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Julio Camba: La rana viajera (Alhena Media, 2008)

Julio Camba: La rana viajera (Alhena Media, 2008)

    TÍTULO
La rana viajera

    AUTOR
Julio Camba

    EDITORIAL
Alhena Media

    OTROS DATOS
Barcelona, 2008. 166 páginas. 15,50 €



Julio Camba (1884-1962)

Julio Camba (1884-1962)


Reseñas de libros/No ficción
Julio Camba: La rana viajera (Alhena Media, 2008)
Por Rogelio López Blanco, martes, 3 de febrero de 2009
Tras siete años de corresponsal en el extranjero en capitales como Londres y París, periodo en el que además cubrió la hecatombe de la Gran Guerra (1914-1918), Julio Camba (Villanueva de Arosa, Pontevedra,1884-Madrid, 1962) regresó a España con la percepción cambiada pero la ironía intacta. Fruto de esa experiencia y del conocimiento de países más avanzados es este libro, La rana viajera, publicado en 1921, que tiene como característica original la perspectiva comparada. Nadie mejor que el propio autor para justificarla: “Mientras he estado en el extranjero, yo he tenido un punto de referencia para juzgar los hombres y las cosas de España. Pero esto era únicamente porque yo soy español y no porque España me parezca una medida ideal de todos los valores. Ahora, y para hablar de España, me falta este punto de referencia. Forzosamente haré comparaciones con otros países” (p. 12).
Obviamente el contraste va en detrimento de España, no en vano gran parte de la contraposición la efectúa entre Madrid y dos capitales de la entidad de Londres o París, extendiéndola también a Viena y ciudades alemanas. En realidad, esta vuelta de Camba a su país es un nuevo viaje, por Madrid y por algunos otros lugares de España (Galicia, País Vasco...), por las costumbres y hábitos sociales, por la política y, sobre todo, por las nuevas condiciones de vida que determinan la innovaciones en materia de confort. Es aquí donde el contraste es más vivo. Desde que los edificios carecen de ascensores, pasando por las comunicaciones terrestres, hasta la falta de calefacción en las casa y lugares públicos... Camba se queja del negro panorama que observa. Parece como si nada hubiera cambiado: sobreabundancia de curas y militares, dinero escaso, las ideas que debaten los tertulianos son las mismas, la impuntualidad continua señoreando la vida social, persiste la aguda diferencia de sexos, no ceja el acendrado localismo y, el colmo, subsiste una concepción anacrónica del honor que puede desembocar en desafíos a muerte (circunstancia que nunca cuaja).

Sin embargo, no es del todo así. Es mucho lo que perdura para mal, pero también son muy perceptibles los cambios cuando se leen con atención los irónicos textos del periodista pontevedrés, quien no pretende confirmar una tesis de partida sino describir una realidad en forma humorística, que de la sonrisa contenida en el lector a veces empuja a la chispa de la carcajada. Sin ir más lejos está la política. Continúan los oligarcas de siempre en primer plano (Maura, Romanones, Dato, García Prieto, La Cierva, Alba, Sánchez de Toca...), el caciquismo en las provincias, la búsqueda de la movilidad social a través de la carrera pública... pero ya aparecen nuevos elementos como la necesidad extendida de la compra de votos a buen precio (una novedad, por relativa que sea, ya que anteriormente el derecho al sufragio universal, implantado para los varones en 1890, no se valoraba por los electores y los caciques se limitaban a dar el pucherazo en sus distintas modalidades) y, lo que es crucial, el voto urbano movilizado (un anticipo de las elecciones que acabarán dándole el bote a Alfonso XIII en 1931), generalmente en favor de partidos ajenos al sistema canovista, republicanos, socialistas y nacionalistas. Estos últimos, también son una novedad en la modernización española, por retrógrados que sean sus planteamientos.

En las capitales, Madrid es el caso, pero podría ser Barcelona u otra gran ciudad, aparecen fenómenos como el cine, los grandes hoteles, el baile en sus vertientes modernas, los teatros, la propagación del teléfono, los cabarets con mujeres extranjeras (un detalle de exotismo europeizador), la notable presencia de los automóviles y los atropellos, el arraigo de las prácticas deportivas, etc.... Todo un nuevo tipo de entretenimientos que provocan cambios, en particular en la juventud. En el aspecto de la socialización política, sobresale la pujante presencia de las casas del pueblo, las librerías, los ateneos, las bibliotecas públicas, el auge del sindicalismo, la amenaza de revolución (Octubre queda muy cerca)...

Julio Camba es uno de los mejores cronistas del periodismo español del siglo XX. Su humor, fino, irónico e hilarante las más de las veces, de resultado sarcástico otras, es un motivo de goce constante para quien disfruta de su fina y elegante prosa, nunca hiriente o agria, que esconde el escepticismo desencantado de un pesimista

La visita de poco más de un mes a Galicia le basta para volver a la realidad del subdesarrollo y la emigración, de unas pésimas comunicaciones por ferrocarril y carretera y para caracterizar a Madrid como la capital que es en realidad: un mercado de bienes político-administrativos (cargos, obras, exenciones, prebendas...) que los representantes de los distritos y los diversos intereses en pugna (agrarios, portuarios, vinateros, ganaderos, universitarios...), los diputados, senadores y sus amigos políticos, se disputan. Porque, Madrid, es esas páginas se ven bien reflejado, no es un ente abstracto, ajeno a la realidad del país, sino todo lo contrario. En la capital recalan todas las terminales de esos intereses, colectivos e individuales, locales, comarcales y urbanos, gremiales y culturales, etc., a través de los representantes políticos que, con mayor o peor fortuna, canalizan las demandas de los distintos sectores. El faccionalismo que Camba denuncia en el Parlamento, junto a la inestabilidad de las mayorías que obligan a una constante rotación de los gobiernos, es en gran medida consecuencia de este proceso de creciente peso e influencia de los intereses en la política española.

El paseo, por Galicia y el País Vasco, le permite obtener de primera mano información sobre las nacientes reclamaciones nacionalistas, de las que se burla en relación con la invención e instrumentación política de lo idiomas autóctonos, tanto del gallego como del vascuence. Tampoco pasa por alto el deseo de autonomía de significados representantes de Cataluña ni la presencia de “catalanes” (es decir, nacionalistas o regionalistas) en el gobierno.

Por último, aunque en términos generales no sepa apreciarlo en el aspecto cualitativo, ya que no cuenta con la perspectiva histórica, a Camba no se le escapa la aparición de verdaderos millonarios en Bilbao, vinculados a la industria de los altos hornos, de la extracción de hierro y el entramado empresarial anejo al sector. También observa entre asombrado y perplejo las ingentes sumas que se juega la gente de alto copete en el casino de San Sebastián. En fin, junto con la carestía de la vida, aparecen ante los ojos del lector las positivas consecuencias que tuvo la Gran Guerra para el desarrollo de la economía española. Sin duda, España, con todos los resabios que se quiera, estaba en el camino hacia la modernización económica y política.

Julio Camba es uno de los mejores cronistas del periodismo español del siglo XX. Su humor, fino, irónico e hilarante las más de las veces, de resultado sarcástico otras, es un motivo de goce constante para quien disfruta de su fina y elegante prosa, nunca hiriente o agria, que esconde el escepticismo desencantado de un pesimista.
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