lunes, 15 de diciembre de 2008
Historia de perros, o amor perruno en una autopista chilena
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Sociedad en Blog personal por Sociedad
Quiero pensar que mi perro Miller es primo directo del perro vagabundo y desconocido de la autopista chilena, del perro valiente y solidario que expuso su vida para salvar la del amigo, y que cuando se tumba junto a mí y posa su pata izquierda sobre mi mano y me mira a los ojos con los suyos, me está diciendo de alguna manera asombrosa que está siendo muy feliz conmigo y que si fuera necesario, él también se jugaría la vida entre los coches de una autopista para no abandonarme

Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Nunca sentí una especial predilección por los animales. Mi infancia y primera juventud no tuvieron ningún animal de ningún tipo en su toponimia, al menos si no tenemos en cuenta los dos o tres grillos que sucumbieron en su jaulita de plástico a la lechuga y a la desidia de mis hermanos y mía.

Pero al cumplir 35 años, y en una situación personal sumamente triste y desgraciada, llegó a mi vida Miller, un perro de aire distraído y cierto aire aristocrático que me trajeron a casa con un año de vida para cobijarlo tan sólo por unos días, pues lo habían encontrado perdido y vagabundo en un picadero a las afueras de la ciudad. Recuerdo al recién descubierto Miller como un perro melancólico y desconfiado, que fijaba su mirada joven en mí con un estado dubitativo, entre esperanzado y escéptico. Llevé al animal al veterinario, quien me confirmó su juventud y su buena salud. Lo que no podré olvidar nunca fue la frase con la que el profesional me despidió: “Ha tenido suerte. Será feliz contigo”. Aún hoy, diez años después, siento el peso de la responsabilidad adquirida.

Creo que en términos generales Miller sí ha sido feliz. Ha vivido sin ninguna preocupación material, ha descansado siempre en blando, ha corrido y jugado, ha puesto su granito de arena a la hora de engendrar alguna que otra camada nueva, y su estado de salud siempre ha sido excelente. Además, nunca, nunca le ha faltado la caricia requerida, la palabra cariñosa que le hace mover el rabo, los dedos rascándole la barriga.

Lo que no pude imaginar ni por un momento es toda la felicidad que me ha dado él, ni las toneladas y toneladas de grata compañía que me ha regalado, ni el sosiego y tranquilidad que siempre me ha proporcionado la visión de su figura ovillada y paciente tumbada a mis pies en algún rincón de la casa, siempre a mi vista, siempre dándome a entender que está conmigo y no me dejará, pase lo que pase.



Perro callejero intenta salvar a otro perro atropellado en la autopista (vídeo colgado en YouTube por lacabinadelcine)

Sí, ya sé que buena parte de lo que escribo sólo son las transferencias emocionales que los humanos hacemos a los animales de compañía con los que estamos. Sé que Miller no puede sentir amor, y que está junto a mí porque le doy de comer y beber, porque le proporciono cama y abrigo, porque le doy seguridad y protección.

Y sin embargo, nadie en este mundo podrá hacerme creer que no hay algo más, que no hay mucho más, que siempre hay más. Nadie me podrá convencer de que no nos entendemos con la mirada, de que de alguna manera nos comunicamos, nos transmitimos sentimientos, estados, emociones. Miller sabe perfectamente cuándo estoy cabizbajo y hundido, o alegre y optimista, lo mismo que de alguna manera extraña, irracional, supo que mi padre había muerto y no se separó de mi madre ni un segundo en toda aquella trágica noche. Pero es que yo también sé echándole un simple vistazo cómo está, si se encuentra feliz y animado, o está deprimido y sin ganas de hacer nada.

Los años juntos han establecido un hilo invisible y perfecto de comunicación entre nosotros. Conformamos de alguna manera un todo que se influye mutuamente a través de una vasos comunicantes de naturaleza muy precisa y tangible, aunque difícil de definir.

Miller

Miller

La razón me dice que Miller podría ser feliz con cualquier otra persona que le dé de comer y de beber, que le acaricie y le cuide. La razón me dice que lo que nosotros entendemos por amor, cariño, amistad, ternura…, no tiene acomodo verdadero en la naturaleza animalesca y perruna de Miller.

Todos estos elementos de reflexión los conozco, pondero y valoro. Pero…, pero como humano y humano sentimental que soy, transfiero a mi relación con Miller estados y emociones que no le son propias, que le son ajenas al animal. Aunque, ¿estoy seguro, completamente seguro de lo que escribo?

Las imágenes inauditas y emocionantes del perro callejero sorteando el peligro inminente de decenas de coches rozándole a toda velocidad en medio de una autopista chilena, mientras se esfuerza hasta la extenuación en arrastrar por el cuello a otro perro herido para salvarlo del atropello definitivo, me hablan con inusitada claridad de que en efecto, hay algo más, hay algo que desconozco cómo lo denominarán los zoólogos y demás expertos, pero que sin duda está ahí, y hace que un pobre chucho callejero se juegue literal y conscientemente la vida por salvar la de otro perro: un amigo, un hermano, un camarada.

Quiero pensar que Miller es primo directo del perro vagabundo y desconocido de la autopista chilena, del perro valiente y solidario que expuso su vida para salvar la del amigo, y que cuando se tumba junto a mí y posa su pata izquierda sobre mi mano y me mira a los ojos con los suyos profundos y color almendra, me está diciendo de alguna manera asombrosa que me quiere, que está siendo muy feliz conmigo y que si fuera necesario, él también se jugaría la vida entre los coches de una autopista para no abandonarme, para no dejarme solo en el último trance.     

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Reseña de Juan Antonio González Fuentes en el número de diciembre de Ojos de Papel:

-After Dark, libro de Haruki Murakami


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.