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Cecilio Pineda Rodríguez: <i>Bares de Babel. Barcelona: Ciutat Vella</i> (Ediciones Carena, 2011)

Cecilio Pineda Rodríguez: Bares de Babel. Barcelona: Ciutat Vella (Ediciones Carena, 2011)

    AUTOR
Cecilio Pineda Rodríguez

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Murcia (España), 1945

    BREVE CURRICULUM
Capitán de la marina mercante. Obra: Gran Cabotaje (2002), Mar de Amores (2004) y El último candray (2009) y ¡Thalassa Thalassa! (2010). Premio Mario Vargas Llosa 2008. Comienza a navegar en 1969. En 1981, la República de Mozambique le contrata como capitán-instructor. Ocho años de navegación conradiana por sus costas y ríos. En 1988, regresa a Barcelona y en 1997 funda el Premio Nostromo “La Aventura Marítima”. Regenta el Café Nostromo




Creación/Creación
Cecilio Pineda Rodríguez: Bares de Babel. Barcelona: Ciutat Vella
Por Cecilio Pineda Rodríguez, miércoles, 30 de noviembre de 2011
Bares de Babel, de Cecilio Pineda Rodríguez, da fe de que las gentes de letras de Barcelona se dejaban ver por el Cafè de l´Ópera; de que en Las Guapas se rodaron Los Tarantos; de que en el Glaciar se fundó el premio decano de las letras españolas; de que en el Big Ben le hicieron una gayola a un profesor que corregía exámenes.
LA BODEGA BOHEMIA

Donde los artistas nacen
Tenían que estar muy borrachos para dejarse ver por la Bodega Bohemia. Sobre todo Luis, que no soportaba a las hordas universitarias que se mofaban de los artistas que allí nacían. Ciegos de clarete era otra cosa. Germán acometió la empresa de reclutar a sus amigos. Sacha estaba en el Sansi tratando de darle jaque mate a una camarera nueva que le sorprendió al aceptar jugarse una consumición al ajedrez; Vicente, en el New York, se dejaba invitar por la Mikaela, el travestí encargado de la barra del cabaré; a Luis se lo rifaban en el Cosmos una legión de putitas a las que tenía embobadas con sus sagas samaritanas; sólo si estaba feliz se explayaba en sus relatos. Le costó trabajo dar con Paco puesto que éste se había fugado por el balcón de la pensión de la calle Còdols, donde le debía tres meses a la mestressa. Quim estaría besuqueándose con la Nuri en el portal de su casa. Germán había cobrado unas pesetas de las clases particulares de matemáticas que daba a niños ricos e indolentes. Tenía lo que él llamaba la noche bohemia y le apetecía, ¡cómo no!, acabarla en la Bodega Bohemia. Al ser sábado, habría mucha gente en la bodega, lo cual no le hacía puñetera gracia, pero había que probar suerte. Sólo se apuntaron Paco y Vicente; Paco, porque no tenía escrúpulos en pegar la gorra cuando estaba sin un duro. Caso contrario, su dinero era el primero que corría. “¡Es que mi dinero no vale?”, era su grito de guerra. Vicente, por deshacerse de la Mikaela. Sacha dijo que nones, que para una vez que encontraba una camarera interesada en el ajedrez... A Luis hubo que arrastrarlo, pero nada más llegar a la puerta de La Bodega, dijo que todavía no estaba muy feliz, y se fue a su bola.

Federico, desde la barra, les miró de soslayo, pero no atisbando indicios alcohólicos en el talante de los jóvenes, les permitió la entrada con un gruñido a modo de saludo. La sala estaba a medio llenar. El pianista tocaba un vals lánguido e interminable. Se sentaron en un lateral, detrás de unas chicas a quienes se veía muy animadas. Pidieron cervezas y pagaron al momento.

-Joder, el Fede, cómo se pasa –comentó Vicente echándole una ojeada al tique. Cada día sube más los precios.

-Y da gracias de que nos dejara entrar después de la que montasteis el otro día –dijo Germán.

-Montamos –le recordó Paco.

-Lo mío fue por solidaridad. A mí no me gusta liarla en los pocos santuarios que quedan en el barrio.

