Aunque parezca mentira, Redford tardó en darse cuenta que era una estrella. 
De hecho, durante mucho tiempo no quiso serlo. Todo comenzó a cambiar durante su 
estancia e España en 1966: «Tras algunos meses de vivir tranquilos y alejados de 
todo el mundo, me acerqué a recoger el correo a Madrid. Las tres películas que 
había rodado en Estados Unidos habían sido estrenadas. Recibí un montón de 
recortes de periódicos con las críticas y comentarios de esos filmes. Tenía un 
extraño sentimiento acerca de mi persona, y mucho más trataba de tener cautela 
sobre las críticas». 
Desde ese momento su ego salió a la luz. No sólo 
quería ser ya un actor de cine, sino ser bueno, convincente, una estrella del 
celuloide y que por su nombre la película funcionase en taquilla. Pero también 
era consciente de que no podía entrar en la vorágine de otros compañeros de 
profesión y aceptar cualquier papel. Así que planteó su carrera con sensatez: 
escogería sólo películas con las que estuviera seguro de poder hacer una buena 
interpretación; y, además, intentaría participar en la producción de la 
película. De hecho, la primera palabra que la mayoría de la gente de Hollywood 
diría cuando piensa en Redford es: “Independencia”. 
Esto le permitió 
tener como compañeros masculinos a algunos de los mejores actores de todos los 
tiempos, formando con ellos una especial relación en cuanto a películas de 
colegas se refiere. La primera de ellas fue 
Dos hombres y un destino, que 
marca el inicio de un estrellato que mantendría durante todos los años 
setenta.
 Una 
nueva estrella Dos hombres y un destino
Una 
nueva estrella Dos hombres y un destino (1966), partía 
de un guión original de William Goldman, que se basó en un hecho real ocurrido 
en el oeste americano: la azarosa vida como ladrones de bancos y trenes de Butch 
Cassidy y Sundance Kid, dos personajes perseguidos implacablemente durante mucho 
tiempo por la agencia de detectives Pinkerton. Sin embargo, al contrario de lo 
que indicaban sus andanzas la historia tenía un toque de comedia. De ahí que, 
una vez la Fox decidiese que una de las estrellas iba a ser Paul Newman como 
Sundance Kid, lo más complicado fuese encontrar un actor a su altura. Se eliminó 
a Steve McQueen porque tanto él como Newman querían su nombre primero en los 
créditos. El jefe del Estudio, Zanuck, quería a Marlon Brando a toda costa, pero 
era una época de esas en que la estrella no quería ver ni hablar con nadie y 
como no le cogía el teléfono, se olvidó de su candidatura. 
Tampoco 
Dustin Hoffman parecía lo suficientemente fuerte para el papel. Así que la Fox 
centró toda su atención en Warren Beatty, que había hecho un papel de atracador 
de bancos en 
Bonnie & Clyde (
Bonnie and Clyde, 1967), de 
Arthur Penn, por el que había sido nominado al Oscar. 
Ante la elección 
definitiva existen varias y contradictorias versiones. Es conocido que Paul 
Newman se estaba empezando a cansar de esperar compañero y no estaba muy 
dispuesto a aceptar a un rubio recién llegado: «¿Quién es ese chico? No lo va a 
conocer nadie, y no estoy ahora para descubrir nuevos talentos». Sin embargo, el 
director George Roy Hill, que estaba empeñado en contratar a Robert Redford, lo 
cuenta de otra forma: «Teníamos a Beatty en la recámara, pero hice un último 
intento por contar con Bob. Avancé un paso más en mi lucha y le pregunté 
directamente a la otra estrella de la cinta, Paul Newman. Él estaba convencido 
de que Redford era el compañero ideal en este filme, así que finalmente fue el 
elegido. Pero yo pensaba todo este tiempo en Redford, sentado en su casa, 
esperando noticias y sabiendo que nadie le quería para la película. Debe ser un 
golpe muy duro para el ego de un actor. Pero siempre supe que Redford era 
testarudo y que, de una forma u otra, hubiese luchado por conseguir el papel. A 
él no le gusta perder». 
Y lo que Redford comentó sobre su elección en el 
filme no concuerda del todo con lo comentado: «La Fox quería un gran nombre para 
colocarlo junto al de Paul Newman, lo cual me dejaba fuera del proyecto. 
Entonces, el guionista William Goldman me dijo que por qué no leía lo que había 
escrito. ‘¿Para qué?, suponiendo que me guste, ¿quién necesita mi aprobación?’. 
Me parecía ridículo. Pero mis agentes me dijeron que lo leyese y les diese mi 
opinión sobre qué papel me gustaría más hacer. Aunque no quería participar en 
este juego, finalmente lo hice. Y me gustaron los dos personajes. 
»Es 
cierto que Roy Hill me quería a mí, pero el Estudio se oponía, y, además, 
faltaba por conocer lo que quería Newman. Así que, un día, nos fuimos a cenar. 
Hablamos de carreras de coches, de donde nos gustaría vivir. En cuanto a la 
película, llegamos a un acuerdo tácito: en caso de que yo la hiciese, 
cambiaríamos los papeles, él haría de Butch Cassidy y yo encarnaría a Sundance 
Kid. Si hay algo que adoro y me gusta de este trabajo es la confianza que existe 
entre algunas personas. Porque nosotros nunca dijimos, ¿qué haría Butch en este 
caso o cómo se comportaría Sundance? Simplemente, lo hicimos cuando tocaba». 
En 
Dos hombres y un destino, Robert Redford pudo demostrar todo 
su atractivo y su melena rubia al viento causó sensación entre el público 
femenino. Aparece en la misma con bigote, con un comportamiento taciturno y 
rebelde donde parece querer enamorar con cada una de sus miradas. Acababa de 
convertirse en una fantasía sexual para millones de mujeres y, en un momento 
determinado del rodaje, contrató a un maquillador personal para que evitase que 
se notasen en demasía sus marcas de la mejilla derecha. 
Por supuesto que 
le ayudó el tener como compañero a Paul Newman, tanto que esta pareja ha sido 
denominada recientemente «La más sexy de la historia del cine». Según Robert 
Redford: «A partir de esta película, supe que lo principal en esta profesión es 
que hablen de ti». ¡Y vaya si hablarían! 
