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Barack Obama (foto:wikipedia)

Barack Obama (foto:wikipedia)

    AUTOR
Edgardo Krebs

    BREVE CURRICULUM
Antropólogo Social. Investigador Asociado, Smithsonian Institution y Profesor Adjunto, Departamento de Antropología, Universidad de Maryland. Es colaborador, entre otros medios, de La Nación de Buenos Aires, The Washington Post, Times Literary Supplement y www.elimparcial.es



Sarah Palin en diciembre de 2008 (foto de Bruce Tuten, wikipedia)

Sarah Palin en diciembre de 2008 (foto de Bruce Tuten, wikipedia)

Ross Perot en enero de 2006 (foto de Angela McKinzie, wikipedia)

Ross Perot en enero de 2006 (foto de Angela McKinzie, wikipedia)

Howard Dean en septiembre de 2006 (foto de  Matt Wright, wikipedia)

Howard Dean en septiembre de 2006 (foto de Matt Wright, wikipedia)


Tribuna/Tribuna internacional
Barack Obama: marea alta, marea baja
Por Edgardo Krebs, jueves, 1 de abril de 2010
Alta

El 2008 fue un año eléctrico en los EEUU. Ofreció, sin tregua, el espectáculo de una sociedad en estado de trance, repensando su pasado y su futuro en un ritual público de vertiginosa catarsis que duró eternos meses. La elección de Barack Obama fue el momento consumatorio en que profundas corrientes históricas y psicológicas convergieron. Los EEUU habían dado un salto cualitativo, optando por la racionalidad, el retorno a la alta retórica e ideales de su mejor tradición política, y colocando como arquetipo de su identidad, con total convicción, y por primera vez desde 1776, a un negro mestizo.
Aunque la crónica de este periodo se preste a las cadencias de una narración mítica clásica --el héroe improbable vence múltiples obstáculos sobrehumanos antes de llegar al monstruo escondido y degollarlo—la lucha cuerpo a cuerpo en el barro de las trincheras políticas se trabó por motivos bien definidos. La elección de Obama fue un rechazo a una concepción de liderazgo e ideología política; a la guerra en Irak, y a la mendaz información utilizada para justificarla; al desconocimiento de tratados internacionales y las Convenciones de Ginebra; a la adopción de la tortura como método para obtener inteligencia; a la degradación de los derechos civiles; a un presidente imperial de pocas y dificultosas palabras, y a un vicepresidente de discurso siempre amenazante, tenaz en su visión escatológica de la historia.

No es frecuente que episodios históricos generen una apertura en la frontera de lo real y lo mitológico, y que una sociedad entera este involucrada en el intenso tráfico que sigue. Obama triunfó con votos “blancos” de los sectores mas educados y afluentes –algo inconcebible treinta años atrás. Los hijos y nietos de los baby boomers parecen tener una visión más realista de la complejidad mestiza de su país, y de los límites del poder norteamericano en un mundo ancho y ajeno. Obama se presentó como parte e interlocutor válido de esta nueva sensibilidad. Su libro Dreams From My Father es un documento importante en la conversación. Bastaría con haberlo escrito para asegurarle a su autor un lugar en el corpus de la mejor literatura testimonial norteamericana –en este caso, de la experiencia negra. Cada uno a su manera, escritores como Dubois, Frazier, Langston Hughes, Richard Wright, Baldwin, Ralph Ellison, Zora Neale Hurston, afirmaron su derecho a la palabra, a la nacionalidad, a la cultura y la historia de los EEUU porque, a pesar de ser inmigrantes forzados o descendientes de ellos, construyeron al país desde sus orígenes, como cualquier anglo-sajón viejo y libre. El texto de Obama está escrito en diálogo con los temas y obsesiones de estas obras, pero a diferencia de la mayoría de ellas desemboca, arduamente, en una vindicación del mestizaje.

Baja

La noche misma en que aceptó la nominación presidencial Barack Obama comenzó a desaparecer en la neblina. Todavía está allí, perdido y difuso. Millones de personas que habían colocado donaciones mínimas y votado en las primarias para que pudiera subvertir al oficialismo demócrata, tuvieron que bajarse, gradualmente, del poderoso trance. Obama se rodeó de la vieja guardia Clintonista, y ya en el poder continuó muchas de las políticas neoconservadoras de su predecesor, contra las cuales había hecho campaña. A pesar de esto, el partido republicano lo trató (y sigue tratando) como un espantapájaros socialista/comunista, un peligro para la seguridad nacional, un musulmán encubierto, un kenyano… Por alguna extraña razón, que alguna vez develarán los historiadores, el tono de conversación razonable que había triunfado en las elecciones desapareció súbitamente de la mediática plaza pública, y fue reemplazado por este otro, dominado por la extrema derecha, apoplético, apocalíptico. Entonces la necesaria reforma del sistema de salud pública no es otra cosa que un plan siniestro para socializar la medicina, matar a los ancianos y financiar el aborto. El regreso al diálogo con la comunidad internacional, una claudicación indigna del excepcionalismo norteamericano. La homosexualidad, un estado clínico patológico y satánico, no uno de los aspectos normales de la condición humana, manifiesto en seres queridos dentro y fuera de nuestras familias biológicas. El cambio climático no existe y punto. Los científicos son, como el personaje de la obra de Ibsen “los enemigos del pueblo.” El mundo fue creado entero y como lo vemos, hace seis mil años. El pensamiento económico heredero de la gran tradición liberal clásica (una operación filosófica que fue audaz y revolucionaria) es hoy una mera bicicleta de piñón fijo: reducir impuestos y dejarle la cancha a las corporaciones. Etc. Los pensadores y voceros del antiguo partido de Lincoln no son ya políticos ni autores de envergadura sino comentaristas de radio y televisión sin el menor atributo reflexivo y una colosal, abierta ignorancia de la historia. El liderazgo sólido de Eisenhower y aun de Nixon fue reemplazado por el liderazgo atávico y próximo a la anomia de Sarah Palin.

