Reseñas de libros/No ficción
Carlos Seco: "Alfonso XII" (Ariel, 2007)
Por Inés Astray Suárez, viernes, 1 de junio de 2007
El 28 de noviembre de 1857, Isabel II daba a luz en el Palacio Real de Madrid al que a partir de ese momento habría de convertirse en su heredero, príncipe de Asturias según la tradición de la Monarquía española, el futuro Alfonso XII. Dadas las peculiares relaciones de la Reina con su no menos peculiar marido y primo hermano, don Francisco de Asís de Borbón y Borbón, el historiador Carlos Seco, evidentemente poco dado a la maledicencia, se ve obligado a iniciar su riguroso estudio sobre el monarca, desmintiendo el infundio que atribuye su paternidad a Enrique Puig Moltó, supuesto amante de la Reina por aquellas fechas. Para ello acude nada menos que al testimonio del confesor de Isabel II, el padre Claret.
La excusa no pedida, convengamos, es significativa. Las veleidades personales y los errores políticos de su madre (así como la interesada utilización que de los mismos hizo el partido moderado y que tan magistralmente estudia Isabel Burdiel en su biografía de la Reina) habrían de ser a la vez una fuente de problemas y una oportunidad para un príncipe que, en condiciones normales, nunca llegaría a reinar (puesto que murió antes que su madre).
La revolución del 68, que destrona a Isabel II, interrumpe una educación que no auguraba nada bueno ( “Alfonso es un niño inteligentísimo, diría Galdós por boca de uno de sus personajes, pero “se le cría para idiota”) y le da al joven la oportunidad de recibir, ya en el exilio, una formación sólida y cosmopolita, sometida a unos reglamentos que no reconocen privilegios, primero en el Stanislas de París, después en el Thersianum de Viena, y, por último en la academia militar británica de Sandhurst, donde firma el famoso manifiesto de 1 de diciembre de 1874, con ocasión de su decimoctavo cumpleaños. Para entonces hacía ya cuatro años que era depositario de los derechos de su familia sobre el trono de España tras la solemne abdicación de Isabel II.
Evidentemente una biografía de Alfonso XII es también un poco la del hombre que fue su mentor político y el verdadero artífice de la Restauración de lo Borbones: Antonio Cánovas del Castillo. Es Cánovas, diputado en las Cortes Constituyentes tras la Revolución Gloriosa del 68, el primero en defender, frente a los tres jamases opuestos por Prim al retorno de los Borbones, la opción del príncipe don Alfonso. Es Cánovas quien pone en boca del príncipe las cosas que muchos españoles, desengañados de los azarosos años del Sexenio Revolucionario, están deseando oír: “Sea lo que quiera mi suerte, ni dejaré de ser buen español ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni como hombre del siglo verdaderamente liberal” ¿Acaso tenía sentido prolongar una República que necesitaba la tutela del Ejército para evitar la anarquía cantonalista? ¿Sería preferible volver a recorrer las cortes europeas en busca de un rey que tuviese mejor empeño y suerte que Amadeo de Saboya? ¿No era el momento de volver los ojos al vástago de la dinastía que había reinado en el país los últimos doscientos años?
En lo que probablemente sea el capítulo más interesante del libro, Carlos Seco explica cómo realmente Cánovas nunca había excluido que la proclamación del Rey se hiciese con la ayuda del Ejército. Lo que realmente le disgustó de la intervención de Martínez Campos fue su carácter de “pronunciamiento” al viejo estilo de los espadones decimonónicos
Cánovas había pensado siempre en una restauración civilista traída por el voto de las Cortes. De ahí su enfado cuando el 29 de diciembre de 1874, en Sagunto, el general Martínez Campos, al frente de poco más de mil ochocientos hombres, proclamó rey de España a Alfonso de Borbón. Y ello a pesar del que el militar sublevado tuvo la deferencia de informarle previamente de sus intenciones, asumiendo enteramente la responsabilidad, y solicitándole que se hiciese cargo de la presidencia del Gobierno si el movimiento resultaba exitoso.
En lo que probablemente sea el capítulo más interesante del libro, Carlos Seco explica cómo realmente Cánovas nunca había excluido que la proclamación del Rey se hiciese con la ayuda del Ejército. Lo que realmente le disgustó de la intervención de Martínez Campos fue su carácter de “pronunciamiento” al viejo estilo de los espadones decimonónicos, actuando como punta de lanza del partido moderado .Admitiría, en cambio, un “golpe militar” al estilo del dado por su buen amigo Pavía cuando, en enero de 1874, entró en las Cortes para frenar el posible retroceso hacia el cantonalismo, y probablemente había pensado para ello en el general Concha, que tan exitosamente llevaba la campaña contra los carlistas. Terminada la guerra, la proclamación podría ser la culminación de un proceso pacificador: el abrazo de las dos Españas separadas por la contienda civil, en torno al trono de Alfonso XII.
No tenía sentido, en cualquier caso, oponerse a los hechos consumados. La convocatoria de Cortes Constituyentes según la ley electoral vigente, por sufragio universal masculino, sería un signo de conciliación hacia los hombres del Sexenio, y la fuente de legitimación de una Restauración que, de esa forma, no podría ser monopolizada por el partido moderado. A su éxito contribuyó sin duda la propia figura del monarca que, plenamente consciente de los límites de su papel como rey constitucional y de su inexperiencia política, se somete a los dictados de su mentor.
Dotado de un indudable atractivo personal gozó desde el principio de una gran popularidad. Su boda por amor con su prima Maria de las Mercedes, pese a los recelos que pudiese suscitar una Montpensier en el trono de España, provocó desde el primer momento el entusiasmo del pueblo; la prematura muerte la Reina la consternación general. Todavía hoy mis alumnos, criados entre toda suerte de video juegos y game-boys, son capaces de recitar las coplas que varias generaciones de niños saltaron a la comba:
¿Dónde vas, Alfonso Doce,
donde vas, triste de ti?
Voy en busca de Mercedes,
que ayer tarde no la vi.
La biografía hace especial hincapié en la predisposición que siempre mostró el monarca a estar cerca del sufrimiento de sus súbditos, como demostró cuando en enero de 1885, ya enfermo, visitó durante varias semanas, las comarcas de Andalucía Oriental, asoladas por las inundaciones, soportando bajas temperaturas, alojamientos inhóspitos y largas jornadas a caballo. O cuando, en contra de la opinión del propio Cánovas, acudió a Aranjuez ese mismo verano a visitar a los afectados por una epidemia de cólera. “El monarca suplía, instintivamente, las deficiencias sociales del sistema Cánovas”, nos dice Seco. Tarea imposible, sin duda. Lo que si consiguió, y no es poco, es que su reinado consolidase definitivamente el sistema político liberal. Su prematura muerte, el 25 de noviembre de 1885, apenas once años después de acceder al trono, dejaba la continuidad de esa delicada tarea en manos de su viuda, María Cristina de Habsburgo-Lorena, la reina a la que nunca amó, pero que resultó ser una acertada elección política.