MANSON (continuación) 
Winifred Champan, la criada, había descubierto los cadáveres de 
Cielo Drive poco después de las ocho de la mañana del 9 de agosto. Al ver que 
los vecinos inmediatos no contestaban a sus gritos, había corrido a la casa de 
al lado, colina abajo, gritando: «
¡Asesinato, muerte, cadáveres, 
sangre!». La policía llegó en torno a las nueve de la mañana, seguida por la 
prensa al poco rato. Hacia las doce, las autoridades localizaron por fin a Bill 
Tennant, el representante de Polanski, que apareció vestido de tenis. Tennant 
identificó a las víctimas, salió a la calle para vomitar y condujo hasta su casa 
«para hacer la llamada más difícil de mi vida». 
En Londres ya eran las 
nueve de la noche del sábado. Polanski, cuentan, había pasado la noche anterior 
en una discoteca llamada Revolution, antes de pasar las primeras horas de la 
mañana en compañía de un grupo más selecto de amigos, en West Eaton Place Mews. 
Parece que por la tarde estuvo trabajando en el problemático guión de 
The Day 
of the Dolphin, con Michael Braun y el productor de la película, Andy 
Braunsberg, y que aquella noche pensaba cenar con Victor Lownes. Polanski dice, 
en una pequeña discrepancia, que su cena con Lownes iba a ser una 
«reconciliación», después de unas semanas alejados; Lownes, en cambio, recuerda 
que la noche anterior habían estado juntos en la discoteca. 
El teléfono 
sonó cuando Polanski se disponía a salir para el restaurante. «Roman», dijo 
Tennant, «ha habido una catástrofe en la casa». «¿En la casa de quién?», «En la 
tuya». Tennant dijo el resto lo más sencillamente que pudo. «Sharon ha muerto, y 
Wojtek y Gibby y Jay también. Han muerto todos». 
«¡No, no, no!». Polanski 
imaginó de inmediato que la casa había quedado sepultada en una avalancha de 
lodo, o sufrido algún otro cataclismo natural. Tennant, ahora llorando 
ruidosamente, dijo que todos habían sido asesinados. 
Polanski dejó caer 
el teléfono y empezó a caminar en círculos, llorando y golpeándose la cabeza y 
los puños contra la pared. Un pequeño grupo de amigos, entre ellos Lownes, 
Warren Beatty y Richard Sylbert, llegaron enseguida a la casa de los 
mews, 
seguidos de un médico que atiborró de sedantes al director, quien, 
“histérico”, repetía al parecer, entrecortadamente, las palabras «por qué» y 
«
otra vez». Indeciblemente bárbara en sí misma, la masacre de Cielo Drive 
había trazado una simetría horrenda: la madre y la mujer de Polanski habían sido 
brutalmente asesinadas cuando se encontraban embarazadas. 
A la tarde 
siguiente, temprano, Lownes y el resto acompañaron a Polanksi en un vuelo a Los 
Angeles. Una enorme algarabía mediática los saludó a su llegada. Desde el 
aeropuerto, Polanski fue conducido directamente a una “suite de cortesía” de los 
estudios Paramount, que luego le cobró 400 dólares por las tres noches que pasó 
en ella. Algunos amigos acudieron a dar el pésame, mientras que otros 
encontraron que se les impedía la entrada al estudio. Polanski estaba convencido 
de que el asesino o asesinos se contaban entre sus conocidos, y, según una 
teoría policial temprana, él mismo había sido el objetivo de los asesinos. 
El 13 de agosto, Polanski abandonó sus aposentos de la Paramount y se 
instaló en la casa de la playa de Malibu de su amigo Michael Sarne, que estaba 
ausente, dirigiendo 
Myra Breckinridge (Myra Breckinridge). Al día 
siguiente, los vecinos de Sarne enviaron a éste una súplica señalando que «la 
presencia en su casa del señor Polanski pone en peligro nuestras vidas» y 
pidiendo que «esta persona abandone nuestra comunidad de inmediato». Sarne 
rechazó la petición. El funeral de Sharon Tate, y el de su hijo no nacido, se 
celebró el mismo miércoles por la tarde. Polanski, con gafas oscuras y apoyado 
en el brazo de su médico, pareció derrumbarse varias veces durante la ceremonia. 
El coronel Tate, la señora Tate y sus dos hijas supervivientes acudieron al 
cementerio Holy Cross, así como luminarias de Hollywood como Warren Beatty, Yul 
Brynner, Kirk Douglas, Lee Marvin y Peter Sellers, además de varias docenas de 
curiosos con cámaras de fotos. Polanski escribió más tarde que «el único ausente 
fue Steve McQueen, uno de los amigos más antiguos de Sharon. Nunca se lo he 
perdonado» (3). Aunque el ataúd estaba cerrado, se dijo que Tate fue enterrada 
con un «minivestido de Pucci escogido personalmente por Victor Lownes». Polanski 
recordó que en su conmoción sólo podía pensar en la pequeña cicatriz de la 
rodilla de su mujer, producto de un accidente de esquí, que no volvería a ver 
nunca. En su muerte, al hijo de los Polanski se le impusieron los nombres Paul 
Richard, por los dos abuelos de él. 
Ese mismo día, la Twentieth Century 
Fox reestrenó 
El valle de las muñecas, con el nombre de Tate en posición 
estelar en el cartel. El énfasis de la cobertura mediática en su conjunto fue 
hiperbólico, a veces cruel, a menudo histérico. «¡YO BEBÍ LA SANGRE DE SHARON!», 
fue un ejemplo excelente del extremo popular del espectro. Para el 10 de agosto, 
las tres cadenas de televisión nacionales habían empezado a emitir en directo 
desde el exterior de los escenarios del crimen, en Cielo Drive y Waverly Drive. 