El filme se rodó en el Parque 
Nacional Zion, en el estado de Utah, y la camaradería entre los actores fue la 
nota predominante de un rodaje feliz cuyo resultado final queda perfectamente 
reflejado en pantalla. Ambos se gastaron algunas bromas, como cuando Redford 
regaló a Paul un 
porsche casi destrozado y éste lo llevó a la chatarrería 
y el amasijo que quedó se lo envió a Redford a su casa bien envuelto. Éste 
aceptó el regalo y lo tuvo en su vestíbulo como si fuese una escultura. Aunque 
tenían diferentes formas de actuar: la espontaneidad en Redford y “el método” en 
Newman, su química en pantalla funcionaba a la perfección y, como dijo el propio 
Bob: «Era un papel que me iba de maravilla. Estaba tan cómodo que me daba reparo 
incluso cobrar por hacerlo». 
Durante la filmación hubo pocos problemas, 
acaso uno de ellos se produjo en la escena donde ambos son perseguidos por el 
sheriff Bledsoe y se paran para hablar con él. Más que nada porque Newman 
pensaba que esa conversación tenía más sentido al final de la persecución y no 
en mitad de la misma. Sin embargo, Roy Hill creía que debían rodarla tal y como 
estaba en el guión porque tenía más gracia. Y así estuvieron discutiendo horas y 
horas hasta que terció Redford y, harto de la discusión dijo: «¿Porqué no 
llamamos a la jodida película 
La escena de Bledsoe?». 
El filme 
acaba siendo un hermoso canto a la naturaleza y la amistad, divertida y, en 
cierta medida, muy acorde con la época pop del momento, con cierta nostalgia 
sobre el ocaso del 
western tradicional americano y, sobre todo, apoyada 
en dos actores que hacen mucho más que traspasar la pantalla, prácticamente se 
sientan a disfrutar al lado del espectador. 
Además de los Oscar antes 
mencionado, también arrasó en los premios del cine británico conocidos como 
Bafta, logrando ganar en las categorías de mejor película, director, actor 
(Redford), actriz (Ross), guión, fotografía y canción. Su banda sonora se 
convirtió en disco de oro. En 1979 conoció una precuela titulada 
Los primeros 
golpes de Butch Cassidy y Sundance Kid (
Butch and Sundance: The Early 
Days), dirigida por Richard Lester y con Tom Berenger y William Katt en la 
piel de Butch Cassidy y Sundance Kid, respectivamente. La película supuso que 
comenzasen a circular todo tipo de noticias sobre su persona: desde el porqué de 
algunas imperfecciones en su rostro, hasta que en los años sesenta ganó una 
demanda contra la compañía “Lorillard” por utilizar su nombre para un 
cigarrillo. 
Él mismo se extrañaba en aquellos días de que la prensa no 
tuviera otra mejor que hacer que publicar cosas sobre su persona: «Un periódico 
de Nueva York escribió que me habían visto por la calle con una extraño 
sombrero. ¿Es eso una noticia? La pasada semana acudí a dar una charla sobre los 
diferentes usos de la energía, pero ningún periódico publicó una palabra de 
ello. Pero mi gorro fue noticia. No sabía que la fama era por este tipo de 
cosas». 
Utah La primera vez que Redford estuvo 
en Utah fue en 1961... y se enamoró del lugar. Su esposa, natural de esta zona, 
le indicó el camino. El actor acababa de rodar el telefilme 
War Hunt 
(1962) en Hollywood, y, en un momento, pasar del estrés del asfalto 
californiano a la relajación de las montañas fue todo un descubrimiento. 
Según suele decir: «Cuando no estoy trabajando en una película, lucho 
por todo lo que supone la conservación del Estado de Utah. Soy consciente de que 
este retiro voluntario a mi cabaña en las montañas es una de las grandes 
comodidades de que disfruto en la vida. Soy algo obsesivo con respecto a ello, 
especialmente cuando estoy haciendo cosas con la familia. Los niños han de tener 
este tipo de valores de amor a la naturaleza, aunque sé que resulta complicado 
de asimilar para ellos cuando un compañero de clase les muestran una revista 
donde aparece una película mía que ellos no han visto o cuando leen una crítica 
sobre una de mis interpretaciones. Pero creo que también es bueno para ellos 
porque, aún siendo muy jóvenes, les ayuda a discernir lo que es real de lo que 
no lo es. Lo que tiene importancia de lo que no la tiene». 
Hablemos un 
poco del Estado de Utah. Fue descubierto en el siglo XVIII por los españoles, 
hasta que en 1821 pasó a dominio mexicano. En 1849 pasó a depender de Estados 
Unidos, convirtiéndose en Estado de la Unión cuarenta y siete años después. 
Situado al oeste del país, comprende 219.889 kilómetros cuadrados y 
cuenta con poco más de dos millones de habitantes. Tiene como capital Salt Lake 
City, limitando al norte con los Estados de Idaho y Wyoming, al Este con el de 
Colorado, al Sur con Arizona y al Oeste con Nevada. Formado por altas mesetas 
desérticas, en su fondo abundan algunos lagos de aguas salobres; mientras que en 
el noroeste destacan la altura de las montañas Uinta. De clima árido, tres 
cuartos de su población pertenece a la iglesia Mormona. 
En 1968, y por 
500 dólares, el actor compró unos pequeños terrenos donde pensaba construir un 
hogar en Provo: «Era un lugar secreto, que no aparecía en ningún mapa. Por eso 
lo elegí. Estaba lo suficientemente lejos de la civilización como para sentir 
que podía ser parte de la naturaleza. Como ese espíritu que los pioneros 
norteamericanos tenían cuando llegaron a este Estado». 
El matrimonio 
decidió que ese era el lugar donde querían educar a sus hijos y disfrutar de la 
vida. Ese flechazo con el paisaje y la forma de vida del lugar les hizo comenzar 
su sueño de construir su hogar en un inhóspito lugar de las montañas de Wasatch, 
una casa alejada de la ciudad más cercana por varios kilómetros y teniendo como 
paraje natural el lago de Salt City. Desde el principio tuvo muy claro el porqué 
de su elección: «Casi todos los turistas del país optan por las montañas de 
Rocky, pero una vez estás en ellas resultan bastante planas; por su parte, las 
Adirondacks y los Apalaches son algo cansinas. Yo he viajado por muchas montañas 
de Norteamérica y he de decir que las Wasatch son las más dramáticas y 
excitantes». 
En 1969, gracias al dinero ganado con 
Dos hombres y un 
destino, compró más acres de terreno en un lugar semisalvaje en las montañas 
Wasatch además de la estación de esquí de Timp Haven y todas las propiedades 
adyacentes. Esperaba convertir el lugar en un sitio turístico, aunque el 
complejo acceso del público en general no facilitaba las cosas para hacer 
rentable la inversión. 
Preocupado por la naturaleza y la conservación 
del medio ambiente, nada mejor que practicar con el ejemplo. Así que construyó 
su cabaña en las montañas trabajando personalmente en la misma con ayuda de los 
indios locales y cargando troncos durante meses, como si se transfigurase en el 
personaje de Jeremiah Johnson. 
