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Tony Judt: "Posguerra" (Taurus, 2006)

Tony Judt: "Posguerra" (Taurus, 2006)

    AUTOR
Tony Judt

    GÉNERO
Ensayo

    TÍTULO
Posguerra. Una historia de Europa desde 1945

    OTROS DATOS
Traducción de Jesús Cuéllar y Victoria E. Gordo del Rey. Taurus. Madrid, 2006. 1.212 páginas. 29,50 €

    EDITORIAL
Taurus



Tony Judt actualmente ocupa la cátedra de Estudios Europeos de la Universidad de Nueva York y dirige el Instituto Remarque para el estudio de Europa

Tony Judt actualmente ocupa la cátedra de Estudios Europeos de la Universidad de Nueva York y dirige el Instituto Remarque para el estudio de Europa


Reseñas de libros/No ficción
Tony Judt: "Posguerra" (Taurus, 2006)
Por Rogelio López Blanco, jueves, 4 de enero de 2007
Al rematar la lectura de este libro uno tiene la impresión de que ha tenido la oportunidad de haber disfrutado de una obra de auténtica valía y sobresaliente dimensión que, como pocas, logra plasmar una panorámica de la historia de Europa, de toda Europa, desde 1945 hasta prácticamente ayer, y haciéndolo desde una perspectiva tan rica e insólita como sugerente, porque ésta es la principal seña de identidad de la obra, la novedad con la que se enfoca la retrospectiva. Nada mejor para explicarlo que un conocido chiste de la era soviética recogido por el autor. Un escuchante llama a Radio Armenia preguntando, “¿Es posible predecir el futuro?” y recibe la siguiente respuesta: “Sí, no hay problema. Sabemos exactamente cómo será el futuro. Nuestro problema es el pasado, que siempre está cambiando”. Toda una lección sobre las cuestiones que se plantean ante el historiador y la forma en la que éste ha de abordar su interpretación.
La consecuencia de esto es que para Tony Judt la caída del Muro no sólo modificó el previsible rumbo de la evolución de Europa sino que también transformó su pasado, por lo que había que reescribir la posguerra. Ahora bien, en sí mismo el hecho del cambio de perspectiva no proporciona una tesis global superadora, ni “ninguna gran teoría de la historia europea contemporánea”, pero sí unas “líneas argumentales” muy consistentes.

La primera tiene que ver con la reducción de Europa, los grandes imperios europeos fueron desapareciendo, perdieron sus extensas colonias, mientras que insólitamente eran forasteros, norteamericanos y soviéticos, quienes determinaban las condiciones de su existencia hasta que paulatinamente los europeos recuperaron su propio destino. La segunda clave está en el declive del fervor político en occidente, la decadencia de las religiones políticas y el “descrédito del marxismo oficial” en el Este, donde, tras 1989, el único horizonte atrayente era el de la libertad en “Europa”. La tercera línea argumental es la gradual aparición, en gran parte accidental, del “modelo europeo”, consolidado en 1992, una alternativa perfecta a los periclitados moldes de progreso y revolución que destrozaron el continente en la primera mitad del XX. La cuarta es la compleja relación, llena de malentendidos, entre Europa y Estados Unidos. La quinta y última, reside en el hecho de que la historia del continente está “ensombrecida” por los silencios y las ausencias que, paradójicamente, facilitaron la estabilidad: está claro que el paso destructor de Hitler y Stalin, impulsando genocidios, deportaciones y matanzas, dejó unos espacios nacionales más homogéneos, destruyendo la multiculturalidad tradicional tan característica de muchos países, lo que tuvo como consecuencia la atenuación sustancial de las posibilidades de conflicto, algo que se demuestra meridianamente en nuestros días ante la reaparición de la inquietud que genera la presencia de una considerable inmigración.

Con estos ejes interpretativos el lector ya puede acercarse muy bien provisto a los diversos períodos en que se subdivide el libro que abarcan los temas más significativos y variados que se entrecruzan para formar los mimbres sobre los que se sostiene la historia del continente europeo en los últimos cincuenta años, hasta entrado el siglo XXI. Todo se inicia con la posguerra propiamente dicha, de 1945 a 1953, desde las ruinas de un paisaje destruido por la contienda y sus efectos anímicos y demográficos, la fase de desnazificación y de rápida depuración de responsabilidades que abrió paso rápidamente a la portentosa recuperación europea con Alemania occidental a la cabeza, la Guerra Fría, el Plan Marshall, la implantación de las políticas de planificación económica y el estado de bienestar, la definitiva división del continente en dos bloques y los primeros escarceos que llevarían a la Comunidad Económica del Carbón y el Acero.
Todo se inicia con la posguerra propiamente dicha, de 1945 a 1953, desde las ruinas de un paisaje destruido por la contienda y sus efectos anímicos y demográficos, la fase de desnazificación y de rápida depuración de responsabilidades que abrió paso rápidamente a la portentosa recuperación europea con Alemania occidental a la cabeza, la Guerra Fría, el Plan Marshall, la implantación de las políticas de planificación económica y el estado de bienestar, la definitiva división del continente en dos bloques y los primeros escarceos que llevarían a la Comunidad Económica del Carbón y el Acero

A continuación viene la época de mayor prosperidad y, a la vez, de inquieto malestar, a raíz del resultado del baby boom, con la entrada en escena de la primera generación que no participó en la guerra y el desahogo que trajeron los “revolucionarios” años sesenta, con el mítico Mayo del 68 recorriendo las calles parisinas mientras sus ondas más potentes terminaban alcanzando fórmulas políticas que rehabilitaban la violencia como instrumento de cambio político, lo que ocasionó desastrosos resultados. Mientras, en la zona dominada por la Unión Soviética, se asistía a los eventos que condujeron a la decadencia del prestigio de la herencia comunista con los episodios de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1969.

