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Natsume Sōseki: <i>La puerta</i> (Impedimenta, 2012)

Natsume Sōseki: La puerta (Impedimenta, 2012)

    TÍTULO
La puerta

    AUTOR
Natsume Sōseki

    EDITORIAL
Impedimenta

    POSTFACIO
Kayoko Takagi

    TRADUCCCION
Yoko Ogihara y Fernando Cordobés

    OTROS DATOS
Madrid, 2012. 304 páginas. 19,30 €



Natsume Sōseki

Natsume Sōseki

Ana Matellanes García

Ana Matellanes García


Reseñas de libros/No ficción
La puerta, de Natsume Sōseki (Impedimenta, 2012)
Por Ana Matellanes García, miércoles, 7 de noviembre de 2012
A estas alturas, no haber leído a Natsume Sōseki (Tokio, 1867-1916) es un pecado. No caben excusas. La obra del maestro nipón está prácticamente traducida al español gracias al esfuerzo de editoriales como Impedimenta o Satori, cuyo empeño por acercar sus novelas a nuestras latitudes permite que cada poco tiempo nos encontremos con gratas sorpresas en la sección de novedades. Recientemente le ha llegado el turno, de la mano de Impedimenta, a La puerta, (Mon, 1910), novela que cierra la trilogía iniciada con Sanshiro (1908) y Daisuke (1909) y con la que el escritor japonés comenzó a perfilar las preocupaciones que caracterizarían su periodo narrativo más rico y fructífero.

Tras una serie de exitosas obras que sustentaban parte de su encanto en la comicidad de sus situaciones [(Soy un gato (1905), Botchan (1906)], Sōseki, ya consagrado como uno de los más importantes narradores del Japón de su época, comenzó a interesarse por narraciones que abordaran historias más reflexivas y exigentes, con el fin de enfrentarse a argumentos de mayor complejidad en los que se examinasen aspectos amargos de la sociedad y del individuo como la búsqueda de la identidad, la brecha entre modernidad y tradición o las relaciones conyugales.

Publicada por entregas en el diario Asahi durante 1910, La puerta es una narración de gran riqueza descriptiva, en la que los detalles más sutiles caracterizan a sus personajes. Mediante un tono que oscila entre lo agridulce y lo conmovedor, Sōseki, como sucede en muchas de sus obras, construye una historia mínima en la que los pensamientos, las emociones, las angustias e incluso los silencios de los personajes se plantean como el armazón de un tipo de novela en la que el lector no puede permitirse ser un mero espectador pasivo.

El difícil equilibrio de las relaciones conyugales en La puerta

La Puerta narra la historia de Sōsuke y Oyone, un matrimonio de mediana edad que vive de manera sencilla y austera en el Tokio de principios de siglo XX. Los exiguos ingresos de Sōsuke, un humilde oficinista, apenas les alcanzan para llegar a fin de mes, si bien ambos  sobrellevan su situación con una callada resignación. La falta de hijos y las estrecheces económicas no hacen mella en su armónica relación, aunque el paso del tiempo y las vicisitudes de la vida se han llevado su alegría. La llegada de Koroku, el hermano menor de Sōsuke, introduce un nuevo elemento de tensión en sus aburridas y monótonas existencias, al que se une el frágil estado de salud de Oyone y una inesperada visita del pasado que golpeará los cimientos de Sōsuke y le obligará a refugiarse en un templo zen para encontrar una salida a su crisis personal.

La puerta tiene como tema principal uno de los habituales intereses de Sōseki, especialmente en sus últimos años de producción literaria: las relaciones conyugales. En este caso, aborda un aburrido matrimonio en el que los esposos basan su felicidad en una obstinada voluntad de darle la espalda al mundo y a su propio pasado. Oyone y Sōsuke se tienen el uno al otro y con eso les basta. Sin embargo, el lector descubre hacia la mitad de la novela la naturaleza de su relación, basada en un frágil equilibrio en donde la culpa y la penitencia ensombrecen sus existencias.

Para potenciar la tensión narrativa, Sōseki introduce un flujo de acontecimientos que marcan las emociones de los protagonistas, pasando del pecado a la culpa y de ésta a la redención. Así, el papel del narrador en La puerta es el de un cirujano que irrumpe en la aparente calma de un solitario matrimonio y levanta la piel para mostrar ese vacío y tristeza que impregna muchos de los matrimonios de su producción literaria. Pese a esa mirada pesimista y distante hacia las relaciones conyugales, la de Oyone y Sōsuke es una relación (aparentemente) más feliz que la de, por ejemplo, el matrimonio de Las hierbas del camino o el de El caminante.

En este sentido, Kayoko Takagi, autor del postfacio en la edición de Impedimenta, advierte un hecho esencial: La puerta habla fundamentalmente de las vicisitudes y trabas a las que se enfrenta esta pareja (problemas económicos, enfermedades, desconfianza, imposibilidad de tener hijos…) y de los obstáculos que debe sortear cada ser humano en su trayectoria vital. El protagonista, Sōsuke, se enfrenta a una crisis personal que le hace examinar su matrimonio y su relación con su esposa, una relación que se ido consumiendo poco a poco y que Sōsuke evoca en términos lumínicos:

“…la llama que los había consumido en un principio había cambiado de color debido a un mero proceso natural, y en cierto modo se había ennegrecido. Su vida en común los había ido sumergiendo gradualmente en la oscuridad” (p. 191).

La puerta y la búsqueda de la identidad

Sorprende en esta historia el giro que introduce el autor en la trama cuando el protagonista, acuciado por una serie de acontecimientos que le hacen sentirse acorralado, decide marcharse al tempo de Kamakura. Sorprende no sólo por la brecha que supone en el hilo narrativo, sino también por el viraje hacia la religión del personaje protagonista, que en ningún momento se había caracterizado como un personaje espiritual. Este giro, para el que Sōseki no ha preparado al lector, sitúa a Sōsuke en una búsqueda de respuestas en la religión zen, “uno de los caminos más severos y rigurosos”. Este punto de inflexión en la trama tiene su antecedente en la vida del propio autor, quien también llamó a las puertas del templo de Kamakura y cuya visita, como la de Sōsuke, también terminó en fracaso.

Sōsuke busca respuestas en la religión para salir adelante, pero no es capaz de encontrarlas por sí mismo. La religión zen es exigente: debe ser él quien encuentre esas respuestas. Un personaje tan inactivo como él no consigue pasar la prueba y la novela se cierra con la misma sensación de vacío y desesperanza que Sōseki ha ido construyendo a lo largo de las páginas de manera sutil pero implacable. Y esa sensación de desesperanza viene en parte motivada porque no se produce cambio ni evolución en la vida de Sōsuke: tanto él como su matrimonio siguen estancados en un sentimiento de penitencia y culpabilidad por lo que ellos entienden que fue el pecado que los unió en el pasado.

La puerta es, en definitiva, una nueva oportunidad de acercarse a uno de los narradores más interesantes y necesarios del siglo XX, con el añadido de hacerlo a través una preciosa edición como es la de Impedimenta. Pero, cuidado. Que nadie espere fuegos de artificio narrativos a lo Haruki Murakami. Estamos ante literatura japonesa pata negra. No compren sucedáneos.

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