También frente al restaurante Coyote, donde Sharon y sus amigos habían tomado su 
última comida, permanecía estacionado un camión de conexión por satélite; 
mientras que en el interior un periodista del “Star” -que para la ocasión 
desplegó su titular de cuerpo veinticuatro, el que últimamente habían empleado 
para la historia de la llegada a la Luna- blandía un talonario. El “Examiner”, 
por su parte, logró la difícil proeza de criticar la «burda explotación» que 
siguió a la muerte de Tate al tiempo que publicaba, dos páginas más tarde, un 
vistoso anuncio de «objetos coleccionables de 
El baile de los vampiros». 
Al menos un fotógrafo de prensa tuvo que ser expulsado de las oficinas del 
médico forense durante el fin de semana del 9 y 10 de agosto cuando intentaba 
encontrar uno o más cadáveres de las víctimas. 
Polanski y muchos de sus 
amigos acudieron al funeral de Jay Sebring, que se celebró la misma tarde que el 
de Tate, y que también atrajo a los ex clientes de Sebring Paul Newman, Henry 
Fonda y James Coburn. Abigail Folger fue enterrada en una ladera cercana al 
lugar en el que se había criado, en la península de San Francisco. No hubo 
famosos presentes cuando Steven Parent fue acompañado a su última morada por su 
familia inmediata y seis amigos del instituto, en una pequeña iglesia de El 
Monte, un barrio residencial de Los Angeles. El cadáver de Wojtek Frykowski 
permaneció bajo custodia policial hasta que su madre y hermano recibieron 
permiso del Gobierno polaco para viajar a Estados Unidos a retirarlo. 
El 
17 de agosto, Polanski acompañó a un periodista de la revista “Life”, Tommy 
Thompson, y a un fotógrafo a Cielo Drive. Mientras se acercaban a la verja de la 
casa, un hombre fornido, de pelo ondulado, en la cincuentena, se abrió paso a 
empujones entre una pequeña multitud de curiosos y se presentó como Peter 
Hurkos, «el famoso vidente». Polanski, que todavía se encontraba fuertemente 
sedado y quizá no en su momento más perspicaz, por tanto, invitó a Hurkos a 
entrar con ellos. 
Cuando cruzaron la verja, Polanski permitió que lo 
fotografiaran sentado en el porche delantero de la casa, justo delante de la 
puerta blanca, en la que todavía se leía claramente la palabra “CERDO”, pintada 
con la sangre de su mujer. A continuación paseó por el lugar del crimen, tocando 
silenciosamente objetos varios de Tate y abriendo un armario del dormitorio para 
quedarse mirando el surtido de prendas de bebé pulcramente dobladas en las 
baldas. En la cocina encontró un gatito encogido detrás de unas cajas viejas, 
que al parecer no había sido alimentado en la última semana, y manchado de 
sangre. Según Thompson, cuando Polanski habló, «cada palabra salió con 
dificultad. [...] “¿Por qué?”, dijo, y lo repitió una vez, y otra, y otra. Y al 
cabo de un largo rato: “Sharon [...] fue [...] el momento supremo [...] de mi 
vida. Yo sabía que no [...] duraría”». Thompson preguntó a Polanski cuánto 
tiempo llevaban viviendo en la casa Frykowski y Folger. «Demasiado, supongo», 
contestó. «Debería haberle echado cuando atropelló al perro de Sharon». Antes de 
abandonar la casa, Polanski subió por la es calera de mano hasta el loft del 
cuarto de estar, encontró la lata de película que la policía había devuelto 
delicadamente a su sitio, y se marchó con ella en el bolsillo, al volante de su 
coche. 
El reportaje de “Life”, titulado “Un viaje trágico a la casa de 
la colina” apareció el 29 de agosto, y muy pronto se convirtió en uno de los 
números más buscados de la revista. Peter Hurkos resultó un vidente modestamente 
dotado: ante la prensa aseguró que «a Sharon Tate la mataron tres hombres, y yo 
sé quiénes son. He identificado a los asesinos ante la policía y les he dicho 
que hay que pararles los pies». Los asesinos, añadió, eran unos amigos de los 
Polanski a los que grandes cantidades de LSD habían convertido en «maniacos 
homicidas desenfrenados». Hurkos demostró, por otro lado, deslumbrantes dotes 
empresariales: vendió unas fotos Polaroid de la casa a los medios de 
comunicación y publicó un anuncio a toda página en el “Citizen News” comunicando 
que, entre sus trabajos de asesoría en casos de asesinato, incluida la actual 
masacre de Sharon Tate, «el viernes por la noche se present[aba] en el 
Huntingdon Hartford, donde estaría hasta el 30 de agosto». 
Polanski 
volvió a Cielo Drive, sin compañía, varias veces durante los días siguientes, 
antes de devolver formalmente la propiedad a su dueño, Rudi Altobelli, el 31 de 
agosto. Altobelli, a su vez, envió a su ex inquilino una factura por la limpieza 
de las manchas de sangre de sus alfombras y tapicería. Contrariamente a la 
leyenda, “Life” nunca pagó a Polanski 5.000 dólares ni estipendio alguno por 
posar en el porche delantero de la casa. Lucrarse era «lo último en que pensaba 
Roman» cuando su representante, Bill Tennant, mencionó suavemente la cuestión de 
la herencia de Tate. Polanski le dijo simplemente que «lo regalara todo». El 
propio Tennant se llevó el Rolls-Royce blanco que por lo visto estaba destinado 
a celebrar el nacimiento del hijo de los Polanski. 
