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Miguel Ángel Molfino: <i>Y colorín, colorado, tu vida ha terminado</i> (Sigueleyendo, 2012)

Miguel Ángel Molfino: Y colorín, colorado, tu vida ha terminado (Sigueleyendo, 2012)

    AUTOR
Miguel Ángel Molfino

    BREVE CURRICULUM
Periodista, publicista y escritor. Fue redactor del diario Norte y corresponsal del diario El Mundo de Buenos Aires. Durante la última dictadura militar estuvo preso y sufrió la pérdida de tres miembros de su núcleo familiar. En los 80 colaboró en las revistas El Porteño y Crisis. En la actualidad es colaborador de Norte, donde publica su columna “Versiones y per-versiones” todos los domingos. Ganó el premio Crisis de cuento con “El simple arte de besar” (1986)

    OBRAS
Sus narraciones fueron reunidas en antologías de cuentos en Argentina, México, Brasil, Perú y Alemania. Libros publicados: Versiones y Per versiones (1986); Nueve Cuentos Nuevos (1987); El mismo viejo ruido (1994); Prosas Escogidas (2006); Un Libro Raro (2007); La Mágica Aldea del Crepúsculo (2009); Monstruos perfectos (2010)



Miguel Ángel Molfino (foto de Mauro Machuca)

Miguel Ángel Molfino (foto de Mauro Machuca)


Creación/Creación
Miguel Ángel Molfino: Y colorín, colorado, tu vida ha terminado
Por Miguel Ángel Molfino, miércoles, 7 de noviembre de 2012
En los siniestros cubículos de la ESMA, los torturadores juegan con Caperucita mientras el Lobo aguarda su momento. Los desaparecidos caerán al agua y todo volverá a empezar igual. Miguel Ángel Molfino dedica esta estremecedora narración, Y colorín, colorado, tu vida ha terminado, a la memoria de su madre, asesinada, y su hermana y su cuñado, desaparecidos en Argentina.

A mi Madre, Noemí Esther Giannetti de Molfino, asesinada por

sicarios del Plan Cóndor.

 

A mi hermana Marcela y a mi cuñado, Guillermo Amarilla,

detenidos-desaparecidos.

 

A Ana Testa, compañera y amiga que sobrevivió a los horrores de

la ESMA.

 

1

4 de abril de 1976,11:00 hs. PM, Buenos Aires.

 

—Me muero de ganas de fumar.

 

—Se empaña… casi no se ve… Esto me tiene las bolas rotas.

 

—¿Querés un chicle?

 

—No.

 

—Desempañá con este trapo.

 

—Es peor, el parabrisas va a quedar negro de mugre.

 

—Son las once y el pescado sin vender…¡Qué manera de tronar..!

 

—Y de llover!... Anoche no te vi. ¿Estuviste de franco?

 

—Ma qué franco, ma qué franco, chupamos (1) a dos por Villa Martelli y cuando los estábamos acomodando en Capucha (2), los pidió el ejército, me cago en Dió, y se los tuvimos que llevar…Volví a las cuatro, cagado de frío, mojado hasta el ojete, me cago en Dió… ¡relámpagos de mierda!

 

—Ahora está haciendo frío… Ah, che, anoche apareció el Coara (3)…

 

—Llegó y lo levantó en peso al Lobo Acosta… Los gritos se escuchaban hasta en Ezeiza… Parece que se le quedó en la máquina la hija del cónsul sueco…

 

—¿Y…?

 

—Esperá, esperá un cacho, después te la sigo, porque ahí viene… Aquella es, ¿la ves?... Llegó la diversión…

 

—¿Cuál?… ¿Esa, la del vestido verde?

 

—No, boludo, la de camperita roja y caperuza, la morocha que va hacia la casa… La que lleva la bolsa y el paraguas negro.

 

—¿Cómo hacés para ver con esta lluvia? Y encima de noche…

 

—Hago tiro nocturno… Te digo que sirve para todo, hasta para…

 

—Aquí Lobo… Atención timón 1 y timón 2… Blanco en camino, repito, blanco en camino… No actuar hasta orden de Lobo, entramos en fase 2… ¡Cambio y fuera!

 

—¡Comprendido, cambio y fuera!

 

—¡Cuidado, pelotudo, no me apuntés!¡Bajá el fierro, se lo ve a una cuadra!

 

—¡Pará, tagarna, aflojá!

 

—¡Shhh!

—Está pasando justo por acá…

 

—¡Shhhh!

 

—Lobo a Timón 1 y 2, atención, entramos en fase 3 y 4, prepararse para operar… ¿Comprendido? ¡Cambio!

2

Horas antes.

 

—Hola Nona…

 

—¿Quién habla?

 

—Yo, Gaby, soy Gaby, Nona…

 

—No te escucho bien, nena, hablá más alto. Andan mal los teléfonos, ¿Estás en la calle?

 

—¡QUE SOY GAABYY!¿Me escuchás ahora?

 

—Sí, querida, ¿cómo andás mijita? Vivo con el corazón en la boca con vos… ¿Estás bien?

