A diferencia de muchas de sus obras, la acción, nunca trepidante, de
Villa Triste no transcurre en París. Aparece un garaje, elemento que
figura casi en todas las novelas de Modiano, pero no su París natal, que es
remplazado por una pequeña ciudad cercana a Suiza, ciudad poco menos que
balneario en la que se juega mucho al tenis y se celebran cacareados eventos
sociales. A lo largo de un verano, con los acontecimientos de Argelia muy de
fondo, la burguesía encuentra aún acomodo para desplegar sus encantos, ese
discreto encanto que llevó Buñuel al cine. Despreocupados y con el único
deseo de disfrutar sin grandes alharacas de una existencia lo más cómoda
posibles, los personajes del libro encarnan esa celebración de la vida algo
tibia de las clases pudientes.
Victor Chmara, de dieciocho años,
prefiere evitar París, el ambiente está enrarecido, siente miedo, “estallan
bombas” y le pueden mandar al frente. Así que opta por mudarse cerca de Suiza,
entendiendo Suiza como una vía de escape ante una posible busca y captura.
Cambia el París denso por una ciudad festiva en la que se suceden galas, fiestas
y recepciones de embajadores varias con la
legerté como nota
predominante. Allí conocerá a Yvonne Jacquet, una actriz primeriza, de la que se
enamorará y con la que mantendrá una relación platónica y de una extraña, por lo
distante, intimidad. Y René Meinthe, médico homosexual encargado de sacar de esa
cierta languidez en la que se instalan los otros dos protagonistas con esa
cierta 'pluma' que Modiano retrata con acierto y mesura.
Apenas hay
peripecia en
Villa Triste, sino el desarrollo a ritmo 'piano' de aquel
verano en que esas tres vidas se cruzaron. Demuestra Modiano su magisterio al
conseguir una imperceptible tensión y una discreta belleza en el esboce de las
situaciones, de las descripciones, de los estados de ánimo de Victor Chmara, que
narra la historia en primera persona.
Modiano hace lo que se conoce como
literary fiction, y que en castellano podríamos traducir como Literatura,
es decir, un ejercicio en el que la belleza y el misterio o asombro del hombre
ante la vida, ante las extrañas relaciones que se tejen entre los seres humanos,
actúa como verdadero motor de la obra
La
novela de Modiano, que fue llevada al cine en 1994 bajo el título de
Le
parfum d'Yvonne, llega en un contexto muy favorable para el escritor
francés, que parece estar viviendo una segunda juventud en nuestro país. Fue en
2007 cuando el editor de Anagrama, Jorge Herralde, decidió publicar una novelita
autobiográfica,
Un pedigrí, más por placer personal que por rentabilidad
literaria, pero se vio sorprendido con la notable acogida que tuvo entre el
público. Después llegarían, en la propia Anagrama, la última novela
En el
café de la juventud perdida, avalada como la mejor novela francesa del año
2008 según la revista
Lire y
Calle de las tiendas oscuras,
publicada originalmente en 1978. Mientras, Seix Barral y Pre-Textos se
sumaban a este considerable 'efecto Modiano'; la primera recuperaría de sus
fondos una de sus novelas más famosas,
Dora Bruder, y la segunda
publicaría
Reducción de condena.
Acusan a Modiano de escribir
siempre la misma novela, y él mismo reconoce que en parte es así. Pero no le
preocupa. Escribir como acto casi irracional, en el que las obsesiones y las más
profundas filias salen a relucir por unas motivaciones que forman parte de ese
misterio que aún encierra la literatura de calidad. Porque Modiano hace lo que
se conoce como
literary fiction, y que en castellano podríamos traducir
como Literatura, es decir, un ejercicio en el que la belleza y el misterio o
asombro del hombre ante la vida, ante las extrañas relaciones que se tejen entre
los seres humanos, actúa como verdadero motor de la obra.