El 19 de agosto, 
Polanski dio una rueda de prensa en la que denunció a aquellos que «por motivos 
egoístas» habían escrito «cosas horribles sobre mi mujer», particularmente el 
hecho de que había habido un desencuentro conyugal de alguna clase («¿eran 
amantes Sharon y Jay, Roman?», había gritado prestamente un periodista). Tate 
era una mujer «maravillosa» y «una buena persona. [...] Los últimos años que he 
pasado con ella han sido los únicos realmente felices de mi vida». 
Esa 
misma semana, Polanski se sometió a la prueba poligráfica policial, que reveló 
que se sentía «responsable» de los asesinatos, en el sentido de que «me siento 
responsable de no haber estado allí». Esto era algo quizá comparable a la 
culpabilidad del superviviente que habían sentido después de la guerra su padre, 
Ryszard, y otros que habían estado en los campos. El director pudo ofrecer el 
siguiente consejo a la policía: «Si están buscando un motivo, busquen algo que 
no encaje en su modelo habitual, donde solan 
[sic] trabajar como policía; 
algo mucho más rebuscado». Lo más curioso de esto es hasta qué punto Polanski se 
acercó más a la verdad que los investigadores profesionales, que habían 
descartado provisionalmente cualquier relación entre los casos Tate y LaBianca, 
y que habían asegurado a los periodistas que «Sharon fue víctima de un robo con 
violencia, posiblemente relacionado con las drogas».
Poco después de la prueba poligráfica, que lo absolvió formalmente de 
toda relación con la masacre, Polanski tomó un vuelo al Caribe para localizar 
The Day of the Dolphin, una película en la que le resultó razonablemente 
imposible concentrarse. El proyecto fue abandonado finalmente aquel invierno, 
para ser reactivado por el director Mike Nichols cuatro años después. En el 
avión de regreso a Los Angeles, Polanski le dijo a su amigo John Phillips que 
para él aquella película estaba «embrujada». 
«Malas vibraciones», 
explicó. Demasiados recuerdos. 
Desde Malibu, Polanski se instaló en una 
habitación de la finca de Robert Evans y después voló a Nueva York, donde 
alquiló una suite en la Essex House de Central Park South, el lugar que había 
sido su hogar durante el rodaje de La semilla del diablo. Gracias a la 
publicidad reciente, rara vez lo dejaban solo: los fotógrafos lo esperaban en el 
vestíbulo, los transeúntes lo miraban por la calle, los fans le pedían 
autógrafos, las empresas querían enviarle su literatura «demencial» sobre toda 
clase de cosas, desde el satanismo hasta la adopción de niños. Richard Sylbert, 
que se unió a él en Manhattan, señaló más tarde que «Roman era, sin duda alguna, 
el único director de cine vivo capaz de parar el tráfico, literalmente, cuando 
andaba por la Quinta Avenida». Mia Farrow presenció una muestra de la «fama no 
deseada» de Polanski cuando lo acompañó a cenar al restaurante Elaine’s. 
«Estábamos esperando mesa y recuerdo que había dos mujeres que parecía que 
estaban intentando ligar con él», dijo. «Me acuerdo porque recuerdo que me 
pareció completamente fuera de lugar». Farrow también recuerda que Polanski era 
«una ruina» en aquellos días, que le había hablado de su descubrimiento del gato 
ensangrentado, entre otras historias, y que después de pedir la cena «nos fuimos 
del restaurante. Así de alterado estaba, y yo también» (4). 
El 10 de 
septiembre, Polanski publicó un anuncio en varios periódicos de la zona de Los 
Angeles ofreciendo una recompensa de 25.000 dólares a cambio de cualquier 
información «que conduzca a la detención y condena del asesino o asesinos de 
Sharon Tate, de su hijo no nacido y de las otras cuatro víctimas». La policía 
enfureció ante esta apelación bienintencionada, que sólo serviría, en palabras 
de un funcionario retirado del Departamento de Sheriff, para «duplicar el ya 
elevado número de chiflados. [...] Lo hicieron los Panteras Negras. Lo hizo la 
policía polaca. Lo hicieron los hombrecillos verdes de Marte. En el centro de la 
ciudad teníamos dos bandejas para ese tipo de llamadas: una con la etiqueta 
“raros” y otra con la de “psicópatas”». 
En un nivel periodístico 
ligeramente más exaltado, el caso Tate se convirtió en la más sonada noticia “de 
interés humano” desde el secuestro y asesinato del bebé Lindbergh en 1932. Antes 
de unas horas, la matanza de Cielo Drive se convirtió en noticia de portada en 
todo el país y en el mundo. La historia desplazó al regreso triunfal de los 
astronautas del Apollo 11 y a la investigación del misterioso accidente del 
senador Kennedy en Chappaquiddick, en el que una joven se ahogó atrapada en el 
asiento delantero de su coche. En Francia, “l’affaire Tate” dominó los medios 
escritos y audiovisuales durante el resto del año, no en vano ofrecía 
ingredientes tan potentes como el glamour, el escándalo y la ocasión de mofarse, 
no por última vez, de la barbarie norteamericana. Polanski se molestó 
particularmente con las «hienas de la prensa escrita» y con los «fotógrafos 
chacales» que lo asediaron cuando volvió finalmente a Londres. «¿Alguna vez has 
intentado», preguntó a un amigo, «ignorar a una cucaracha que se ha colado en tu 
comida mientras estás comiendo, o a una abeja atrapada en tu oreja?». Y añadió, 
por lo visto, que cuando la gente le decía «es el precio de la fama», sentía 
ganas físicas de vomitar ante su estupidez. 
Tate, protestaba Polanski, 
había sido asesinada de hecho por segunda vez en las semanas inmediatamente 
posteriores a los asesinatos. Para publicaciones norteamericanas convencionales 
como “Time” y “Newsweek”, el director y, por extensión, su familia habían 
llegado a representar algo «ligeramente escabroso», con una afinidad personal y 
profesional con lo «morboso y lo esotérico». Así, los asesinatos eran una 
oportunidad de culpar a las víctimas con el argumento de que «ellos se lo habían 
buscado » (“VIVE RARO, MUERE RARO” fue un titular inolvidable), al tiempo que se 
detenían en los detalles más selectos y establecían esa burda comparación entre 
la vida y la obra de Polanski. 
