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Julio Camba: <i>Playas, ciudades y montañas</i> (Reino de Cordelia, 2012)

Julio Camba: Playas, ciudades y montañas (Reino de Cordelia, 2012)

    TÍTULO
Playas, ciudades y montañas

    AUTOR
Julio Camba

    EDITORIAL
Reino de Cordelia

    PRÓLOGO
Francisco Fuster García

    FICHA TÉCNICA
ISBN-13: 978-84-939798-4-3. Madrid, 2012. 280 páginas. 17,50 €



Julio Camba (1882-1962)

Julio Camba (1882-1962)


Tribuna/Tribuna libre
Un escritor todoterreno: a propósito de la reedición de Playas, ciudades y montañas (Reino de Cordelia, 2012), de Julio Camba
Por Francisco Fuster, jueves, 1 de marzo de 2012
En la “Advertencia leal contra los libros de viajes” que sirve de prólogo a Aventuras de una peseta (1923) se compadecía Julio Camba de su incapacidad para ver más allá del siguiente artículo. Para cualquier persona con la mente limpia, explicaba el periodista, el desierto es el desierto y el bosque es el bosque, con todos sus rasgos y todos sus matices; para él, en cambio, el mundo no era más que un cúmulo de realidades dispares cuya grandiosidad o insignificancia no les evitaba terminar igual: reducidas a “una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados”. Ya lo había dicho el cronista gallego en un artículo —“Cómo escribo mis artículos”— publicado años antes y luego incorporado a Londres, cuando admitía su tendencia irreprimible a hacer del artículo la medida de todas las cosas, por una deformación profesional convertida en obsesión que le hacía pensar la vida en términos de columnas y crónicas.
Esa obligación de la entrega diaria que pesa sobre el escritor de periódicos como una espada de Damocles había dejado de ser una disciplina más o menos asumible, aunque fuese a regañadientes y por la pura necesidad económica de la supervivencia, para pasar a ser una pesada carga incompatible con esa existencia ociosa y relajada a la que todo bon vivant debe aspirar. Esa vida de diletante total que Camba lamentaba no poder permitirse, pues la necesidad de escribir pane lucrando le había transformado en una especie de “fábrica de artículos”:

Yo lo mismo hago un artículo con una noticia de tres líneas que leo en el Daily Telegraph, que con las obras completas de Voltaire. Yo me voy al mar, por ejemplo. No cabe duda de que el mar es una cosa grande y hermosa. Pues para mí como si fuese un sombrero de paja. Toda su hermosura y toda su grandeza yo la reduzco rápidamente a una columna escasa de periódico; mando las cuartillas a su destino, y ya se han acabado para mí los encantos del mar, y, como los encantos del mar, las mujeres bonitas, y como las mujeres bonitas las obras maestras, y como las obras maestras las catedrales góticas, y los buques de guerra, y los campos sonrientes, y la primavera, y las fiestas movibles y todo. El articulista no puede gozar de nada, porque todo, en su organismo, se vuelve literatura, así como esos enfermos que no gozan de ninguna comida porque todas ellas se les convierten en azúcar. Esos enfermos son fábricas de azúcar, y nosotros somos fábricas de artículos.

Quienes conozcan un poco la biografía de Julio Camba (Vilanova de Arousa, 1884 - Madrid, 1962) sabrán que más allá de la ironía y la provocación, en estas reflexiones de tono personal que el inquieto periodista solía incluir de vez en cuando en sus crónicas también hay una parte de verdad que tiene mucho que ver con el oficio de periodista y con esa necesidad que siempre sintió Camba de rentabilizar cualquier experiencia vital para poder hacer de ella un material aprovechable para esa literatura de vida efímera que es la prensa diaria. A diferencia de lo que le sucede al novelista o al poeta, que se pueden permitir el lujo de alternar trabajo con descanso, temporadas de mayor creatividad intelectual con rachas de sequía en las que la pluma no se desliza con soltura, al columnista no le está permitido depender de la inspiración. Al contrario, no solamente se le pide puntualidad en las entregas (de lo contrario se arriesga a fallar a su cita diaria con el lector amigo y a que éste se busque una compañía más fiel en otro lado), sino que, además, se le exige un imposible: que la calidad de las colaboraciones sea siempre la misma, sin altibajos. Quien escribe a diario, pensaba Camba, no está obligado a ser siempre genial; pese a tener la mala suerte de haberse dedicado a la crónica y no a la novela o el teatro (esa prosa de largo recorrido donde es más fácil dar gato por liebre), o precisamente por eso, por cultivar el único género en el que uno no tiene escapatoria ni excusa posible: “Yo soy un escritor de artículos cortos, cosa terrible, porque los artículos cortos se leen. Estoy aislado en el espacio, y sólo me puedo ocultar en el tiempo escribiendo con asiduidad” (“No es posible escribir artículos geniales”, El Sol, 12-3-1919).

