A la caza de la mujer es el libro de memorias o autobiografía de un
escritor más peculiar y desconcertante que he leído hasta la fecha. Quiero decir
que quien abra sus páginas y comience su lectura no se va a encontrar ni por
asomo con lo habitual. Nací en..., mi familia..., mi infancia transcurrió..., mi
formación..., comencé a escribir..., mis influencias..., mi primer libro lo
publiqué... Nada de esto, ni por asomo. El pistoletazo de salida de esta
historia ocurre cuando el autor tenía diez años. Sus padres se habían divorciado
y un día su madre, la enfermera Jane Hilliker, le preguntó con quién de los dos
prefería vivir. El niño Ellroy, sin dudarlo un segundo, eligió a su padre.
También sin dudarlo un instante su madre le partió la cara dándole una sonora
bofetada. El niño Ellroy, desde el suelo, deseo en su fuero interno que Jane
muriera. Tres meses después de que el niño deseara la muerte de su madre, esta
era asesinada en la zona deprimida de la ciudad de Los Angeles donde habitaban.
Este es el verdadero, desquiciado y truculento comienzo de la vida de
James Ellroy, un suceso que está en el origen de todos los elementos básicos
sobre los que se ha levantado el inestable edificio de la existencia del
escritor: la búsqueda de la madre muerta en las otras mujeres, su relación con
el sexo que pide a gritos un diagnóstico médico, una adolescencia y juventud
propia de un delincuente perturbado, su salvaje y poco intelectualizada
naturaleza literaria, y su alergia indomable a lo que podría llamarse sensatez.
En resumidas cuentas,
A la caza de la mujer no debería ser pasto de la
crítica literaria, sino de un congreso de psiquiatría.
Tras el asesinato de su madre, la
vida de Ellroy se convierte en una montaña rusa de inestabilidad buscada,
degradación, deriva existencial y pobreza. Alérgico a la enseñanza académica,
Ellroy es expulsado del instituto, ingresa en el ejército, deja el ejército para
cuidar de su padre enfermo y tras la muerte de éste da comienzo el completo
delirio
Tras el asesinato de su madre, la
vida de Ellroy se convierte en una montaña rusa de inestabilidad buscada,
degradación, deriva existencial y pobreza. Alérgico a la enseñanza académica,
Ellroy es expulsado del instituto, ingresa en el ejército, deja el ejército para
cuidar de su padre enfermo y tras la muerte de éste da comienzo el completo
delirio: vagabundeo permanente y sin objeto por las calles de la ciudad, entrega
a tumba abierta al alcohol y las drogas, obsesión perturbada por las chicas,
allanamiento de moradas y práctica de pequeños delitos, encarcelamiento, hábitos
de obseso sexual, enfermedades, y adopción de una ideología propia de un
conservador racista enfrentado a todas las ideas y posturas de la progresía
hippie de la costa oeste norteamericana.
Pero James Ellroy vislumbró
entre las olas de su naufragio una tabla de salvación:
la
ambición literaria y su propio talento. Visitó Alcohólicos
Anónimos, sobrevivió trabajando como
caddie en campos de golf
californianos y comenzó a escribir novelas, relatos y a publicarlos. El resto es
bastante conocido por los aficionados a la novela negra de todo el mundo. El
éxito, la adaptación de algunas de sus historias al cine, la riqueza material,
el reconocimiento del mercado editorial, lecturas y conferencias, viajes
fructíferos por diversos países, etc... Pero no,
A la caza de la mujer no
se demora en estos acontecimientos. Sí, están desgranados por las páginas del
libro pero no son ni mucho menos la principal corriente por la que discurre la
historia, son solo datos, colores que matizan y avivan la historia, detalles que
provienen de pequeños afluentes cuyas aguas enriquecen la corriente principal.
¿Cuál? La caza de la mujer, de esa mujer con cuya relación lograr destruir el
mito de propia creación: el de la madre asesinada, condenada de alguna manera
por la ira maldita del hijo abofeteado, humillado. Este libro de memorias de
James Ellroy es en resumidas cuentas la narración de cinco décadas de búsqueda
obsesiva y apasionada de una mujer, la mujer que debía imponerse a la madre
muerta, a Jane Hilliker; el clavo que sacase al otro clavo, o el clavo que se
convirtiese de alguna manera en el viejo clavo mitológico y perennemente
presente y desaparecido. Cinco décadas con sus estaciones, con mujeres cazadas
que finalmente no fueron la pieza anhelada: Helen, Joan y Karen, todas ellas
amantes, madres, amigas, putas, colegas, esperanzas, ilusiones, pasiones,
fracasos, travesías y decepciones. Tres historias de amor-odio reseñables y
duraderas; tres paraísos-cárcel, tres promesas de cielo y salvación que acabaron
enseñando de alguna forma los colmillos propios del infierno; tres falsas
ilusiones convertidas en pasajes emocionales que conducen momentáneamente a
estados de gracias. A estas tres historias hay que sumarle otra, la última, al
menos de momento: la última mujer cazada, la mujer a la que está dedicado el
libro y que al sesentón James Ellroy al parecer le está proporcionando hoy los
anhelados límites estrictos que nunca tuvo y tanto le convienen: Erika Schickel.