-Eso se lo has escuchado a Quim.

-A mí no me hace falta Quim para apreciar mi barrio.

-Parece que hayas nacido aquí.

-Llevo en Barcelona cuatro años, tiempo de sobra.

-Y ¿cuántas asignaturas has aprobado?

-Seis, como lo oyes. Más de una por año, ¿te parece poco?

-¡Qué carrera llevas, macho!

-La que me sale de los cojones. Yo trabajo para pagarme mis suspensos.

-¡Callaos de una puta vez, que no me dejáis escuchar a La Tomate! –exigió Paco.

Efectivamente, en la minúscula pista y a espaldas del impávido pianista, que contaba por canas los años y parecía clonado al anterior, una mariquita berreaba la canción más popular de la bodega.

¡Qué disparate! ¡Qué disparate! Era la historia de la Tomate.

Coreaba la parroquia a gritos, en especial las chicas de delante, que apestaban a universitarias. Paco les echó una mirada reprobatoria, pero ellas como si nada.

-El Fede tendría que poner normas estrictas. Así no se trata a un artista.

-I aquest xarnego què diu? –se le escuchó a una de las chicas.

-Calla, que es paisano de La Tomate.

-¡A mucha honra, coño! –se levantó Paco encabritao.

-Déjalo, Paco, que tú también lo haces –le reprendió Vicente.

-Yo, no, el alcohol. Sobrio ni se me ocurre –respondió muy digno–. Estas catalufas ni han bebido ni saben beber.

Las chicas ni contestaron ni se aguantaban la risa. Germán, que había permanecido callado, con la barbilla casi apoyada en el hombro de la chica que tenía delante, le soltó a bonico.

-¿Cómo estás, Mariona?

-Jo no sóc cap Mariona –respondió la muchacha, sorprendida.

-Ni yo el viudo Rius –afirmó Germán levantando el dedo índice.

-Más te vale.

Germán carraspeó y habló con la voz impostada.

-Sueño contigo desde que bailamos la otra noche en el Palacio de Pedralbes.

La chica dio un respingo y le miró fijo a los ojos. Germán prosiguió:

-Y con tus pechos risueños y con tu collar de perlas.

-No sería eso en el Cádiz –sugirió ella haciendo memoria.

-¡Y qué más da!

La Bodega Bohemia se vino abajo con los aplausos. La parroquia, en pie, lanzaba besos y bravos al pianista y a La Tomate, que saludaba repetidamente al público. No tardó el Fede en saltar a la pista para presentar el siguiente número. El público apenas le dejó hablar. Un par de mozalbetes muy pesados se subieron al estrado pidiéndole que cantara.

-¡Qué pelmas! –se quejó el Fede empujándoles hasta hacerles caer sobre las primeras mesas. Se remangó, y mostró unos bíceps respetables al tiempo que les advertía–: Muñecos, ya sabéis los que pasó el otro día. –Simuló recogerse los faralaes y, mientras hacía mutis, anunció con un solo del pianista–: Con ustedes, directamente desde el Liceu: ¡La Simpar Dorita!

***

Los lavabos de la Bodega olían a humedad, lejía y orines. No estaban sucios, al menos los de las damas. Se oyó la cascada de la cisterna. Se abrió la puerta. La chica se componía la ropa. Germán la esperaba con las manos aferradas al dintel de la puerta. Se fue hacia ella, tomó sus cabellos, la besó en la boca y en los hombros. Le dejó un reguero de saliva en el escote y el cuello. Le sobó con fervor nalgas y pechos. Ella aguantó el envite sin oponer resistencia. Germán se separó, abrió un grifo, tomó agua con ambas manos y se lavó la cara. Observó en el espejo su bragueta abultada y a la muchacha, tras él, impertérrita. Respiró y dijo.

-Perdóname, Mariona.

-Esto no es un palco del Liceu.

-¡Y tú qué sabes!

***

La Simpar Dorita había terminado un aria lánguida y apenas audible. Vicente y Paco la habían invitado a su mesa.

-¿Qué desea la señora, un whisky, un combinado de naranja? –le ofrecieron mientras la ayudaban a sentarse con ellos.

