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Joseph A. Schumpeter

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Gabriel Tortella

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Tribuna/Tribuna libre
Empresarios: evolución del empresariado en España y su papel en la salida de la crisis económica
Por Mikel Buesa, lunes, 2 de mayo de 2011
La figura del empresario ha sido resaltada como un elemento esencial para el desarrollo económico. Fue el gran economista austríaco Joseph A. Schumpeter quien destacó su papel en la adopción y difusión de las innovaciones que impulsan la destrucción creadora de la que emergen las nuevas estructuras y sistemas de producción que hacen cambiar las fuentes de la creación de riqueza e impulsan el aumento del bienestar. Schumpeter caracterizó a los empresarios como un tipo peculiar de personas —unos individuos que «encuentran su gozo en la aventura» y para quienes «la ganancia pecuniaria es indudablemente una expresión muy exacta del éxito»— que, ejerciendo el «liderazgo económico» y comportándose como los «capitanes de la industria», conducen «los medios de producción a nuevos caminos». Los empresarios son, por tanto, los agentes que, a través de un proceso de prueba y error en el que sumen el riesgo del fracaso, protagonizan los procesos de cambio en la economía al impulsar proyectos con los que explotar las oportunidades de negocio que ofrecen las necesidades humanas y los mercados en los que éstas se satisfacen.
En España, desde que a mediados de la década de los noventa, en el siglo pasado, el profesor Tortella señalara que los empresarios han sido un «factor escaso en la España contemporánea», los historiadores económicos han debatido acerca de las causas de la debilidad del espíritu empresarial y del escaso interés que suscita entre los españoles, singularmente entre los jóvenes, este tipo de actividad profesional. Y se ha hablado así de la estrechez del mercado, de la persistencia del proteccionismo, de las desventajas comparativas en los sectores que albergan grandes empresas y de la escasez de las instituciones educativas destinadas a enseñar las técnicas de gestión. En un muy interesante trabajo de Gabriel Tortella, Gloria Quiroga e Ignacio Moral-Arce, recientemente publicado por la Revista de Historia Económica, se ha vuelto a incidir en este asunto a partir de una investigación comparativa, de carácter cuantitativo, referida a los grandes empresarios españoles e ingleses de los siglos XIX y XX. Sus resultados señalan varios aspectos interesantes: 
 
  • En primer lugar, entre los grandes empresarios españoles se dio una importante polarización educativa, de manera que, si bien casi la mitad cursaron estudios universitarios, cuatro de cada diez carecieron de formación académica. Por su parte, entre los ingleses, hubo un perfil formativo muy distinto con menos titulados superiores —casi un cuarenta por ciento— y también menos individuos sin estudios, de manera que cerca de la mitad de los empresarios contaron con una formación de nivel medio.
     
  • En segundo término, hubo coincidencia entre los empresarios españoles e ingleses en el hecho de que se trató predominantemente de personas hechas a sí mismas que crearon sus empresas a partir de su esfuerzo creativo, siendo solo una cuarta parte los que las heredaron. Dicho de otra manera, este es un grupo social en el que, tanto en España como en Inglaterra, la meritocracia constituye una de sus principales características.
     
  • En tercer lugar, también en los dos países, los empresarios fueron sobre todo personas de extracción social intermedia, constituyendo una minoría los provenientes de las clases altas —uno de cada diez— y bajas —alrededor del 15 por ciento—. 
     
  • Y finalmente, en lo que más se diferenciaron los empresarios españoles e ingleses fue en el tipo de actividades económicas a las que dedicaron sus esfuerzos emprendedores. Así, mientras en el primer caso se concentraron es sectores tradicionales de baja complejidad tecnológica, en el segundo hubo una proporción mayor en las industrias y servicios tecnológicamente avanzados.

En el trabajo que estoy comentando se indaga también en los factores que determinaron el éxito empresarial. Entendido éste como el ingreso del empresario en la elite de los más destacados, las variables que más influyen sobre él son, en el caso español, el hecho de proceder de las clases medias, haber recibido alguna ayuda familiar en el inicio de la andadura empresarial y haber tenido una formación académica superior en carreras de ingeniería o derecho. En el caso inglés tiene poca importancia el origen social y es relevante haber recibido alguna modalidad de educación secundaria. Además, estas variables referidas a la educación son cruciales para la orientación de los empresarios hacia los sectores tecnológicamente más complejos y para su capacidad de adaptación a las transformaciones en dinamismo de los mercados. Por ello, el profesor Tortella y sus colaboradores concluyen que «la educación que reciben los empresarios tiene un papel determinante en su ejecutoria».