De la interpretación que hace Judt de los acontecimientos, se desprende que Moscú, pese a la acumulación de efectivos, albergaba más interés en mantener y consolidar su colchón defensivo con los estados del Este que en avanzar posiciones en el área occidental. La amenaza imperial soviética sólo se sentía en su zona de influencia, tanto en la organización económica del espacio como en el rígido control político, en el que el estalinismo dio sus últimos coletazos hasta la muerte de su titular en 1953, sin que eso significara que se cediera un ápice del control en la etapa de Jrushov, como para su desgracia pudieron constatar los húngaros. El golpe palaciego que puso a Brezhnev a la cabeza de la gerontocracia que regía el sistema se limitó a seguir las inercias del engendro burocrático comunista, tanto políticas como económicas, y a una exigencia irrenunciable: cada partido podría organizar su país como estimara oportuno, pero sin renunciar nunca al control del poder o la URSS intervendría con sus divisiones.

Más adelante llega las crisis de los 70, el fin del ciclo económico alcista, el golpe petrolífero y los efectos de inflación y desempleo, carencias y problemas en parte compensada por el sistema de seguridades que proporcionaban unos estados de bienestar bien asentados. Todo ello trajo el fin del romanticismo y la utopía revolucionario en la juventud radical, sin que ello frenara el auge del terrorismo impulsado por el trampolín ideológico de finales de los sesenta. Los ochenta trajeron consigo la revisión del papel del estado en la economía y la problemática de las reconversiones y privatizaciones. Mientras, se observa cómo se organiza la disidencia en los países del Este y, en particular, el progreso de emancipación en el caso polaco.
Juzgada a grandes rasgos esta etapa, quizá el único elemento positivo de gran calado ha sido el proceso de unión europea, una construcción que no fue ni planificada ni deliberada, hecha muchas veces en función de la combinación de intereses egoístas y oportunistas, de miedos y ansiedades justificadas por el nefando pasado, sin grandes ambiciones y, por tanto, a base de pequeños pasos

Por último, llega el colapso del sistema soviético y la caída del dominó de democracias populares, propiciada por la acción reformista de Gorbachov, poco que ver con la propagandística autocomplacencia norteamericana y vaticana sobre sus respectivos papeles. La continuación es la durísima transición de los antiguos países del Este hacia el sistema capitalista y el fortalecimiento del proceso de unificación europea, la gran referencia modernizadora y ejemplarizante primero de las dictaduras mediterráneas en los setentas y de los países de centroeuropa después. Entre los últimos episodios cabe señalar la crisis balcánica, un fleco de la herencia multiétnica heredada de la etapa anterior a 1939, cuya explosión fue provocada en su práctica totalidad por intereses radicados en Belgrado.

En definitiva, la historia del continente está marcada por el desastre proveniente de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial –sintetizadas en lo que Auschwitz representa— y sus consecuencias geopolíticas, la implacable opresión del comunismo soviético sobre la propia Rusia y los países satélites de centroeuropa. Juzgada a grandes rasgos esta etapa, quizá el único elemento positivo de gran calado ha sido el proceso de unión europea, una construcción que no fue ni planificada ni deliberada, hecha muchas veces en función de la combinación de intereses egoístas y oportunistas, de miedos y ansiedades justificadas por el nefando pasado, sin grandes ambiciones y, por tanto, a base de pequeños pasos. De ahí la poca regularidad de dicho proceso y los constantes vaivenes entre avance y estancamiento (como ocurre actualmente, en plena digestión de la ampliación de la UE a veintisiete miembros).

La explicación de esa difícil y errática trayectoria está en que, como se ha mencionado, no se trata de un proyecto definido, sino de la acumulación de un determinado tipo de decisiones que han llevado a un colofón extraordinario, que no sólo ha supuesto la superación de la crónica inestabilidad política continental, con sus aberrantes ciclos de guerras y matanzas, sino también, y esto es lo más notable, ha ofrecido, a partir de su modesto origen, una alternativa al mundo basada en la experiencia de superar, a partir de su toma de conciencia, el legado del horror, en la creación de un espacio de relación postnacional y en un modelo social europeo que ha suscitado la admiración exterior, superando con creces la opción de desarrollo norteamericano.

Pese al extraordinario avance económico y social de las sociedades europeas, polo de atracción fundamental para las sucesivas incorporaciones, el fundamento final de esta recuperación no es de naturaleza material sino moral y, en consonancia con la magnitud de su gravedad, se ha incorporado con lentitud, en paralelo al mismo proceso de gestación europea. No en vano es el punto de referencia más tremendo y doloroso, el auténtico clímax de un cainismo continental que aun siendo asumido e incorporado al bagaje mental europeo impide dar cualquier lección a nadie: se trata del Holocausto. Como señala el autor: “la memoria recuperada de los judíos europeos muertos se ha convertido en la propia definición y garantía de la restaurada humanidad del continente”.

No queda más que recomendar encarecidamente esta magnífica obra de Tony Judt, que, además de proveernos de una explicación e interpretación tan inteligentes como plausibles de este medio siglo de historia europea, proporciona una suerte de conexión personal con dicha historia, porque fundamentalmente a lo que contribuye este libro, que, como todos, siempre será leído desde un espacio nacional determinado, es al enlace de lo propio, en este caso España, con el resto del conjunto al que pertenece hasta un extremo que toca lo personal. Tanto como percatarse de lo extraordinariamente que están relacionados y entremezclados hasta el presente los hechos históricos y las vidas.
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