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Peter Birle, Wilhelm Hofmeister, Günther Maihold y Barbara Potthast (eds.): Las elites en América Latina (Iberoamerica Editorial Vervuert, 2007)

Peter Birle, Wilhelm Hofmeister, Günther Maihold y Barbara Potthast (eds.): Las elites en América Latina (Iberoamerica Editorial Vervuert, 2007)

    NOMBRE
Wilhelm Hofmeister

    CURRICULUM
Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Mainz (Alemania), es organizador y autor de varias publicaciones sobre América Latina. Dirige el Centro de Estudios de la Fudación Konrad Adenauer en Brasil



Wilhelm Hofmeister

Wilhelm Hofmeister


Análisis/Política y sociedad latinoamericana
Las elites en América Latina: un comentario desde la perspectiva de la cooperación para el desarrollo
Por Wilhelm Hofmeister, lunes, 5 de mayo de 2008
A pesar de su alto impacto para el desarrollo económico, social y político de América Latina, el estudio de las elites no ha recibido la debida atención en la investigación académica. Este libro de Peter Birle, Wilhelm Hofmeister, Günther Maihold y Barbara Potthast (eds.), Las elites en América Latina (Iberoamerica Ediitorial Vervuert, 2007), trata de ubicar –desde una perspectiva histórica, regional y social– el papel que las elites han desempeñado en las diferentes etapas de la realidad latinoamericana. Se analizan, en una decena de artículos, desde un punto de vista tipológico y atendiendo a su cambiante composición, los procesos de transformación de dichas elites en la región. A través de esta combinación de enfoques se presenta una visión sintética de un tema que ha adquirido actualidad con las recientes dinámicas sociales en América Latina.

Al caracterizar las causas de los problemas de desarrollo en América Latina, se recurre frecuentemente a la explicación de que éstos se deben a la resistencia de las elites contra cualquier cambio de las estructuras existentes de dominación y de poder económico. De ello resulta la siguiente pregunta en relación a la cooperación para el desarrollo: ¿Se podrá y se deberá promover de hecho a las elites o cooperar con ellas en el intento de fomentar el cambio social? El fomento de las elites, se constata rápidamente, es un tema complejo que requiere claridad en las concepciones, lo que por sí no garantiza, lo confesamos desde ya, ningún resultado satisfactorio, por ejemplo en el sentido de que las elites promovidas salgan realmente bien paradas como actores del cambio social.

1. Las elites

Las elites no solamente son indispensables para una sociedad, también son inevitables. En cada sociedad hay, en la política, la economía, la administración, la ciencia, los medios de comunicación, el arte, la cultura, las iglesias, las asociaciones sociales etc., una capa dirigente que se separa y se diferencia de las masas populares. Esta separación puede tener diferentes causas: origen social, poder económico, cargo o posición, mérito o educación –éstos son los criterios que más frecuentemente deciden sobre la pertenencia a las elites–.

– Las elites definidas por su procedencia representan el elemento elitario tradicional de una sociedad. Por principio, las elites de procedencia, que en algunas sociedades de América Latina están todavía muy presentes e influyentes y que tienen sus raíces en la gran burguesía y en los latifundios del siglo XIX, son incompatibles con una sociedad abierta y libertaria y sus principios democráticos.

– Las elites que ejercen cargos u ocupan posiciones pertenecen al grupo de influencia que asume una determinada responsabilidad en el sistema social, destacándose de este modo. Se trata de un grupo de personas que ejerce influencia sobre la estructura y el cambio de la sociedad o sobre sus diferentes esferas funcionales. Quien pertenezca a esta categoría está sujeto a determinados mecanismos de selección que en gran parte han sido institucionalizados. Es cierto que las elites que ejercen cargos u ocupan posiciones se caracterizan per definitionem por la abertura y transparencia sociales. Sin embargo, en América Latina la movilidad social y, por lo general, también el acceso a estas elites funcionales son bastante dificultados debido a los problemas sociales, aun cuando existen condiciones marco democráticas. No obstante, las elites funcionales constituyen un grupo meta importante para la cooperación internacional.

