Director: Rogelio López Blanco      Editora: Dolores Sanahuja      Responsable TI: Vidal Vidal Garcia     
  • Novedades

    Wise Up Ghost, CD de Elvis Costello and The Roots (por Marion Cassabalian)
  • Cine

    Yo soy el amor (Io sono l’amore), película de Luca Guadagnino (por Eva Pereiro López)
  • Sugerencias

  • Música

    One Kind Favor, CD de BB King (crítica de Marion Cassabalian)
  • Viajes

  • MundoDigital

    ¿Realmente hay motivos para externalizar la gestión de un website?
  • Temas

    Peña Nieto (por Renward García Medrano)
  • Blog

  • Creación

    El Incendiario, de Miguel Veyrat
  • Recomendar

    Su nombre Completo
    Direccción de correo del destinatario
Christopher Sandford: Polanski. Biografía (T&B Ediciones, 2009)

Christopher Sandford: Polanski. Biografía (T&B Ediciones, 2009)

    AUTOR
Christopher Sandford

    BREVE CURRICULUM
Escritor y crítico de música rock desde hace más de veinte años. Colaborador de publicaciones de las dos orillas del Atlántico, es autor de las aclamadas biografías de Eric Clapton, Mick Jagger, Paul McCartney, David Bowie, Keith Richards y Bruce Springsteen




Tribuna/Tribuna libre
Polanski. Biografía (II)
Por Christopher Sandford, lunes, 2 de marzo de 2009
Hace medio siglo, un joven director llamado Roman Polanski rodó su primer filme completo: un ejercicio estudiantil de dos minutos al que llamó Asesinato. Durante el medio siglo que ha pasado desde entonces, Polanski se ha convertido en un icono, una figura admirada en todo el mundo por sus mordaces películas, aunque también ha sido descrito como un «enano malvado y disoluto». En enero de 1978, ante la perspectiva de una condena de cincuenta años de cárcel por mantener «relaciones sexuales ilícitas» con una niña de trece años, Roman huyó de Estados Unidos y se instaló en Francia. Hay fragmentos de esta historia que ya han sido contados, pero Christopher Sandford une todas las piezas en una crónica lúcida y apasionante, empezando por la horrenda experiencia de Polanski en el Holocausto y acabando por su vida actual en París, donde se ha convertido en el «símbolo vivo del desencuentro franco-estadounidense». El libro está escrito a partir de docenas de entrevistas con actores, guionistas y otros colaboradores de Polanski, transcripciones judiciales que hasta ahora habían permanecido bajo secreto de sumario, declaraciones ante el Gran Jurado de California y testimonios de ex amantes y amigos. También contiene numerosa documentación inédita sobre lo que Polanski ha llamado «la tragedia central» de su vida, el brutal asesinato de su mujer, Sharon Tate, y unos amigos por miembros de la llamada Familia Manson, un hecho que rivaliza con los episodios más negros de la historia del crimen moderno. Fascinante, imperfecto, inmensamente creativo, el «artista más escandaloso del mundo» aparece aquí expuesto en un retrato exhaustivo.
MANSON (continuación)

Winifred Champan, la criada, había descubierto los cadáveres de Cielo Drive poco después de las ocho de la mañana del 9 de agosto. Al ver que los vecinos inmediatos no contestaban a sus gritos, había corrido a la casa de al lado, colina abajo, gritando: «¡Asesinato, muerte, cadáveres, sangre!». La policía llegó en torno a las nueve de la mañana, seguida por la prensa al poco rato. Hacia las doce, las autoridades localizaron por fin a Bill Tennant, el representante de Polanski, que apareció vestido de tenis. Tennant identificó a las víctimas, salió a la calle para vomitar y condujo hasta su casa «para hacer la llamada más difícil de mi vida».

En Londres ya eran las nueve de la noche del sábado. Polanski, cuentan, había pasado la noche anterior en una discoteca llamada Revolution, antes de pasar las primeras horas de la mañana en compañía de un grupo más selecto de amigos, en West Eaton Place Mews. Parece que por la tarde estuvo trabajando en el problemático guión de The Day of the Dolphin, con Michael Braun y el productor de la película, Andy Braunsberg, y que aquella noche pensaba cenar con Victor Lownes. Polanski dice, en una pequeña discrepancia, que su cena con Lownes iba a ser una «reconciliación», después de unas semanas alejados; Lownes, en cambio, recuerda que la noche anterior habían estado juntos en la discoteca.

El teléfono sonó cuando Polanski se disponía a salir para el restaurante. «Roman», dijo Tennant, «ha habido una catástrofe en la casa». «¿En la casa de quién?», «En la tuya». Tennant dijo el resto lo más sencillamente que pudo. «Sharon ha muerto, y Wojtek y Gibby y Jay también. Han muerto todos». «¡No, no, no!». Polanski imaginó de inmediato que la casa había quedado sepultada en una avalancha de lodo, o sufrido algún otro cataclismo natural. Tennant, ahora llorando ruidosamente, dijo que todos habían sido asesinados.

Polanski dejó caer el teléfono y empezó a caminar en círculos, llorando y golpeándose la cabeza y los puños contra la pared. Un pequeño grupo de amigos, entre ellos Lownes, Warren Beatty y Richard Sylbert, llegaron enseguida a la casa de los mews, seguidos de un médico que atiborró de sedantes al director, quien, “histérico”, repetía al parecer, entrecortadamente, las palabras «por qué» y «otra vez». Indeciblemente bárbara en sí misma, la masacre de Cielo Drive había trazado una simetría horrenda: la madre y la mujer de Polanski habían sido brutalmente asesinadas cuando se encontraban embarazadas.