El lugar era ideal para practicar 
deportes de nieve pero, naturalmente, para ello, necesitaban vehículos a motor 
y, revisando las consecuencias que este tipo de artefacto podían acarrear al 
medio ambiente, decidió no usarlos más. Incluso utilizaba estos aparatos para ir 
a cazar, aunque también dejó de practicar esa actividad, porque creyó que lo que 
estaba haciendo no era lo correcto y, simplemente, lo dejó. 
En 1970, 
protestó por la construcción de una autopista a través de un Gran Cañón que 
estaba cerca de sus tierras y que amenazaba con hacer desaparecer el río Provo. 
Era una rica zona de pesca que podría verse en peligro con esta construcción y 
el actor entró en una disputa contra los altos cargos intentando que el caso 
llegase a la gente. Una vez se hizo eco del problema, comenzaron llegar a las 
autoridades miles de cartas. 
Lamentablemente, ellos ignoraron todas 
estas peticiones de respetar el medio ambiente. Esto no le desanimó y, con su 
habitual constancia, siguió dispuesto a rebelarse contra la injusticia que 
significaba la destrucción de ese paisaje natural. Así que, decidido a luchar 
contra la especulación y la burocracia que dominaba los intereses de la 
constructora de la autopista, encontró aliados en el Club Sierra y en la 
Federación de La Vida Salvaje, ambas asociaciones dedicadas a la conservación 
del medio ambiente. Buscó colaboración ciudadana consiguiendo que grupos 
escolares presionaran a las autoridades con nuevas peticiones por carta al 
mismísimo Gobernador. En una medida de presión, organizaron una marcha sobre el 
Capitolio y Redford se entrevistó personalmente con el Gobernador del Estado. Al 
ser un personaje famoso podía usar esa condición para convencer a los políticos 
de que tomasen medidas para la protección del medio ambiente. Finalmente 
lograron su objetivo y el proyecto se paralizó. El 22 de octubre de ese mismo 
año el actor tuvo una alegría mejor que una nueva película: el nacimiento de su 
hija Amy. 
Mr. President Uno de los papeles que 
estuvo a punto de aceptar Redford fue el de Jefe de la Casa Blanca en 
El 
presidente y Miss Wade (The American President), dirigida por Rob Reiner en 
1995. No hubiese sido mala idea haberle visto convertido en ese cargo que él 
siempre creyó debía llevarse con orgullo y dignidad, intentando favorecer a los 
más necesitados y no ser una marioneta de las multinacionales económicas del 
petróleo o las armas. Desilusionado desde la guerra del Vietnam y las mentiras 
de Nixon, comparando los dos mundos opuestos del cinematográfico y el político, 
Redford ha llegado a la siguiente reflexión: «Hollywod tiene lo que Washington 
necesita: glamour y el dinero. Washington cuenta con lo que Hollywood quiere 
conseguir: la credibilidad». 
Para darnos una idea de su ideario político 
hay que retraerse hasta 1968. En ese tiempo vio un debate televisivo entre los 
dos favoritos a la presidencia de los Estados Unidos: el republicano Richard 
Nixon –que sería el ganador– y el demócrata Hubert Humphrey. No le gustaron las 
falsas promesas de ambos, ni que el público aplaudiese sin demasiado motivo 
impulsados por los “animadores” televisivos. Así que tuvo la idea de hacer una 
película política lo suficientemente honesta para que el público se diese cuenta 
de cómo era una campaña electoral. Cuatro años después surgiría 
El 
candidato. Según recuerda: «Aquella entrevista era como un Mundo Nuevo 
Feliz, completamente amañada y sin vida, y la gente lo ‘compraba’. Mientras, 
puse otro canal y estaba un mago intentando sacar conejos de la chistera. Esa 
ironía me fascinó, porque, a fin de cuentas, hay una gran diferencia entre lo 
que se supone que un político representa y lo que engañan intentando hacer que 
representa». 
El cine político ha sido un género bastante propicio en 
Estados Unidos debido a lo fascinante de su constitución, a su cultura 
democrática, a la elección de cargos públicos directos y a la complejidad de 
leyes que rigen los diferentes Estados. La libertad de expresión, la quinta 
enmienda y todas esas frases que escuchamos en su cine, empujaron a Redford a 
comprometerse en una película de estas características. 
Votante 
declarado del Partido Demócrata, Bob siempre ha estado preocupado por los 
asuntos políticos del país. Por ello la idea de un político honesto que descubre 
las maquinaciones que se suceden a su alrededor, le venía como anillo al dedo 
para llevar a la pantalla un filme de temática social muy adecuado a sus 
convicciones.

Para ello volvió 
a contar con el director de 
El descenso de la muerte, Michael Ritchie, 
creando ambos la productora “Redford-Ritchie”. Éste había acabado muy satisfecho 
de la primera película con el actor, echándole flores como: «Es un tipo normal y 
agradable. Su condición de hombre felizmente casado es lo que no quieren las 
revistas de cine, que prefieren noticias sobre estrellas que son unos depravados 
o que pegan a sus mujeres». 
En realidad, Redford tenía muy claro lo que 
quería hacer, aunque todavía no se hubiese plasmado ni una letra en el guión. De 
nuevo buscó un productor dispuesto a arriesgarse con una simple idea, pero todos 
le escuchaban como si, desde el comienzo, ya tuviesen claro que no iban a hacer 
la película. Pero era una estrella ya consolidada en Hollywood, y no querían ser 
demasiado groseros con él por si alguna vez le necesitaban como actor. Siempre 
obtenía la misma respuesta, incluso de Stanley Jaffe, presidente de Paramount, 
con quien había trabajado en cinco de las diez películas que había hecho hasta 
la fecha. 
Hasta que obtuvo una respuesta positiva de Dick Zanuck, hijo 
del legendario Darryl F. Zanuck. Una suerte porque Dick, que había sido 
vicepresidente de la Fox, se había pasado a Warner en 1971 y tenía libertad 
absoluta para escoger los proyectos que más le interesasen. 
Necesitaban 
un guión sólido, así que Redford y Ritchie estuvieron durante un año 
entrevistándose con políticos, pero todo lo que éstos ofrecían eran opiniones 
tópicas, moralizantes y que no les comprometiesen. Así que se olvidaron de la 
realidad y buscaron otro tipo de tendencias más próximas al personaje de John F. 
Kennedy. 
Para asesorarse en el tema contrataron al senador Eugene 
McCarthy, un especialista en escribir discursos a líderes políticos. Jeremy 
Larner fue el elegido como guionista. Éste estaba entusiasmado con el filme y 
por ello acabó entrando también como productor asociado de la película. 