Para “Newsweek”, «la escena difícilmente 
podría haber sido más extraña de haber aparecido en una de las peculiarmente 
pesadillescas películas del polaco. Allí, en el jardín bañado por el sol de una 
mansión colgada sobre Hollywood, yacían los cadáveres de una guapa morena en 
camisón y de un hombre vestido a la moda, los dos horriblemente acuchillados y 
embadurnados de sangre. [...] Si las cámaras hubieran estado rodando, habrían 
capturado la imagen más escalofriante de todas. Una rubia preciosa, vestida sólo 
con unas bragas y un sujetador, yacía brutalmente apuñalada en el suelo del 
gigantesco cuarto de estar. [...] Al final la exuberante Miss Tate [...] 
interpretó el papel protagonista de una película policíaca mucho más trágica y 
perversa que cualquier cosa que Polanski pudiera haber creado para ella en 
pantalla. “Dios”, exclamó un inspector, “esto es más raro que La semilla del 
diablo”». 
Y esto aún fue un modelo de rigor y contención 
periodísticos, al lado de la información aparecida en “Time”, la autoproclamada 
«revista de referencia» de América: 
Lo que la policía 
encontró cuando fue convocada en la casa de Benedict Canyon de Roman Polanski 
fue mucho más sangriento y espeluznante de lo que había dejado saber, según ha 
sabido “Time” la semana pasada. [...] El cadáver de Sharon Tate apareció 
desnudo, no cubierto con unas bragas y un sujetador. [...] Sebring sólo llevaba 
los restos desgarrados de un calzoncillo. Un pecho de Miss Tate había sido 
cortado. [...] Estaba embarazada de nueve meses y su estómago aparecía cruzado 
por una X. [...] Sebring había sido mutilado sexualmente, y su cadáver también 
presentaba marcas en forma de X. [...] Frokowski [sic] tenía los 
pantalones bajados, en torno a los tobillos. [...] No se encontraron huellas 
dactilares por ninguna parte. [...] En Hollywood empezaron a circular teorías 
sobre sexo, drogas y brujería, alimentadas por el hecho de que Sharon y Polanski 
se movían en uno de los ambientes más estrafalarios del mundo del cine. Solían 
recoger a personas extrañas y desagradables de forma indiscriminada, y las 
invitaban a las fiestas que daban en su casa. «Roman y Sharon sabían tanto de 
seguridad como un par de idiotas», dice el publicista Don Prince. «Vivían como 
gitanos. Allí te podías encontrar durmiendo a cualquiera...» 
Esta 
crónica «exclusiva» del “Time” contiene un mínimo de nueve errores factuales, 
sobre todo el estado de los cadáveres de Tate, Sebring y Frykowski (5). Aparte 
de esto, en el lugar de los hechos se encontraron algunas huellas dactilares, 
incluidas las de los asesinos Watson y Krenwinkel, no obstante otros diversos 
errores de procedimiento por parte de los investigadores. Don Prince, escritor 
de origen británico y, por poco tiempo, publicista asignado a Myra 
Breckinridge, fue uno de los que aquel agosto se manifestaron para alardear 
de su supuesta intimidad con los Polanski. 
La policía, por su parte, no 
estableció vínculo alguno entre los casos Tate y LaBianca, pero muchos angelinos 
normales, cuando leyeron acerca de las múltiples y delatoras heridas de arma 
blanca y las palabras escritas con sangre, trazaron la relación al instante. 
Alguien que seguía en la calle era responsable de siete homicidios 
particularmente bárbaros, y presumiblemente atacaría de nuevo. En la semana que 
empezó el 11 de agosto de 1969, mientras los periódicos publicaban titulares 
como “PAREJA DE VECINOS ASESINADA EN SEGUNDA ORGÍA DE SANGRE”, la ciudad vivió 
algo semejante a una crisis nerviosa municipal. El ya impresionante número de 
ventas diarias de armas de fuego en la zona se multiplicó por 25, pasando de 
alrededor de 70 a 1.750. El precio en curso de un perro guardián entrenado pasó 
en un instante de 200 a 1.500 dólares, con un plazo de seis semanas para 
«pedidos secundarios». Los cerrajeros de la ciudad se veían igualmente 
solicitados. El tambor de los rumores, a todo esto, retumbaba sin cesar. ¿Se 
había vuelto violenta alguna clase de «fiesta sexual perversa»? ¿Acaso un 
asesino a sueldo había ejecutado a los dos grupos de víctimas por razones 
sepultadas en el pasado de éstas, que en el caso de Leno LaBianca incluía 
elevadas deudas de juego? Como estábamos en California, la policía se vio muy 
pronto inundada de chivatazos que involucraban a todo el mundo, desde el 
presidente Nixon hasta los agentes de una conspiración extraterrestre-masónica 
que abarcaba el mundo entero, ésta última con sus diagramas de flujo hacia el 
Armagedón, generalmente trazados en tinta roja y aparentemente escritos en 
cortos arrebatos de energía desenfrenada en los márgenes de la nota, de forma 
que para leerla entera era necesario girar el papel 360 grados. Tanto la policía 
como las empresas periodísticas locales recibieron más tarde a una serie de 
visitantes, entre ellos no pocos «locos certificados por el estado», que 
intentaron cobrar parte o la totalidad de la recompensa de Polanski. 
