Juan Antonio González Fuentes
La muerte de
Francisco Umbral me deja huérfano de uno de los pocos escritores españoles de la segunda mitad del siglo XX cuya obra me fascinaba y me reclamaba con fuerza extraña cada vez que aparecía nueva en las librerías. La razón no es sencilla de exponer.
Creo sinceramente que Umbral no era un gran novelista. Sus novelas no lo eran ni por arriba ni por abajo, ni por su derecha ni por su izquierda, y del primero al último de sus párrafos estaban trufadas de imágenes que se querían mostrar poéticas y de recursos y ensamblajes periodísticos.
Sus libros de memorias, biografías, ensayos literarios o acercamientos a la historia española del siglo XX, están construidos con escasas ideas, pocos recursos bibliográficos, muchos lugares comunes, reiterativas y apócrifas citas (
Proust, Baudelaire, Niertzche, Cela, Baroja, González Ruano, Hierro…) y mucho, mucho matiz y tamiz personal y personalista. En ese sentido sus libros, perteneciesen al género que perteneciesen, siempre acaban hablando del mismo asunto: Umbral al cuadrado.
Francisco Umbral
Sin embargo su escritura, al igual que la serpiente
Kaa del libro de
Kipling hacía con el niño
Mowgli, me hipnotizaba, me enganchaba en su encadenamiento aparentemente sencillo pero fastuoso de imágenes logradas, de una idioma español que en su pluma se revelaba extremadamente revelador, capaz de expresar con acierto lírico, irónico, colorista, tremendista, elegante y patibulario la realidad diaria e histórica.
Umbral se quedó siempre en su obra en el umbral de los géneros que tocó en el engaño. Sí, se engañó al hacer novela, ensayo, memoria…, incluso periodismo, pues nunca fue periodista en el sentido moderno del término. Umbral fue columnista, así, sin más. Y en dicho género fue el maestro sin igual a lo largo muy probablemente de las últimas cuatro décadas de vida española.
Umbral, sí, fue columnista de periódico, ese fue su género, ningún otro. Lo que ocurre es que hizo del columnismo novelas, ensayos, memoria personal, o al revés, quiso encajonar el resto de géneros en el suyo propio. Umbral se quedó en el umbral. Logró contar una novela entera en sólo una columna. Logró plasmar un libro de memorias en cuartilla y media. Logró cultivar el último medio siglo de historia de España en la última página de un periódico. Era fascinante. Pero el empeño absurdo, permanente, continuo y fracasado fue intentar construir una novela sumando columnas de periódico, estirar el contenido de una página de periódico en doscientas páginas de un libro para contarse de memoria, intentar hacer un tratado de historia de España olvidándose de la ciencia, arrinconándola a un lado oscuro para dejar paso a la metáfora brillante, fragante, alucinatoria, y a veces, tan atinada y rotunda como un puñetazo de KO, como un jaque mate de maestro ajedrecista.
Umbral se quedó en el umbral, y la posteridad le será sin duda esquiva, tanto como el interés que despiertan sus trabajos en otros idiomas y latitudes: ninguno. Pero a Umbral la posteridad le traía al pairo, él no iba a disfrutarla, nadie puede disfrutar de la posteridad, algo que igual de veras a Umbral con
Quevedo o
Shakespeare: la posteridad absurda.
A Umbral lo leímos cuando había que hacerlo: mojando los churros de la mañana en el café que nos abría los ojos al mundo recién estrenado para nosotros. Lo leímos en el perfume inequívoco de la tinta negra del periódico, explicándose el mundo en una cuartilla en blanco.
Otro artículo de
Juan Antonio González Fuentes sobre
Francisco Umbral:
Francisco Umbral ama el siglo XX
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.