Consiguió fabricar un personaje creíble y digno, dentro de una historia de gran 
calado social que avanza con tensión y talento. Además fue un guión atípico 
puesto que, a pesar de estar perfilado, prácticamente se escribía durante el 
rodaje. Porque el rostro en los carteles de Redford se confundía con el 
personaje, rodando en las calles con la participación real del público, que no 
se sabía si estaba aplaudiendo al candidato de la película o al actor de la 
misma. 
Para dar mayor realismo a las escenas se presentaba ante la gente 
aparentando ser un candidato real, y las reacciones del público eran excelentes. 
Si hubiese sido un candidato real seguro que hubiese conseguido un escaño. 
A veces se improvisaba, se organizaba un mitin y aparecía Redford siendo 
asediado por el público que le preguntaba cuestiones que podrían, perfectamente, 
servir tanto para él mismo como para el personaje. Según confesó después: «En 
las escenas improvisadas donde iba en el coche y toda esa gente gritaba y se 
acercaba, había momentos en que la gente no sabía quien iba dentro del 
automóvil. O sea, que alguien que va dentro de un coche de lujo, rodeado de 
escoltas, se supone que es lo suficientemente importante para que una multitud 
comience a chillar y empujarse unos a otros deseando ver quién va en su 
interior. Eso demuestra el porqué tenemos esas campañas electorales, cuando lo 
sustancial no es quién va dentro del coche sino el mensaje que ese hombre es 
capaz de transmitir». 
Para el papel de su padre en la ficción, John J. 
McKay, se buscaba un veterano actor de carácter y la primera elección de Redford 
fue, sin duda, la de Melvyn Douglas. Cuando Douglas recibió el guión no le gustó 
demasiado: «Era un tremendo rompecabezas. Un personaje basado en Ted Kennedy, 
hermano de Bob y John». Ante sus reticencias, Redford viajó hasta Nueva York 
para intentar convencerle, algo que logró con una nota que decía: «Conozco sus 
sentimientos ante este proyecto, y sé que no puedo explicar algunas de las cosas 
que aparecen en la historia. Pero tenemos un guión que es muy claro en algunos 
conceptos y puede que vagos en otros. Eso hace que su personaje puede parecer 
algo escaso, pero es así como está concebido. Lo que estoy seguro es que esta 
película está hecha con cariño y su respuesta me motivará a seguir». Cuando 
Douglas se le encontró le dijo: «Hijo, estás hecho todo un político». Y aceptó 
el papel. También quedó entusiasmado de la profesionalidad de Redford y 
declararía años después que: «Fue un placer trabajar con él». 
El filme 
se rodó en un tiempo récord de cuarenta días, aunque el montaje tuvo que 
acelerarse para que el resultado final estuviese listo en la Convención Nacional 
de 1972. Su personaje, Bill McKay, era un hombre honesto que descubría los 
sucios entresijos de la política. A medida que avanzaba el rodaje, Bob 
comprobaba lo terrible que era la realidad de las campañas electorales. Todo era 
un cúmulo de discursos vacíos con el único objetivo de engañar al electorado. 
Las mismas palabras, los mismos gestos, las mismas actitudes falsamente 
espontáneas. Finalmente, la película sería nominada al Oscar como mejor sonido 
(Richard Portman y Gene Cantamessa), ganándolo Jeremy Larner como mejor 
argumento y guión original. 
El gusto por la política que le dejó esta 
película –tan amargo como auténtico– hizo que participase activamente en la 
campaña de Ramsey Clark como senador del Estado de Nueva York en las elecciones 
de 1974. Consideraba al tal Ramsey como un hombre honesto, aunque nadie parecía 
darle ninguna opción de ganar. Según Redford: «Era un perfecto ejemplo de lo que 
la prensa siempre ha estado demandando de un político. Era realmente como James 
Stewart en 
Caballero sin espada (
Mr. Smith Goes to Washington, 
1939), de Frank Capra. Todos conocíamos casos de ladrones en el gobierno. Casos 
de gente en la Casa Blanca que no estaban capacitados, gente limitada de 
espíritu y de miras. Así que necesitábamos a un hombre honesto. 
»Pero la 
carrera de Clark para el Senado era el típico caso de buen chico que siempre 
pierde. Acudí con Clark a Boston y me dispuse a hacerle publicidad, a demostrar 
a la gente que era el hombre que estaban buscando desde hace tiempo. Pero, 
durante el coloquio con los electores nadie me preguntó por él. Solo querían 
saber algo sobre mi carrera en el cine, que les contase cosas sobre 
Dos 
hombres y un destino». 
Por su parte, para el Estado de Utah también 
se vio inmerso en la campaña a favor del liberal Demócrata Wayne Owens. Su 
ideario estaba claro: aun siendo un hombre de mentalidad liberal y en contra de 
las guerras o el abuso de poder sólo confiaría en su instinto para la gente, no 
en un sistema político de por sí corrupto que sólo busca conseguir el poder y 
perpetuarse en él a toda costa. 
Durante estos años setenta se consideró 
la posibilidad de que una estrella de su carisma y compromiso político se 
presentase a la candidatura Demócrata para competir por la presidencia de los 
Estados Unidos. Lamentablemente, no fue él sino un mediocre actor de los años 
cuarenta llamado Ronald Reagan quien llegaría a ser presidente del país en 1981, 
iniciando una de las etapas más oscuras, agresivas y moralistas de la historia 
de la política norteamericana.
Solo en la montaña 
Según Redford: «Las personas que no van de frente, las que tienen 
siempre una carta en su manga, las que hablan de moralidad y luego son unos 
farsantes, me producen mucho recelo. Lo que me gusta de un hombre es que sea 
independiente, recto y sincero». No es para menos si tenemos en cuenta una parte 
fundamental de su carrera como actor: los papeles de héroe solitario. Una 
variante que le encanta repetir una y otra vez mostrándose a sí mismo tal y como 
es en su vida privada. En sus treinta y cinco películas como actor –e incluso en 
las primeras–, siempre ha procurado aportar algo de su propio yo a los 
personajes, algo que es de agradecer porque, así, siempre que aparecía en los 
créditos, el espectador sabía perfectamente a quién se iba a encontrar en la 
historia. 
Esta honestidad le llevó a actuar de la siguiente manera: 
«Cuando hice 
El candidato, los críticos dijeron: ‘Ah, es un muchacho muy 
pulcro, bien parecido, el papel es perfecto para él’. Cuando me propusieron para 
el papel de 
Tal como éramos volvieron a considerarme el prototipo del 
joven guapo y socialmente intachable. Entonces luché por interpretar a Jeremiah 
Johnson porque quería cambiar de imagen». 

