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Francisco Balbuena: <i>El jardín de ajenjo</i> (Calambur, 2009)

Francisco Balbuena: El jardín de ajenjo (Calambur, 2009)

    AUTOR
Francisco Balbuena

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Torreperogil, Jaén (España), 1966

    BREVE CURRICULUM
Estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid y ejerció como periodista en Caracas durante cuatro años

    PREMIOS
Ha ganado el IV Premio de Novela Ciudad de Badajoz con Portentos de ultramar y el IX Premio de Novela «Francisco García Pavón» con El oráculo de la tortuga, publicadas por Algaida. Ha quedado segundo del Premio Azorín 2007 y finalista del Ateneo de Sevilla 2007. Ha sido finalista del Premio Azorín 2008, finalista del Premio de Novela Fernando Lara 2008, cuarto del Premio Planeta 2008, segundo del Luis Berenguer 2008 y finalista del Premio Primavera 2009



Francisco Balbuena

Francisco Balbuena


Opinión/Entrevista
Entrevista a Francisco Balbuena, ganador del XI Premio Río Manzanares de Novela con El jardín de ajenjo (Calambur, 2009)
Por María José de Acuña, lunes, 1 de junio de 2009
El jardín de ajenjo es una novela de Francisco Balbuena que retrata el Brasil de la Segunda Guerra Mundial y más concretamente un Río de Janeiro por el que transitan dictadores, políticos con pocos escrúpulos, delincuentes de guante blanco, nazis, judíos liberados de los campos de concentración, vividores y pistoleros. Uno de los protagonistas, Balboa, español, ex anarquista y falangista, es uno de ellos. Vive un azaroso y apasionado romance con una judía, esposa de un antiguo oficial austriaco, amante a su vez de un modelo italiano, que hace importantes negocios en Brasil, apoyado en sus íntimas relaciones con el dictador brasileño Getulio Vargas. Como todos los que les rodean, los amantes guardan un oscuro pasado y viven un presente trepidante, lleno de acechanzas y peligros, de ambiciones y traiciones, en un mundo delirante que se mueve entre los fascismos europeos y los totalitarismos sudamericanos

El Jurado de la XI edición del Premio Río Manzanares de Novela ha optado por galardonar una obra de fuerte carga erótica que plantea historias vitalistas llenas de destinos cruzados, El jardín de ajenjo, publicada por la editorial Calambur.

¿Cómo definirías El jardín de ajenjo en un par de frases?

Una historia de pasiones extremas en una época sobrada de ellas. Aventuras de gente desventurada que se agarra a ilusiones descarnadas como huesos para poder sobrevivir.

La II Guerra Mundial ha servido de inspiración en un sinfín de ocasiones a la literatura. En tu novela retratas personajes descarnados, historias trágicas, familiares y personales con las que consigues acercar el lector al conflicto bélico, ¿cómo te surgió la idea de escribir una historia así?

La novela tiene su origen en un relato erótico, casi pornográfico, que escribí hace mucho sobre los mismos personajes. El caso es que lo dejé en un cajón y me olvidé de él durante un tiempo. Hasta que un día caí en la cuenta de que en esa historia, alargándola y dándole más profundidad, había una gran novela en potencia. Así que me puse a la tarea un verano y, antes de que llegase la caída de la hoja, ya la había concluido tal y como está. Fue una escritura intensa, muy absorbente, aunque tenía a mi favor que redactaba sobre una base sólida, un diamante un bruto que había que pulir, tarea que sólo podía conseguirse agrandando la idea original.

¿Crees que con El jardín de ajenjo el lector se encuentra ante un ejemplo típico de novela negra?

Si entendemos por novela negra aquella que investiga un misterio, a menudo escabroso, y que de camino va retratando entresijos más sórdidos de la sociedad, creo que sí, que El jardín de ajenjo es una novela negra por los cuatro costados. No es una novela negra típica como si aconteciese en Chicago, pero hemos de reconocer que al son de la samba en nada desmerece Río de Janeiro de un arrabal holliniento. Aquí hay no uno sino varios misterios superpuestos que se irán descubriendo por medio de la indagación de los personajes. Y a raíz de ello ante nuestra mirada aparecen sujetos siniestros, una violencia creciente que llega a ser dolorosa para el lector, y una sociedad corrupta de la que parece que nadie puede escapar.

Desde las primeras páginas de El jardín de ajenjo aparece el mismísimo Orson Welles para contextualizar la trama y como homenaje al cine. Se dice que Ciudadano Kane fue capital a la hora de sentar las bases del moderno lenguaje narrativo cinematográfico. ¿Crees que tu novela se podría llevar a la gran pantalla?

Por supuesto que en El jardín de ajenjo hay un película, y de las buenas, de las de toda la vida. Mi estilo de escritura es muy gráfico, no sé si para bien o para mal de la calidad literaria, pero no hay duda que se presta mucho y sin gran esfuerzo a la adaptación del cine. Orson Welles siempre ha sido un artista, y un personaje, que me ha fascinado. Es como un titán que surgió enorme al nacer, que sostuvo el mundo sobre sus hombros de genio, y que luego lo dejó caer sobre nosotros los mortales en una decadencia de décadas que más tenía de autodestructiva que de escasez creativa.

Leyendo tu curriculum, es obvio que has conseguido ser un narrador con mucho oficio, pero, ¿en qué otros géneros literarios te sientes cómodo?

