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Sam Savage:  <i>El lamento del perezoso</i> (Seix Barral, 2009)

Sam Savage: El lamento del perezoso (Seix Barral, 2009)

    TÍTULO
El lamento del perezoso

    AUTOR
Sam Savage

    EDITORIAL
Sexi Barral

    TRADUCCCION
Ramón Buenaventura

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 272 páginas. 16,50 €



Sam Savage

Sam Savage


Reseñas de libros/Ficción
Sam Savage: El lamento del perezoso (Seix Barral, 2009)
Por Eduardo Laporte, viernes, 2 de octubre de 2009
En 2007, llegó a España Firmin, la ópera prima de Sam Savage con la que este escritor norteamericano gozó de un éxito de público y crítica desbordantes. Octogenario, este doctor en Filosofía, nacido en Carolina del Sur y pluriempleado en los más diversos oficios (mecánico de bicicletas, tipógrafo...), se coló en la primera fila del panorama literario y logró vender más de un millón de ejemplar de su primera novela. Un fenómeno literario cimentado en el boca-oreja y en una calidad literaria celebrada por 'colegas' como Pere Gimferrer, Eduardo Mendoza o Rodrigo Fresán. Ahora llega a España El lamento del perezoso (Seix Barral) retrato de un muy particular humanista y letraherido Andrew Whittaker que lucha por sacar a flote una revista literaria al tiempo que intenta que no sea su propia existencia la que se hunda. Una novela que rezuma un fino y personalísimo sentido del humor y que ofrece un entrañable retrato de la soledad no apto para lectores de hipermercado.
Andrew Whittaker, escritor y activista cultural, dirige la revista Soap, una cuidada publicación literaria con uno de esos nombres absurdos que se estilaban en los setenta. Su director se esmera en la selección de los contenidos, pero la revista, de tirada nacional, hace agua por todas partes. En condiciones económicas más que precarias, la publicación agoniza para desesperación de su creador, que vuelca todas las ilusiones en esa su criatura. Porque Whittaker, una suerte de álter ego de Sam Savage y sólo basta ver la foto de la solapa para comprobarlo, vive en una maraña de facturas sin pagar, de inquilinos que no le abonan las rentas y de bancos que le exigen lo que es suyo. Su vida es un desastre en los asuntos prácticos y también en los íntimos, como muestran las cartas que le escribe a su ex mujer y a otras amantes y que jamás tienen respuesta. Así, a través de una fluida correspondencia entre sus ex amores, amigos y colaboradores de la revista, se va tejiendo esta novela, de la mano de las ocurrencias de un Whittaker con trazas de personaje arquetípico. Así como hay una Madame Bovary, un Rodion Romanovich Raskolnikov o un Holden Caulfield, no es descabellado comparar Andrew Whittaker, el protagonista de El lamento del perezoso, con esos "héroes alfabéticos" (que diría Justo Serna) que ocupan un lugar en la historia de la literatura.

Además de tratar de mantener su crepuscular y surrealista publicación, Soap, Whittaker, mezcla de ingenuidad, pasión literaria, megalomanía y tozudez, se proponer organizar un festival literario de siete días de duración al que invita al mismísimo Norman Mailer en calidad de premiado. No puede pagar la luz, pero sí se atreve a organizar un evento cultural de magníficas dimensiones. «¿Cómo de grande?, le oigo a usted [Norman Mailer] preguntar, con toda la razón. Permítame darle una pequeña pista, en vez de cantidades: habrá elefantes». Todo queda en un sueño y el personaje inventado por Savage asiste al crepúsculo de una existencia en la que el recurso de escribir cartas a los demás parece la única tabla de salvación. Cual Quijote, no aceptará su derrota ni su, digamos, locura, y contagiará al lector por ese entusiasmo por la literatura y por unos ideales nobles que, en una sociedad tirando a pragmática y consumista como la norteamericana, resultan tan extraños como seductores.

