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miércoles, 13 de octubre de 2010
El viejo que me enseñó a pensar, de Luis María Llena: el arte de la sencillez
Autor: José Membrive - Lecturas[7200] Comentarios[0]
A simple vista "El viejo que me enseñó a pensar" (Edicones Carena), obra de Luis María Llena, reúne pocas condiciones para ser catalogada en la actualidad como una novela impactante: El argumento se limita a reproducir diez encuentros entre un niño y un anciano en la oscuridad de una iglesia allá por los años cincuenta del siglo pasado. Los temas de conversación coinciden con el temario de filosofía del Bachillerato, no hay misterio, ni suspense, ni sexo, ni muertes, ni morbo. Nada que acredite su "modernidad": dos soledades radicalmente desnudas, la del que comienza la vida desorientado y la del que la está acabando casi con las mismas dudas que la comenzó. Y una herramienta de intercambio: la lengua como arma de emergencia. En eso se descubre la casta literaria del autor

José Membrive

José Membrive

A simple vista El viejo que me enseñó a pensar, obra de Luis María Llena, reúne pocas condiciones para ser catalogada en la actualidad como una novela impactante: El argumento se limita a reproducir diez encuentros entre un niño y un anciano en la oscuridad de una iglesia allá por los años cincuenta del siglo pasado. Los temas de conversación coinciden con el temario de filosofía del Bachillerato, no hay misterio, ni suspense, ni sexo, ni muertes, ni morbo. Nada que acredite su "modernidad": dos soledades radicalmente desnudas, la del que comienza la vida desorientado y la del que la está acabando casi con las mismas dudas que la comenzó. Y una herramienta de intercambio: la lengua como arma de emergencia. En eso se descubre la casta literaria del autor.

Literatura sin aditivos, sin trampas para "enganchar" al lector. Siempre he considerado como una falta de respeto hacia los lectores las argucias artificiosas para tratar de convertirlos en adictos circunstanciales a una obra. Se supone que el lector frecuenta otras adicciones y el reto del presunto autor es ofrecerle una "droga" más dura, para que el supuesto adicto se decante por su producto.

Tampoco creo que el entretenimiento haya ser una consideración importante a la hora de ponderar el valor de una obra literaria. Sobre todo si lo entendemos como evasión. No creo que haya que concebir a los lectores como seres aburridos a los que hay que rescatar de su rutinario sopor. Hoy hay miles de cosas por hacer, miles de ofertas de espectáculos con esa finalidad. La literatura "espectacular" es un subgénero que, personalmente, no me interesa para nada.

El viejo que me enseñó a pensar (Ediciones Carena) es una literatura de inmersión, una literatura introspectiva que, más que darte soluciones, te pone contra las cuerdas. "Cuando tú estés convencido de que algo es justo, arriésgate. Nadie podrá vencerte". Es lo único que puede hacer el educador con su educando, el autor con su lector: legitimarlo para que tome sus propias decisiones, incluso cuando estas suponen la desobediencia al propio educador.

De esta manera Luis María Llena supera el mayor peligro para este tipo de novelas: la tesitura previa, el "mensaje" que un autor-pastor ha de transmitir a sus lectores-rebaño, para conducirlos por la buena senda. Durante toda la obra, como en la vida, la credibilidad de lo afirmado por el "superior" no es necesariamente superior. Gran parte de la poesía de la generación de los cincuenta podría encuadrarse en el epígrafe de "lo que el tiempo se llevó", precisamente por ese afán de falso didactismo por el que el autor se arroga la autoridad mesiánica de "denunciar" a los malos y "aconsejar" a los buenos.



Luis María Llena: El viejo que me enseñó a pensar (Ediciones Carena, 2010)

La literatura supone siempre un debate sobre la condición humana, una exposición de la herida y cuando el debate se sustituye por un diagnóstico con ínfulas de verdad, la literatura muere. Y el peligro a que la tesis aplaste a la obra literaria, aflora con más intensidad cuando aparece la figura de Dios, tratada con respeto, desde una perspectiva cristiana. El peligro de mezclar la novela con el género didáctico es creciente, sobre todo si el narrador se autoerige en representante o portavoz de la divinidad. Aquí acaba la novela y comienza otra cosa más parecida al catecismo. Porque en Dios no cabe la duda y en la novela sólo cabe la duda. Por eso es un género privilegiado como expresión de lo humano.

Pero Luis María Llena es un novelista, "El hombre puede hallar razones para creer y razones para no creer". La pelota está siempre en el tejado humano. Por eso es una gran novela inserta en el gusto clásico de "la exquisita sencillez"

Pero una novela no se define por lo que no es, si no por lo que es. Luis María LLena no sólo ha salido airoso de las trampas sutiles de un género. Tampoco sería una gran novela si no aportara algo propio y esto es el Amor. Me gusta poder resumir cada obra literaria en una palabra y esta sin duda es el amor. Un amor tierno, intenso que emana como la luz de todos sitios, de todos los rincones pero que no se puede aprehender, ni concretar siquiera en una escena. Es mucho más que el que emana, con gran sutileza de las dos vidas, de las dos perplejidades que se unen a media noche, no ya para profundizar en los arcanos de la vida, sino para hacerse compañía. Un niño con la sangrante herida de su reciente extirpación de la familia para pasar a constituir la masa de un internado, y un viejo heterodoxo que se refugia en su propia perplejidad. (¡Qué gran oportunidad ha perdido el autor para enriquecerse "bestsellerizando" esas relaciones limpias, es decir, dándonos gato morboso por liebre literaria. Tenía todos los ingredientes para convertir los encuentros entre los dos personajes en una jugosa fuente de ingresos con sólo pervertir al buen viejo, en el marco incomparable de una iglesia a oscuras).

Pero hablamos de un artista, y, por tanto, fiel a sus vivencias. Enamorado del lenguaje, del pensamiento, de la vida, del respeto. Y este amor delicado, sutil, desentimentalizado, llena las páginas, impregna el lenguaje, hasta la cubierta.

Nunca una novela dialogada me causó tanto entusiasmo, pero en arte nada es objetivo. Todo el mundo puede lavar en él sus propias heridas, pero ocurre que las heridas de cada cual son distintas. Desde el inicio me he visto envuelto en el asunto. Yo estuve, al igual que el protagonista, en un seminario a una edad parecida y en un ambiente semejante. Guardo mucho cariño y afecto tanto de educadores como de compañeros. Alguien ha dado vida a aquel mundo que creí perdido y que ha vuelto a aflorar. Mientras lo leía me he "reconvertido" en el adolescente que fui y, a pesar de que "nosotros los de entonces, ya no somos los mismos" como diría Neruda, sí me ha reforzado en la convicción de que una de las funciones primordiales del arte es convertir lo cotidiano en memorable, o mejor dicho recordarnos que lo cotidiano hecho con amor es siempre memorable.

Memorable ha sido para mí la lectura de este libro y, seguro que lo será, para la inmensa mayoría, al menos de los que vivieron cerca estas experiencias. Es como si el autor hubiera venido a resucitar, no los fantasmas, sino a los ángeles internos, que también haberlos haylos.


NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.


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