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lunes, 10 de noviembre de 2008
El precio de un pastel o la decadencia de occidente
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[7485] Comentarios[0]
¡266 pesetas un ocho!, ¡266 pesetas un pastel, un simple, un mísero pastel! Y de repente he entendido la dimensión de la crisis, el incremento de precios que ha implicado la adopción del euro, el problema de la inflación, la carestía de la vida, el índice de precios al consumo, el euribor, el impuesto sobre el valor añadido, la cuesta de enero, el fin de mes, la Biblia en verso y la Decadencia toda y completa de Occidente

Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Acabo de dejar a M. en el aeropuerto de Santander para que coja su vuelo de regreso a Madrid. La verdad es que el pequeño aeropuerto de la ciudad ha disparado su actividad con la presencia de compañías de bajo coste, y, por ejemplo, hoy he comprobado cómo se estrechan relaciones entre Santander y Londres. Tres o cuatro parejas se despedían efusivamente esta tarde con besos y lloros incorporados. Ellos marchaban a la capital inglesa, ellas quedaban aquí, ambos, imagino, esperando el próximo reencuentro. Amores a distancia, amores desde países distintos... Amores poco a poco globalizados.

Regreso al centro de mi ciudad, aparco el coche sin muchos problemas en una calle muy cercana a casa, y me encamino paso a paso hacia el despacho, donde me espera encendido el ordenador para que escriba estas líneas y ustedes puedan leerlas a partir de mañana. Durante el trayecto he cumplido un encargo de M., le he dejado unos zapatos en el zapatero para que los pongan medias suelas. Y de repente he pensado en la crisis y en sus efectos inmediatos, esos efectos que nos afectan (valga la redundancia) a todos nosotros sin excepción. Hace dos o tres años M. quizá no hubiera llevado los zapatos al zapatero, sencillamente hubiera comprado otros. La reflexión (tal vez gratuita), me ha llevado a otra seguida: hay oficios que despegan en tiempos de crisis económica, oficios, trabajos, a los que les vienen muy bien las crisis. Por ejemplo, los zapateros..., y todos aquellos oficios que tengan que ver con la reparación de cosas, con su puesta en uso después del mucho uso. Imagino que a los talleres mecánicos de coches también les beneficie la crisis, y a las gentes que hacen arreglos en la ropa, y a las pequeñas tiendas de comestibles de barrio que fían a sus clientes durante semanas, etc, etc...

Paso a paso me acerco al despacho, y al pasar junto a una pastelería me asalta el capricho de comer un pastel para acallar al estómago que, después de media tarde en el aeropuerto, protesta pidiendo atención. Caigo en la cuenta de que hace muchísimo tiempo que no entró en una pastelería y compro un pastel. ¿Cuánto? No lo sé, pero mucho, no me es ya familiar el gesto de ver cómo la bandeja de cartón va poblándose de figuras multicolores y dulces hasta hacer la media o la docena.



Dentro del establecimiento compruebo que las cosas no han cambiado mucho. En el mostrador acristalado y frigorífico están depositadas multitud de bandejas metálicas plagadas de pasteles, bollería fina y tartas de toda condición. Veo emparedados, croissants, “borrachos”, medias noches, palmeras, “perlas”, almendrados, chocolates... De repente se me antoja un “ocho”, ese pastel con la forma del número redondo que siempre me gustó mucho de niño y que devoraba en cuatro bocados.

La empleada sudamericana del establecimiento me pregunta si está para degustar inmediatamente, y al decirle que sí, que es para “llevar puesto” y engullirlo por el camino, me ofrece el ocho envuelto en servilletas de papel. Estiro un brazo para atrapar la compra con la boca llena de saliva y el estómago reclamando su porción de dulce, cuando pregunto con tranquilidad el precio y busco en los bolsillos del vaquero unas monedas.

Uno sesenta me responde la dependienta desde su lado del mostrador. Cómo, exclamo para hacer que me repita el precio. Uno con sesenta, repite ella con la pasividad de quien se sabe en una atalaya. Cabizbajo saco las monedas y le dejo el importe justo sobre el mostrador del cristal.

Salgo con mi ocho “empapelado” en la mano y con la sed de dulce cortada de raíz. ¡Un euro con sesenta céntimos!, me repito a mí mismo mientras hago que mis piernas avancen poco a poco. Mordisqueo ya sin ganas el pastel que va haciéndoseme una bola indigesta en el estómago. Saco del bolsillo el móvil para calcular con su calculadora el precio en pesetas, buscando plasmar con más realismo la dimensión de la tragedia. 1,60 x 166,386: 266,21 pesetas.

¡266 pesetas un ocho!, ¡266 pesetas un pastel, un simple, un mísero pastel!

Y de repente, con la contundencia y eficacia de un golpe aplicado en la cabeza con una maza, he entendido la dimensión de la crisis, el incremento de precios que ha implicado la adopción del euro, el problema de la inflación , la carestía de la vida, el índice de precios al consumo, el euribor, el impuesto sobre el valor añadido, los impuestos directos y los indirectos, la cuesta de enero, el fin de mes, la Biblia en verso y la Decadencia toda y completa de Occidente.


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.


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