– A las elites que ejercen el poder se puede considerarlas como un subgrupo de las elites funcionales, que en muchas áreas forman una “casta de funcionarios” cuyas funciones dirigentes se independizaron y ya no son legitimadas. Sin duda alguna la política latinoamericana está tradicionalmente muy marcada por estas elites que ejercen el poder. Sólo la consolidación paulatina de procesos democráticos va sacudiendo la base del poder de los dinosaurios políticos.

– En cuanto a las elites caracterizadas por su eficacia, está en primer plano la calificación. Para pertenecer a este grupo es muy importante tener buena educación y formación, por lo cual las universidades y las ciencias ejercen una gran influencia sobre el surgimiento de las elites definidas por su eficacia.

– Finalmente, las elites discernidas por valores representan los logros culturales, los acervos intelectuales y pautas de valor que la comunidad necesita para su integración y desarrollo. Para ellas no cuentan los mecanismos “democráticos” de selección según los principios de la igualdad de oportunidades ni la selección en función de las capacidades, sino la fuerza de convicción del ejemplo y de los argumentos. Las elites formadas a base de valores se legitiman a través de las pautas por ellas explícitamente determinadas; figurando entre ellas también representantes de las elites funcionales, como por ejemplo presidentes de Estados u otros políticos destacados que evocan en sus discursos afamados las bases de la comunidad política y social. Pero frecuentemente también se trata de personajes de la literatura, de las iglesias, de la ciencia y del arte que encuentran repercusión en los medios de comunicación por su innegable prestigio. Las elites definidas por valores pueden jugar un papel importante como antípoda al peligro de omnipotencia de las elites en el poder. Sin embargo, el problema de las elites definidas por valores consiste, debido a la pluralidad de sus sistemas de valor, en el hecho de que representen apenas un determinado segmento de la población, mientras que las elites funcionales son competentes desde la respectiva esfera para todos los ciudadanos de un país.

En América Latina, la pertenencia a estos grupos elitarios aún es determinada en muchos casos por la procedencia y el poder económico, lo que tiene que ver sobre todo con la distribución desigual de ingreso y rentas. América Latina, como lo confirman siempre de nuevo las estadísticas internacionales, es la región más “desigual” del globo. La diferencia de ingresos entre las masas populares y las elites poseedoras es especialmente grande en este continente, y las elites poseedoras son numéricamente especialmente pequeñas en relación al resto de la población. Suponiendo por un lado que las elites ejercen una influencia decisiva sobre el desarrollo de la sociedad y defendiendo por otro lado una idea más bien “igualitaria” de la sociedad, rápidamente se puede llegar a la conclusión, después de haber visto la distribución de los bienes y de los ingresos en América Latina, que las elites poseedoras de aquella región han fracasado ampliamente respecto de la política de desarrollo. Puede que hayan fomentado la “modernización”, pero no originaron “desarrollo”, o lo originaron sólo de forma limitada.

2. “Autorreproducción” de las elites

En América Latina, la circulación de las elites es bastante restringida. Muchas veces se puede observar “círculos sociales clausurados” (Max Weber). Es problemático que el papel de las elites de procedencia no sea (aún) equilibrado por elites modernas funcionales y eficaces, por que muchos de los representantes de estas elites más modernas son descendientes de una elite de procedencia tradicional. La “autorreproducción” de las elites sucede sobre todo a través de los sistemas de educación que permiten el acceso a los institutos superiores y a la formación de buena calidad sobre todo a los allegados de las elites existentes, garantizándoles así también el acceso más fácil y rápido a los cargos de las elites funcionales. En América Latina, la circulación de las elites es claramente frenada debido a los sistemas de educación.