Entre las teorías lo bastante verosímiles para ser investigadas 
activamente figuraba la que decía que en Cielo Drive se estaba celebrando una 
«orgía narcótica», con un posible componente sexual. Cuando la policía llegó al 
lugar el 9 de agosto, encontró un gramo de cocaína en la guantera del Porsche de 
Sebring, treinta gramos de marihuana en el dormitorio de Frykowski y Folger y 
otras sustancias reguladas en los armarios y ceniceros del cuarto de estar. 
Según esta tesis, alguien que estaba o alucinando o negociando una venta se 
había «asustado» y había matado a todos los presentes. Las autoridades se 
tomaron la molestia de detener a William Garretson, el joven encargado y 
consumidor de hierba recreativa que había estado en la casa de invitados, veinte 
metros detrás de la casa, en la noche del 8 de agosto, y que no había «oído 
nada». Garretson realizó y aprobó la prueba del detector de mentiras y quedó en 
libertad. Mientras tanto, una operación nacional de búsqueda permitió localizar 
a los cuatro hombres que se habían colado en la fiesta de inauguración de la 
nueva casa de los Polanski cinco meses antes, de los que uno, por lo menos, 
había amenazado públicamente con matar a Frykowski durante una venta de drogas 
posterior. Ellos también tenían coartadas de hierro para la noche de autos. 
En ausencia de sospechosos más claros, la policía centró su atención en 
el propio Polanski. ¿Tenía todo aquello algo que ver con sus películas, la más 
famosa de las cuales se refería al horrendo maltrato infligido a una mujer 
embarazada? O, si no, estaba el personaje de Tate en Eye of the Devil, el 
film de 1967, cuyo dramatis personae había incluido a una banda 
encapuchada que practicaba sacrificios rituales. Había sido poco después del 
estreno del filme cuando ella y Polanski habían aparecido en un programa de 
entrevistas británico en compañía de dos brujas cubiertas con sus vestiduras 
ceremoniales, una de las cuales había observado que Polanski sería una buena 
adquisición para el aquelarre. ¿“Le iba” la magia negra al director, como se 
rumoreaba, se sentía acaso indeciso sobre su matrimonio? ¿Había concertado 
alguna vez, como había afirmado en privado un destacado crítico cinematográfico, 
la «extirpación sistemática» de su mujer y amigos, para de alguna forma 
congraciarse con sus compañeros de secta? El test poligráfico de Polanski (entre 
una miriada de otras pruebas) acabó enseguida con tanta palabrería descabellada, 
por lo menos a ojos de la policía, aunque incluso entonces algunos de los 
fabuladores más notorios de Hollywood siguieron insistiendo falsamente en que 
«lo hizo Roman». 
El caso Tate marcó tanto el cenit de la fama pública de 
Polanski como el comienzo de su caída en desgracia oficial. En adelante su 
decepción con el “sistema” de Hollywood, y, no menor en importancia, con su 
prensa, avanzó de la mano de su exclusión de él. 
Mientras la 
investigación oficial seguía primando la teoría de la “orgía toxicómana”, el 
propio Polanski, de nuevo en Los Angeles, seguía convencido de que el 
responsable era un miembro de su propio círculo -un marido celoso, 
posiblemente-. Los primeros policías que acudieron al lugar del crimen habían 
encontrado unas gafas de montura de concha, en el suelo, no lejos de los 
cadáveres de Tate y Sebring, que nadie había podido identificar. ¿Las había 
dejado caer el asesino o asesinos? Como parte de sus investigaciones privadas, 
Polanski acudió a una óptica de Beverly Drive y compró un aparato de graduación 
de cristales Vigor, que durante los cuatro meses siguientes llevó en el bolsillo 
a todas partes. Aunque consiguió examinar furtivamente las gafas de algunos 
amigos y colegas, incluido Bruce Lee, no encontró coincidencias con las lentes 
que había encontrado en Cielo Drive. 
Convencido de que los culpables 
tenían que haber dejado un rastro de sangre en su coche, Polanski adquirió a 
continuación una caja de bastoncillos de algodón y un frasco de una sustancia 
blanca, con aspecto de sal, llamada Luminol, que cuando se disuelve en agua se 
convierte en un potente reactivo. La idea era mojar el bastoncillo en la 
solución y frotar subrepticiamente los asientos de los Lamborghinis y Porsches 
de sus amigos. A la manera de una prueba de embarazo casera, el color azul 
indicaba un resultado “positivo”, en este caso de presencia de sangre. Vestido 
íntegramente de negro, añadiendo a veces una balaclava para causar efecto, 
Polanski empezó a rondar Los Angeles con este material, al amparo de la 
oscuridad. Una noche, dos ayudantes del sheriff armados interrumpieron al 
director cuando se introducía en el garaje de su amigo John Phillips, durante 
una de estas misiones. Pensando rápido, inventó una historia sobre que se había 
dejado una bolsa en el coche de Phillips y los comprensivos agentes le dejaron 
marchar. 
Más tarde, Polanski adquirió igualmente una serie de potentes 
micrófonos de “pin” y transmisores, que, según dicen, introdujo estratégicamente 
en las casas de sus amigos. Cuentan que algunos actores y productores famosos se 
sentaban a cenar con sus familias y que a veces incluso hablaban de Polanski, 
sin saber que el director los estaba escuchando desde su puesto de vigilancia en 
la habitación de un hotel cercano. Un día, Bill Castle, el productor de La 
semilla del diablo, se acercó a «ofrecer su apoyo y ver qué tal estaba 
Roman». Polanski lo recibió en la puerta con una hoja de papel y le pidió que 
escribiera la palabra “CERDO” en ella. Esta muestra y algunas de otros amigos 
fueron enviadas a un grafólogo de Nueva York, que cobró 2.500 dólares a Polanski 
y nunca identificó de forma concluyente a un sospechoso. La red se extendió 
hasta el escritor Jerzy Kosinski, cuya novela de 1968 “Pasos” relataba un 
asesinato especialmente bárbaro y absurdo. Actuando a título independiente o a 
petición de Polanski, Victor Lownes envió una carta al departamento de 
homicidios de Los Angeles sugiriendo investigar a Kosinski. La carta terminaba 
diciendo: «¿Sería remotamente posible que el autor de textos tan extraños 
pudiera ser él mismo una persona francamente extraña?». Una variante de la misma 
pregunta se formulaba todavía a diario en la prensa de Los Angeles, aplicada al 
mismo Polanski. Kosinski fue debidamente entrevistado y exonerado, tras lo cual 
criticó públicamente «el intento de Polanski de “dirigir” el [reportaje] de la 
revista “Life” sobre Cielo Drive», cosa que encontraba grotesca. 