A la tarde siguiente, temprano, Lownes y el resto acompañaron a Polanksi en un vuelo a Los Angeles. Una enorme algarabía mediática los saludó a su llegada. Desde el aeropuerto, Polanski fue conducido directamente a una “suite de cortesía” de los estudios Paramount, que luego le cobró 400 dólares por las tres noches que pasó en ella. Algunos amigos acudieron a dar el pésame, mientras que otros encontraron que se les impedía la entrada al estudio. Polanski estaba convencido de que el asesino o asesinos se contaban entre sus conocidos, y, según una teoría policial temprana, él mismo había sido el objetivo de los asesinos.

El 13 de agosto, Polanski abandonó sus aposentos de la Paramount y se instaló en la casa de la playa de Malibu de su amigo Michael Sarne, que estaba ausente, dirigiendo Myra Breckinridge (Myra Breckinridge). Al día siguiente, los vecinos de Sarne enviaron a éste una súplica señalando que «la presencia en su casa del señor Polanski pone en peligro nuestras vidas» y pidiendo que «esta persona abandone nuestra comunidad de inmediato». Sarne rechazó la petición. El funeral de Sharon Tate, y el de su hijo no nacido, se celebró el mismo miércoles por la tarde. Polanski, con gafas oscuras y apoyado en el brazo de su médico, pareció derrumbarse varias veces durante la ceremonia. El coronel Tate, la señora Tate y sus dos hijas supervivientes acudieron al cementerio Holy Cross, así como luminarias de Hollywood como Warren Beatty, Yul Brynner, Kirk Douglas, Lee Marvin y Peter Sellers, además de varias docenas de curiosos con cámaras de fotos. Polanski escribió más tarde que «el único ausente fue Steve McQueen, uno de los amigos más antiguos de Sharon. Nunca se lo he perdonado» (3). Aunque el ataúd estaba cerrado, se dijo que Tate fue enterrada con un «minivestido de Pucci escogido personalmente por Victor Lownes». Polanski recordó que en su conmoción sólo podía pensar en la pequeña cicatriz de la rodilla de su mujer, producto de un accidente de esquí, que no volvería a ver nunca. En su muerte, al hijo de los Polanski se le impusieron los nombres Paul Richard, por los dos abuelos de él.

Ese mismo día, la Twentieth Century Fox reestrenó El valle de las muñecas, con el nombre de Tate en posición estelar en el cartel. El énfasis de la cobertura mediática en su conjunto fue hiperbólico, a veces cruel, a menudo histérico. «¡YO BEBÍ LA SANGRE DE SHARON!», fue un ejemplo excelente del extremo popular del espectro. Para el 10 de agosto, las tres cadenas de televisión nacionales habían empezado a emitir en directo desde el exterior de los escenarios del crimen, en Cielo Drive y Waverly Drive. También frente al restaurante Coyote, donde Sharon y sus amigos habían tomado su última comida, permanecía estacionado un camión de conexión por satélite; mientras que en el interior un periodista del “Star” -que para la ocasión desplegó su titular de cuerpo veinticuatro, el que últimamente habían empleado para la historia de la llegada a la Luna- blandía un talonario. El “Examiner”, por su parte, logró la difícil proeza de criticar la «burda explotación» que siguió a la muerte de Tate al tiempo que publicaba, dos páginas más tarde, un vistoso anuncio de «objetos coleccionables de El baile de los vampiros». Al menos un fotógrafo de prensa tuvo que ser expulsado de las oficinas del médico forense durante el fin de semana del 9 y 10 de agosto cuando intentaba encontrar uno o más cadáveres de las víctimas.

Polanski y muchos de sus amigos acudieron al funeral de Jay Sebring, que se celebró la misma tarde que el de Tate, y que también atrajo a los ex clientes de Sebring Paul Newman, Henry Fonda y James Coburn. Abigail Folger fue enterrada en una ladera cercana al lugar en el que se había criado, en la península de San Francisco. No hubo famosos presentes cuando Steven Parent fue acompañado a su última morada por su familia inmediata y seis amigos del instituto, en una pequeña iglesia de El Monte, un barrio residencial de Los Angeles. El cadáver de Wojtek Frykowski permaneció bajo custodia policial hasta que su madre y hermano recibieron permiso del Gobierno polaco para viajar a Estados Unidos a retirarlo.

El 17 de agosto, Polanski acompañó a un periodista de la revista “Life”, Tommy Thompson, y a un fotógrafo a Cielo Drive. Mientras se acercaban a la verja de la casa, un hombre fornido, de pelo ondulado, en la cincuentena, se abrió paso a empujones entre una pequeña multitud de curiosos y se presentó como Peter Hurkos, «el famoso vidente». Polanski, que todavía se encontraba fuertemente sedado y quizá no en su momento más perspicaz, por tanto, invitó a Hurkos a entrar con ellos.

Cuando cruzaron la verja, Polanski permitió que lo fotografiaran sentado en el porche delantero de la casa, justo delante de la puerta blanca, en la que todavía se leía claramente la palabra “CERDO”, pintada con la sangre de su mujer. A continuación paseó por el lugar del crimen, tocando silenciosamente objetos varios de Tate y abriendo un armario del dormitorio para quedarse mirando el surtido de prendas de bebé pulcramente dobladas en las baldas. En la cocina encontró un gatito encogido detrás de unas cajas viejas, que al parecer no había sido alimentado en la última semana, y manchado de sangre. Según Thompson, cuando Polanski habló, «cada palabra salió con dificultad. [...] “¿Por qué?”, dijo, y lo repitió una vez, y otra, y otra. Y al cabo de un largo rato: “Sharon [...] fue [...] el momento supremo [...] de mi vida. Yo sabía que no [...] duraría”». Thompson preguntó a Polanski cuánto tiempo llevaban viviendo en la casa Frykowski y Folger. «Demasiado, supongo», contestó. «Debería haberle echado cuando atropelló al perro de Sharon». Antes de abandonar la casa, Polanski subió por la es calera de mano hasta el loft del cuarto de estar, encontró la lata de película que la policía había devuelto delicadamente a su sitio, y se marchó con ella en el bolsillo, al volante de su coche.

