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domingo, 20 de abril de 2008
Tango, orfeones y rondallas: papel de la tradición musical hispánica en la creación del tango
Autor: José Membrive - Lecturas[7684] Comentarios[0]
Estos días estamos presentando en diferentes lugares (Barcelona, Manresa y Sevilla) el sorprendente libro: “Tango orfeones y rondallas. Una historia con imágenes” de Alicia Chust (Ediciones Carena)

José Membrive

José Membrive

Los negros semiesclavizados de Nueva Orleáns, los gitanos pobres de la baja Andalucía y la amalgama de inmigrantes hacinados en los arrabales de Buenos Aires tienen algo en común: haber dotado de alma y arquitectura a las tres expresiones artísticas más grandes de la modernidad: el jazz, el flamenco y el tango.

Los tres fueron germinando a lo largo del siglo XIX (el tango fue el último en aparecer pero el que más rápidamente alcanzó su reconocimiento mundial) para eclosionar a lo largo del siglo XX y los tres proyectan su esplendor hacia los confines del siglo XXI. Los tres tienen en común ser un gran bálsamo musical para curar (o al menos paliar) las heridas sangrantes que la injusticia y la pobreza infieren al corazón. Bueno, tienen muchísimas más cosas en común, pero eso lo dejaremos para otra ocasión.

Alicia Chust, argentina de origen español, contraviniendo el endémico y rancio odio a la memoria cultural hispánica, ha bajado a los sótanos de los centros culturales y archivos bonaerenses en busca de noticias sobre el origen del tango y ha hallado dos tesoros intactos y lejanos como las tumbas faraónicas, cuando se trataba de vivencias que enfervorizaban a nuestros bisabuelos. Me refiero a la proliferación de orfeones y rondallas y su contribución al nacimiento del tango que documenta en su libro Tango, orfeones y rondallas. Una historia con imágenes (Ediciones Carena, 2008).

Los orfeones fueron producto de asociaciones civiles, de carácter popular, cuyos objetivos, delimitados por estatutos y financiados por los asociados, se centraban en torno al cultivo y disfrute de la música. Estamos en lo de siempre: los pobres no tienen ni dinero ni rango para asistir a los conciertos de música clásica. Si quieren disfrutar de música han de generarla ellos mismos, con lo que, a la larga, tal vez salgan ganando. La música está para ser cantada y bailada, antes que para ser escuchada. Música para ser vivida, vida para ser musicada y la pobreza, a veces te lleva a ello.

El orfeón nació en Francia (1835) con el afán de rescatar a los obreros y proletarios de la lóbrega vida a la que sus condiciones económicas los condenaba. En Cataluña, la idea fue recogida por Josep Anselm Clavé a mediados del siglo XIX, que pretendía transformar la vida de los trabajadores a través de la música y se extendió rapidísimamente por todo el territorio, en especial por el País Vasco. En 1881 se creó la primera asociación orfeonística de Buenos Aires, el Orfeón Español, a partir de ahí, gallegos, vascos y catalanes hicieron lo propio, así como los bonaerenses (orfeones de pescadores, artesanos etc).

Alicia Chust: Tango, orfeones y rondallas (Ediciones Carena, 2008)

Alicia Chust: Tango, orfeones y rondallas (Ediciones Carena, 2008)

Las rondallas o estudiantinas también tuvieron su auge en esta época. Llevaron a Buenos Aires los ritmos de la música tradicional española, pero no se quedaron al margen de la historia: las rondallas, abiertas a su entorno, contribuyeron a dar forma a esa amalgama musical de la que surgió el tango y fueron de las primeras agrupaciones en cantarlo, hasta que el bandoneón sustituyó al laúd y la bandurria.

El ambiente en el que surgen y crecen estas asociaciones es de lo más increíble: Entre finales del siglo XIX y principios del XX, la ciudad de Buenos Aires quintuplicó sus habitantes. En 1887, el porcentaje de porteños que habitaban su propia ciudad era del 17,3%, el de extranjeros el 52,7% y el de provincianos el 29,9%. Teniendo en cuenta que más del 76% de los inmigrantes eran agricultores que naufragaron en la urbe, que venían de todas partes del mundo… uno se puede hacer la idea de la enorme babel con 120 periódicos en distintos decenas de idiomas y unos ciudadanos que, víctimas de necesidades extremas, necesitaban comunicarse urgentemente. Se valieron de la mímica y de la rica expresividad fonética que han dotado de personalidad al lenguaje porteño.

Sobre estas bases, Alcia Chust cocina un delicioso libro, con impagables  y abundantes fotografías de archivo (cuya reproducción a veces no resulta tan nítida como sería deseable, por la antigüedad y el mal estado de algunas de ellas), que todo lector que tenga curiosidad por la memoria, por la música o simplemente por la sociología, degustará con pasión.

No es mi afán “destripar” el libro. Dejo muchísimas y gratas sorpresas al lector, entre ellas la particular visión que tenían los poderosos, sobre los “arrabaleros”, la curiosa historia de Manuel Joves, el músico catalán que inyecta ritmos de sardana en la papilla del tango y dos joyas más: el prólogo de Ema Cibotti y el epílogo de Francisco Hidalgo.

Y por último, una consideración personal. La prosa tan sencilla y directa, la recreación tan fresca y auténtica de la vida de los tangueros, han logrado transportarme varias veces, a lo largo de su lectura a esas noches porteñas bajo el manto del tango en donde "dichas y llantos/ muy juntos van./ Risas y besos,/ farra, comida,/ todo se olvida/ con el champán./ Y a la salida/ de la milonga/ llora un nena/ pidiendo pan,…"

Tan terrible es el llanto de la niña como el de este lamento del letrista Manuel Romero ¡todo se olvida! Lamento al que paradójicamente, Manuel Joves, acertó a ponerle una música inolvidable.

Una cosa puedo afirmar, quien lea este libro no volverá a olvidarse del tango, ni del llanto de la niña, ni de las noches porteñas, aunque no las haya gozado. Gracias Alicia por esta revelación, por esta lluvia fecundante de espíritu, vida y memoria.


NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.


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