Son la apertura de nuevos mercados y la liberalización de la economía, con un sustancial aumento de la rivalidad competitiva, las circunstancias históricas que dieron lugar al impulso de las vocaciones empresariales

Es este aspecto educativo el que me interesa ahora resaltar al analizar la evolución reciente del empresariado español. No hablaré en lo que sigue de los grandes empresarios, sino del conjunto de éstos, tal como vienen reflejados estadísticamente en las Encuestas de Población Activa que elabora el Instituto Nacional de Estadística. Y lo haré de la mano de los resultados obtenidos en la amplia investigación que sobre el capital humano de los españoles ha venido realizando el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE).

Lo primero que se destaca en esos trabajos es que los empresarios, como grupo social, han tenido una trayectoria ascendente a lo largo de las tres últimas décadas. Así, si en 1977 su número se cifraba en 422.000 personas —el 3,5 por ciento de la población ocupada—, en 2010 habían llegado a 1.026.500 —lo que, en términos relativos, equivalía al 5,6 por ciento de los ocupados—. Este incremento se produjo a raíz de la incorporación de España a las entonces Comunidades Europeas, hoy Unión Europea. Son la apertura de nuevos mercados y la liberalización de la economía, con un sustancial aumento de la rivalidad competitiva, las circunstancias históricas que dieron lugar al impulso de las vocaciones empresariales. Y posteriormente, ya en la década de 1990 y en el comienzo de nuestro siglo, el crecimiento del número de empresarios se ha sostenido a un ritmo constante hasta la llegada de la crisis en 2008.

Además, no sólo ha aumentado el número de las personas que hacen empresa y contratan trabajadores, sino que también lo ha hecho su educación. En 1977, casi un 72 por ciento de los empresarios carecían de formación académica o bien únicamente habían cursado estudios primarios. Además, no llegaban al seis por ciento los que habían accedido a la universidad. Tres décadas más tarde el porcentaje de los situados en el nivel educativo inferior no llegaban al 19 por ciento, mientras que los titulados universitarios ascendían al 14 por ciento y los que habían realizado estudios secundarios o postsecundarios sumaban los dos tercios restantes. Si esta acumulación de capital humano entre los empresarios se mide según el promedio de años de estudio cursados por ellos, se constata un aumento desde seis años en el final del decenio de los setenta hasta diez años y medio treinta años después. Sin embargo, debe puntualizarse que, como señalan los investigadores del IVIE, esta «mejora educativa acumulada por los empresarios con asalariados… ha sido muy importante, aunque insuficiente para alcanzar la dotación de capital humano del trabajador promedio en España».

Esta mejora de la cualificación educativa de los empresarios ha sido más destacada entre los que orientan su actividad hacia los sectores industriales o de servicios intensivos en tecnología o en conocimientos

Y, por otra parte, esta mejora de la cualificación educativa de los empresarios ha sido más destacada entre los que orientan su actividad hacia los sectores industriales o de servicios intensivos en tecnología o en conocimientos, de una manera especial a aquellos que se vinculan con las tecnologías de la información bien porque elaboran sus soportes materiales u operativos, bien porque las emplean con una especial intensidad. Es esos sectores, la acumulación de capital humano de los empresarios es entre un treinta y un cincuenta por ciento superior al promedio, lo que denota una amplia capacidad de adaptación de éstos a las exigencias técnicas y de gestión de aquellos.

Esta evolución del empresariado en España parece que nos ha ido alejando de la vieja situación de nuestra economía a la que antes he aludido y que, en consecuencia, es posible que los empresarios hayan empezado a dejar de ser un factor escaso. Si esto fuera así, no sería descartable que, con la salida de la crisis económica actual, se pudiera desplegar toda la capacidad potencial que ello encierra para volver a dar un salto en el desarrollo y converger definitivamente con el nivel de prosperidad de los países europeos más avanzados. Pero para lograrlo no basta con la existencia de personas dispuestas a embarcarse en la aventura empresarial, pues también es necesario que las instituciones del país coadyuven en el empeño. Por tal motivo, conviene volver a recordar que España continúa siendo uno de los países europeos peor situados en este terreno, como se comprueba, una vez más, en la última edición del Doing Business que elaboran la Corporación Financiera Internacional y el Banco Mundial. De este modo, el puesto 49 que se nos asigna en el ranking de 183 países que contemplan esos organismos con respecto a la facilidad para hacer negocios, sólo está por delante de Bulgaria (con el puesto 51), Rumania (56), República Checa (63), Polonia (70), Italia (80) y Grecia (109). De ahí que las reformas en el mercado de trabajo, el sistema financiero, la defensa de la competencia, las Administraciones Públicas, la unidad del mercado interior nacional, los servicios educativo y judicial, el sector energético, el sistema de innovación y tantas otras que los economistas hemos reclamado —como, por ejemplo, ha quedado expresado el libro Lo que hay que hacer con urgencia, coordinado por el profesor Velarde— constituyan una tarea ineludible y urgente si no se quiere dejar pasar la oportunidad que, con la recuperación de la senda del crecimiento en la economía mundial, se está abriendo para la economía española.

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