Playas, ciudades y montañas (1916) no es el mejor libro de los que escribió Camba, pero sí es uno de los más auténticos y, en mi opinión, el que por su naturaleza heterogénea mejor representa a su autor. Junto con Alemania: impresiones de un español (1916) y Londres: impresiones de un español (1916), conforma una trilogía de obras aparecidas el mismo año en circunstancias un tanto peculiares que tal vez no sean conocidas para el lector actual. Hasta esa fecha, Camba había publicado ya centenares de artículos en varios periódicos españoles de principios del siglo xx pero, por dejadez o por desconocimiento, jamás se había preocupado por reunirlos en forma de antología para que fuesen publicados como libros. Como contó el propio escritor muchos años después, en el prólogo a sus Obras Completas (Plus Ultra, 1948), la idea de agrupar algunos de los mejores artículos para formar con ellos sus primeros libros fue del oportuno —u oportunista, según se mire— Gregorio Martínez Sierra, que de otras cosas no lo sé, pero del mundo editorial de la época sabía bastante. Mientras Camba ejercía de corresponsal en Nueva York para el ABC (experiencia que luego nos contaría en las crónicas que integran Un año en el otro mundo, publicado en 1917), el editor de Renacimiento envió a un ayudante a la Biblioteca Nacional para que copiara in situ los artículos (no había otra forma de hacerlo porque el periodista no guardaba los originales) que meses después salían de la imprenta convertidos en libros, sin que nuestro autor hubiese intervenido en todo el proceso editorial.

A diferencia de sus dos compañeros de “generación”, cuyo hilo conductor son las respectivas estancias de Camba como corresponsal en Londres y Alemania (Berlín y Múnich), Playas, ciudades y montañas es una suerte de recorrido por la diversidad geográfica y cultural del continente europeo: una feliz mezcla de paisajes y paisanajes que acreditan la condición de escritor todoterreno de Julio Camba. Las crónicas de un veraneo en su Galicia natal publicadas en el diario El Mundo y las aparecidas en La Tribuna durante su corresponsalía en París y su paso por Suiza como turista de temporada. Ese es el material reunido en un volumen que guarda la quintaesencia de Camba, con todo lo bueno y con todo lo menos bueno, con artículos más bien discretos y otros sencillamente antológicos. Aquí están, de hecho, algunas de las mejores páginas escritas por el cronista pontevedrés a lo largo de toda su carrera; aquí podemos leer a Julio Camba cuando todavía no era Julio Camba, pero ya empezaba a ser Julio Camba: cuando ya era uno de los periodistas mejor pagados de España, pero aun no había alcanzado la cumbre que para él significó la llegada al ABC.

Aquí está —en la primera parte del libro— el Camba más gallego y autobiográfico, el escrutador implacable que no se muerde la lengua cuando recorre los pueblos gallegos y, como buen urbanita acostumbrado a las distracciones de Madrid, se queja del aburrimiento del campo y de la infamia de esa escuela rural de la España atrasada que tan malos recuerdos le trae. O cuando escribe sobre esa Galicia pobre que tuvo que emigrar —como hizo él mismo en su adolescencia rebelde— a Buenos Aires, o cuando critica el nacionalismo gallego —el de quien se empeña en ejercer de “gallego profesional” allí donde va— más militante que se niega a aceptar que la cultura de Galicia también se ha hecho en castellano (exceptuando algunos poemas de juventud, Camba no escribió nunca en gallego, razón por la cual algunas historias de la literatura gallega no le han dedicado el espacio que quizá merecía). Pero aquí está también el Camba europeo e internacional que ejerce de flâneur en ese París cosmopolita y moderno de la Belle Époque en el que —paradójicamente— dice sentirse más español que en cualquier otra parte: “Aquí se aficiona uno a los toros. Aquí, muchachos catalanes y gallegos adquieren el acento andaluz. Aquí, en el Tabarin, en el Bullier, en el Elisée Montmatre y en el Moulin de la Galette, aprende uno a bailar flamenco. Aquí se han puesto muchos españoles la primera capa y el primer sombrero cordobés”. Aquí están esas crónicas del Camba “sociólogo” que con un estilo personal e intransferible sabe encontrar ese detalle inadvertido, ese perfil exacto con el que retratar el carácter y las costumbres de franceses y francesas (¡ojo a esas estudiantes de la Sorbona!): su vida cotidiana en el boulevard, su sucedáneo de bohemia en ese Barrio Latino que es todo literatura y, por supuesto, y como no podía ser de otra forma tratándose de Camba, su proverbial y exquisita gastronomía.