En el Brasil, por ejemplo, hay una segregación social a consecuencia del sistema de educación, de modo que se tiene que cumplir con criterios muy rigurosos de admisión para tener acceso a las universidades públicas que en su mayoría son bastante buenas y sobre todo son casi exentas de tasas universitarias. Por lo general son solamente los egresados de colegios privados los que pueden cumplir con estos criterios; las escuelas públicas normalmente ofrecen una formación de menor calidad. Con ello, los hijos de las capas adineradas reciben la formación mejor y más barata. En otros países, por ejemplo en el Perú, las universidades estatales están abiertas a todos, o sea son baratas, pero en su mayoría también de menor calidad respecto de la infraestructura y de la preparación de sus profesores. En estos países, el que puede financiarlo frecuenta las universidades privadas de mejor calidad. El resultado es siempre lo mismo: aquellos que disponen de los recursos financieros necesarios tienen oportunidades mucho más amplias para obtener una buena formación y, con ello, para adherirse a las elites funcionales o seguir siendo parte de ellas.

De esta descripción resumida y manifiestamente un poco exagerada resulta un dilema para la cooperación internacional: por un lado, la cooperación para el desarrollo debe contribuir al cambio social, y por otro, mal se puede pasar por alto a las elites tradicionales o el comportamiento tradicional de las elites.

Llamando la atención sobre el comportamiento tradicional de las elites se puede rechazar el mito o una ilusión que uno podría cultivar justamente en el ámbito de la cooperación internacional: y que es que las “nuevas elites” o las “contraelites” mostrarían un comportamiento completamente diferente al de sus adversarios tradicionales. Sin embargo, no son pocas las veces en que la ascensión social y el mayor ingreso sean acompañadas también por una recaída en los modelos tradicionales de comportamiento. No obstante, la cooperación con las elites y su fomento tienen que ser elementos de la cooperación internacional.

3. La responsabilidad de las elites

Quien quiera fomentar a las elites, tendrá que responder las siguientes preguntas: ¿Cuáles son las funciones de las elites en la comunidad o cuáles son las funciones que deberían asumir? ¿De qué manera contribuyen para el desarrollo social y económico? ¿Cumple la elite con su responsabilidad en cuanto elite funcional de un Estado democrático? ¿Actúa de manera responsable y comprometida con el bienestar común? ¿Hasta qué punto la elite política actúa en función de valores? ¿Entienden la sociedad y los actores políticos la importancia de las elites para el desarrollo del bienestar común y será que ambos les admiten las condiciones marco y apoyos necesarios? Finalmente se coloca la pregunta, ¿qué pasa con aquellos que por razones diversas no pueden participar en esta competición de las elites? ¿Serán ellos los perdedores sociales de la “modernidad” que en la actualidad se caracteriza cada vez más frecuentemente como la “sociedad del conocimiento”? El ritmo de la apropiación de informaciones, acelerado con la globalización y la competencia no debe llevar a disgregaciones sociales irreparables.

Por ello, precisamente en una democracia libertaria y transparente figura entre las tareas centrales de las elites el cumplimiento de su responsabilidad social, o dicho sea de forma diferente con vistas al Estado, de su compromiso con respecto al bienestar común. Las elites de la sociedad no saben más del bienestar común que el resto de la población o algunos grupos sociales. No obstante, en los regímenes democráticos se espera de ellas que en sus decisiones tengan en cuenta las consecuencias sociales de sus acciones, o sea, que actúen de acuerdo con el principio de la ética responsable.

4. Las elites y la democracia

También los regímenes democráticos necesitan a las elites. Es cierto que los dos conceptos se encuentran en una relación de desavenencia, no obstante, ambos se condicionan mutuamente. La democracia evoca igualdad, la elite es expresión de la desigualdad. Pero la democracia moderna que funciona en conformidad con los principios de representación, delegación y mayoría necesita de personas con capacidades excelentes dispuestas a asumir responsabilidad por el bienestar común, ella requiere de la capacidad y de la disposición de los mejores para liderar.