Así, como un 
nuevo desmarque rebelde, Bob rodó 
Las aventuras de Jeremiah Johnson 
(1972) que acabó siendo su filme favorito. El director elegido fue Sydney 
Pollack, con el que Redford quería volver a trabajar tras el buen recuerdo de 
Propiedad condenada (1966). 
La intención de la productora era 
rodar la película en tierras españolas, debido a que el coste era mucho menor, 
pero Redford tuvo muy claro desde el comienzo que esa historia no se entendería 
sin las montañas norteamericanas. Por ejemplo, la cabaña que aparece en el filme 
y donde vive Jeremiah Johnson, fue construida en los terrenos que el matrimonio 
Redford tenía en Utah, cerca de su auténtica casa. A cuarenta y cinco kilómetros 
de su refugio de montaña y a más de tres mil metros de altura. Para preparar el 
personaje, Bob se fue a vivir a esa cabaña allí durante cuatro días. Vivía en el 
pellejo de ese hombre, llevaba puesta su ropa, dormía como él. 
Según 
confesó el actor: «Pasaba el tiempo mirando a la lejanía, y esas altas cumbres 
que se ven en la película también se pueden ver desde mi casa. Me sentí muy 
relajado durante ese tiempo, y pude imaginar lo que ese hombre sentía realmente 
alejado de todo. Pero entonces pensé que esos pioneros no podían tener esa 
relajación que yo sentía. Cuando tuve un incendio dentro de la cabaña comprendí 
que esa gente tenía que estar preocupados de tener fuego dentro de un lugar 
repleto de madera. Ellos tenían que salir cada día y matar un animal para comer. 
Así que comencé a imaginar la ansiedad que debían de tener en sus vidas, el 
constante miedo a cualquier cosa que ocurría a su alrededor. Me figuré que 
aquellos que habían conseguido sobrevivir –y hubo muchos que no lo hicieron–, 
comenzaban a amar el riesgo que vivían hora a hora, día a día». 
El 
personaje de Johnson estaba basado en un individuo que existió realmente y que 
habitó en las montañas de Utah. Un ermitaño que sobrevivió, primero como amigo 
de los indios y después como su mortal enemigo. El año era 1840 y el personaje 
un hombre que lo único que desea es vivir su propia vida y establecer su propia 
ética para sobrevivir en una tierra salvaje. 
No es un hombre hostil, no 
es un rebelde, solo quiere vivir en cualquier lugar libre, lejos de los códigos 
dictados por la sociedad que se llama “civilizada”. En la soledad de las 
montañas consigue formar algo parecido a un hogar construyendo su propia cabaña 
y teniendo una india muda y un niño. Viéndose en la necesidad de guiar a un 
grupo de soldados por un cementerio sagrado Crow, a partir de esos momentos esta 
tribu india se convierte en su mortal enemigo asesinando a su mujer y a su hijo 
y, de uno en uno, atacándole a la menor ocasión y en los lugares más 
insospechados. 
Planteado como homenaje a la naturaleza y a las tribus 
indias que luchaban por su territorio, el filme pasó por numerosos problemas de 
financiación. La Warner quería rodar en interiores para abaratar costes, algo a 
lo que Pollack y Redford se negaron en redondo. Sin embargo, como los derechos 
eran de la productora, le propusieron a Pollack rescindir su contrato, sin 
ningún coste adicional, y contratar a otro actor y director para hacer el filme. 
Algo que no desagradó del todo a Pollack y así se lo comunicó a su amigo Bob. 
Éste reaccionó algo dolido y le dijo al director que le había dejado en la 
estacada para salvar su pellejo, llamándole traidor y mala persona. Esto hizo 
reaccionar a Pollack que, finalmente, decidió rechazar la oferta de la Warner y 
rodar el filme en exteriores ajustándose a un presupuesto de interior. Para ello 
rodaron en la propiedad antes comentada de Redford, se improvisó el reparto 
vistiéndoles con ropas compradas en mercadillos y mezcladas de cualquier manera, 
¡e incluso se suprimió el catering! 
Para complicar aún más las cosas 
comenzó a nevar copiosamente en Utah y los caballos no podían caminar por esos 
parajes, y todos los actores tenían que llevar raquetas en los pies. Esto, unido 
a las bajas temperaturas, hizo que, poco a poco, fueran desertando miembros del 
equipo. Tanto es así que, el último día, solo quedaban Redford, Pollack y el 
cámara, que estaba en un helicóptero que tenía órdenes de filmar al actor 
caminando por la nieve hasta que desaparece de plano. El actor estuvo andando 
durante horas... hasta que, cuando se paró, comprobó que incluso el helicóptero 
se había ido. Según confesó: «Desde un punto de vista personal, quería 
transmitir ese sentimiento que yo tenía cuando me iba solo a las montañas. 
Trasladar al espectador los sentimientos de un hombre de las montañas de ese 
tiempo. En ocasiones, cuando estábamos rodando, no sabía dónde acababa mi 
personaje y comenzaba yo mismo. Me sentí una parte de Jeremiah». Para el papel 
se dejó crecer la barba, que le sienta estupendamente. 
Durante la escena 
en que el oso le persigue, se suponía que no había ningún riesgo. Todo parecía 
controlado por los cuidadores y él solo tenía que correr alrededor de un árbol. 
Fue entonces cuando una cámara se estropeó, el oso se puso nervioso por las 
indicaciones de los técnicos y comenzó a seguir a Redford de verdad...¡para 
comérselo! Finalmente fue reducido y el actor se prometió a sí mismo que jamás 
volvería a trabajar con semejante animal: «Hasta que me pagaron lo suficiente 
para volver a hacerlo en 
Una vida por delante». 
Además, no sabían 
como acabar la película y según Pollack: «Escribí la escena final solo seis 
semanas antes de rodarse. Estaba en una habitación de hotel intentando encontrar 
un buen final. Finalmente encontré una solución con la ayuda de Edward Anhalt». 
Fue el primer 
western de la historia en inaugurar el Festival de 
Cannes, y la revista “Los Angeles Times” la incluyó entre las diez mejores 
películas del año recaudando 22 millones de dólares en Estados Unidos. Tuvo 
críticas tan positivas como las del célebre crítico Judith Crist: «El filme es 
una balada épica del hombre y la naturaleza. Una leyenda poética». Aunque otros 
como Joseph Gelmis en “Newsday” creía que: «Redford es Redford, y no me gusta ni 
su acento ni su actuación. Y en ocasiones es salvado del desastre por los 
actores secundarios. Sus ojos azules no son suficiente. No tiene carisma». 