Por último, aquí está igualmente y en la misma medida, el Camba irónico y mordaz que nos describe Suiza —que no a los suizos, pues no los hay en Suiza— como “lo más yanqui del mundo”. Un país sin personalidad propia, que vive por y para el turismo de agencia masificado que busca en el Mont Blanc y en el lago Leman un paisaje idílico de postal, símbolo de esa belleza prefabricada que sólo engaña a quien se deja engañar: esa clase media europea y americana descrita en la impagable serie de artículos dedicada a los turistas de distintas nacionalidades que circulan por el Viejo Continente (“El inglés es turista por naturaleza. Yo he conocido en París ingleses que llevaban allí doce años y que seguían de turistas, hablando inglés, llamando la atención y haciendo el primo como si acabaran de llegar”).

Decía Pío Baroja en el prólogo que escribió para su propia biografía (escrita por su amigo Miguel Pérez Ferrero) que no acostumbraba a fiarse mucho de lo que se dice en esas primeras páginas de los libros —prólogos, introducciones y advertencias varias— dedicadas a captar el interés del lector con hábiles maniobras de persuasión. Sin embargo, reconocía el novelista vasco, esos reclamos son “como el anuncio del voceador de la barraca de feria. Mucha gente se desilusiona cuando entra en ella, pero si no oyera los gritos y las llamadas no pasaría adentro”. Como coincido plenamente con esta apreciación barojiana, he intentado “gritar” lo más fuerte que he sabido para que llegados a este punto, estén totalmente convencidos —si bien estoy seguro de que muchos de ustedes ya lo estaban antes y han pasado directamente a esa “barraca de feria” de la que hablaba Baroja, sin haber necesitado la llamada de este modesto voceador— de que van a disfrutar mucho leyendo estos artículos de Julio Camba porque en ellos van a encontrar a un hombre que se hizo querer por sus amigos, a un periodista que se hizo leer por sus lectores.

En este sentido, debo acordarme aquí del gran Oscar Wilde, a quien le preguntaron una vez cuál era según él la principal diferencia entre la literatura y el periodismo que se hacía en su época. La diferencia entre la literatura y el periodismo actual —respondió el autor de Dorian Gray— es que mientras la primera apenas se lee, el segundo es sencillamente imposible de leer. En el caso de Julio Camba, me permito contradecir a Wilde y afirmar que su periodismo no solamente se puede, sino que se debe leer, aunque sólo sea para descubrir que hubo un tiempo en España —que no era el de la Inglaterra victoriana, pero era el de los Pla, Azorín, Chaves Nogales, o el propio Camba, por citar solamente algunos— en el que el periodismo sí que se podía leer. Hoy la prensa escrita española es muy distinta de aquella, pero nos queda la hemeroteca y sobre todo, nos queda el trabajo de editoriales como Reino de Cordelia que en este 2012, cuando se cumple el cincuenta aniversario de la muerte de Julio Camba, se ha acordado de un periodista gallego del que ya casi nadie se acuerda. De un escritor todoterreno que supo dominar como nadie el difícil arte de la brevedad, conciliando mar y montaña de la única forma que podía hacerse: en el espacio justo de una cuartilla.



Nota de la Redacción: agradecemos a Reino de Cordelia, en la persona de Jesús Egido, el director de la editorial, y al prologuista Francisco Fuster la gentileza por permitir la publicación del texto que vocea la gran obra de Julio Camba, Playas, ciudades y montañas (Reino de Cordelia, 2012), en Ojos de Papel.
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