El reportaje de “Life”, titulado “Un viaje trágico a la casa de la colina” apareció el 29 de agosto, y muy pronto se convirtió en uno de los números más buscados de la revista. Peter Hurkos resultó un vidente modestamente dotado: ante la prensa aseguró que «a Sharon Tate la mataron tres hombres, y yo sé quiénes son. He identificado a los asesinos ante la policía y les he dicho que hay que pararles los pies». Los asesinos, añadió, eran unos amigos de los Polanski a los que grandes cantidades de LSD habían convertido en «maniacos homicidas desenfrenados». Hurkos demostró, por otro lado, deslumbrantes dotes empresariales: vendió unas fotos Polaroid de la casa a los medios de comunicación y publicó un anuncio a toda página en el “Citizen News” comunicando que, entre sus trabajos de asesoría en casos de asesinato, incluida la actual masacre de Sharon Tate, «el viernes por la noche se present[aba] en el Huntingdon Hartford, donde estaría hasta el 30 de agosto».

Polanski volvió a Cielo Drive, sin compañía, varias veces durante los días siguientes, antes de devolver formalmente la propiedad a su dueño, Rudi Altobelli, el 31 de agosto. Altobelli, a su vez, envió a su ex inquilino una factura por la limpieza de las manchas de sangre de sus alfombras y tapicería. Contrariamente a la leyenda, “Life” nunca pagó a Polanski 5.000 dólares ni estipendio alguno por posar en el porche delantero de la casa. Lucrarse era «lo último en que pensaba Roman» cuando su representante, Bill Tennant, mencionó suavemente la cuestión de la herencia de Tate. Polanski le dijo simplemente que «lo regalara todo». El propio Tennant se llevó el Rolls-Royce blanco que por lo visto estaba destinado a celebrar el nacimiento del hijo de los Polanski.

El 19 de agosto, Polanski dio una rueda de prensa en la que denunció a aquellos que «por motivos egoístas» habían escrito «cosas horribles sobre mi mujer», particularmente el hecho de que había habido un desencuentro conyugal de alguna clase («¿eran amantes Sharon y Jay, Roman?», había gritado prestamente un periodista). Tate era una mujer «maravillosa» y «una buena persona. [...] Los últimos años que he pasado con ella han sido los únicos realmente felices de mi vida».

Esa misma semana, Polanski se sometió a la prueba poligráfica policial, que reveló que se sentía «responsable» de los asesinatos, en el sentido de que «me siento responsable de no haber estado allí». Esto era algo quizá comparable a la culpabilidad del superviviente que habían sentido después de la guerra su padre, Ryszard, y otros que habían estado en los campos. El director pudo ofrecer el siguiente consejo a la policía: «Si están buscando un motivo, busquen algo que no encaje en su modelo habitual, donde solan [sic] trabajar como policía; algo mucho más rebuscado». Lo más curioso de esto es hasta qué punto Polanski se acercó más a la verdad que los investigadores profesionales, que habían descartado provisionalmente cualquier relación entre los casos Tate y LaBianca, y que habían asegurado a los periodistas que «Sharon fue víctima de un robo con violencia, posiblemente relacionado con las drogas».

Poco después de la prueba poligráfica, que lo absolvió formalmente de toda relación con la masacre, Polanski tomó un vuelo al Caribe para localizar The Day of the Dolphin, una película en la que le resultó razonablemente imposible concentrarse. El proyecto fue abandonado finalmente aquel invierno, para ser reactivado por el director Mike Nichols cuatro años después. En el avión de regreso a Los Angeles, Polanski le dijo a su amigo John Phillips que para él aquella película estaba «embrujada».

«Malas vibraciones», explicó. Demasiados recuerdos.

Desde Malibu, Polanski se instaló en una habitación de la finca de Robert Evans y después voló a Nueva York, donde alquiló una suite en la Essex House de Central Park South, el lugar que había sido su hogar durante el rodaje de La semilla del diablo. Gracias a la publicidad reciente, rara vez lo dejaban solo: los fotógrafos lo esperaban en el vestíbulo, los transeúntes lo miraban por la calle, los fans le pedían autógrafos, las empresas querían enviarle su literatura «demencial» sobre toda clase de cosas, desde el satanismo hasta la adopción de niños. Richard Sylbert, que se unió a él en Manhattan, señaló más tarde que «Roman era, sin duda alguna, el único director de cine vivo capaz de parar el tráfico, literalmente, cuando andaba por la Quinta Avenida». Mia Farrow presenció una muestra de la «fama no deseada» de Polanski cuando lo acompañó a cenar al restaurante Elaine’s. «Estábamos esperando mesa y recuerdo que había dos mujeres que parecía que estaban intentando ligar con él», dijo. «Me acuerdo porque recuerdo que me pareció completamente fuera de lugar». Farrow también recuerda que Polanski era «una ruina» en aquellos días, que le había hablado de su descubrimiento del gato ensangrentado, entre otras historias, y que después de pedir la cena «nos fuimos del restaurante. Así de alterado estaba, y yo también» (4).

El 10 de septiembre, Polanski publicó un anuncio en varios periódicos de la zona de Los Angeles ofreciendo una recompensa de 25.000 dólares a cambio de cualquier información «que conduzca a la detención y condena del asesino o asesinos de Sharon Tate, de su hijo no nacido y de las otras cuatro víctimas». La policía enfureció ante esta apelación bienintencionada, que sólo serviría, en palabras de un funcionario retirado del Departamento de Sheriff, para «duplicar el ya elevado número de chiflados. [...] Lo hicieron los Panteras Negras. Lo hizo la policía polaca. Lo hicieron los hombrecillos verdes de Marte. En el centro de la ciudad teníamos dos bandejas para ese tipo de llamadas: una con la etiqueta “raros” y otra con la de “psicópatas”».