La 
explicación más caritativa es que Polanski estaba temporalmente trastornado por 
la conmoción de los asesinatos, y por cierto sentido de culpa por no haberlos 
impedido de alguna forma. También quedaba la acuciante idea de que las víctimas 
masculinas, por lo menos, no deberían haber sido, como dijo un amigo de 
Hollywood, «corderos para el matadero». Wojtek Frykowski, en particular, había 
sido un atleta reconocido a nivel nacional y un camorrista consumado, que una 
vez había alzado tranquilamente una pesada silla de madera y la había estrellado 
en la cabeza de un desconocido, durante una fiesta. Según varias fuentes, más 
tarde había dejado inconscientes a dos miembros de la policía secreta polaca, un 
hecho que pudo acelerar su decisión de emigrar. Antes de que los hechos de los 
asesinatos quedaran establecidos por completo, Polanski, comprensiblemente, se 
preguntaba a veces en voz alta por qué su viejo amigo no había «hecho algo» para 
resistirse. Como se demostró más tarde, Frykowski había luchado heroicamente por 
su vida; sin las drogas y el alcohol, a saber si no habría podido con sus 
asaltantes. 
Polanski no fue el único familiar de víctima que investigó 
por su cuenta las atrocidades de Cielo Drive. El coronel Paul Tate nunca había 
acabado de aceptar la profesión que su hija había elegido, aunque ni siquiera él 
podría haber pronosticado el horrendo resultado. Después de prejubilarse del 
ejército, Tate, a sus 46 años, se dejó el pelo largo, se colgó un par de 
abalorios y comenzó a frecuentar “chozas de hippies” de la vecindad de Sunset 
Strip, convencido de que alguien de allí sabía la verdad sobre la muerte de 
Sharon. El ex especialista en espionaje militar iba armado con su antiguo 
revólver reglamentario, pero, igual que Polanski, sus pesquisas no depararon 
nada concreto. 
El 10 de octubre de 1969, los funcionarios de la oficina 
del sheriff de Inyo County emprendieron una serie de redadas coordinadas en el 
rancho Barker, un pueblo fantasma en el extremo sur del Valle de la Muerte, al 
que Manson y la mayor parte de su Familia habían migrado el mes anterior. La 
operación deparó veinticuatro sospechosos, que fueron acusados de una serie de 
delitos, desde el robo de coches hasta el incendio provocado. Uno de los últimos 
detenidos fue el propio Manson, que fue encontrado agazapado en un pequeño 
armario, bajo la pila del lavabo. Uno de los agentes que los arrestaron habla de 
la inesperada timidez de aquella figura «encorvada que arrastraba los pies», y 
que sólo dijo que «se alegr[aba] de volver a estirar las piernas» y que «no iba 
a causar ningún problema a nadie». 
Tres semanas después, durante su 
detención, Susan Atkins se acercó a la litera de otra reclusa llamada Virginia 
Graham y después de algunos preámbulos le dijo que la policía era tan tonta que 
«ahora mismo hay un caso, pero están tan despistados que no tienen ni idea de lo 
que pasa». 
«¿De qué estás hablando?», preguntó Graham. 
«De lo de 
Benedict Canyon». 
«¿Benedict Canyon? ¿No estarás hablando de Sharon 
Tate?». 
«Sí», dijo Atkins, que pareció «emocionarse». «Tú sabes quién lo 
hizo, ¿no?». 
«No». 
«La estás mirando».
De resultas de esto, de una 
confesión posterior y de otros hechos que incluyeron el descubrimiento de la 
pistola desechada de Charles Watson por un niño de 10 años, el jefe de la 
policía de Los Angeles, Edward Davis, pudo anunciar, el 1 de diciembre, que su 
cuerpo había «resuelto» el caso Tate. Davis alabó la «magnífica actuación» de 
sus investigadores durante los cuatro meses anteriores. Añadió que los mismos 
sospechosos estaban implicados en el caso LaBianca, cosa que, tal como 
observaron los periodistas, contradecía las declaraciones oficiales que el jefe 
había efectuado hasta entonces.
En la 
vista preliminar con gran jurado, el 5 de diciembre, a Atkins se le preguntó si 
reconocía una fotografía policial del cadáver de Steven 
Parent.
«Sí», 
contestó ésta alegremente. «Es la cosa que vi en el 
coche».
El 
juicio contra Charles Manson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van 
Houten empezó el 24 de julio de 1970 en Los Angeles. Manson compareció ante el 
tribunal con una “X” tallada en la frente. Seis meses después, el jurado declaró 
a los acusados culpables de los veintisiete cargos de asesinato y conspiración 
para cometer asesinato. Fueron condenados a morir en la cámara de gas. El 12 de 
octubre de 1971, un jurado distinto declaró a Charles Watson culpable de siete 
cargos de asesinato en primer grado; también él fue condenado a muerte. “Clem” 
Grogan fue declarado culpable de asesinato, aunque el juez que presidió el 
proceso, observando que «Grogan era demasiado tonto y estaba demasiado 
enganchado a las drogas para decidir nada por su cuenta», lo condenó a cadena 
perpetua. A Linda Kasabian se le concedió inmunidad, a cambio de su testimonio 
sobre sus compañeros de la Familia.
