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Edgar Borges: <i>Crónicas de bar</i> (milrazones, 2011)

Edgar Borges: Crónicas de bar (milrazones, 2011)

    AUTOR
Edgar Borges

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Caracas (Venezuela), 1966

    BREVE CURRICULUM
Es autor de novelas como ¿Quién mató a mi madre? (2008); ¿Quién mató al doble de Edgar Allan Poe? (2009) y La contemplación (2010). Según Enrique Vila-Matas es “un escritor que entiende la literatura como un complot contra la realidad”. Por su parte, Vicente Luis Mora considera que “con su escritura está profundizando en una nueva vía de la subjetividad”. En las Crónicas de bar establece un juego sugerente y fértil entre espacio-tiempo y subjetividades



Edgar Borges (foto de Nathalie Riera)

Edgar Borges (foto de Nathalie Riera)


Creación/Creación
Edgar Borges: Crónicas de bar
Por Edgar Borges, miércoles, 1 de junio de 2011
21 bares de Asturias le sirven a un escritor para observar conversaciones ajenas y pequeñas realidades invisibles. A partir de ellas Edgar Borges aplica su idea de que un ser es una minúscula réplica del mundo para contar que en un bar (como en cualquier lugar) pueden habitar todos los bares (y mundos). 21 bares, 21 crónicas y múltiples historias donde se cruzan vivencias de calle, sexo, arte, ciencia, política y juego. Y en ese juego Crónicas de bar el autor descubre tertulias, cantos y despechos, pero también ve pasar a jugadores (innatos) de la palabra como Fernando Pessoa, Robert Walser, Georges Perec, Julio Cortázar, Thomas Pynchon, Claudio Magris y Peter Handke; a jugadores de la imagen como Salvador Dalí y Toulouse-Lautrec; y a jugadores de la música como Carlos Gardel, Charlie Parker, Daniel Santos, Camarón de la Isla, Eddie Palmieri y Rubén Blades. Jugadores leyendas, jugadores anónimos, jugadores reales, jugadores ficticios, todo juego es posible según la mirada de quien lo juegue.
Las voces de Sherwood

En el callejón de la sidra de Oviedo, el único local que no vende sidra es Sherwood Café. Y, si bien me gusta la sidra, opto por entrar al negocio que establece diferencias en la zona. El primer punto de distinción es su decorado. La madera vincula los diversos detalles del espacio: en las paredes desta­can gigantescos carteles de la película Las aventuras de Robin Hood, protagonizada por Errol Flynn; la barra es un aposento de sosiego para tres hombres que, más que atender sus tragos, contemplan el ir y venir de la hermosa camarera, y en una pared, como si se tratara de una grata recompensa, un anun­cio aturde mi vista: «Desayuno con Joani todos los días».

Con la curiosidad envenenada, tomo asiento en una mesa del fondo. La camarera se acerca y me saluda como antesala al «¿Qué se le ofrece, señor?». Yo le pregunto si ese «desayuno con Joani» vale también de tarde; ella, con su sonrisa de belleza ajena («mírame, pero no me toques»), responde: «Eso es una broma del jefe; Joani soy yo y no acostumbro a desayu­nar con extraños». Lo temía, pienso, pero sonrío y pido un carajillo (en otro anuncio se asegura que en Sherwood se prepara un carajillo inolvidable). Joani parte a buscar el pedido; uno de los tres sujetos de la barra me mira con cara de «no corras que yo llegué primero». Los otros dos se levantan y caminan rumbo a la calle, la impaciencia vence.