En un nivel periodístico ligeramente más exaltado, el caso Tate se convirtió en la más sonada noticia “de interés humano” desde el secuestro y asesinato del bebé Lindbergh en 1932. Antes de unas horas, la matanza de Cielo Drive se convirtió en noticia de portada en todo el país y en el mundo. La historia desplazó al regreso triunfal de los astronautas del Apollo 11 y a la investigación del misterioso accidente del senador Kennedy en Chappaquiddick, en el que una joven se ahogó atrapada en el asiento delantero de su coche. En Francia, “l’affaire Tate” dominó los medios escritos y audiovisuales durante el resto del año, no en vano ofrecía ingredientes tan potentes como el glamour, el escándalo y la ocasión de mofarse, no por última vez, de la barbarie norteamericana. Polanski se molestó particularmente con las «hienas de la prensa escrita» y con los «fotógrafos chacales» que lo asediaron cuando volvió finalmente a Londres. «¿Alguna vez has intentado», preguntó a un amigo, «ignorar a una cucaracha que se ha colado en tu comida mientras estás comiendo, o a una abeja atrapada en tu oreja?». Y añadió, por lo visto, que cuando la gente le decía «es el precio de la fama», sentía ganas físicas de vomitar ante su estupidez.

Tate, protestaba Polanski, había sido asesinada de hecho por segunda vez en las semanas inmediatamente posteriores a los asesinatos. Para publicaciones norteamericanas convencionales como “Time” y “Newsweek”, el director y, por extensión, su familia habían llegado a representar algo «ligeramente escabroso», con una afinidad personal y profesional con lo «morboso y lo esotérico». Así, los asesinatos eran una oportunidad de culpar a las víctimas con el argumento de que «ellos se lo habían buscado » (“VIVE RARO, MUERE RARO” fue un titular inolvidable), al tiempo que se detenían en los detalles más selectos y establecían esa burda comparación entre la vida y la obra de Polanski.

Para “Newsweek”, «la escena difícilmente podría haber sido más extraña de haber aparecido en una de las peculiarmente pesadillescas películas del polaco. Allí, en el jardín bañado por el sol de una mansión colgada sobre Hollywood, yacían los cadáveres de una guapa morena en camisón y de un hombre vestido a la moda, los dos horriblemente acuchillados y embadurnados de sangre. [...] Si las cámaras hubieran estado rodando, habrían capturado la imagen más escalofriante de todas. Una rubia preciosa, vestida sólo con unas bragas y un sujetador, yacía brutalmente apuñalada en el suelo del gigantesco cuarto de estar. [...] Al final la exuberante Miss Tate [...] interpretó el papel protagonista de una película policíaca mucho más trágica y perversa que cualquier cosa que Polanski pudiera haber creado para ella en pantalla. “Dios”, exclamó un inspector, “esto es más raro que La semilla del diablo”».

Y esto aún fue un modelo de rigor y contención periodísticos, al lado de la información aparecida en “Time”, la autoproclamada «revista de referencia» de América:

Lo que la policía encontró cuando fue convocada en la casa de Benedict Canyon de Roman Polanski fue mucho más sangriento y espeluznante de lo que había dejado saber, según ha sabido “Time” la semana pasada. [...] El cadáver de Sharon Tate apareció desnudo, no cubierto con unas bragas y un sujetador. [...] Sebring sólo llevaba los restos desgarrados de un calzoncillo. Un pecho de Miss Tate había sido cortado. [...] Estaba embarazada de nueve meses y su estómago aparecía cruzado por una X. [...] Sebring había sido mutilado sexualmente, y su cadáver también presentaba marcas en forma de X. [...] Frokowski [sic] tenía los pantalones bajados, en torno a los tobillos. [...] No se encontraron huellas dactilares por ninguna parte. [...] En Hollywood empezaron a circular teorías sobre sexo, drogas y brujería, alimentadas por el hecho de que Sharon y Polanski se movían en uno de los ambientes más estrafalarios del mundo del cine. Solían recoger a personas extrañas y desagradables de forma indiscriminada, y las invitaban a las fiestas que daban en su casa. «Roman y Sharon sabían tanto de seguridad como un par de idiotas», dice el publicista Don Prince. «Vivían como gitanos. Allí te podías encontrar durmiendo a cualquiera...»


Esta crónica «exclusiva» del “Time” contiene un mínimo de nueve errores factuales, sobre todo el estado de los cadáveres de Tate, Sebring y Frykowski (5). Aparte de esto, en el lugar de los hechos se encontraron algunas huellas dactilares, incluidas las de los asesinos Watson y Krenwinkel, no obstante otros diversos errores de procedimiento por parte de los investigadores. Don Prince, escritor de origen británico y, por poco tiempo, publicista asignado a Myra Breckinridge, fue uno de los que aquel agosto se manifestaron para alardear de su supuesta intimidad con los Polanski.

