La sociedad china sujeta los anhelos e intentos de la mayoría pobre del 
mundo por dejarlo de ser y, al mismo tiempo, se consolida como un referente 
imprescindible para el mundo “desarrollado”: la peor relación mundial entre 
población y recursos (el 6% de la superficie cultivable del mundo debe abastecer 
al 22% de la población mundial), un desarrollo esquizofrénico que intenta 
conjugar industrialización y des-industrialización, un equilibrio económico 
precario y volátil que se rige sobre el uso de recursos agotables y una elevada 
contaminación son algunos de los elementos característicos de este país. 
Además, China aguarda un contexto político difícil, donde la exigencia 
de transformación es particularmente advertida pese a ser considerada 
arriesgada. El sistema político chino parece consciente de su profunda 
imperfección y anhela cambios más por necesidad que por convicción. Sin embargo, 
la centralización del poder y la toma de decisiones de forma relativamente 
colectiva la colocan políticamente distante de las democracias occidentales, 
pero distante también de las típicas dictaduras. Se trataría más bien de un 
“
despotismo benevolente”, que deberá resolver una complicada reforma que 
disuelva el actual monopolio de poder e institucionalice una formula 
político-administrativa más pluralista, que contemple mecanismos de rotación y 
releve en el poder. 
La dificultad a acercarse e 
introducirse en el análisis de China no sólo es debido al tamaño y complejidad 
del país, sino, sobre todo, al hecho de que nos encontramos frente a una 
sociedad en gestación dentro de un contexto mundial de 
crisis
Para el futuro, resulta evidente la 
necesitad de superar el régimen vigente, un “socialismo con características 
chinas”, caracterizado por el capitalismo neoliberal en economía y un comunismo 
atípico en política. De momento, a pesar de que capitalismo y comunismo deberían 
colocarse en las antípodas, en China conviven como parte de una estrategia de 
desarrollo animada por el deseo de salir de la miseria y del retraso. 
El 
resultado es un libro distinto, un largo reportaje donde no se describe la China 
convencional o mejor dicho no se limita sólo a eso, sino que se trata de un 
intento de conferir al lector las herramientas para entender “la actualidad de 
China”, una nueva sociedad en un viejo país. La dificultad a acercarse e 
introducirse en el análisis de China no sólo es debido al tamaño y complejidad 
del país, sino, sobre todo, al hecho de que nos encontramos frente a una 
sociedad en gestación dentro de un contexto mundial de crisis. Se trata de un 
país que comprende la necesidad de plantearse un cambio de valores y pautas 
necesarios para volver a ser grande. 
No hay que olvidar que China cuenta 
con la tradición política más longeva, la más antigua del mundo -como si todavía 
existiese el Imperio Romano-. Este elemento, que a primera vista puede parecer 
un detalle irrelevante, representa un condicionante del desarrollo chino, ya que 
el respeto de las tradiciones constituye un tema muy presente e impide una 
ruptura neta con lo tradicional y sagrado en favor de una nueva sociedad. Por 
eso, el autor augura una combinación de la tradición confuciana del gobierno de 
élites sabias y virtuosas con los valores democráticos de pluralismo y 
participación popular. 
Rafael Poch invita el crítico 
observador occidental a asumir una posición más objetiva, que no sea ni 
paternalista ni discriminatoria, ni predeterminada, y que resista a la tentación 
de politizar todo lo que ocurre en China
El 
libro analiza también las relaciones con los catorce estados fronterizos de 
China, entre ellos, países en serias crisis como Afganistán, Pakistán, Corea del 
Norte o Birmania. De particular interés resulta el análisis sobre la relación 
con Taiwán, cuya situación es definida como la herencia de una guerra civil 
inconclusa complicada por la guerra fría. A lo largo de estas páginas se subraya 
la “paradoja” de cómo las injusticias y opresiones internas no se corresponden 
con un impulso agresivo en el ámbito exterior. El arsenal nuclear chino, el más 
pequeño de las cinco potencias nucleares “originales”, se encuentra hoy en el 
mismo estadio que en los años ochenta y nunca ha sido puesto en estado de 
alerta. 
Como subraya el autor, el libro no intenta “explicar China”, 
sino únicamente mostrarla tal como la vivió a lo largo de su estancia en el 
país. Por eso, Rafael Poch invita el crítico observador occidental a asumir una 
posición más objetiva, que no sea ni paternalista ni discriminatoria, ni 
predeterminada, y que resista a la tentación de politizar todo lo que ocurre en 
China. Cuando se habla de China y de sus carencias e insuficiencias, hay que 
tener en cuenta su contexto, evitando trivialidades y buscando la perspectiva 
necesaria para ponerlo todo en su sitio. Superar los prejuicios culturales, 
evaluar un país más allá de los estereotipos o tópicos exportados, no caer en la 
difidencia actual respecto al diferente, intentando sobresalir de la actual 
rivalidad comercial o de la mentalidad colonial europea, representan tareas 
difíciles pero necesarias. 
China representa un país fascinante, rico en 
sabiduría y sugestión: su ascensión no debe ser considerado con prejuicios o 
miedos prefabricados, sino de forma pragmática y moderada. Por su parte, el país 
debe ser consciente de su potencial y de su importancia en el mapa 
geo-político-económico mundial, corrigiendo algunos de los grandes errores 
actuales, endógenos a su desarrollo: los altos niveles de contaminación, el 
abuso de energías agotables, la elevada dependencia del exterior, la desigualdad 
interior, la censura y algunas limitaciones a la libertad de prensa. China debe 
entender que puede representar un modelo alternativo para afrontar la crisis 
global, alcanzando un “
modus vivendi” sostenible para su población y 
desarrollando un modelo económico válido dentro de un proceso de cambios 
políticos graduales. Sin embargo, representa una operación a largo plazo ya que, 
en la actualidad, resulta difícil imaginarla como factor de estabilidad e 
integración mundial. China es un país en transición, cuyo punto de llegada nos 
interesa y afecta a todos.