Una elite en una comunidad democrática se define y se legitima, sin duda alguna, de forma principalmente diferente a la existente en los sistemas no democráticos. Sus características más importantes son la competencia técnica, la competencia social y la competencia política. A ello tiene que sumarse también la capacidad de analizar problemas complejos interrelacionados y de desarrollar soluciones innovadoras a los problemas. A eso se adhiere naturalmente la valentía de asumir responsabilidad, a la par de la capacidad de liderazgo bajo las condiciones de un sistema libre, democrático y pluralista que en nuestros días se organiza más y más según los criterios de la economía de mercado. En una democracia no se admite que estas capacidades especiales sean utilizadas para conseguir una ventaja personal, sino se requiere que estas sean colocadas al servicio de los demás. La elite en la democracia se distingue por trabajar por el bien de todos. Por eso la elite se legitima en la democracia sobre todo a través de su responsabilidad social y de su arraigo en la sociedad.

Tal perfil de las elites hace comprensible de que las capacidades que se requieren de ellas sean mucho más elevadas, diversas y complejas que en los regímenes no democráticos. El que pertenece a las elites en una democracia abierta no puede fiarse de haber conquistado este rol para siempre. Nadie desde fuera le garantiza este estatus. Las elites del Estado democrático –y eso es válido también para las elites en la economía libre de mercado– se encuentran en una competición permanente. El problema de las elites en la democracia no se puede solucionar de una vez para siempre, así como tampoco las cuestiones relacionadas con la igualdad de oportunidades o con la “justicia social”. En América Latina, como ya hemos constatado, esta competición de las elites es aún muy limitada. Éste es a la vez un indicio de los puntos flacos de los sistemas democráticos en la región.

5. El derecho de igualdad y las elites

El fomento de las elites se encuentra en cierta contradicción al principio de igualdad, o sea, al derecho de todos los grupos de la población a participar en pie de igualdad de los bienes colectivos. No por último en la cooperación para el desarrollo se defiende con ahínco este principio de igualdad, lo que es más que comprensible en virtud de las desigualdades y problemas sociales existentes en América Latina. En el debate público a veces se ha diferenciado o se diferencia poco entre los dos aspectos: igualdad de oportunidades en el punto de partida e igualdad en el resultado. Sólo recientemente se puede observar que también en América Latina ha comenzado un debate más diferenciado, en el cual hoy se sustituye la reivindicación tradicional (y nunca cumplida) por la “igualdad” por el apoyo a la “equidad”. Con ello se pone de relieve con más vigor el significado de aptitudes y talentos sobresalientes para toda la sociedad. Esta idea no es nada nueva en el continente americano. Thomas Jefferson, el inspirador de la Constitución de los Estados Unidos, ya hace más de 200 años habló de una “aristocracy of achievement out of democracy of opportunity”,  inculando la idea de la igualdad de oportunidades con la del rendimiento. Ahora ya se tematiza en los debates en América Latina que los dos elementos van juntos en una sociedad moderna y que la igualdad no puede prescindir de la equidad.

6. Exigencias relativas a las elites

Ni la sociedad pluralista y transparente, ni tampoco el Estado constituido democráticamente pueden prescindir de jerarquías, autoridad superior y subordinación, dominio y poder. Necesitan, igual que otros regímenes sociales, a las elites, no solamente en la política y en el Estado, sino también en todas las otras esferas de la vida profesional. Con la integración y el creciente entrelazamiento de los Estados y de la economía y con la internacionalización del Derecho, la superación de grandes distancias en cada vez menos tiempo y el intercambio electrónico de conocimientos, las elites se encaran en la actualidad con desafíos completamente nuevos. La globalización y la competencia internacional agudizada requieren de más conocimientos, de una mejor formación profesional, de más espíritu emprendedor y de personajes más alentados. La competencia resultante de esta exigencia transforma también nuestra sociedad.

Las elites no deben buscar sólo su ventaja, también tienen que satisfacer su compromiso con el bien común. Al no hacerlo, perjudican el bienestar de la comunidad. Si no es recompensado el espíritu emprendedor no habrá progreso. Pero una sociedad sin progreso se pierde en la mediocridad, empobrece y se viene abajo. Es importante que todos los integrantes de la sociedad tengan potencialmente la oportunidad de desarrollarse de tal forma que puedan pertenecer a las elites y que no fracasen por existir barreras sociales. Por eso, el buen rendimiento presupone la igualdad de oportunidades.