He escrito algunas poesías, cuentos varios de muy distintas extensiones, un ensayo, y unos cuantos guiones para televisión y cine. Digamos que en todas esas modalidades me defiendo aceptablemente, aunque sin duda mi fuerte son las novelas, y, cuanto más largas, mejor.

El amor, con todas sus variables, es una clara constante en tus textos, pero ¿qué otros aspectos de la existencia humana cobran valor simbólico en tu obra?

Una idea fundamental que subyace en mi obra es la reflexión que realizo, a veces muy aventurada y en ocasiones de modo muy poético, acerca de las construcciones mentales que el ser humano pergeña para ilusionarse sobre la vida, para hacérsela más soportable. Más o menos, salvando las distancias, lo que hizo Cervantes con Don Quijote.

Volviendo a El jardín de ajenjo, la historia transcurre en el Brasil de Getulio Vargas que conservó el poder hasta 1945, mantuvo relaciones cordiales con Estados Unidos y le declaró la guerra al Eje. Sin embargo, en la novela el instaurador del Estado Novo se percibe como una figura un tanto pusilánime, (comparado con Franco, uno de los protagonistas lo tacha de “lechón sopero”…)

Getulio Vargas fue un sujeto de cuidado, como todo dictador. Aunque fue un dictador atípico, en el sentido de que no montó un régimen represor espantoso como se estilaba por entonces en Europa. Quiso mantenerse entre dos extremos por medio de un autoritarismo light. La prueba es que conservó en su gabinete a ministros que hubiesen pasado por demócratas en otras latitudes. Tuvo una primera etapa en el poder casi hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Durante un tiempo dudó en apoyar a Estados Unidos en la guerra o, como mínimo, mantenerse neutral llevado por sus simpatías con los alemanes. A diferencia de los argentinos con Perón poco después, supo ver por donde venía el aire de los tiempos y eligió la opción más conveniente para él y Brasil acercándose a las democracias occidentales. Consintió que los Estados Unidos montasen una base aeronaval de lucha contra los submarinos alemanes en Recife a cambio, claro está, de que los americanos abriesen unas cuantas fábricas en Brasil. Incluso mandó una fuerza expedicionaria para ayudar a los aliados en la liberación de Italia. Sin embargo, el ejército no creía que su conversión fuese sincera y le destituyó. Tuvo una segunda etapa de gobierno en los años cincuenta. Pero una serie de escándalos le pusieron en una posición muy precaria de cara a la opinión pública. Entonces, una tarde se encerró en su habitación del palacio de Catete y se pegó un tiro en el corazón. En su testamento echó la culpa de su desventura a los yanquis. En efecto, al lado del sibilino Franco fue un hombre quizá demasiado ingenuo. Franco jamás hubiese estropeado su corazón.

¿Qué escritores han influido en tu obra? ¿Cuáles son tus referentes?

Mis influencias son tan variadas que no podría mencionar nombres de literatos a riesgo de olvidar a muchos. Creo que ningún novelista me ha marcado hasta hacerme emulador suyo. Más bien lo que me ha guiado son obras específicas, y no todo en ellas, de muchísimos autores. A veces creo que adolezco de falta de lecturas de narrativa. Pero también me digo que esa carencia acaso sea una ventaja, en el sentido de que no tengo la creatividad encorsetada por paradigmas o modas, sino que, en base a sólidos fundamentos, me puedo permitir el lujo de ir por donde yo quiera sin espectros como compañía, e incluso innovar.

Teniendo en cuenta que todas tus novelas publicadas han sido galardonadas, ¿qué opinión tienes sobre los premios literarios?

Los premios son una opción tan legítima como otra cualquiera para abrirse camino en el mundo literario. Es más, para los autores no consagrados a menudo se convierte en el único medio de publicación. Y alabados sean aquellos escritores que, a base de premios, demuestran que no pertenecen a cuadras editoriales.

¿Se podría considerar El jardín de ajenjo una novela histórica en vista de la época y de los personajes reales que en ella aparecen?

Hay una teoría que dice que toda novela es histórica si narra hechos que se desarrollan en una época de más de cincuenta años de nosotros en el pasado. En cierto sentido podría decirse que cualquier novela tarde o temprano llega a ser histórica. He escrito varias adrede de este género. El jardín de ajenjo tiene mucha historia, pero, al igual que esas otras obras mías mencionadas, hay un aspecto en ella que se impone, y no es otro que la geografía. Mis personajes y sus aventuras siempre están en movimiento, siempre están haciendo algo a través de una geografía que es como un personaje más. Mis novelas más bien son topográficas desde la mente al corazón.

¿Cómo construyes tus novelas? ¿Te embarcas en ellas sin saber a qué puerto llegarás, o lo tienes muy claro antes de escribir la primera línea?

Previamente a ponerme delante del teclado uso mucho el lápiz y el papel. Y antes del esto debo tener la historia muy clara en la cabeza. Siempre he dicho que el acto creativo tiene mucho que ver con las vacas. Porque en esencia consiste en rumiar ideas hasta que toda una serie de piezas a base de darles vueltas y más vueltas encajan en un cuadro general. En cuanto tengo una idea con su final, ya prácticamente la novela ha cuajado. Tener el final es fundamental, porque es el faro en la lejanía que te va guiando. En El jardín de ajenjo, por ejemplo, estaba convencido que el final debía ser muy sutil, de una ambigüedad calculada, a prueba de los lectores más perspicaces.
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