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lunes, 30 de octubre de 2006
China
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[4240] Comentarios[1]
Entre agosto y octubre, varios amigos han viajado a China. El último en hacerlo ha sido Dámaso López García, y esto es lo que me ha contado de su experiencia

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Juan Antonio González Fuentes

La casualidad ha querido que en el plazo de apenas dos meses, varios amigos míos hayan viajado a China de vacaciones o por motivos de trabajo. El último ha sido Dámaso López García, el actual decano de la Facultad de Filología de la Complutense madrileña, uno de los escritores e intelectuales de mayor nivel y calado de los que he tenido la suerte de tratar, y uno de los mejores traductores del inglés que existe en nuestro país.

Dámaso ha pasado el fin de semana en Santander, llegó el pasado jueves, junto a Fernando Savater, para ser miembro del jurado del premio de novela fantástica “Tristana”. El viernes por la noche cenamos en un céntrico restaurante uno de sus platos favoritos, tacos de rape envueltos en una fina capa de rebozado, y después de cenar, nos sentamos en un terraza frente al mar, en la zona de Puertochico. Las últimas noches santanderinas de este octubre que está a punto de acabar, han sido incluso veraniegas, por lo que las cervezas bien frías fueron cayendo una tras otra invitando a la prolongada conversación. La charla, como no podía ser de otra manera, giró en torno a las impresiones de mi amigo obtenidas a lo largo de su viaje.

Dámaso viajó a China como representante de la Complutense, para firmar acuerdos con los departamentos de lenguas de las universidades de Pekín y Shanghai, sin duda las más importantes del país asiático. El español está siendo descubierto como casi imprescindible por los nuevos directivos de las empresas chinas, pues es el idioma principal de un gran mercado, el que va desde California, Tejas y Miami, en EE.UU., hasta la Patagonia argentina.

Resumiendo, dos ha sido las cuestiones que más han llamado la atención de mi amigo: una se refiere a las proporciones, y otra a las diferencias insalvables con occidente.

En cuanto a la primera cuestión, no es tal vez difícil de imaginar, pero sí de concebir con verdadera justeza. En Pekín y en Shanghai, juntas, cabría toda la población española. Dámaso tiene un hermano viviendo en Nueva York, y ha visitado varias veces la ciudad americana, mítico símbolo para nosotros del gigantismo metropolitano. Pues bien, Nueva York es, en comparación con las grandes ciudades chinas, una ciudad de tipo medio, y ciudades como Madrid, de cuatro millones de habitantes, son casi poblachones sin importancia diseminados por la geografía del gigante de oriente. Dámaso me contaba que en China las dimensiones son inconcebibles para nosotros, y ponía algunos ejemplos llamativos, quizá un tanto caricaturizados y distorsionados, pero útiles sin duda para su propósito de dar idea del gigantismo: el monasterio de El Escorial, me decía, es como la caseta del perro dentro de la ciudad imperial; la plaza de Tianamen es como un océano, nunca ves su término desde cualquiera de sus puntos; saliendo en coche de Shanghai, atraviesas una zona de unos cincuenta o sesenta kilómetros seguidos de fábricas, fábricas, fábricas y más fábricas, que no paran de producir a lo largo de las 24 horas del día. Y es que los más de mil millones de chinos son en sí mismos una dimensión social, cultural, económica y política que no puede calibrarse desde nuestros parámetros occidentales, parámetros ideados a la medida de sociedades como las nuestras que para ellos son sólo granos de arroz prescindibles de algún modo.