En Europa, con la industrialización y democratización de una sociedad marcada por estructuras feudales, se redujo cada vez más el papel de la procedencia y ganó más importancia el rendimiento del individuo. Pues, con la especialización crecieron las exigencias relativas al ejercicio de la profesión en el mundo del trabajo. A partir de este hecho se desarrolló la idea de las elites caracterizadas por la eficacia, elites en la economía, la ciencia, la justicia y la administración, en los medios de comunicación y en la política. En todas estas esferas se formulan requisitos muy diferentes con respecto a la actividad de las fuerzas dirigentes. Por más diferentes que sean estos requisitos, siempre se exige la prueba de una especial formación técnica, un rendimiento extraordinario, del despliegue de la personalidad y la capacidad de discernimiento, de competencia social, de buena formación y cultura, así como de la capacidad para apropiarse lo más rápidamente posible de los nuevos conocimientos en la sociedad moderna de la información. Si al comienzo de los años 1980 las fuerzas elitarias en gran parte aprovecharon los conocimientos que alguna vez habían adquirido, o sea que sabían de memoria, estos conocimientos hoy ni con mucho son suficientes. Hoy más que antes están obligadas a evaluar la competencia de sus colaboradores y de consultar el saber disponible en la bibliotecas, computadoras y en los bancos de datos. El “jefe” dispone de cada vez menos “conocimiento de dominio exclusivo”, él más que nunca depende de la cooperación en su equipo, en su empresa, con los socios comerciales, con los políticos y naturalmente también con los medios de comunicación.

También en América Latina se observa un cambio paulatino con respecto a la generación de las elites. Sin duda alguna, este cambio avanza muy lentamente y es obstaculizado, no por último, porque las elites no cumplen con s compromiso con el bienestar común o lo hacen sólo de mala gana. 

7. Las elites y la sociedad del conocimiento

¿Perdió importancia la responsabilidad de las elites para con la sociedad a lo largo del proceso de encadenamiento del saber y del actuar? Con la formación de diferentes elites parciales y la especialización a ello vinculada existe el peligro de que se reduzca la disposición de las elites para asumir responsabilidad, porque ya son muchos los que participan en la preparación y toma de decisiones, a veces también elites parciales rivales. Además existe el problema que las elites parciales van perdiendo, con la creciente especialización, la comprensión de su responsabilidad por toda la sociedad. Esto podría evidenciarse como problema difícil. Porque a pesar de la creciente especialización, diferenciación de intereses y opiniones y la pluralización de nuestros proyectos de vida, no se puede admitir que el bienestar y la cohesión de la sociedad sean perjudicados. Justamente en este conflicto se manifiesta la responsabilidad social específica de las elites en la sociedad moderna del conocimiento.

La preocupación de que las elites responsables hoy no estén suficientemente preparadas para corresponder a estos desafíos es justificada. Lo cierto es que el futuro de cada país depende de las habilidades, del espíritu emprendedor y de la integridad moral de las elites. Son ellas las que deciden sobre la libertad, nuestro bienestar y la paz social.

8. La formación, instrumento central para el fomento de las elites

El conocimiento y la formación tienen una influencia decisiva sobre el surgimiento y el comportamiento de las elites. Por ello es justo que el fomento de las elites en el ámbito de la cooperación internacional empiece con medidas específicas de formación y perfeccionamiento. Esto se refiere tanto al fomento de la formación en escuelas, universidades e institutos científicos como también a formatos educativos fuera de los cursos formales.