 

—Muy bien, ¿y vos? ¿Cómo anda todo en la casa? ¿Todo tranquilo?

 

—Pero si yo vivo sola, Gaby, ¿cómo no voy a estar tranquila?

 

—¿Nadie preguntó por mí, un tipo, una tipa, ves autos estacionados cerca de tu casa?

 

—Noo, ¿por?

 

—Por nada, Nonita linda. ¿Me invitás a almorzar? Estoy por Gerli, en un rato te caigo.

 

—Dale, nena, ¿qué querés que te prepare?

 

—Ay, mi amor, cualquier cosa, si vos cocinás mejor que Doña Petrona.

 

—¡Ya sé!¡Unas milanesitas de peceto!¿Te gustaría?

 

—¡Uy!Bárbaro, Nona, ¿puede ser con puré de zapallo?

 

—Claro, mijita, claro…

 

—Bueno, Nona, corto y llego enseguida, ¿sí? Te quiero, beso, chau.

 

—Vos cuidate…

 

Colgó. Temblaba frente al teléfono público. Cuando escuchó los bramidos de hierro quedó tiesa como una liebre encandilada.

 

Los carriers verde-oliva pasaban rechinando sus orugas marcianas, armados hasta los dientes, erizados de soldados camuflados. Traían la jactancia de la peor de las muertes.

 

Aparecieron por la calle Carabelas y dieron vuelta en la esquina con Florencio Varela. Primero se escucharon los motores sordos y pesados enredados en el parloteo arañado de los walkies-talkies. Después, la masa de acero verde-oliva encaró la calle como si avanzara para devorarla.  El pavimento y las vidrieras cimbraban.

 

Una mujer y un niño huyeron hacia dentro de una casa celeste. En la penumbra antigua de un bar, tres viejos tomaban caña y jugaban dominó, se detuvieron y alzaron sus ojitos acuosos. Uno de ellos dijo por lo bajo: Viva Perón. Sonrieron apenas, uno de ellos guiñó un ojo. Siguieron con su juego mientras pasaba un carrier y los barría la mirada blindada de un oficial que iba de pie, junto a una ametralladora antiaérea puesta al ras, a la altura de un hombre de estatura media.

 

De un carrier a otro corría un grandote de bigotes cuarteleros, la cara pintada con betún, anteojos negros, de boina roja, gritando palabras incomprensibles a los artilleros.

 

Gaby empezó a caminar en dirección de los Siete Puentes. Se encontraba a una docena de cuadras. Era cuestión de caminar lento, como si fuera una veinteañera que regresa a su casa para almorzar. Debajo de su campera roja, enfundada en el jean y a la altura del riñón derecho, le pesaba una Bersa calibre 22. Dentro del bolsillo izquierdo de la campera, en un estuchecito de madera balsa, llevaba una pastilla de cianuro.

 

—Qué cara traés, Gaby, dijo la abuela al abrir la puerta–. Parece que viste al diablo…

 

—Más o menos –dijo y le dio un beso.

 

El olor de las milanesas fritas llegaba hasta la acera. Entraron.

 

—No te enojás, Nona, si te dejo ni bien termine de comer. Tengo que hacer mil cosas…

 

—No, querida, no. Ayudame a poner la mesa… usá el mantelito de margaritas, el nuevo. ¿Y tu novio?

 

—¿Tony? Tuvo que viajar de urgencia…

 

—Ay, chicos, déjense de joder con la política. Tu abuelo siempre decía que la política te arruina el alma… Las servilletas están en el segundo cajón.

 

—¿Puedo dormir aquí esta noche? Cuando no está Tony me agarra el cagazo. ¿Estas servilletas?

 

—Sí, ésas. Claro, Gaby, cómo no vas a poder dormir en la casa de tu abuelita. Vení temprano, está anunciada lluvia. Ya cambió el viento.

 

—Voy a llegar medio tarde, como a las once. ¿Qué mirás, Nona?

 

—A vos. Con esa camperita te parecés a Caperucita Roja.

 

Si desea continuar leyendo deberá acudir a la página web de sigueleyendo.es y adquirir el pdf de 33 páginas al precio de 1 euro.

 

NOTAS:

(1) Chupado: Secuestrado, en la jerga de la dictadura militar argentina (1976-1983)

(2) Capucha: Después de ser torturados, los detenidos desaparecidos eran alojados en un lugar del altillo de la ESMA llamado Capucha hasta que se definiera el destino final de cada uno de ellos. En ese purgatorio, eran mantenidos con capuchas de tela cubriéndoles las cabezas.

(3) COARA: Sigla y nombre de guerra utilizado por el jefe de la Armada, Emilio Eduardo Massera, dueño y señor del campo de exterminio de la ESMA. La sigla correspondía a «Comandante de la Armada Argentina».

 



Nota de la Redacción: queremos agradecer la generosidad de la web sigueleyendo, en la persona de Cristina Fallarás, por su gentileza al cedernos este fragmento de la obra de Miguel Ángel Molfino, Y colorín, colorado, tu vida ha terminado (Sigueleyendo, 2012).
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