La marea alta y la baja, extremas en rango, comparten una virtud: la transparencia. Todo está a la vista. Tanto el esfuerzo quasi mitológico del pueblo norteamericano por renovarse y trascender, como la influencia implacable de los lobbies y grupos de interés sobre políticos y políticas de ambos partidos. Está a la vista la connivencia de la nueva administración con las instituciones financieras que quebraron espectacularmente en el 2008. Los argumentos que se usan para sostenerlas con dineros públicos son casi idénticos a los que usaba el partido comunista chino a principios de los noventa para mantener funcionando industrias fallidas con subsidios del Banco Mundial. Si nos dejan caer, se acaba el mundo. También está a la vista la inoperancia del Congreso, reflejada en el cine por el clásico de Frank Capra Mr. Smith Goes to Washington y por el epígrafe mortuorio del Presidente Truman: “the do-nothing Congress.” No es ninguna sorpresa que un año de consistentes claudicaciones y ausencias del gobierno culmine con la desvalorización del arma mas poderosa de Obama –su palabra-- y la elección de un senador republicano en Massachusetts. En ese estado, la candidata demócrata recibió ochocientos mil votos menos que Obama. La gente que cruzó desiertos para ungirlo a la presidencia esta vez se quedó en su casa.

En los últimos quince años el público norteamericano, urgido por problemas domésticos y externos, cansado del statu quo de Washington, buscó su Hamlet redentor. Primero fue a través de una figura inverosímil, Ross Perot. Luego, mas sensiblemente, a través de Howard Dean. Barack Obama, el más talentoso y complejo de todos, y el que se animó a encarnar las concentradas palabras “ser o no ser”, fue el que llegó. Y desapareció.

Marzo 4, 2010

***


Posdata, Marzo 29: Hace unos pocos días el presidente firmó la ley que ampliará la cobertura de las aseguradoras de salud privadas a unos 32 millones de norteamericanos. Esto no es una reforma del sistema de salud pública, como muchos esperaban. Se mantiene el que ya existe, con fines de lucro, recortando algunos de sus muchos excesos y deficiencias. Para una análisis de cómo se llegó a este punto, el contenido de la ley, y sus pro y contra, ver los siguientes artículos de Michael Tomasky, publicados por The New York Review of Books. Al día siguiente de firmarse la ley (bastante conservadora, como se verá en el análisis de Tomasky) mientras un número alarmante de congresistas demócratas recibían amenazas de muerte por teléfono, y algunas oficinas de políticos eran atacadas a ladrillazos, una encuesta de opinión revelaba que casi un tercio de votantes republicanos piensa que Obama es el anticristo, y un 38% que “está haciendo muchas de las cosas que hizo Hitler.” Un 45% sigue creyendo que no nació en el país, y por lo tanto es un presidente ilegítimo (VER AQUÍ). La retórica no es nueva. Tampoco la resistencia a un proyecto de salud pública en el que el estado intervenga como regulador y/o prestador de servicios. Y tampoco es nueva la animosidad hacia modelos Europeos. Así lo demuestran en una discusión a fondo de una hora tres distinguidos historiadores norteamericanos. En un momento histórico comparable, Franklin Delano Roosevelt enfrentó el rechazo violento de los conservadores a su “New Deal.” Lo acusaron de ser un “traidor a su clase” y hasta intentaron desplazarlo del poder con un, por fin, vodevilesco y fracasado golpe de estado. Palpitando dentro de la furia descalificatoria hacia Obama de cierta parte de la población hay una urgente emoción racista, ya harto manifiesta y desenmascarada. Los que siguen creyendo en Obama, quienes lo llevaron al poder, se están educando en el choque con esta y otras realidades políticas. Su presidencia provoca el recuerdo del brillante cuento de Allan Sillitoe, “La soledad del corredor de fondo” –introspectivo y ambiguo hasta el final.
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