La policía, por su parte, no estableció vínculo alguno entre los casos Tate y LaBianca, pero muchos angelinos normales, cuando leyeron acerca de las múltiples y delatoras heridas de arma blanca y las palabras escritas con sangre, trazaron la relación al instante. Alguien que seguía en la calle era responsable de siete homicidios particularmente bárbaros, y presumiblemente atacaría de nuevo. En la semana que empezó el 11 de agosto de 1969, mientras los periódicos publicaban titulares como “PAREJA DE VECINOS ASESINADA EN SEGUNDA ORGÍA DE SANGRE”, la ciudad vivió algo semejante a una crisis nerviosa municipal. El ya impresionante número de ventas diarias de armas de fuego en la zona se multiplicó por 25, pasando de alrededor de 70 a 1.750. El precio en curso de un perro guardián entrenado pasó en un instante de 200 a 1.500 dólares, con un plazo de seis semanas para «pedidos secundarios». Los cerrajeros de la ciudad se veían igualmente solicitados. El tambor de los rumores, a todo esto, retumbaba sin cesar. ¿Se había vuelto violenta alguna clase de «fiesta sexual perversa»? ¿Acaso un asesino a sueldo había ejecutado a los dos grupos de víctimas por razones sepultadas en el pasado de éstas, que en el caso de Leno LaBianca incluía elevadas deudas de juego? Como estábamos en California, la policía se vio muy pronto inundada de chivatazos que involucraban a todo el mundo, desde el presidente Nixon hasta los agentes de una conspiración extraterrestre-masónica que abarcaba el mundo entero, ésta última con sus diagramas de flujo hacia el Armagedón, generalmente trazados en tinta roja y aparentemente escritos en cortos arrebatos de energía desenfrenada en los márgenes de la nota, de forma que para leerla entera era necesario girar el papel 360 grados. Tanto la policía como las empresas periodísticas locales recibieron más tarde a una serie de visitantes, entre ellos no pocos «locos certificados por el estado», que intentaron cobrar parte o la totalidad de la recompensa de Polanski.

Entre las teorías lo bastante verosímiles para ser investigadas activamente figuraba la que decía que en Cielo Drive se estaba celebrando una «orgía narcótica», con un posible componente sexual. Cuando la policía llegó al lugar el 9 de agosto, encontró un gramo de cocaína en la guantera del Porsche de Sebring, treinta gramos de marihuana en el dormitorio de Frykowski y Folger y otras sustancias reguladas en los armarios y ceniceros del cuarto de estar. Según esta tesis, alguien que estaba o alucinando o negociando una venta se había «asustado» y había matado a todos los presentes. Las autoridades se tomaron la molestia de detener a William Garretson, el joven encargado y consumidor de hierba recreativa que había estado en la casa de invitados, veinte metros detrás de la casa, en la noche del 8 de agosto, y que no había «oído nada». Garretson realizó y aprobó la prueba del detector de mentiras y quedó en libertad. Mientras tanto, una operación nacional de búsqueda permitió localizar a los cuatro hombres que se habían colado en la fiesta de inauguración de la nueva casa de los Polanski cinco meses antes, de los que uno, por lo menos, había amenazado públicamente con matar a Frykowski durante una venta de drogas posterior. Ellos también tenían coartadas de hierro para la noche de autos.

En ausencia de sospechosos más claros, la policía centró su atención en el propio Polanski. ¿Tenía todo aquello algo que ver con sus películas, la más famosa de las cuales se refería al horrendo maltrato infligido a una mujer embarazada? O, si no, estaba el personaje de Tate en Eye of the Devil, el film de 1967, cuyo dramatis personae había incluido a una banda encapuchada que practicaba sacrificios rituales. Había sido poco después del estreno del filme cuando ella y Polanski habían aparecido en un programa de entrevistas británico en compañía de dos brujas cubiertas con sus vestiduras ceremoniales, una de las cuales había observado que Polanski sería una buena adquisición para el aquelarre. ¿“Le iba” la magia negra al director, como se rumoreaba, se sentía acaso indeciso sobre su matrimonio? ¿Había concertado alguna vez, como había afirmado en privado un destacado crítico cinematográfico, la «extirpación sistemática» de su mujer y amigos, para de alguna forma congraciarse con sus compañeros de secta? El test poligráfico de Polanski (entre una miriada de otras pruebas) acabó enseguida con tanta palabrería descabellada, por lo menos a ojos de la policía, aunque incluso entonces algunos de los fabuladores más notorios de Hollywood siguieron insistiendo falsamente en que «lo hizo Roman».

El caso Tate marcó tanto el cenit de la fama pública de Polanski como el comienzo de su caída en desgracia oficial. En adelante su decepción con el “sistema” de Hollywood, y, no menor en importancia, con su prensa, avanzó de la mano de su exclusión de él.

Mientras la investigación oficial seguía primando la teoría de la “orgía toxicómana”, el propio Polanski, de nuevo en Los Angeles, seguía convencido de que el responsable era un miembro de su propio círculo -un marido celoso, posiblemente-. Los primeros policías que acudieron al lugar del crimen habían encontrado unas gafas de montura de concha, en el suelo, no lejos de los cadáveres de Tate y Sebring, que nadie había podido identificar. ¿Las había dejado caer el asesino o asesinos? Como parte de sus investigaciones privadas, Polanski acudió a una óptica de Beverly Drive y compró un aparato de graduación de cristales Vigor, que durante los cuatro meses siguientes llevó en el bolsillo a todas partes. Aunque consiguió examinar furtivamente las gafas de algunos amigos y colegas, incluido Bruce Lee, no encontró coincidencias con las lentes que había encontrado en Cielo Drive.

Convencido de que los culpables tenían que haber dejado un rastro de sangre en su coche, Polanski adquirió a continuación una caja de bastoncillos de algodón y un frasco de una sustancia blanca, con aspecto de sal, llamada Luminol, que cuando se disuelve en agua se convierte en un potente reactivo. La idea era mojar el bastoncillo en la solución y frotar subrepticiamente los asientos de los Lamborghinis y Porsches de sus amigos. A la manera de una prueba de embarazo casera, el color azul indicaba un resultado “positivo”, en este caso de presencia de sangre. Vestido íntegramente de negro, añadiendo a veces una balaclava para causar efecto, Polanski empezó a rondar Los Angeles con este material, al amparo de la oscuridad. Una noche, dos ayudantes del sheriff armados interrumpieron al director cuando se introducía en el garaje de su amigo John Phillips, durante una de estas misiones. Pensando rápido, inventó una historia sobre que se había dejado una bolsa en el coche de Phillips y los comprensivos agentes le dejaron marchar.