Los golpes le llegan al lector en
forma de lluvia y acaban haciéndole mella en el ánimo y la inteligencia.
Insisto, esta lectura hiere y fascina a un mismo tiempo, de ahí quizá su
naturaleza inolvidable. Sí, porque quien lea este libro no lo olvidará nunca,
siempre se acordará de su autor, para bien o para
mal
Ellroy es el más visible continuador de
lo que en su día iniciaron tipos como Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Estas
memorias amorosas (en cierto sentido estamos antes un desquiciado y no muy
galante Casanova de nuestro tiempo, o ante un nuevo don Juan destinado al diván
vienés de Freud) tienen banda sonora y estilo literario. La banda sonora la
indica cada poco el propio Ellroy:
Beethoven,
el mismo que le escribía en la última etapa de su vida a una amada misteriosa y
sobre la que la historia de la música y la cultura occidentales llevan siglos
trabajando.
Beethoven
es para Ellroy el autor de la mejor banda sonora, la que a la vez comprende en
cada compás todo el horror y todo el amor del mundo. En este sentido este libro
de Ellroy es una sinfonía de ambición beethoveniana: cada capítulo, cada tramo
literario aspira a contener a la vez iguales dosis de depravación, locura,
insensatez y desquiciamiento patológico, que de amor sincero, generosidad,
ilusión, sueños y entrega.
Y si
A la caza de la mujer tiene
música, banda sonora, tiene sobre todo estilo, es decir, hechuras y artesanía
literaria de primer nivel. Ellroy deja en estas páginas un texto que tiene
vocación de cuchilla de afeitar, es decir, vocación cortante. El lector sangra
leyendo este libro, pues este libro produce heridas, no deja indemne. La
narrativa de Ellroy tiene aspiración telegráfica, y al lector le llega como
podría hacerlo el más violento puñetazo de Mike Tyson. No hay barroquismos, no
hay delicuescencias, no hay citas sofisticadas, no hay pasajes ornamentados, no
hay ni tin, tirintintín, ni tan, tarantantán..., se da solo el perfil acerado de
una bayoneta. La de Ellroy es una prosa de cemento armado, dura y fuerte, breve
y directa. La delicadeza sofisticada está en las soldaduras de los párrafos, en
la construcción del andamiaje, en la alta calidad del encofrado literario que
sostiene, reúne y presenta las frases cortantes y multi significativas. Así
Ellroy es un peso superpesado que pretende acabar el combate cuanto antes,
descargando sobre el lector una verdadera lluvia de golpes directos al hígado y
al mentón, pero buscándole a este mismo lector los huecos donde colocar los
golpes por medio de un juego de piernas ágil, eficaz, profesional, hermoso en su
contundente eficacia. Los golpes le llegan al lector en forma de lluvia y acaban
haciéndole mella en el ánimo y la inteligencia. Insisto, esta lectura hiere y
fascina a un mismo tiempo, de ahí quizá su naturaleza inolvidable. Sí, porque
quien lea este libro no lo olvidará nunca, siempre se acordará de su autor, para
bien o para mal.
Ellroy dice mucho con pocas palabras, su economía
verbal es marca de fábrica. Nunca hay adornos ni florituras, tan solo la belleza
y plasticidad del lenguaje más directo y contundente. El reguero de pólvora de
su prosa retrata a fuego una de las caras peculiares de la multifacética
Norteamérica: me refiero a la que de forma probablemente inconsciente está
emparentada con el fascismo o por lo menos con algunos de sus rasgos. Sí, Ellroy
retrata su inmenso país de costa a costa con ironía descarnada y siempre con
tonos pesimistas y desesperanzados. Claro que esos mismos colores también se los
aplica a sí mismo, a la historia de su existencia, a sus relaciones, a su
experiencia vital. El personaje que sale peor parado en esta narración es él
mismo, aunque en su caso las últimas páginas del libro sí ofrecen una puerta
entreabierta a la esperanza, y esa puerta lleva por nombre amor, es decir, Erika
Schickel, la última “pieza cobrada” en la caza de la mujer. A Ellroy se le
conoce en su país por un sobrenombre:
Demon Dog of American Crime Fiction
(El Perro Demoníaco de la literatura policíaca americana). Pues bien, este libro
son las memorias descarnadas del perro demoniaco, de ese perro que desde los
diez años, y durante más de medio siglo, está empeñado en la caza de un mujer
que le sobreponga al mito de su madre asesinada y maldecida, Jane
Hilliker.