Juan Antonio González Fuentes
En julio de 1969, saludaba
Gerardo Diego la aparición en la editorial Aguilar de una edición de bibliófilo de
A la pintura señalando que “
Rafael Alberti es poeta tan lleno de gracia y espléndido de intenciones y variaciones que no es fácil, por no decir, no es posible, resumirle en un adjetivo. Dejémosle en el desnudo nombre de poeta, él es un poeta. Ni más ni menos. Un poeta múltiple y uno, como la mayor parte de los más importantes poetas, de aquellos que no son poetas cortos, poetas cortos aunque hayan escrito millares de estrofas”.
Cualquiera que haya frecuentado la poesía de Alberti aceptará sin ponerle demasiados reparos el juicio de Gerardo Diego sobre su enorme variedad de voces y registros, y entenderá por tanto que quien se vea ante el reto de escoger uno de sus poemas y comentarlo, deba primero dilucidar y luego precisar qué Alberti de entre los múltiples existentes es el escogido para la ocasión. Pues bien, esta es la tarea a la que ahora me obligo y de la que espero salir no del todo mal parado.
Sabido es que la aparición del libro
Cal y Canto significó la principal aportación de Rafael Alberti a la llamada corriente neogongorista, en la que por entonces estaba inmersa buena parte de su generación poética, y a la vez supuso el comienzo de sus tanteos con el vanguardismo, tanteos que culminaron en el año 1929 con la publicación de uno de sus libros sin duda más importantes,
Sobre los ángeles, una obra que “es válida y trascendente para todos los que compartimos el privilegio, y a veces la pesadumbre, de estar vivos”, y cuyo manuscrito se encuentra guardado en la biblioteca de la Casona de Tudanca (Cantabria), lugar que fue propiedad del escritor y académico
José María de Cossío.
Rafael Alberti
A este libro pertenece el poema que voy a comentar, “Desahucio”, en el que pueden vislumbrarse con claridad, y a ello voy a aplicarme ahora, algunos rasgos y recursos del singular surrealismo practicado en aquellos momentos por Alberti. Pero antes se hace conveniente recordar el poema:
“Ángeles malos o buenos, /que no sé, /te arrojaron en mi alma. //Sola, /sin muebles y sin alcobas, /deshabitada. //De rondón, el viento hiere /las paredes, /las más finas, vítreas láminas. //Humedad. Cadenas. Gritos. /Ráfagas. //Te pregunto: /¿cuándo abandonas la casa, /dime, /qué ángeles malos, crueles /quieren de nuevo alquilarla? //Dímelo”.
A comienzos de los años sesenta del pasado siglo, Gerardo Diego fue invitado por la Sorbona para ofrecer dos conferencias sobre el surrealismo en la poesía española. En sus intervenciones, Diego aseguró que en España no había habido nunca una literatura “sobrerrealista” que siguiera el modelo original francés (
Bretón, Picabia, Tzara, Aragón, Dermée...), es decir, “entregada confiadamente a la irrupción de lo irracional, de lo subconsciente y de lo onírico”. En opinión del autor de
Manual de espumas, los casos españoles de mayor altura poética cercanos al surrealismo fueron los libros escritos o publicados por
Lorca, Cernuda, Aleixandre y
Alberti entre 1928 y 1934, y en ellos la entrega del instinto poético a lo irracional siempre aparece dominada por “una revisión a posteriori de lo que la pluma en libertad había aventurado”. Así, ninguno de estos poetas fue surrealista si se utiliza la palabra con rigor.
Además, para Diego esa evolución poética española hacia lo irracional a partir de mediados los años veinte obedeció a “naturales impulsos y tradiciones nuestras, de tal modo que hubiera sido la misma aun sin la aparición en el firmamento literario francés de la pléyade sobrerrealista. Es evidente que con
Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Vicente Huidobro, Juan Larrea y más adelante
César Vallejo, y con lo que llevaban dentro de sí mismos los poetas de
Pasión de la tierra, Sobre los ángeles, Poeta en Nueva York y
Un río, un amor, la libertad expresiva de la poesía española se hubiese disparado por sí misma sin necesidad de estímulos ajenos. Y más que todo como consecuencia del electrizado y tempestuoso clima vital y político de dichos años, tan trascendentales para la Historia de España”.
Según nos cuenta el propio poeta santanderino, poco después, y dentro del mismo ciclo de conferencias, Rafael Alberti vino a decir poco más o menos lo mismo.
De entre todas las ideas expuesta por Diego en su artículo, no puedo estar de acuerdo con la que asegura que el camino hacia lo irracional emprendido por la poesía española en los años veinte y treinta del siglo XX hubiera sido el mismo sin la eclosión del surrealismo en Francia. A este respecto hay un dato que por sí solo ya me parece suficientemente alumbrador: el “viaje consciente” hacia el surrealismo en España, el pistoletazo de salida, se produjo después de la aparición del primer manifiesto surrealista en París (1924), y coincidió con la presencia durante esas fechas de muchos literatos y artistas españoles en la capital u otras ciudades francesas, incluido el propio Gerardo Diego, quien conoció en sus viajes parisinos de 1922 y 1924 a Aragón, Francis Picabia, Dermée y Tristán Tzara, por ejemplo. Pensar que el surrealismo español no necesitó del estímulo vanguardista francés me resulta una afirmación cuando menos difícil de sostener.