El 18 
de febrero de 1972, el Tribunal Supremo de California aprobó, por seis votos 
contra uno, la abolición de la pena de muerte en el estado, sobre la base del 
artículo de la Constitución que prohíbe «los castigos crueles o inusuales». 
Finalmente, cinco años después se reinstauró una versión modificada de la ley, 
incluyendo una disposición específica que permitía las ejecuciones en casos de 
«interés excepcional» para la seguridad pública, por ejemplo «los caracterizados 
por una brutalidad especial, o por el homicidio de varias víctimas». Los 
asesinos de Sharon Tate y de sus amigos, y de Leno y Rosemary LaBianca, fueron 
exquisitamente afortunados en la coincidencia de los hechos. Después del fallo 
original del Tribunal Supremo, las condenas de Manson, Watson, Atkins, 
Krenwinkel y Van Houten fueron automáticamente conmutadas por cadenas perpetuas, 
con posibilidad de libertad provisional al cabo de siete años. Doris Tate, la 
madre de Sharon, se convirtió en una tenaz activista contra los asesinos de sus 
hijos y en una pionera de los derechos de las víctimas en general, hasta su 
muerte de cáncer en 1992. En la actualidad, Manson y la mayoría de los miembros 
de su Familia están todavía en la cárcel. Se calcula que pueden haber sido 
responsables de hasta cuarenta asesinatos.
Polanski no hizo declaraciones 
públicas sobre las primeras condenas ni sobre su reducción posterior. Casi 
cuarenta años después, la naturaleza prácticamente aleatoria de los asesinatos 
sigue siendo difícil de aprehender. «¡Mentira! ¡Mentira!», declaró Polanski en 
el “New Yorker”, en respuesta a diversas teorías sobre los móviles de la 
Familia. «Manson iba a por Melcher. Y punto. Era un artista despreciado, y 
despreciar a cierta clase de artistas puede ser peligrosísimo. Piense en 
Hitler».
Este 
calvario, por supuesto, no ayudó al estado de ánimo general de Polanski, en el 
que, en palabras de un amigo, «no faltaban las sombras» mucho antes de agosto de 
1969. En su mediana edad sufría de melancolía y depresión, adoptando, como 
escribió en su autobiografía, algunos de los atributos de su padre, Ryszard -«su 
pesimismo arraigado, su eterna insatisfacción con la vida, su sentido de culpa 
profundamente judaico, su convencimiento de que toda experiencia dichosa tiene 
un precio» (en el orden normal de los hechos hay pocas cosas que abatan el ánimo 
como un libro de memorias polaco, pero hay que decir que el de Polanski también 
refleja la sensibilidad, la imaginación y el ingenio de un contador de historias 
nato). En 1974, el director declaró en una entrevista que «el asesinato de 
Sharon fue el golpe final a cualquier fe que pudiera quedar dentro de mí en 
aquel momento». Diez años después confirmó: «Ya no sé disfrutar con la libertad 
de antes. Tengo [el] sentido judío de la culpa, y la muerte de Sharon aumenta mi 
fe en lo absurdo».
Polanski llegó a aborrecer a 
los medios de comunicación, o a aquéllos que habían venido a acusarlo de ser uno 
de los cómplices de Manson. «No la leo», declaró al presentador de televisión 
Dick Cavett. «Pero [...] en general desprecio tremendamente a la prensa, por su 
falta de rigor, por su irresponsabilidad, por su crueldad muchas veces 
deliberada. Y todo por lucrarse». Y sin embargo este desagrado hacia las 
“hienas” no era la historia completa. «Todo lo que uno hacía con Roman tenía 
algo de drama tremendo», recordó el director y actor John Huston después de 
coprotagonizar Chinatown. «Uno descubría enseguida que la pasión que 
realmente lo sostenía eran sus películas». Huston llegó a creer que, más allá de 
su «tribu inmediata», la gente era en cierto modo insignificante para él, «salvo 
como sujetos de sus películas». Polanski era imparcial, observó Huston 
tristemente: «Todo el mundo era igual de superfluo».
El 
caso Tate cambió no sólo a las familias de Polanski y del resto de las víctimas, 
sino, tal vez, a la misma Norteamérica. Gracias a Vietnam, en un momento 
anterior de los años sesenta cierta inseguridad se había instaurado 
subrepticiamente, pero el proceso pareció acelerarse casi a diario en el periodo 
que medió entre los macabros hallazgos del 9 de agosto de 1969 y la dimisión de 
un deshonrado Richard Nixon cinco años después, exactamente, hora por hora. Este 
periodo podría pretender al título de momento más traumático de la historia del 
Estados Unidos posterior a la Guerra de Secesión, sin excluir la presente. El 
individualista y conservador candidato presidencial Barry Goldwater, siempre un 
buen crítico social, más allá de lo que uno piense de su postura ideológica, 
situó el «final de nuestra inocencia nacional» en la noche en que «unos críos 
montados en un coche se desmandaron» en un apartado hogar de las colinas de 
Hollywood (6).