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Toda Alemania, toda Francia, toda Gran Bretaña tendrían cabida en tan sólo tres o cuatro ciudades chinas que no figurarían ni siquiera entre las más importantes, ¿nos hacemos una idea de lo que eso significa? No, no nos es posible. Esa es una de las razones por las que somos tan diferentes de ellos. La importancia que tiene la vida humana en occidente, el ser humano como detentador de derechos inalienables e individuales, la idea del individuo como algo único e irrepetible, es imposible comprenderla en una sociedad conformada por cientos y cientos y cientos de millones de individuos. Por eso, cuando leemos que Mao ofreció enviar al egipcio Nasser un ejército de 250.000 chinos para ayudarle en sus contiendas, apenas comprendemos que ese ofrecimiento no tenía demasiada importancia para Mao, pues para su mentalidad y recursos era casi como ofrecerle sólo un brigada. Cuando leemos que ha habido un terremoto y han muertos 200.000 chinos, pensamos que la devastación ha hecho mella en el país, y no concebimos que esa cantidad apenas tiene alguna importancia, y que para las autoridades chinas esa cifra es sólo una anécdota perfectamente asumible. ¿Quién era el chino que se puso delante de los tanques en Tianamen? Para los occidentales una conciencia individual, un ser consciente de su destino, un nombre y un apellido con un historia necesitada de biografía; para los chinos fue sólo una minúscula viruta caída de un gigantesco engranaje histórico que nunca se ha parado y nunca se parará. ¿Incluso qué ha supuesto Mao en la milenaria historia china?, pues casi, casi una nota a pie de página de cierta importancia, pero nada más.

Si en Europa Miguel Ángel esculpió su David, suprema metáfora renacentista del hombre como centro del universo, mucho tiempo antes, un ejército de artesanos anónimos delineaban un ejército de figuras de terracota para acompañar a un emperador chino. ¡El David frente al ejército de terracotas, qué mejor ejemplo de dos concepciones tan increíblemente distintas del hombre, y a la vez tan próximas y tan humanas!

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Ese es el segundo punto que más impacto ha causado en Dámaso. China es el centro del mundo, ellos son el centro del mundo, el país, la sociedad, la cultura, el pensamiento, el arte, la civilización más importante que ha producido la humanidad. Así lo sienten, así lo exponen, así lo propagan. Cuando en nuestras facultades de historia se habla de eurocentrismo, es como hablar de una pequeña broma casera.

Habría que hablar de un chinocentrismo de proporciones gigantescas. Están convencidos (y no sin razón) de que son ellos la raza, la cultura, la historia esencial y clave de la humanidad. Claro, hablamos de un país que existía ya siglos antes de que Arquímedes expusiera su teorema. Hablamos de un idioma que apenas ha sufrido variaciones desde la prehistoria, es decir, que un chino del 2006 lee perfectamente poemas escritos en chino en el siglo III antes de Cristo (concebimos qué significa eso!!!). A Dámaso le dijeron que salvo los siglos XVII, XVIII y XIX, en los que para ellos el país perdió alguna preponderancia, el resto de la historia humana tiene un eje central nítido: China, sólo China. Por eso, cuando ahora se habla en Occidente de ellos como una potencia emergente, al parecer sonríen, miran hacia otro lado y siguen trabajando con una concentración, una disciplina, y una rapidez que aquí nunca han existido.

Me cuenta Dámaso que hay un viejo dicho con respecto a China. Todos los que han pasado en ella 15 ó 20 días escriben un libro de 700 páginas al respecto. Los que han pasado al menos un año, como mucho escriben un artículo de 20 páginas sobre un tema muy, muy concreto y lo publican en una revista de alta erudición. Los que han vivido en China más de cinco años, sencillamente se demudan ante la sola idea de intentar comprender algo y ponerlo por escrito.

Yo llevo ya dos folios sobre China y sólo he apuntado cuatro datos sacados de una conversación en torno a un viaje ajeno. Parece que el viejo dicho es profundamente cierto, será por tanto mejor callar y continuar con la fría cerveza contemplando las aguas hoy remansadas de la bahía.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .


Comentarios
29.08.2009 3:49:01 - Debbie Faggiani



Juan Antonio, que riqueza de escritura y dramatismo elaborado para narrar una charla coloquial. Excelente artículo.










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