Así pues, fue una campaña determinante por diversas factores, siendo el 
más importante el que desde su culminación la ventaja estratégica en la guerra 
pasó a manos de los Aliados. Juntamente con la toma de Sicilia, en el verano de 
1943, el Mediterráneo se convirtió en un mar controlado por los angloamericanos 
y un espacio desde el que golpear, en palabras de Winston Churchill, el “vientre 
bando” de los dominios del Eje en Europa: a partir de ahí se podía apuntar a 
Francia, Italia y Grecia, es decir, el flanco sur de Europa.
El otro 
elemento fundamental es que la elección del escenario norteafricano, gracias a 
la insistencia británica, impidió el gravísimo error de intentar un desembarco 
prematuro al otro lado del Canal de la Mancha, catástrofe militar que de este 
modo pudo ser evitada. Una tradición militar caracterizada por su acometividad 
animaba a los Estados Unidos a ir directamente a por el corazón de Alemania, 
cruzando por el paso de Calais, lo que se combinaba con la insistencia de 
Stalin, que apremiaba con la patente necesidad de abrir otro frente para aliviar 
el empuje alemán sobre su país. Frente a la convergencia de ambas 
circunstancias, Wiston Churchill supo hacerles frente con habilidad y 
diplomacia, convenciendo al Alto Mando norteamericano, por medio de estudios y 
un debate franco, de la inviabilidad de un desembarco para el verano de 1943 por 
falta de capacidad de intendencia y logística (ni siquiera había suficientes 
lanchas de desembarco construidas, ni todavía capacidad productiva para subsanar 
esta carencia). Churchill demostró fehacientemente que los Aliados no estaban 
preparados para una operación de esa magnitud. Faltaban muchos componentes para 
la que la maquinaria bélica estuviera suficientemente preparada para tamaña 
empresa. Sobre esa maduración da cuenta Atkinson en su libro, reflejando con 
rigor y viveza las tribulaciones que sufrieron los aliados para imponerse en el 
Africa magrebí a las fuerzas alemanas e italianas.
La ejecución de Antorcha, el 
desembarco simultáneo en Marruecos, Argel y Orán, una operación anfibia de gran 
envergadura, se saldó, con los consabidos contratiempos, en parte debido a 
errores propios, en parte a la resistencia de los franceses fieles a 
Vichy
El caso es que los norteamericanos querían intervenir ya, la opinión pública 
acuciaba a unos líderes políticos y militares de por sí muy motivados para 
volcarse en el esfuerzo bélico tras el golpe de Pearl Habour, y esto facilitó 
los designios imperiales británicos que pretendían, a partir del control del 
Mediterráneo, enlazar por el Canal de Suez con sus dominios en Asia y Oceanía, 
además de suponer un enorme ahorro de barcos (se calcula que se evitaría el 
hundimiento de unos 200 por efecto de los ataques submarinos), tiempo y 
combustible.
La ejecución de Antorcha, el desembarco simultáneo en 
Marruecos, Argel y Orán, una operación anfibia de gran envergadura, se saldó, 
con los consabidos contratiempos, en parte debido a errores propios, en parte a 
la resistencia de los franceses fieles a Vichy, con un notable éxito. Contra lo 
que se ha venido creyendo entre la opinión no advertida sobre lo que ocurrió 
realmente, debido al imaginario construido sobre un supuesto fervoroso deseo 
francés de ayudar a los Aliados a la menor oportunidad, la oposición de las 
tropas y la marina gala fue muy significativa. Entre el día del desembarco, 8 de 
mayo, y el 12, causaron cientos de bajas a los invasores hasta que se vieron 
forzados a claudicar. Sólo algunos oficiales y porciones reducidas de soldados 
ayudaron o se mantuvieron al margen. Es ilustrativo el dato de que, mientras los 
aliados vieron caer a numerosos hombres, los alemanes no tuvieron ninguna baja a 
consecuencia de las iniciativas francesas. 
Durante el transcurso de las 
operaciones destinadas a ocupar por entero el norte de Africa, desde el 15 de 
enero de 1943 se celebró la Conferencia de Casablanca, acto que reunió los 
líderes de las dos potencias, Roosevelt y Churchill. El anecdotario sobre el 
encuentro que proporciona el autor es muy rico y significativo, desde las 
distintas posiciones de ambos países, a la caracterización de los mandos y 
discrepancias sobre cómo seguir acometiendo unas operaciones que no iban 
desarrollándose como se había planificado. La operación Antorcha había 
sido u éxito, pero ya no ocurrió lo mismo con el intento de tomar Tunicia. Aquí 
los reveses de los aliados fueron considerables, lo que el autor muestra con 
detalle dando cuenta de las penalidades por las que pasaron los norteamericanos 
y que pusieron al mando militar supremo, Eisenhower, en una situación 
verdaderamente apurada.
Para Atkinson, Casablanca, como la campaña 
africana en su conjunto, marcó la llegada a la mayoría de edad de los 
norteamericanos, concluyendo algo exageradamente que fue “una bisagra sobre la 
que giraría la historia mundial en el siguiente medio siglo”. Antes habría que 
esperar a Normandía.