La formación extraescolar tiene una importancia específica en América Latina, porque el acceso a la vía formal de la educación – como fue explicado antes, es dificultado o está cerrado para determinados grupos de la población. Y lo agravante es que algunos contenidos educativos no están incluidos en los currículos ni se los discuten en las clases. Esto vale sobre todo para las ciencias políticas y sociales. Es sorprendente que las democracias latinoamericanas aún no hayan conseguido dar más espacio a este tema que es de tanta importancia para la proyección de la sociedad democrática. Por ejemplo, en las escuelas de la región muchas veces se enseña muy detalladamente la historia nacional, de modo que los alumnos puedan decir los nombres de todos los presidentes y sus respectivos períodos en el gobierno, pero no se habla de las reglas, procesos y virtudes que caracterizan una sociedad democrática y poco se ejercita procedimientos democráticos. ¿Entonces, cómo aprenderán las futuras elites que su legitimidad en la democracia está unida a la disposición de asumir responsabilidad social? El fomento de la formación como parte de la cooperación para el desarrollo debería afanarse mucho más por que se aborde estos temas y causalidades en la enseñanza.

En este contexto hay que señalar un problema. Normalmente el fomento internacional de la formación se concentra bastante en la estructuración y el buen funcionamiento de un sistema educacional terciario, o sea en el desarrollo universitario o en el intercambio entre estudiantes o científicos. Sin duda alguna se trata de una esfera importante. No obstante, muchas veces se pasa por alto –no por último en el intento de impedir la mencionada autorreproducción de las elites– que el fomento de la formación debería empezar también en las escuelas primarias y secundarias, porque sólo de esta manera se promueve una verdadera movilidad social y el rompimiento de las estructuras elitarias tradicionales.

Por otro lado se sobrentiende que el fomento de la capacitación de estudiantes y científicos tiene un gran significado para la política de desarrollo, al cual lamentablemente a veces incluso los “países dadores” atribuyen poco valor. Ofrecerles a estos representantes de las actuales y futuras elites la posibilidad de evaluar y aprovechar el entrelazamiento internacional en el contexto de sus respectivas realidades nacionales es una contribución importante para el desarrollo, para poder acabar con comportamientos tradicionales. En este contexto tiene una especial importancia el apoyo de estudiantes y la concesión de becas, porque a través de programas inteligentes para el fomento de estudiantes y científicos también es posible transmitir conocimientos interdisciplinarios que aún son ajenos a muchas elites que hoy gobiernan y ejercen el poder en los países en vías de desarrollo.

9. La importancia de la formación política

La formación política es otro ámbito importante del fomento de las actuales y futuras elites. Se trata de facilitar el comportamiento democrático, la disposición y la capacidad para la acción, de transmitir las reglas y los valores básicos de un sistema democrático, de formar la conciencia para identificar problemas y la capacidad de juzgar. Con otras palabras: La formación política tiene la tarea de consolidar la cultura política democrática mediante la educación y de contribuir para el desarrollo democrático continuo. El objetivo de la formación política es la capacitación de personas para que hagan valer su papel de ciudadanos en la democracia. Particularmente las elites políticas, las actuales y las futuras, son el grupo meta para las iniciativas de formación política.

A pesar de todos los esfuerzos se revela un problema: la formación política nunca podrá probar realmente su eficacia. Con vistas a América Latina este hecho podrá provocar frustración entre aquellos que se empeñan en la formación política e invierten recursos en la misma. Para muchos latinoamericanos queda claro que los problemas de la región tienen mucho que ver con la incapacidad de las elites políticas de realizar las reformas “correctas”, como también les parece evidente que los políticos que participaron afanosamente en programas de formación política cuando eran adolescentes, a la hora de ejercer cargos y funciones se olvidan de muchas de las buenas intenciones que tenían en su juventud. Sin embargo, pese a tales experiencias que en modo alguno son generalizables, la formación política es un elemento central para el fomento de las elites democráticas. En este sentido la formación política en América Latina sigue siendo una tarea muy actual.


Nota de la Redacción: Este texto corresponde a lacontribución de Wilhelm Hofmeister a la obra de Peter Birle, Wilhelm Hofmeister, Günther Maihold y Barbara Potthast (eds.), Las elites en América Latina (Iberoamerica Ediitorial Vervuert, 2007). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a Iberoamericana Editorial Vervuert por su gentileza al facilitar la publicación de dicho texto en Ojos de Papel.

 

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