Más tarde, Polanski adquirió igualmente una serie de potentes micrófonos de “pin” y transmisores, que, según dicen, introdujo estratégicamente en las casas de sus amigos. Cuentan que algunos actores y productores famosos se sentaban a cenar con sus familias y que a veces incluso hablaban de Polanski, sin saber que el director los estaba escuchando desde su puesto de vigilancia en la habitación de un hotel cercano. Un día, Bill Castle, el productor de La semilla del diablo, se acercó a «ofrecer su apoyo y ver qué tal estaba Roman». Polanski lo recibió en la puerta con una hoja de papel y le pidió que escribiera la palabra “CERDO” en ella. Esta muestra y algunas de otros amigos fueron enviadas a un grafólogo de Nueva York, que cobró 2.500 dólares a Polanski y nunca identificó de forma concluyente a un sospechoso. La red se extendió hasta el escritor Jerzy Kosinski, cuya novela de 1968 “Pasos” relataba un asesinato especialmente bárbaro y absurdo. Actuando a título independiente o a petición de Polanski, Victor Lownes envió una carta al departamento de homicidios de Los Angeles sugiriendo investigar a Kosinski. La carta terminaba diciendo: «¿Sería remotamente posible que el autor de textos tan extraños pudiera ser él mismo una persona francamente extraña?». Una variante de la misma pregunta se formulaba todavía a diario en la prensa de Los Angeles, aplicada al mismo Polanski. Kosinski fue debidamente entrevistado y exonerado, tras lo cual criticó públicamente «el intento de Polanski de “dirigir” el [reportaje] de la revista “Life” sobre Cielo Drive», cosa que encontraba grotesca.

La explicación más caritativa es que Polanski estaba temporalmente trastornado por la conmoción de los asesinatos, y por cierto sentido de culpa por no haberlos impedido de alguna forma. También quedaba la acuciante idea de que las víctimas masculinas, por lo menos, no deberían haber sido, como dijo un amigo de Hollywood, «corderos para el matadero». Wojtek Frykowski, en particular, había sido un atleta reconocido a nivel nacional y un camorrista consumado, que una vez había alzado tranquilamente una pesada silla de madera y la había estrellado en la cabeza de un desconocido, durante una fiesta. Según varias fuentes, más tarde había dejado inconscientes a dos miembros de la policía secreta polaca, un hecho que pudo acelerar su decisión de emigrar. Antes de que los hechos de los asesinatos quedaran establecidos por completo, Polanski, comprensiblemente, se preguntaba a veces en voz alta por qué su viejo amigo no había «hecho algo» para resistirse. Como se demostró más tarde, Frykowski había luchado heroicamente por su vida; sin las drogas y el alcohol, a saber si no habría podido con sus asaltantes.

Polanski no fue el único familiar de víctima que investigó por su cuenta las atrocidades de Cielo Drive. El coronel Paul Tate nunca había acabado de aceptar la profesión que su hija había elegido, aunque ni siquiera él podría haber pronosticado el horrendo resultado. Después de prejubilarse del ejército, Tate, a sus 46 años, se dejó el pelo largo, se colgó un par de abalorios y comenzó a frecuentar “chozas de hippies” de la vecindad de Sunset Strip, convencido de que alguien de allí sabía la verdad sobre la muerte de Sharon. El ex especialista en espionaje militar iba armado con su antiguo revólver reglamentario, pero, igual que Polanski, sus pesquisas no depararon nada concreto.

El 10 de octubre de 1969, los funcionarios de la oficina del sheriff de Inyo County emprendieron una serie de redadas coordinadas en el rancho Barker, un pueblo fantasma en el extremo sur del Valle de la Muerte, al que Manson y la mayor parte de su Familia habían migrado el mes anterior. La operación deparó veinticuatro sospechosos, que fueron acusados de una serie de delitos, desde el robo de coches hasta el incendio provocado. Uno de los últimos detenidos fue el propio Manson, que fue encontrado agazapado en un pequeño armario, bajo la pila del lavabo. Uno de los agentes que los arrestaron habla de la inesperada timidez de aquella figura «encorvada que arrastraba los pies», y que sólo dijo que «se alegr[aba] de volver a estirar las piernas» y que «no iba a causar ningún problema a nadie».

Tres semanas después, durante su detención, Susan Atkins se acercó a la litera de otra reclusa llamada Virginia Graham y después de algunos preámbulos le dijo que la policía era tan tonta que «ahora mismo hay un caso, pero están tan despistados que no tienen ni idea de lo que pasa».

«¿De qué estás hablando?», preguntó Graham.

«De lo de Benedict Canyon».

«¿Benedict Canyon? ¿No estarás hablando de Sharon Tate?».

«Sí», dijo Atkins, que pareció «emocionarse». «Tú sabes quién lo hizo, ¿no?».

«No».

«La estás mirando».

De resultas de esto, de una confesión posterior y de otros hechos que incluyeron el descubrimiento de la pistola desechada de Charles Watson por un niño de 10 años, el jefe de la policía de Los Angeles, Edward Davis, pudo anunciar, el 1 de diciembre, que su cuerpo había «resuelto» el caso Tate. Davis alabó la «magnífica actuación» de sus investigadores durante los cuatro meses anteriores. Añadió que los mismos sospechosos estaban implicados en el caso LaBianca, cosa que, tal como observaron los periodistas, contradecía las declaraciones oficiales que el jefe había efectuado hasta entonces.

En la vista preliminar con gran jurado, el 5 de diciembre, a Atkins se le preguntó si reconocía una fotografía policial del cadáver de Steven Parent.