En Casablanca no sólo se trató del curso de la guerra en Africa, realmente el 
asunto capital fue la estrategia bélica global. Los compromisos alcanzados 
suponían priorizar la guerra contra Alemania, la consagración de la estrategia 
mediterránea y la confirmación del empeño de los Estados Unidos de castigar al 
Japón. La Conferencia puso otra vez de relieve la experiencia y la capacidad de 
maniobra de los británicos que impusieron sus criterios a los norteamericanos. 
Roosevelt era consciente de esto, pero, con perspicacia, lo consideraba una 
situación temporal ante el inevitable predominio final de su nación. En la rueda 
de prensa que ponía término a la reunión, el 24 enero, el presidente proclamó 
solemnemente que la única vía para concluir la guerra era la rendición 
incondicional de Alemania. Parecía que ese acto irreflexivo, había sorprendido a 
todos, aunque no a Churchill, era contraproducente pues espolearía la 
determinación alemana de resistir hasta el final. Pero Roosevelt quería evitar 
otro fracaso como el de 1918 y además conseguía otros objetivos. Atenuaba el 
recelo de una paz por separado en el sempiternamente desconfiado Stalin, 
comprometía a Gran Bretana en la aniquilación del Japón, y, sobre todo, 
proporcionaba un designio moral.
Pero el problema que no se resolvía era 
crucial, como apunta Atkinson, pues se carecía de una visión panorámica de la 
guerra tanto por parte británica como norteamericana. Mientras no se 
desembarcara al otro lado del Canal, operación fijada para el verano de 1944, 
los Aliados sólo podía aguijonear la periferia del Eje, con el riesgo añadido de 
empantanarse en Italia, quedando pendientes, por tanto, de las iniciativas de la 
URSS. En esto coincidían los deseos de Hitler, para quien el escenario 
norteafricano era de rango menor.
Entretanto se desarrollaban las 
operaciones militares con resultados iniciales muy desalentadores para el mando 
Aliado. El terreno abrupto facilitaba la defensa y a ello se unía la falta de 
experiencia de combate de la tropa, su pésima actitud bélica, la limitada 
capacidad de coordinación y los recelos entre mandos británicos y 
norteamericanos. Todo esto se conjuntó para que se sucedieran errores y 
estropicios militares de cierta consideración. Aquello no era el “paseo” que se 
habían prometido tras el fulgurante desembarco inicial. Ante la inoperancia 
militar Aliada para concentrar rápidamente fuerzas de combate y prolongar la 
acometida inicial que había supuesto el desembarco, a los alemanes les había 
dado tiempo a reforzarse en Tunicia mientras esperaban la llegada del Afrika 
Korps de Rommel, que venía hacia el oeste acosado por el VIII Ejército de 
Montgomery tras la derrota de El Alamein.
El enfrentamiento resultó muy 
duro, lleno de reveses y bajas abundantes, pero fue útil como banco de pruebas 
para formar un ejército experimentado y capaz. Cuando los americanos llegaron a 
las playas argelinas y marroquíes no odiaban al enemigo ni estaban empeñados en 
su destrucción, sencillamente no sabían combatir, tardaron en asumir que estaban 
implicados en una lucha a muerte por tiempo indefinido y carecían de las 
ataduras morales que unían al grupo, un ingrediente decisivo en el combate (no 
fallar a los compañeros). Entre finales de marzo y abril de 1943 se produjo el 
cambio, la experiencia de combate, los reveses, las bajas incidieron en la 
agudización de la agresividad de las tropas. Finalmente, Túnez calló el 10 de 
mayo de 1943. La campaña del norte de Africa había terminado. Suponía la quinta 
victoria relevante de los enemigos del Eje tras Midway, El Alamein, Guadalcanal 
y Stalingrado.
Atkinson refleja con detalle los errores aliados, pero 
también se aprecia en el texto cómo van emergiendo las aptitudes que harán de 
los Estados Unidos la fuerza decisiva. Así la capacidad para descifrar los 
códigos del enemigo resultó, como a todo lo largo de la guerra, fundamental, lo 
mismo que la de explotar la debilidad alemana para el avituallamiento y para 
combinar fuerzas y coordinar los mandos. En este sentido, Eisenhower se percató 
de que la unidad aliada exigía una atención diplomática extremada. En 
definitiva, para el autor, Casablanca, como la campaña africana en su conjunto, 
marcó la llegada a la mayoría de edad de los norteamericanos, concluyendo algo 
exageradamente que fue “una bisagra sobre la que giraría la historia mundial en 
el siguiente medio siglo”. Antes habría que esperar a Normandía.
Pero 
Atkinson no sólo se detiene en las operaciones militares y las pinceladas 
bélicas, junto al análisis de las estrategias no olvida describir cómo se vivía 
en la retaguardia, ni otros detalles importantes como el fenómeno de las bajas 
siquiátricas, la violencia contra los árabes, la represión francesa, etc. El 
resultado es un libro ameno, muy bien documentado, con una magnífica descripción 
del ambiente bélico y de las figuras militares más 
importantes.