Antes de que llegase la auténtica reivindicación de los indios 
norteamericanos gracias a 
Bailando con lobos (
Dance with Wolves, 
1990), de Kevin Costner, Redford ya había mostrado su admiración por ellos en 
películas como 
El valle del fugitivo (1969), donde encarnaba a un sheriff 
que perseguía sin desmayo a un indio Peyote (Robert Blake) acusado de asesinato. 
Aunque sería en 
Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972) cuando comenzó a 
tratarlos con bastante condescendencia. De hecho, una de las críticas que más 
molestó a Redford fue la de Pauline Kael con respecto a esa escena final en la 
cual Jeremiah y el jefe Crow se saludan a distancia mostrándose respeto y 
acabando su lucha. Kael, en tono jocoso, dijo que lo que realmente le mostraba 
Jeremiah era su dedo índice. Según Redford: «Esta crítica hizo que me llevasen 
los demonios. Porque era una escena que mostraba mi respeto y sentimiento a los 
indios americanos. Y creo que es el caso en que una crítica es totalmente 
irresponsable, una falta de respeto a lo que realmente ocurre en pantalla. Y 
todo para que no se note en exceso que, en realidad, se trata de un ataque 
personal. Desgraciadamente». 
Por ese tiempo, y basándose en los rasgos 
físicos del actor el dibujante madrileño Antonio Hernández Palacios (1921-2000) 
creó a su personaje de “McCoy” en el cómic del mismo título sobre la temática 
del lejano oeste, en unos guiones escritos por Jean Pierre Gourmelen y editados 
por Dargaud. 
En 
Las aventuras de Jeremiah Johnson fue la primera 
vez que el actor de doblaje Manolo García se acercó a la figura de Redford, 
volviendo a ser su voz en otros trece títulos: 
El mejor, 
Memorias de 
África, Peligrosamente juntos, Habana, Los fisgones, El río de la vida (como 
narrador), 
Una proposición indecente, 
Íntimo y personal, El hombre que 
susurraba a los caballos, Spy Game. Juego de espías, La última fortaleza, La 
sombra de un secuestro y 
Una vida por delante. Lucha 
de egos El corte de pelo de Mia Farrow, los ojos saltones de 
Meryl Streep, la nariz peliaguda de Barbra Streisand, la mejillas de calavera de 
Kristin Scott Thomas... por una parte no se puede decir que los romances que 
Redford ha vivido en pantalla sean con mujeres demasiado exuberantes ni que 
respondan a cánones de belleza convencionales. Sin embargo, con ellas ha tenido 
algunas de las historias de amor más imperecederas que se recuerdan en la 
historia del cine a pesar que estas chicas no parecían pegar en absoluto con el 
atractivo físico del actor. 
Sea como sea, son las películas románticas 
una de las constantes de su filmografía, respondiendo ante ellas como un gran 
profesional que, eso sí, nunca se permitió hacer escenas de cama demasiado 
atrevidas o dar besos con lengua. Quizá por timidez, por vigilancia de su esposa 
Lola, porque le ponían incómodo ese tipo de escenas o porque, en el fondo, 
seguía perteneciendo a una estirpe de actor clásico donde el sexo en el cine no 
era lo más importante. Todo comenzó con un título ya mítico en la historia del 
cine: 
Tal como éramos (1973). 
A comienzos de los años setenta, 
Barbra Streisand había ganado un Oscar por su debut en el cine con 
Funny Girl 
(1969
), de William Wyler, y su poder en Hollywood subía como la 
espuma. Así que su próxima película, 
Tal como éramos, fue preparada para 
ella en exclusiva adaptando la novela de Arthur Laurents: la historia de amor de 
una mujer revolucionaria e inconformista a través de varias décadas de la 
reciente historia de Estados Unidos. El director elegido fue Sydney Pollack y 
ahora solo se trataba de elegir convenientemente su compañero de reparto. Tenía 
que ser alguien con renombre y que, de paso, no le quitase protagonismo. 
Streisand no quiso a desconocidos como Dennis Cole y Ken Howard; 
mientras que a Pollack le pareció que Ryan O’Neal no aguantaría un melodrama con 
Barbra después de la imagen que el público tenía de ellos tras la disparatada 
comedia 
¿Qué me pasa doctor? (
What´s Up, Doc, 1972), de Peter 
Bogdanovich. Así que el director sugirió a su amigo Redford, aunque éste no 
estaba del todo convencido: «No me veo en la misma película que Streisand... 
creo que somos de diferentes generaciones». La productora del filme, Julia 
Phillips intentó mediar entre ambos, sin conseguirlo. 
Redford creía que 
su papel sería el de mero comparsa del de Streisand, y que no era un drama 
romántico que pudiese aportar nada a su carrera. Por otro lado, no quería quedar 
mal con su amigo Pollack, que le había llegado a confesar que no haría la 
película sin él. Los acontecimientos se precipitaron cuando el otro productor 
del filme, Ray Stark, “filtró” a la revista “Hollywood Reporter” que el actor 
había firmado el contrato. Al día siguiente, ante las protestas de Redford, 
salió una nota de rectificación. Esto molestó a Stark que, como ultimátum, le 
dijo a Pollack que si Redford no daba una respuesta, esa misma noche contrataría 
a Ryan O’Neal. Así que Pollack, en un último intento, habló con su amigo 
diciéndole que el rodaje se llevaría a cabo en Nueva York –por lo que podría 
estar con su familia y no tendría que cambiar a los niños de colegio–, que su 
salario sería más alto que el de Streisand y que, además, cobraría un porcentaje 
de los beneficios del filme. Ante todo eso, ¿quién podía resistirse? 
A 
medida que se anunciaba el comienzo del rodaje, él se negaba en redondo a tener 
un encuentro previo con Streisand. Sólo aceptó hacerlo como un favor personal a 
Pollack y siempre que éste le acompañase. La reunión tuvo lugar en casa de 
Barbra, y, aún con sonrisas forzadas por parte de los tres participantes, ambas 
estrellas llegaron al acuerdo de “soportarse cordialmente” durante el tiempo que 
durase la filmación. Hay que recordar que sus estilos de interpretación eran 
totalmente diferentes, ya que mientras ella iba de “diva intelectual”, Redford 
se limitaba a utilizar esa enérgica intuición que tan bien le había ido durante 
toda su carrera. 
Durante la filmación tampoco es que las cosas 
mejorasen, ya que Streisand tenía la manía de llamar todas las noches al 
director para comentar la escena del día siguiente. Al pretender hacer lo mismo 
con Redford, éste le dejó bien claro que solo hablaría con ella el mismo día de 
rodaje. 