Si esta obra
se hubiera escrito ahora, veríamos en ella elementos que recuerdan a Le Clézio,
reciente ganador del Nobel de Literatura. (Recordemos que no pocos admiradores
de Modiano expresaron su rechazo por muy diversos foros -internet, sobre todo-
ante lo que consideraron una usurpación, es decir, que era Modiano y no Le
Clézio quien debería haber recibido el galardón.) Sin embargo, lo que en Le
Clézio es,
en novelas
como La música del hambre, un recurso algo
desmedido a una memoria en la que el lector puede llegar a sentirse ajeno, en
Modiano hay una
invitación a esa memoria, porque no es tanto una memoria
sino la construcción de un mundo propio, con los barros, eso sí, de la memoria.
En otras palabras, se aprecia en Modiano un oficio y un instintivo arte para
lograr un extraño equilibrio narrativo, esa famosa “pequeña música” que define a
sus novelas, y que se puede apreciar también en la obra de Le Clézio.
Sucede con la prosa de Modiano que
el lector se introduce de lleno en los ambientes que relata, como si estuviera
presente o hubiera vivido él mismo lo que está
leyendo
Recuerda
Villa Triste al
trabajo del pintor Matisse en su segunda etapa, la de 1917 a 1941, la que
definió como el periodo de la placidez y del arte como lenitivo, como calmante,
como lugar en el que encontrar cierta paz y un acceso hacia un cierto lirismo.
Como sucede al recordar, con ese extraño placer que experimentamos al activar la
maquinaria de la memoria. Y si ese ejercicio puede ser peligroso, por viciado o
nostálgico, no sucede así con la literatura, en la que todo es novedad, novedad
atrayente en este caso.
Sucede con la prosa de Modiano que el lector se
introduce de lleno en los ambientes que relata, como si estuviera presente o
hubiera vivido él mismo lo que está leyendo. Afina Modiano en su escritura y es
consciente de que la realidad, como apuntaron los cubistas, se representa en
nuestra mente de muy diversas maneras. Sin salirse del realismo, hay una
selección del torrente literario que en absoluto resulta indigesta, sino todo lo
contrario y que cobra un tono onírico, de pátina de los recuerdos, pero sin caer
en la ñoñería. Modiano no escribe durante más de dos o tres horas al día y
dedica el resto de la jornada a pensar en qué escribirá el día siguiente.
Tenemos, por tanto, una literatura destilada, precisa, pero no por ello
telegráfica ni, digamos, prieta, medida, cerebral. Modiano sabe ejecutar la
partitura de su “pequeña música” literaria y llevar al lector por ese mundo
quizá feliz del pasado, de la juventud, de la candidez emocional.
Es
también admirable la capacidad del autor de hablar de competiciones de coches
con modelos a bordo que portan perros y que luego la prensa local celebra con
entusiasmo sin resultar frívolo o superficial. No hay una evocación histérica de
aquellos años que los protagonistas viven con placer, porque lo cierto es que
tampoco se aprecia una euforia ni una alegría desmedida en los personajes.
“Reyes por un día”, escribe Chmara en una foto que retrata aquel día de
felicidad, cuando ganan la Copa Houligant con el flamante Dodge beis del
homosexual Meinthe. Pero la cadencia sentimental es todo menos estridente, con
una tendencia hacia la melancolía que ya apunta el título,
Villa Triste,
que es la residencia del médico René Meinthe.
Y de las fiestas de alta
sociedad, a la intimidad de una cena con el tío de Yvonne en el que cada
movimiento, cada gesto, cada impresión es retratada con talento por Modiano y
con un sutilísimo sentido del humor. “¿Cuánto tiempo nos quedamos allí?
Imposible fiarse del carillón cada vez más loco del Westminster, que dio tres
veces las doce en pocos minutos de intervalo”. Y esa pequeña tensión, amable
tensión, entre el tío y el joven conde de Chmara, tímido ante esa 'autoridad' y
temeroso de que descubran la impostura de su título nobiliario, anécdota
recurrente a lo largo de toda la obra.
Villa Triste devuelve el
placer por la lectura. Se lee la novela como quien se toma un vermú, un
aperitivo bien armado, como esos
dry martini que tanto gustaban al
anteriormente citado Luis Buñuel o un Campari con soda. El lector con
sensibilidad experimentará un deleite que se sostiene en todas las páginas y que
justifica la decisión de Anagrama de rescatar este título porque, como dijo
Michi Panero, “en esta vida se puede ser todo, menos un coñazo”.