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jueves, 25 de mayo de 2006
Cioran en Santander
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[5459] Comentarios[0]
El pensador rumano Cioran tomó las aguas en el balneario de Liérganes, muy cerca de Santander, donde trabó amistad con un escritor y un farmacéutico.

www.ojosdepapel.com

Juan Antonio González Fuentes

En Mira por dónde, su estupenda autobiografía, Fernando Savater le dedica un capítulo entero al pensador rumano Emil Cioran. Al comienzo de dicho capítulo, más concretamente en la página 237, escribe el publicista vasco: “...estuve a punto de conseguir que viniese un verano a Santander, a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, para intervenir en un curso sobre Schopenhauer. Aceptó en principio por volver a Santander, donde había pasado temporadas en casa de un amigo ya fallecido...”.

Al final Cioran no pudo acudir a la invitación de Savater, pero la anécdota constata la “buena” relación del pensador rumano con Santander y con al menos uno de sus moradores; relación poco conocida y de la que el escritor Manuel Arce (quien, por cierto, acaba de publicar una nueva novela de la que ya hablaremos en estas páginas) me ha contado algunas cosas que quisiera dejar aquí por escrito.

La historia dio comienzo a finales de los años cincuenta del pasado siglo, cuando Cioran decidió acudir al balneario de Liérganes desde su apartamento parisino para pasar unas semanas de descanso. Las escasas distracciones que por aquel entonces ofrecía el pequeño pueblo, empujaron al filósofo a coger un tren de cercanías para acercarse hasta la capital de la provincia. En una de aquellas primeras visitas, durante el corto trayecto en tren, a Cioran comenzó a dolerle la cabeza, por lo que nada más llegar a la estación se acercó en busca de aspirinas a la primera farmacia que vio a mano, la de Manuel Núñez Morante, situada en el entorno de la estación de ferrocarril.

Entró el escritor y le pidió al dependiente lo que necesitaba en una llamativa mezcla de español e italiano. El mancebo, naturalmente, no entendió nada, iniciándose al tiempo dos monólogos condenados de antemano al fracaso. La extraña cháchara llamó la atención del farmacéutico, que como era habitual en él, se encontraba leyendo en la rebotica. Dada la confusión reinante, decidió salir de su cubículo e intentar mediar en el asunto, quedándose perplejo al reconocer al rumano, cuya imagen le era familiar por haberla visto en libros y revistas francesas. Esta perplejidad pronto la compartió con Cioran cuando pronunció en voz alta su nombre. ¿Cioran en Santander, en mi farmacia?, debió pensar Núñez Morante. ¿Reconocido en Santander por un farmacéntico ilustrado que me lee en francés?, debió pensar Cioran.

Bueno, pues este fue el origen de una amistad que se prolongaría en el tiempo, por medio de cartas y llamadas, hasta la muerte de Núñez Morante, dado que las visitas de Cioran a nuestra región sólo se produjeron, como ya se ha dicho más arriba, en los años finales de la década de los 50.

La amistad en ocasiones es un regalo que se comunica por contagio. En el transcurso de sus primeras conversaciones Núñez Morán le dijo a su nuevo amigo filósofo que tenía en la ciudad otro amigo escritor, Manuel Arce, y le propuso que se conocieran. Arce tenía entonces abierta en la calle San José la galería y librería Sur (centro neurálgico de una de las aventuras editoriales periféricas más consistentes de la cultura española contemporánea, La Isla de los Ratones), y en el bar de enfrente, el Jauja, tuvieron lugar muchos de los encuentros del trío. Al parecer Cioran leyó con gusto alguna obra de Arce, e incluso hizo gestiones para ver si podía publicarse esta en París, claro que Cioran ya le advirtió de que su recomendación, más que un aval, podía ser un pesado aldabón, dada la exigua cuantía de sus propias ventas.

La amistad entre los componentes del trío se extendió en el tiempo hasta la aparición en escena de la muerte. En alguna ocasión Arce visitó a Cioran en su minúsculo apartamento parisino del número 21 de la rue de L’Odeon, y el intercambio de cartas entre ambos no puede considerarse una mera anécdota. Incluso Cioran envío a Arce un texto para su publicación en España, hecho que finalmente no pudo tener lugar por asuntos relacionados con el dinero y la censura, lo que me lleva a desatar la imaginación y a especular con que en el riquísimo archivo personal de Manuel Arce esté durmiendo un largo sueño un inédito del pensador rumano. Sí, lo sé..., pero ahora estoy fabulando...

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