La historia parte cuando Katie (Streisand) y Hubbell (Redford) 
se encuentran en la Universidad y, a pesar de sus caracteres diferentes, se 
enamoran. Así, mientras ella es una activista judía de ideología liberal, él es 
un conservador de familia adinerada que sueña con ser escritor. Los distintos 
acontecimientos que se sucederán en la sociedad americana durante las décadas 
siguientes harán tambalear su amor ya que, mientras Katie toma partido por las 
injusticias, Hubbell decide pasar los problemas de largo para que éstos no 
perjudiquen su carrera. Una de las partes más extensas del film hace referencia 
a las tristemente célebres “Listas Negras” de los años cincuenta, lo que sirvió 
a su director para hacer balance de la situación política de Estados Unidos, 
principalmente en lo referente al comunismo, ideología a la que se supone Katie 
está cercana. 
Basándose en su propia novela, Arthur Laurents escribió el 
guión original del filme, aunque ayudado por David Rayfiel y Alvin Sargent, que 
finalmente no fueron acreditados. A Laurents no le gustó que Redford no diese 
importancia al asunto político de su personaje. Según dijo: «Destrozó mi idea 
original porque sólo le importaba su imagen de galán, igual que todas las 
estrellas de cine de Hollywood. Incluso después del primer revolcón con 
Streisand, desapareció una de sus líneas de diálogo: ‘La próxima vez te prometo 
que intentaré estar mucho mejor’. Esto fue porque Redford no podía poner en tela 
de juicio la virilidad ante sus fans». 
El guión se centró sobre todo en 
el personaje de Katie, lo que quería decir que Streisand saldría reforzada del 
filme. De hecho, el romance con Redford no era sino otro episodio más en la vida 
de Katie. Ante las protestas del actor, se intentó equilibrar el guión con más 
diálogo a su personaje lo que llevó al despido momentáneo de Laurents y la 
contratación de varios escritores para que remodelasen la historia. Por allí 
pasaron desde Francis Ford Coppola hasta Dalton Trumbo, pero ante la insistencia 
de Barbra, el defenestrado Laurents volvió al proyecto original con nuevas 
rencillas ante Redford. «Este tipo es un egocéntrico», llegó a decir. 
El 
rodaje fue bastante complejo, no solo por el comportamiento de diva de 
Streisand, sino porque el productor Ray Stark controlaba continuamente todo lo 
que sucedía en el plató puesto que la Columbia necesitaba un éxito de taquilla 
urgentemente (y lo consiguió llegando a los cincuenta millones de dólares). 
Ninguno parecía disfrutar de la presencia del otro según la opinión del actor 
Bradford Dillman: «Redford era más accesible, a pesar que estaba casi siempre 
hablando por teléfono; mientras que ella era difícil que estuviese con el resto 
del equipo, y apenas la vi sonreír un par de veces durante todos los meses que 
estuvimos juntos». 
Parte de su filmación tuvo lugar en la Universidad 
Cornell, contratando como extras a los propios estudiantes que, como en esa 
época lucían el pelo largo, tuvieron que cortárselo para resultar creíbles como 
adolescentes de la década de los cuarenta. Eso sí, quienes no tenían mucha pinta 
de colegiales eran unos talluditos Redford y Streisand. 
También hubo 
ciertas discrepancias entre el director y el productor Ray Stark, ya que éste 
último veía el negocio de la película en la historia de amor entre ambos 
actores, mientras que Pollack pretendía hacer un “fresco de los últimos años de 
la sociedad norteamericana” indagando en el episodio de la “Caza de brujas” como 
parte clave de la trama algo que, por supuesto, se acabó desechando (incluso se 
suprimió una escena en que Katie protestaba contra la guerra del Vietnam). 
A medida que avanzaba la película, Barbra notó que Redford estaba 
haciendo una gran interpretación y temió que pudiese robarle protagonismo. 
Incluso llegó a pensar que director y actor habían tramado una conspiración para 
dejarla a ella al margen de la gloria. Para tranquilizarla, el productor dijo 
que la culpa era del cámara, que no la estaba sacando lo suficientemente 
atractiva, por lo que no tuvo otra ocurrencia que despedirle. En realidad, lo 
que Streisand quería era tener el control absoluto de la cinta, algo que 
conseguiría en su etapa como directora, con rodajes igualmente polémicos e 
infernales en los que impuso toda su voluntad: 
Yentl (1983)
, El 
príncipe de las mareas (
Prince of Tides, 1991) y 
El amor tiene dos 
caras (
The Mirror Has Two Faces, 1996). Ella siempre reprochó a 
Pollack no haber escuchado sus indicaciones y no haber convertido a Katie en un 
personaje más sensible. 
Una vez terminada, y durante uno de los pases 
previos, el público asistente mostró su disconformidad marchándose de la sala. 
Esto hizo que fuese aligerada once minutos en su montaje final. Finalmente la 
periodista Molly Haskell, entusiasmada, llegó a escribir en “The Village Voice”: 
«Quizá, el destino de Redford sea ser simplemente una imagen con la que el 
público disfruta. Hay un tipo de actor que sabes que siempre va a pasar algo 
cuando la cámara está cerca de él. En pantalla, Redford es una orgía de 
sensaciones. Puedes sentir el roce de la piel de sus mejillas, ver el resplandor 
que desprende su mirada, tocar las arrugas que se marcan en su rostro cuando le 
ciega el sol». 
Su 
sex appeal resultaba notable. Sobre todo 
porque, por primera vez en su carrera, tenía una auténtica escena de cama con 
una mujer. El plano donde aparecía desnudo se convirtió en un motivo para que 
muchas espectadoras fuesen a ver la película en más de una ocasión, 
transformando su imagen en un ídolo para millones de mujeres. Ese año ganó el 
galardón “Golden Apple” como estrella de cine masculina del año. 
Aunque 
el crítico Richard Schickel, antiguo amigo del actor, no le trató excesivamente 
bien: «Es una película penosa para Barbra y Robert. Él hizo una elección 
consciente de que esto le serviría para mantener su status de estrella, pero 
podía haber desarrollado su personaje de forma diferente. Es un gran observador 
de lo que ocurre a su alrededor, y podría haber actuado de cuatro formas 
diferentes. Pero aparece con una actitud como diciendo: ‘¡Qué les den a todos!’. 
Nunca vemos esa actitud irónica de sus otros personajes». Esto dolió mucho al 
actor, que consideraba una traición que alguien que le conocía hace tiempo 
hiciese estos comentarios tan despectivos. 