«Sí», contestó ésta alegremente. «Es la cosa que vi en el coche».

El juicio contra Charles Manson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten empezó el 24 de julio de 1970 en Los Angeles. Manson compareció ante el tribunal con una “X” tallada en la frente. Seis meses después, el jurado declaró a los acusados culpables de los veintisiete cargos de asesinato y conspiración para cometer asesinato. Fueron condenados a morir en la cámara de gas. El 12 de octubre de 1971, un jurado distinto declaró a Charles Watson culpable de siete cargos de asesinato en primer grado; también él fue condenado a muerte. “Clem” Grogan fue declarado culpable de asesinato, aunque el juez que presidió el proceso, observando que «Grogan era demasiado tonto y estaba demasiado enganchado a las drogas para decidir nada por su cuenta», lo condenó a cadena perpetua. A Linda Kasabian se le concedió inmunidad, a cambio de su testimonio sobre sus compañeros de la Familia.

El 18 de febrero de 1972, el Tribunal Supremo de California aprobó, por seis votos contra uno, la abolición de la pena de muerte en el estado, sobre la base del artículo de la Constitución que prohíbe «los castigos crueles o inusuales». Finalmente, cinco años después se reinstauró una versión modificada de la ley, incluyendo una disposición específica que permitía las ejecuciones en casos de «interés excepcional» para la seguridad pública, por ejemplo «los caracterizados por una brutalidad especial, o por el homicidio de varias víctimas». Los asesinos de Sharon Tate y de sus amigos, y de Leno y Rosemary LaBianca, fueron exquisitamente afortunados en la coincidencia de los hechos. Después del fallo original del Tribunal Supremo, las condenas de Manson, Watson, Atkins, Krenwinkel y Van Houten fueron automáticamente conmutadas por cadenas perpetuas, con posibilidad de libertad provisional al cabo de siete años. Doris Tate, la madre de Sharon, se convirtió en una tenaz activista contra los asesinos de sus hijos y en una pionera de los derechos de las víctimas en general, hasta su muerte de cáncer en 1992. En la actualidad, Manson y la mayoría de los miembros de su Familia están todavía en la cárcel. Se calcula que pueden haber sido responsables de hasta cuarenta asesinatos.

Polanski no hizo declaraciones públicas sobre las primeras condenas ni sobre su reducción posterior. Casi cuarenta años después, la naturaleza prácticamente aleatoria de los asesinatos sigue siendo difícil de aprehender. «¡Mentira! ¡Mentira!», declaró Polanski en el “New Yorker”, en respuesta a diversas teorías sobre los móviles de la Familia. «Manson iba a por Melcher. Y punto. Era un artista despreciado, y despreciar a cierta clase de artistas puede ser peligrosísimo. Piense en Hitler».

Este calvario, por supuesto, no ayudó al estado de ánimo general de Polanski, en el que, en palabras de un amigo, «no faltaban las sombras» mucho antes de agosto de 1969. En su mediana edad sufría de melancolía y depresión, adoptando, como escribió en su autobiografía, algunos de los atributos de su padre, Ryszard -«su pesimismo arraigado, su eterna insatisfacción con la vida, su sentido de culpa profundamente judaico, su convencimiento de que toda experiencia dichosa tiene un precio» (en el orden normal de los hechos hay pocas cosas que abatan el ánimo como un libro de memorias polaco, pero hay que decir que el de Polanski también refleja la sensibilidad, la imaginación y el ingenio de un contador de historias nato). En 1974, el director declaró en una entrevista que «el asesinato de Sharon fue el golpe final a cualquier fe que pudiera quedar dentro de mí en aquel momento». Diez años después confirmó: «Ya no sé disfrutar con la libertad de antes. Tengo [el] sentido judío de la culpa, y la muerte de Sharon aumenta mi fe en lo absurdo».

Polanski llegó a aborrecer a los medios de comunicación, o a aquéllos que habían venido a acusarlo de ser uno de los cómplices de Manson. «No la leo», declaró al presentador de televisión Dick Cavett. «Pero [...] en general desprecio tremendamente a la prensa, por su falta de rigor, por su irresponsabilidad, por su crueldad muchas veces deliberada. Y todo por lucrarse». Y sin embargo este desagrado hacia las “hienas” no era la historia completa. «Todo lo que uno hacía con Roman tenía algo de drama tremendo», recordó el director y actor John Huston después de coprotagonizar Chinatown. «Uno descubría enseguida que la pasión que realmente lo sostenía eran sus películas». Huston llegó a creer que, más allá de su «tribu inmediata», la gente era en cierto modo insignificante para él, «salvo como sujetos de sus películas». Polanski era imparcial, observó Huston tristemente: «Todo el mundo era igual de superfluo».

El caso Tate cambió no sólo a las familias de Polanski y del resto de las víctimas, sino, tal vez, a la misma Norteamérica. Gracias a Vietnam, en un momento anterior de los años sesenta cierta inseguridad se había instaurado subrepticiamente, pero el proceso pareció acelerarse casi a diario en el periodo que medió entre los macabros hallazgos del 9 de agosto de 1969 y la dimisión de un deshonrado Richard Nixon cinco años después, exactamente, hora por hora. Este periodo podría pretender al título de momento más traumático de la historia del Estados Unidos posterior a la Guerra de Secesión, sin excluir la presente. El individualista y conservador candidato presidencial Barry Goldwater, siempre un buen crítico social, más allá de lo que uno piense de su postura ideológica, situó el «final de nuestra inocencia nacional» en la noche en que «unos críos montados en un coche se desmandaron» en un apartado hogar de las colinas de Hollywood (6).