Sherwood es el famoso bosque que históricamente se asocia con la leyenda de Robin Hood. En ese bosque se escon­día el forajido del folclore inglés medieval que robaba al pode­roso para darle al pobre. Llega el carajillo («A tu salud, Joani», digo muy bajito para que no me escuche el individuo de la barra). En eso llama mi atención la conversación de la mesa que tengo a mi izquierda. Dos hombres y una mujer intercam­bian comentarios sobre un vecino. «Yo lo advertí con tiempo, hombre que vive solo es individuo peligroso», dice uno de los dos varones, que, para identificarlo, denominaré el varón con lentes. «No seas exagerado, quien es irresponsable lo es solo o acompañado», aclara el otro. «Lo cierto, vecinos, es que ya no se soportan los ruidos del cuarto piso —sostiene la mujer—. Algo hay que hacer o me volveré loca». A la mente me viene una frase que Peter Handke escribe en su diario (en clave de crónica) El peso del mundo: «La belleza que el mundo tiene hoy no se puede soportar solo, tampoco de a dos; quizá de a tres». Tomo un trago y sigo apreciando los carteles de la pelí­cula. Errol Flynn quedó en mi memoria como el admirado bandido del bosque. Hay actores que se roban la forma (desde el fondo) de un personaje; uno y otro asumen, en el tiempo, la misma identidad. Y de niños terminamos creyendo que son la misma persona. Robin Hood y Errol Flynn eran el mismo bandido que aclamaba el pueblo (y el niño).

En la mesa de la derecha se libera una sentencia: «Bien merecido lo tiene Mourinho». Y descubro a dos amigos (o jueces de copas) celebrando apasionadamente las últimas derrotas del entrenador del Real Madrid. «El Barcelona le dio su lección, 5 a 0». «¿Y qué me dices de la sanción que le llegó al día siguiente por andar promocionando expulsiones a conve­niencia?». Y continúo pensando en Sherwood (hoy en día el Consejo del Condado de Nottinghamshire administra el bosque; en 2002 el bosque de Sherwood fue declarado reserva natural nacional. En ese parque, cada agosto, durante una semana, celebran el Festival Anual de Robin Hood).

En la mesa de la izquierda han dejado de hablar del vecino ruidoso, ahora las opiniones apuntan a Wikileaks. «Yo lo sabía, ¿no se lo dije?, el sujeto que anda robando documentos es un violador de mujeres», proclama el varón con lentes. «Eso dice el Departamento de Estado», añade el otro. «Bueno, cuando el río suena es porque piedras trae», puntualiza la mujer. Mientras, en la barra, un hombre (inesperadamente tartamudo) le pide otro trago a la camarera de sus sueños. A mi derecha, los amigos del fútbol aún sostienen el juicio a Mourinho. «En la pelea entre Preciado y Mourinho, el entre­nador del Sporting fue David y el del Real Madrid fue Goliat». «Eso estuvo bueno compañero, y cayó Goliat». Dejo las risas de la pareja y regreso a mi bosque. El otro día leí en un diario inglés que «el bosque de Sherwood está amenazado. Robles únicos, centenarios, que viven allí desde 1415, se encuentran en peligro. Se solía perder un ejemplar al año, la cifra ha subido a cinco».

De pronto un hombre entra al local dando tumbos. Se detiene en el centro y nos mira pretendiendo lanzar un desa­fío. «¿Alguien conoce la nueva ley Robin Hood?». Los presen­tes compartimos miradas de burla (es posible que todos conozcamos la respuesta, pero callamos). El recién llegado avanza dos pasos e insiste: «¿Es que acaso ninguno de ustedes —pregunta de nuevo mientras nos señala— conoce la nueva ley Robin Hood?». El sujeto gira como si estuviera dirigiendo un discurso en un escenario circular. «Esa es la ley que ordena quitarle a los pobres lo que por orden divina al rico corres­ponde». Y tras su respuesta libera una interminable carcajada. De espalda a la risa frenética, cada quien regresa a su parcela (no hubo sonrisas de cortesía). Me parece escuchar que el vecino ruidoso tiene dos mujeres. Creo que dicen que Mourinho también es el nombre de un asesino en serie. No sé si fue mi oído o mi imaginación (ambas cosas a veces se conectan), pero veo que en la televisión dan la noticia de que el líder de Wikileaks es Osama Bin Laden. Joani ríe con todo lo que observa y supone; por su parte, el hombre de la barra espera paciente su desayuno imposible.



Nota de la Redacción: este relato corresponde al libro de Edgar Borges, Crónicas de bar (milrazones, 2011). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a la editorial milrazones en la persona de su editor Jesús Ortiz por su gentileza al facilitar la publicación en Ojos de Papel.
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