Presentada como una respuesta 
a 
Love Story (1970), de Arthur Hiller, el público respondió con fervor 
elevándola a la categoría de título clásico entre las historias de amor de todos 
los tiempos. También los Oscar fueron generosos al conseguir seis nominaciones: 
Mejor actriz (Barbra Streisand); fotografía (Harry Stradling, Jr.); dirección 
artística (Stephen Grimes y William Kiernan); vestuario (Dorothy Jeakins y Moss 
Mabry); canción “The Way We Were”, de Marvin Hamlisch y Alan & Marilyn 
Bergman; y banda sonora (Marvin Hamlisch). Consiguió vencer en éstas dos últimas 
categorías en una ceremonia de 1973 especialmente gloriosa para Hamlisch ya que 
también se hizo con su tercera estatuilla como mejor banda sonora adaptada por 
El golpe, donde de nuevo volvía a ilustrar las andanzas de un Redford en 
el mejor momento de su carrera. 
La pareja del siglo 
Ninguna pareja cinematográfica masculina ha sido tan aclamada como la 
formada por Paul Newman y Robert Redford. De hecho, en el 2007, la compañía 
“Universal Home Entertainment” emitió una lista de las parejas con más química 
de la historia del cine. En primer lugar figuraron Redford y Newman, seguidos de 
Robert De Niro-Joe Pesci (
Toro salvaje, 
Uno de los nuestros, 
Casino) y Jack Lemmon-Walter Matthau (
La extraña pareja, Primera 
plana, Dos viejos gruñones)
. Y pocas han sido tan añoradas y tan 
premiadas: 
Dos hombres y un destino ganó cuatro Oscar: guión original 
(William Goldman), fotografía (Conrad Hall), canción original (Burt Bacharach y 
Hal David) y banda sonora original para Burt Bacharach. Por su parte, 
El 
golpe (1973) se alzó con siete estatuillas: película, director, guión 
original (David S. Ward), dirección artística (Henry Bumstead y James Payne), 
montaje (William Reynolds), vestuario (Edith Head) y banda sonora adaptada 
(Marvin Hamlisch). 
El guión de 
El golpe (1973) estaba escrito 
para el protagonismo absoluto de Redford tal y como se lo aseguró el director 
Roy Hill. Sin embargo, los productores decidieron que podrían aprovechar el 
tirón comercial de 
Dos hombres y un destino añadiendo a Paul Newman en su 
reparto en un papel secundario. Ambos cobrarían medio millón de dólares, lo que 
extrañó a Redford, puesto que el papel de su compañero era sensiblemente menor. 
Además, el guionista David S. Ward quería dirigir la película sin tocar un ápice 
de su guión, algo que, por suerte, no ocurrió. 
La historia volvía a 
colocar a los dos actores como unos ladrones, esta vez haciendo de las suyas en 
los años 30. Todo comienza cuando un estafador de poca monta (Redford) decide 
unirse a un maestro del timo borracho y acabado (Newman) para vengar la muerte 
de un amigo. David S. Ward escribió un guión repleto de trampas, pistas falsas y 
juego sucio, servida por un ritmo trepidante impuesto por Hill e impregnada por 
la pareja de marras que, como decía el director: «Cuando están juntos en 
pantalla, hay mucho más que química. Cuando están juntos siempre sucede algo 
excitante, aunque ni siquiera estén actuando o hablando». 
Durante el 
rodaje ambos volvieron a hacer gala de su buena amistad, y la esposa de Newman, 
Joanne Woodward hizo un jersey de lana a Redford recordándole lo importante que 
es ser puntual. Eso sí, Robert Shaw no tuvo una relación nada positiva con 
Redford, a pesar que éste había intervenido en la adaptación al cine de su 
novela, 
Situación desesperada, pero menos, que había sido un fracaso en 
taquilla. Shaw, que encarnaba al mafioso burlado porque Richard Boone se había 
negado a hacer el papel, se había hecho daño en la pierna poco antes de comenzar 
el rodaje, lo que fue aprovechado para que su personaje adoleciese de cojera. 
La filmación tuvo lugar en los estudios de la Universal –con una 
memorable recreación de los ambientes de los años treinta– y, durante tres días, 
en las calles de Chicago, aunque su alcalde se había negado a que se rodasen 
películas en la ciudad por un periodo de dos años. 
Por el filme, Redford 
consiguió su primera y única nominación al Oscar como mejor actor, entrando en 
la terna junto a Marlon Brando por 
El último tango en París (
Last 
Tango in Paris)
, Jack Nicholson en 
El último deber (
The 
Last Detail), Al Pacino en 
Serpico y el vencedor Jack Lemmon por 
Salvad al tigre (Save the Tigre). Todos ellos habían tenido relación con 
Redford a lo largo de su carrera: Marlon Brando porque había trabajado con él en 
La jauría humana; Nicholson porque estuvo a punto de hacer 
El golpe 
cuando Bob estaba dudando su participación en la película; Pacino y Redford 
fueron dos opciones para el papel de Michael Corleone en 
El padrino; y 
Lemmon porque el guionista William Goldman le quería a él para interpretar 
Dos hombres y un destino. Eso sí, Redford consiguió el premio italiano 
David de Donatello como mejor actor extranjero del año. 
En todas las 
listas que se hicieron en Hollywood durante ese tiempo, el actor siempre 
aparecía como uno de los hombres mejor vestidos, tanto dentro como fuera de la 
pantalla. En el cine trabajó seis veces con diseños de Edith Head, una de las 
mejores especialistas en vestuario de todos los tiempos. Head (1907-1981), 
comenzó trabajando en el Hollywood de los años veinte y, durante su larga y 
fructífera carrera, esta diseñadora de vestuario fue nominada al Oscar durante 
diecinueve años consecutivos con treinta nominaciones y siete estatuillas. Para 
Redford diseñó los trajes de seis títulos: 
La rebelde, Propiedad condenada, 
Descalzos por el parque, El valle del fugitivo, El golpe y 
El carnaval de 
las águilas. Por 
El golpe, Head ganó su octava y última estatuilla, 
diciendo en su discurso: «Imaginad, vestir a Newman y Redford, los hombres más 
guapos del mundo, y además conseguir un Oscar». Años después, en su biografía, 
dijo sobre el rodaje del filme que ambos actores querían que las corbatas 
tuviesen un tono azul para que hiciesen juego con el color de sus ojos. 
También en su vida privada se ha visto siempre a Redford con bastante 
buen gusto a la hora de vestir, no sólo con sus chaqués sino por su guardarropa 
destinado a moderna ropa vaquera. Su imagen sensual permanecía así intacta, algo 
que se observa cuando la revista “Playboy” le consideró la “Estrella más sexy” 
durante los años 1973 (
El golpe), 1976 (
Todos los hombres del 
presidente) y 1984 (
El mejor).