En la misma semana en la que Manson y su banda fueron inculpados, Polanski hizo sus maletas, entregó las llaves de su Ferrari a Paul Tate y abandonó Estados Unidos sin planes de regresar algún día. Pasó un tiempo en París, nunca el lugar idóneo para que una celebridad disfrute de «la paz y tranquilidad totales» que decía buscar; cuentan que una noche, Polanski y Gérard Brach se liaron a tortas con un fotógrafo, que protegió su carrete extrayéndolo de su cámara y tragándoselo. El director pasó la Navidad de 1969 con Victor Lownes, en un chalé alquilado en los Alpes suizos, una ocasión para perderse en sus pistas tanto como para conocer al resto de los miembros del grupo de Lownes, entre ellos dos gemelas idénticas que más tarde adornaron el póster central “Doble lío” del “Playboy”. Polanski también se surtió de varias bonitas alumnas de las varias escuelas de cultura general de la vecindad. La mayoría de las noches, a una hora acordada, Polanski esperaba en el coche, a una distancia discreta de la puerta del colegio, para recoger a su acompañante de 16 o 17 años, que acudía apresuradamente cubierta con un camisón, antes de devolverla sana y salva a su dormitorio a primera hora de la mañana siguiente. Polanski encontraba terapéuticas estas relaciones, tan breves como perfectamente consentidas (que no conducían necesariamente al sexo, dice Polanski, «aunque algunas sí»), y esto parece haber sido mutuo. Ciertamente no faltaban las jóvenes voluntarias dispuestas a complacerlo, incluso a riesgo de congelación y expulsión; preparadas para dejarlo todo por acompañar a Polanski a su chalé, ofreciendo al famoso director por lo menos un cambio de las clases de comportamiento.

Diez años antes, Polanski había recibido la década de los sesenta con su nueva esposa, Barbara Kwiatkowska, en la habitación de un hotel francés, aunque el hogar de la pareja seguía siendo un pisito sin agua caliente en la calle Narutowicra, en Lodz. Ahora se desplazó entre Gstaad, París y Londres para una serie de reuniones con su amigo Warren Beatty, al que quería dirigir en la superproducción Papillon (Papillon).Que Polanski había enriquecido la década con el sombrío encanto –infinitamente superior a cualquier cosa que pudieran lograr sus plomizos imitadores- de sus películas era incuestionable. Pero, para él, el éxito y el poder tenían su contrapeso en el «asfixiante» peso de la fama. Un psiquiatra al que Polanski había conocido a finales de agosto de 1969 le había advertido que superar el dolor de los últimos acontecimientos requeriría «cuatro años de duelo».

«Han sido más», observa Polanski.

NOTAS

(1) En este punto de su carrera, y a pesar de ser uno de los directores más solicitados del mercado, los ingresos de Polanski todavía eran significativamente inferiores a los de su mujer. Según la mayoría de las versiones, Tate iba cobrar entre 110.000 y 120.000 dólares por su papel en 12+1, el equivalente aproximado a dos millones de dólares actuales.
(2) La leyenda insiste en que Charles Manson, ávido lector de revistas de cine, pudo ver La semilla del diablo en el verano de 1968, y que por algún motivo montó en cólera, aunque esto no podemos saberlo con seguridad. En la carta que le escribí a Manson en junio de 2006 mencioné este punto entre otros. Declinó contestar.
(3) Polanski se confunde acaso, comprensiblemente, en este punto, puesto que la mujer de McQueen, Neile, parece recordar que ambos estuvieron en la ceremonia juntos; además, un colaborador del actor, Jim Hoven, me dijo: «Steve no sólo estuvo allí; fue armado, para el caso de que, como él dijo, “algún pez gordo intente liquidarme a mí”». Aun así es posible que McQueen (cuya tolerancia de los funerales era muy baja) se limitara a “asomarse” para presentar sus respetos a Tate, antes de dirigirse de inmediato a la ceremonia de Jay Sebring.
(4) Esto sucedió en la misma noche en que la revista “Vanity Fair” aseguró erróneamente que Polanski se había insinuado a una «belleza sueca», diciéndole supuestamente: «Te voy a convertir en la nueva Sharon Tate». Aunque nunca sucedió tal cosa, una modelo noruega rubia llamada Beatte Telle, que aquella noche estaba cenando en Elaine’s, recuerda que «Polanski se acercó a la mesa. Se me quedó mirando muchísimo tiempo. [...] A lo mejor le recordaba a Sharon Tate». Telle insiste en señalar que Polanski no habló con ella ni «deslizó su mano dentro de su muslo», como aseguró la revista. Como parte de esta terapia postraumática, el director, sin embargo, y según señala él mismo, empezó de nuevo a mantener «relaciones sexuales esporádicas» un mes después de la muerte de Tate.
(5) Según una versión muy extendida, además, el cadáver de Jay Sebring apareció «cubierto por un embozo», otorgando así credibilidad a la teoría de que “los cinco de Cielo” habían sido víctimas de una secta. En realidad el único “embozo” era la toalla ensangrentada que Susan Atkins había arrojado al azar en el cuarto de estar, donde había caído sobre la cara de Sebring.
(6) En 1984, Polanski declaró al periodista del “Nouvel Observateur” Olivier Giesbert que aquellos asesinatos «fueron el toque de difuntos del agonizante movimiento hippy. Junto a la llegada a la Luna es uno de los acontecimientos que marcaron la transición entre la década de los sesenta y la de los setenta. Simbólico, ¿no cree?».


Nota de la Redacción: Este texto corresponde a parte del capítulo dedicado al asesinato de Sharon Tate y sus amigos por la familia Manson en el libro de Christopher Sandford, Polanski. Biografía (T&B Editores, 2009). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a T&B Editores por su gentileza al facilitar la publicación en Ojos de Papel.

  • Suscribirse





    He leido el texto legal


  • Reseñas

    La poesía de Andrés Sánchez Robayna
  • Publicidad

  • Autores