-M’estimaria més un cafetó amb llet –respondió la diva con sonrisa amable.

La diva en cuestión se ajustó el chal y retocó el rojo de los labios. Las arrugas del rostro avalaban sus setenta y muchos años. Había cantado en el Liceu antes y durante la República. De soprano aseguraba ella; en el coro, decían otros. Después de la guerra había deambulado por teatros de varietés del Paralelo hasta recalar con escaso tronío en la Bodega Bohemia. Pero a los chicos les daba igual. Cuando disponían de posibles solían invitarla a su mesa, por más que luego se quejaran de que les cobraran el café con leche a precio de whisky. “¡El alterne es el alterne!”, se justificaba el Fede. Germán se incorporó a la mesa, besó respetuosamente la mano de la Dorita y felicitó a sus compañeros.

-Menos mal que a veces tenéis clase.

-¡Cago en la viola! Te crees el único que la tiene.

Germán no le escuchaba. Estaba pendiente del cuchicheo del grupo de chicas que tenía delante. Le sorprendió ver a Quim entre ellas. Éste no tardó en levantarse y acercarse a sus amigos. Hizo lo propio con la mano de la diva y se sentó con ellos.

-Me gusta cómo huelen las arrugas de una mujer vieja –comentó saboreando el beso.

-Pero, bueno, ¿tú de dónde sales? –le preguntó Vicente.

-Oye, que con Luis tengo bastante. Acabo de dejar a la Nuri en el portal de su casa –suspiró y continuó en un susurro–. Algún día también ella será vieja.



De nuevo el amigo Paco juega su baza al re… verso

LA BODEGA BOHEMIA

La sonrisa es halago
y la risa es ofensa.


Cuando cruzas la Rambla de las Flores
un rótulo cerciora, en la estrecha calleja,
que estás en la Bohemia. Traspasado el umbral,
un aire desolado te circunda.
Allí se ve el País de los Sueños Deshechos
con su estilo de vida por siempre irrenunciable.
Todo está más que ajado. Memoria de otros tiempos
de gozos e ilusiones donde no se atisbaba
al gran depredador de lo creado:
ese tiempo que todo lo degrada
y la dura secuela del olvido.
En la viga maestra de madera, los góticos contornos
de unas letras, ahumados por espesas
volutas que ascendían a su cielo,
dejaban entrever la frase lapidaria:
La sonrisa es halago y la risa es ofensa.
La noche de los sábados la sala está completa.
Acuden en tropel para olvidar su mísera existencia,
como bultos que lleva la marea.
Son jóvenes crisálidas que sueñan aventuras
--al igual que Teresa, mariposa en arrullo--
para salvar su vida, su no-vida anodina
aunque quemen sus alas con algún Pijoaparte.
La sesión es continua y el tráfico incesante.
Del pequeño escenario que preside la sala
salen los acordes del pianista impasible.
El barman, un marica grandullón,
sale a escena. Saludo, reverencia y el nombre del artista.
Repique de caderas y, de nuevo, a servir.
Y canta La Tomate, mariquita del antro,
con blandos garabatos de abanico:
¡Qué disparate! ¡Qué disparate! Era la historia de La Tomate.
Los gritos son el coro. Las risas por doquier.
Bravos para el pianista. Algún que otro atrevido
subía al escenario con noble pretensión:
que cantara el pianista. El barman, disuasorio,
con un ¡largo de aquí! les empuja a sus sillas.
Otro arpegio del rostro impenetrable y La Simpar Dorita,
con su funiculí, funiculá, levantaba pasiones
en los fardos grotescos que brindaban por ella.
Igualmente triunfaba en canción popular:
Baixant la font de gat… Público entregado
con palmas y vítores a la risa más cruel.
Después era invitada por los jóvenes nautas conocidos
que brindaban con ella.
La soprano, con más de setenta años,
retocaba sus labios y también sus batallas.
Le piden otro bis, con más risas que palmas,
y nos dice abonico con húmeda mirada:
-Gracias por comprender el lema de este cielo.



Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este fragmento del libro de Cecilio Pineda Rodríguez, Bares de Babel. Barcelona: Ciutat Vella (Carena, 2011), en Ojos de Papel.
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