En lo que sí creo que tiene mucha razón Gerardo Diego es en sostener que el surrealismo español no siguió “al pie de la letra” el modelo francés, y en esta apreciación coincide con críticos más cercanos a nosotros en el tiempo como
Guillermo Carnero o
Gabrielle Morelli. El surrealismo poético de Lorca, Aleixandre o Alberti no se abandona pasivamente a la intuición, sino que se implica en una exploración verbal que buscaba eliminar “el impasse entre forma y fondo, entre lengua y referente poético..., lo contrario de la ortodoxia bretoniana que impone un abandono absoluto a la recepción de la imagen onírica”.
En este sentido, el surrealismo supuso para los poetas españoles una rebelión con un mayor significante ético que estético. La ruptura de los convencionalismos en el uso del lenguaje, la búsqueda de nuevas imágenes, los juegos verbales..., en definitiva, la libertad en el uso de la palabra, tuvo decisiva importancia como proceso de redención personal, y como forma de expresión de la novedosa fragmentariedad humana y de un tiempo histórico recién estrenado: el de la definitiva quiebra de la modernidad que el final de la Primera Guerra Mundial hizo tan palpable.
Algunas de las principales características del mejor surrealismo español, el que nunca llegó a serlo del todo, es decir, el de los poetas del veintisiete, son las que entre otros muchos apunta
Ruiz Soriano en su estupendo trabajo dedicado al
José Luis Hidalgo surrealista: la ruptura del código lingüístico en el plano del significado, la asociación fonética libre, la yuxtaposición de imágenes, la personificación de ideas y cosas, la equiparación del ser humano con objetos, el uso del imperativo categórico, la fusión de funciones sensoriales, el uso de las enumeraciones caóticas, etc... Pues bien, la mayor parte de estos rasgos pueden rastrearse sin dificultad en
Sobre los ángeles, y bastantes de ellos en el poema “Desahucio”. Veámoslo.
El uso del imperativo (“Dímelo”) como llamada de atención, unida al empleo del formulismo impersonal que implica una indeterminación del sujeto (muchas veces porque no interesa concretarlo), ayudando así a crear una atmósfera de vaguedad que acentúa la impresión de desarraigo, de ruptura existencial.
La formulación de preguntas que subrayan la sensación de crisis, de perplejidad y desamparo personal (“¿cuándo abandonas la casa, / dime, / qué ángeles malos, crueles / quieren de nuevo alquilarla?”).
Empleo de la disyunción y la antítesis, fórmulas recurrentes para establecer relaciones entre imágenes contrarias (“ángeles malos o buenos, / que no sé, / te arrojaron de mi alma.”).
Uso de asociaciones subjetivas, yuxtaponiendo lo material y lo inmaterial o evanescente (ángeles buenos o ángeles malos, muebles, paredes, alma, cadenas), provocando lo que Ruiz Soriano llama humanización psicológica de los objetos.
Pero quizá el recurso más llamativo empleado por Alberti en “Desahucio” sea la equiparación de un “elemento humano” por antonomasia, el alma, a un objeto material, una casa. Esta metáfora, de indudable influencia medieval (cuerpo
versus alma) y barroca (
Quevedo, poesía religiosa del XVII), hace del alma del poeta una casa que ha quedado deshabitada, vacía, húmeda; una casa que se alquila y en la que el viento penetra y hiere, en la que hay cadenas y se escuchan gritos; una casa que los ángeles malos y crueles (“ciegas reencarnaciones de todo lo cruento, lo desolado, lo agónico, lo terrible y a veces bueno que había en mí y me cercaba”) quieren volver a alquilar, y donde el callado interlocutor del poeta ha sido arrojado.
“Desahucio”, y ya finalizo esta breves divagaciones, es un poema en el que mediante diversos recursos, rastreables en buena parte del (mal)llamado surrealismo de la generación del veintisiete, Alberti acierta a expresar con singular acierto un estado de angustiosa postración, de dolor interior, propio de un hombre irrealizado, sin precisa filiación ante el mundo, y que se abandona a formular preguntas sobre sí mismo que sabe jamás obtendrán una respuesta.
En este sentido, “Desahucio”, breve e intensa etapa en la dramatización del viaje iniciático albertiano que en su conjunto representa
Sobre los ángeles, es también una pieza más dentro de lo que
Brian Morris, refiriéndose a dicho libro, ha denominado “proceso de autoexamen y autodiagnóstico a través de poemas que narran, no hechos externos, sino experiencias vividas en la mente”.
El amor no correspondido, los celos, las dudas y temores religiosos, fueron los elementos circunstanciales que llevaron al joven poeta ante el punto de partida de su particular viaje desde el paraíso perdido hacia un nueva, vulnerable y dolorosa realidad: lo que dentro de nosotros está por hacerse, lo que puede o no puede ser.
Desasosiego existencial que, dado el momento histórico en el que el poeta escribía, debió verse subrayado por la sensación de crisis absoluta que todo final de un periodo y principio de otro lleva consigo.
Pero Alberti, y aquí me muestro en perfecto acuerdo con Morris, fue “más allá de la circunstancia autobiográfica, gracias a un proceso de transmutación y elevación”; proceso facilitado sin duda por las nuevas libertades expresivas generadas por la vanguardia, y logró convertir “a
Sobre los ángeles de obra autobiográfica en un libro clásico, aleccionador y ejemplar, donde todos podemos ver confirmada nuestra vulnerabilidad mortal, y sentirnos inspirados a superarla”.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .