qué quieres que te cuente” con que por la noche colmaba las preguntas de mi madre a propósito de la dura jornada de trabajo en la obra soldando con “la autógena”, acarreando radiadores y tuberías, a una prolija historia de la que solo he podido amarrar a la memoria unos pocos datos: su ayudante se llamaba Roberto, era un muchacho negro, y venía de Guinea Ecuatorial.

Roberto debía hacer honor a su edad difícil  de adolescente. Alguna vez su madre acudió a encomendarle la buena guía de su hijo a los currantes de más edad. Al poco tiempo, Roberto ya era historia. Toda la historia que conozco a propósito de Guinea Ecuatorial, territorio hermano. Claro, que no se puede esperar otra cosa de un país cainita como España, que prepara a sus hijos con unos altos niveles de excelencia para a continuación ningunearlos, y espolearlos por ejemplo a una  Alemania que se frota las manos (claro está), pero que los sienta a la mesa con sus cubiertos correspondientes.

 

España es esa madre cuya alteración hormonal en el puerperio la hace repudiar a su hijo recién nacido. Bueno, no. Eso es un accidente. Es una madre sin sentimiento maternal que con sus acciones se gana el desprecio de sus retoños, y que en el colmo de la estupidez no abriga el menor sentido práctico: “Algún día seré mayor, me veré imposibilitada, y necesitaré de la atención y el cuidado de mis hijos, con lo que mejor no ponerme a malas con ellos.”

 

Abundan los ejemplos de “protectorado” cultural muchos años después de que las amarras del colonialismo hayan sido cortadas. No creo que a un francés le disguste que en Marruecos predomine el francés como segunda lengua, que se sienta empobrecido culturalmente por tener nexos con un ciudadano de Papeete o que quiera romper relaciones con el Canadá francófono. Así que el chiste podría decir: “Estaban en una isla desierta un saharaui, un guineano, un hispanoamericano, y un español… Y no tenían nada que decirse”. Si este país logra desentenderse de los suyos, cómo no va a ignorar a los que colonizó. 

 

Algunos de los 17 relatos guardados En el lapso de una ternura constituyen temas de un manual sobre la historia de Guinea Ecuatorial, aunque no sea ese el punto de mira del libro. Las escrituras tiene esas rarezas, que tal vez el autor no lo sabe, pero abre una rendija por la que mirar subrepticiamente un trozo de esa tierra cuya memoria nos ha sido negada. Te lo juro pana, en mi vida académica como sujeto paciente nunca nadie me la nombró (a Guinea Ecuatorial). Solo un hombre honrado, pero perfectamente vacío de cualquier idea que no fuera la de trabajar por sus hijos, producto standard del régimen, también sin saberlo, me dio idea de lo que habíamos dejado allí cuando soltamos amarras con ese pueblo que desde que fuera abandonado instalamos en nuestra amnesia: mi padre algunas veces nos habló de que había tenido que compartir su bocadillo con Roberto, el muchacho negro venido de Guinea Ecuatorial. Toda una lección de historia.

 

El mundo sería más estrecho y menos habitable, nuestros horizontes mentales más cortos, si no contáramos con libros como éste. A alguien hay que darle las gracias. Primero al más culpable: al editor de Carena por mirar hacia ese lado. Ya después, a José Fernando Siale Djangany, padre de estas criaturas a las que suponemos profesará un gran amor, por usar nuestra lengua común (página 75: “Las palabras son el brazo invisible de la acción. Cuídelas con esmero. Manéjelas con acierto y desconfianza”). Por utilizarla sin la obediencia debida a la economía de medios y la pertinencia, sin sometimiento marcial, y con la libertad semántica, estilística, y formal que le da estar lejos de quien pueda enmendarle la plana  (página 76: “… cuando al riachuelo se llevaba las migajas del pan de ayer para los peces alimentar.” / página 98: “Una vez más la puso contra la pared, la tocó de nuevo […] le dio una sonora bofetada en la señorial nalga izquierda […] en busca de los límites de su concupiscencia.” / página 100: “La ferretería, la aserradora, la abacería de aquel hombre y su recién casada esposa Almudena…”, “Peseta tras peseta su fortuna empezaba a dar ecos de sí”, “Tergal, terlenka, seda, algodón, lino… se dieron cita para los más elegantes”. / pág. 102: “Los ocultos contornos en donde había sedimentado el impulso orgásmico…”).

 

Si te tienen que tundir, mejor cuanto más pronto (antes empezará a bajar la inflamación producida por los golpes). Si se trata de ajustar cuentas con el pasado colonial, ahí tenemos “El ultraje”, pieza que contribuye con creces a la caracterización de este libro como un ejemplar de productos variados y curiosos, afortunadamente alejados de esa práctica a mi juicio tan innecesaria como es la del famoso “hilo conductor”. Si lo diéramos a leer en los cincuenta lo calificarían de poema. En este XXI, escrito en spanglish como está, yo apuesto que es la letra de un rap.

 

Siempre digo una cosa y luego tengo que rectificar. Me refiero a lo del “hilo conductor”. Es que resulta que este relato anteriormente citado bien podría ser la acción que precede a la reacción que se desata en “Desandando la vanidad: el pobre Arturo dos Santos”, realmente es la entrada, su antesala.

 

Y ahora aprovechando este título, tengo que sacar a colación que la materia escritoria de José Fernando Siale Djangany está llena de guiños, de sutiles ironías, de mínimos espejos deformantes, y eso a través de su variabilidad temática y estilística, pero también a partir de pequeños criptogramas: sea este “Desandando…” donde se describe una continua situación hiriente en el momento en que otra gota desborda el caldero. ¿Qué hay de compasivo o qué hay de irónico en el “pobre” que acompaña el nombre de Arturo dos Santos, ejemplo de ruindad y comportamientos despreciables? ¿Por qué a pesar de su apellido, luego resulta que es nacido en España y no en Portugal?

 

Y la “investigación” que implica “El negruzco”, primero de los diecisiete relatos, ¿broma borgiana o alegato retroactivo contra la “animalización” que el europeo esclavista inventa para que el negro pueda ser cosificado? “Bibliografía” añade la gamberrada literaria a lo borgiano y con él se cierra el libro, pero  también los homenajes al ciego, que quedan en dos.  

 

Aunque si de cegar se trata, “El guardia colonial y el mensaje del Gobernador” deslumbra al más cegato por el pulimento de su escritura, por la carnalidad de los personajes y por la pericia con la que se conduce un relato al que hay que evitar calificar como de final sorpresivo porque no debemos confundir paradoja con sorpresa. Y no digo más, porque en un buen relato hay que saber callar a tiempo o empezar a hablar en el momento justo, de una forma tan original como “El taxista de Bioko”, que expresiones elásticas aparte (pág. 127: “…, fue entonces que expresé la reacción más epidérmica que he tenido en toda mi plana vida…”),  deja cargas de profundidad sobre los submarinos del poder (p. 127: “…como te decía desde un principio, esta es parte de la vida de un taxista por las carreteras de Bioko donde pululan carcasas de perro atropellado, restos de serpiente con la cabeza aplastada por el caucho de Dunlop contra quien nadie se atreve a querellarse por su hermanamiento con comerciantes y políticos…”). Un conductor que busca su lugar en la vida transitando por las carreteras, con el arrojo solidario del que nada tiene… En resumidas cuentas: es un libro extraño. Y no por los personajes de “Todo llega con las olas del mar”, sino porque aún la sensación de pérdida, de vidas arrasadas, de dolor, el autor busca los rescoldos de algo humano en los verdugos, ajusta cuentas: “esta me la debes pero te la voy a borrar para celebrar el mal que pudiste hacer y no hiciste”. Tal es en “Leónidas Glup” quien se “inmola” contra el régimen después de haberle servido. Aunque no siempre es así, hay crueles de por vida: “Venganza en ciudad mortífera”, verdadero prodigio de imaginación.

 

Imaginación, mito, africanidad, “Fameyón el robacojones” y “La visitante de la bahía”. Y otra cosa: ¿Imaginó alguna vez un relato con tintes de crónica periodística sobre el tráfico de órganos? Ahí se puede leer “Las gallinas no cuentan historias”.

 

Nadie nos contó la historia de Guinea Ecuatorial, ese trozo de tierra que un día fuimos. Ya es tarde (para la historia y porque son cerca de las doce) y no estoy para wikipedias. Así que tendré que permanecer con la duda, e imaginarme que “Casual footstep” es una más que inquietante narración (no se lo creerá, pero tono ambiental y fondo divergen de una manera que lejos de estropear el relato lo convierten en lo que es). Una sublime ucronía en torno a Francisco Macías, dictador que lo fuera de aquella tierra.

 

No lo sé, pero creo que después tampoco la cosa les fue mejor. Fusilado su dictador, muerto de viejo el nuestro, nuestros demócratas gobernantes siguieron en su papel de “españoles  por el mundo”. El mundo de la dejadez, la desgana… el olvido.
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