En la 
misma semana en la que Manson y su banda fueron inculpados, Polanski hizo sus 
maletas, entregó las llaves de su Ferrari a Paul Tate y abandonó Estados Unidos 
sin planes de regresar algún día. Pasó un tiempo en París, nunca el lugar idóneo 
para que una celebridad disfrute de «la paz y tranquilidad totales» que decía 
buscar; cuentan que una noche, Polanski y Gérard Brach se liaron a tortas con un 
fotógrafo, que protegió su carrete extrayéndolo de su cámara y tragándoselo. El 
director pasó la Navidad de 1969 con Victor Lownes, en un chalé alquilado en los 
Alpes suizos, una ocasión para perderse en sus pistas tanto como para conocer al 
resto de los miembros del grupo de Lownes, entre ellos dos gemelas idénticas que 
más tarde adornaron el póster central “Doble lío” del “Playboy”. Polanski 
también se surtió de varias bonitas alumnas de las varias escuelas de cultura 
general de la vecindad. La mayoría de las noches, a una hora acordada, Polanski 
esperaba en el coche, a una distancia discreta de la puerta del colegio, para 
recoger a su acompañante de 16 o 17 años, que acudía apresuradamente cubierta 
con un camisón, antes de devolverla sana y salva a su dormitorio a primera hora 
de la mañana siguiente. Polanski encontraba terapéuticas estas relaciones, tan 
breves como perfectamente consentidas (que no conducían necesariamente al sexo, 
dice Polanski, «aunque algunas sí»), y esto parece haber sido mutuo. Ciertamente 
no faltaban las jóvenes voluntarias dispuestas a complacerlo, incluso a riesgo 
de congelación y expulsión; preparadas para dejarlo todo por acompañar a 
Polanski a su chalé, ofreciendo al famoso director por lo menos un cambio de las 
clases de comportamiento.
Diez 
años antes, Polanski había recibido la década de los sesenta con su nueva 
esposa, Barbara Kwiatkowska, en la habitación de un hotel francés, aunque el 
hogar de la pareja seguía siendo un pisito sin agua caliente en la calle 
Narutowicra, en Lodz. Ahora se desplazó entre Gstaad, París y Londres para una 
serie de reuniones con su amigo Warren Beatty, al que quería dirigir en la 
superproducción Papillon (Papillon).Que Polanski había enriquecido la 
década con el sombrío encanto –infinitamente superior a cualquier cosa que 
pudieran lograr sus plomizos imitadores- de sus películas era incuestionable. 
Pero, para él, el éxito y el poder tenían su contrapeso en el «asfixiante» peso 
de la fama. Un psiquiatra al que Polanski había conocido a finales de agosto de 
1969 le había advertido que superar el dolor de los últimos acontecimientos 
requeriría «cuatro años de duelo».
«Han 
sido más», observa Polanski.
NOTAS
(1) En este punto de su carrera, y a pesar de ser uno de los directores 
más solicitados del mercado, los ingresos de Polanski todavía eran 
significativamente inferiores a los de su mujer. Según la mayoría de las 
versiones, Tate iba cobrar entre 110.000 y 120.000 dólares por su papel en 
12+1, el equivalente aproximado a dos millones de dólares 
actuales.
(2) La leyenda 
insiste en que Charles Manson, ávido lector de revistas de cine, pudo ver La 
semilla del diablo en el verano de 1968, y que por algún motivo montó en 
cólera, aunque esto no podemos saberlo con seguridad. En la carta que le escribí 
a Manson en junio de 2006 mencioné este punto entre otros. Declinó 
contestar.
(3) Polanski se 
confunde acaso, comprensiblemente, en este punto, puesto que la mujer de 
McQueen, Neile, parece recordar que ambos estuvieron en la ceremonia juntos; 
además, un colaborador del actor, Jim Hoven, me dijo: «Steve no sólo estuvo 
allí; fue armado, para el caso de que, como él dijo, “algún pez gordo intente 
liquidarme a mí”». Aun así es posible que McQueen (cuya tolerancia de los 
funerales era muy baja) se limitara a “asomarse” para presentar sus respetos a 
Tate, antes de dirigirse de inmediato a la ceremonia de Jay 
Sebring.
(4) Esto sucedió en 
la misma noche en que la revista “Vanity Fair” aseguró erróneamente que Polanski 
se había insinuado a una «belleza sueca», diciéndole supuestamente: «Te voy a 
convertir en la nueva Sharon Tate». Aunque nunca sucedió tal cosa, una modelo 
noruega rubia llamada Beatte Telle, que aquella noche estaba cenando en 
Elaine’s, recuerda que «Polanski se acercó a la mesa. Se me quedó mirando 
muchísimo tiempo. [...] A lo mejor le recordaba a Sharon Tate». Telle insiste en 
señalar que Polanski no habló con ella ni «deslizó su mano dentro de su muslo», 
como aseguró la revista. Como parte de esta terapia postraumática, el director, 
sin embargo, y según señala él mismo, empezó de nuevo a mantener «relaciones 
sexuales esporádicas» un mes después de la muerte de 
Tate.
(5) Según una versión muy 
extendida, además, el cadáver de Jay Sebring apareció «cubierto por un embozo», 
otorgando así credibilidad a la teoría de que “los cinco de Cielo” habían sido 
víctimas de una secta. En realidad el único “embozo” era la toalla ensangrentada 
que Susan Atkins había arrojado al azar en el cuarto de estar, donde había caído 
sobre la cara de Sebring.
(6) En 1984, Polanski declaró al periodista 
del “Nouvel Observateur” Olivier Giesbert que aquellos asesinatos «fueron el 
toque de difuntos del agonizante movimiento hippy. Junto a la llegada a la Luna 
es uno de los acontecimientos que marcaron la transición entre la década de los 
sesenta y la de los setenta. Simbólico, ¿no cree?».
Nota de la Redacción: Este texto corresponde a parte 
del capítulo dedicado al asesinato de Sharon Tate y sus amigos por la 
familia Manson en el libro de Christopher 
Sandford, Polanski. 
Biografía (T&B Editores, 2009). Queremos 
hacer constar nuestro agradecimiento a T&B 
Editores por su gentileza al facilitar la publicación en Ojos de 
Papel.