El humor y el carácter excéntrico e impredecible de Whittakker constituyen el motor de la obra

Hay poca documentación sobre Sam Savage, autor que ha cosechado un tremendo éxito en la ancianidad, y cuyo primer libro, Firmin, se publicó en una modesta editorial de Mineápolis y se convirtió en un best-seller internacional gracias a recomendaciones de lectores y libreros entusiasmados con su trabajo. Entonces daba vida a una rata de biblioteca, en el sentido literal, con un gusto exquisito por la literatura y una permanente sensación de apartamiento o de sensación de bicho raro, como la cucaracha de La metamorfosis de Kafka. Las ratas no leen, las cucarachas no hablan ni sienten. Hay mucho de Firmin en Andrew Whittaker, por su amor raramente compartido por la literatura, emblema de las causas perdidas en el país del sueño americano de los años setenta. Porque Whittaker acaba viviendo como una rata, descuidando el mantenimiento básico de su estructura vital (ese aislamiento sucio que recuerda al Enderby y compañía, de Burgess). Whitakker parece una rata pero al, igual que Firmin, es una “rata” que lee y cuya delicadeza de espíritu no encuentra respuesta en los demás.

Savage consigue crear un personaje de igual o mayor atractivo que la rata Firmin y supera el reto de la segunda novela, tras la apabullante recepción de la primera, aunque no hay datos que hagan pensar que acometió la redacción de El lamento del perezoso después de escribir Firmin. El humor y el carácter excéntrico e impredecible de Whittakker constituyen el motor de la obra; de hecho, el inserto narrativo que introduce parece metido como con calzador y resulta completamente prescindible. Es en Whittaker donde reside la fuerza de la novela, que se estructura de un modo similar a ese clásico moderno que es 84, Charing Cross Road de Helen Hanff. Whittaker es una una suerte de Helen Hanff, con la diferencia de que las cartas que envía son producto de la inventiva de Savage, mientras que las que componen el libro de Hanff eran reales. Pero es cierto que ambos aman la literatura, son excéntricos, verborréicos y poseen una mirada única y personal sobre las cosas. También se aferran a la literatura epistolar como único enganche al mundo, quizá porque establecer verdaderas relaciones es más costoso y genera problemas. Decía Kafka, autor de Carta al padre, que toda comunicación epistolar es una comunicación con fantasmas; tiene algo de fantasmal, de ilusorio, la relación que el personaje de Savage establece con sus contactos. Especialmente significativa es el trato que mantiene con su ex mujer Jolie, a la que él se refiere en términos todavía cariñosos y que ella ignora con clamorosas calladas por respuesta.

Son muchas las situaciones cómicas que plantea, en una comicidad que suena a nueva, y que sólo podríamos calificar de savagiana

El lector puede apreciar (o no) la hondura con la que Savage se enfrenta al personaje, a esa criatura en el sentido más físico del término. Pero puede optar también por un nivel de lectura más “ligero” en el que el ágil y desopilante discurso de Whittaker mantiene en el lector una sonrisa en el rostro en sentido literal. Son muchas las situaciones cómicas que plantea, en una comicidad que suena a nueva, y que sólo podríamos calificar de savagiana. La carta que envía, por ejemplo, al escritor Norman Mailer no tiene desperdicio. No sólo le otorga un papel protagonista en su insólito festival literario, sino que le invita a su propia casa con argumentos persuasivos tan hilarantes como éste:

“Espero impaciente su visita. Estoy seguro de que vamos a entendernos maravillosamente. Lo más probable es que haga buen tiempo y podamos sentarnos en el jardín. Cuando estaba mi mujer, había flores. Tras su espantada no me queda tiempo para esas cosas: les pasé por encima el cortacésped y ahora sólo queda un poquito de hierba; el conjunto es austero pero seguro que lo encuentra usted agradable”.

Humor de ese que provoca una risa íntima, una risa tierna y humana, y que va acompañado de imágenes que saben a nuevo, sobre todo en ese ámbito literario anglosajón dominado siempre por el respeto reverencial a la objetividad y al realismo. Como comparar sus sentimientos “desfasados” con un “periódico de ayer que alguien ha abandonado bajo la lluvia y que va convirtiéndose en pulpa sobre el cesped.

El lamento del perezoso es un chorro de aire fresco en la literatura norteamericana actual y un ejercicio de literatura con un desparpajo y una originalidad que sorprende y se agradece. Andrew Whittaker es un completo hallazgo literario del que Savage podría sacar provecho en ulteriores proyectos literarios, aunque esto último, por desgracia, es mucho especular.
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