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viernes, 18 de abril de 2008
Qué será de mis libros cuando yo falte (Las bibliotecas perdidas de Jesús Marchamalo)
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[7896] Comentarios[2]
¿Qué será de mis libros cuando yo falte? La lectura del libro "Las bibliotecas perdidas" de Jesús Marchamalo ha despertado de nuevo en mí tan terrible pregunta

Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Hubo un tiempo en el que contaba mis libros, en el que hacía recuento frecuente de los integrantes de mi biblioteca: cien, doscientos, trescientos, quinientos, mil, mil quinientos... No recuerdo bien cuándo dejé de contar. Quizá cuando me volví más vago e indolente de lo habitual, o cuando me cansé de hacer recuento tras cuatro traslados de hogar, o cuando el número de ejemplares empezó a írseme de las manos... La cuestión es que no sé cuántos libros tengo, no sé qué cifra hace especifica la entidad cuantitativa de mi biblioteca.
 
Hoy los libros se apiñan en la cocina, en el baño, ocupan armarios inverosímiles, llenan mesas y estanterías, duermen debajo de la cama, comparten sofá con mi perro Miller... Sufro una invasión de libros, invasores de momento queridos y deseados. Empiezan a ser tantos que si querer he empezado a formar pequeñas bibliotecas fuera de mi casa: tengo decenas apilados en una mesa situada en un rincón de mi despacho; tengo ya bastantes en casa de Ella en Madrid, sobre todo los que termino en los viajes de ida y quedan luego depositados en aquellas estanterías nuevas; y tengo también unas decenas en casa de mi madre, donde van quedando ejemplares que me han regalado o que he comprado en los kioskos y no demandan una atención inmediata.
 
No sé cuántos libros tengo, y ni siquiera me importa, o mejor dicho, ha dejado de importarme, me da completamente igual. Antes me los sabía casi de memoria, y me refiero, claro, no al contenido de los libros, si no a su materialidad, a su aspecto, olor, formas... Sabía con exactitud dónde estaba cada libro, en qué lugar de qué estantería determinada. Hoy, lo confieso, ignoro dónde están muchos de mis libros, es más, hay días que buscando algún ejemplar me llevo gratísimas sorpresas, y tropiezo con libros cuya existencia ignoro, como si fuera un reencuentro con amigos de la infancia de los que pasado el tiempo nada sabemos y casi todo ignoramos.
 
Incluso ha llegado en mi vida la hora de perder libros. Sí, hay libros que sé perfectamente haber comprado y leído, libros que han ocupado con importancia periodos de mi vida y de los que en la actualidad nada sé. Por ejemplo la biografía de Francisco Umbral que escribió Ana Caballé. Compré el libro, lo juro, lo leí con interés, se lo presté a mi madre para que lo leyera y desapareció de mi vida. Mi madre jura que me lo devolvió sano y salvo, pero la cuestión es que no vive conmigo. Otro caso misterioso es la biografía de Virginia Woolf que escribió su sobrino Quentin Bell. Era, recuerdo, un libro hermoso, grande, con sobrecubierta llamativa. Un libro que bastantes fotografías de los miembros del grupo de Bloomsbury, con algunas reproducciones de sus obras, sus casas, sus paisajes... El libro lo publicó Lumen no hace muchos años, y figura como leído en mi listado de lecturas. Vi la reedición del libro hace unos días en la librería Gil, y me alegré de no tener que comprarlo. Pero cuando llegué a casa y lo busqué por las estanterías para echarle un vistazo, no di con él. Hasta las dos de la mañana lo busqué, y no lo encontré. Al día siguiente llamé a mi amigo Dámaso López, pues en mi memoria una débil luz me decía que se lo dejé un verano para que comprobase no sé qué datos. Dámaso hizo la tesis doctoral sobre el grupo de Bloomsbury, y es un traductor especializado en la obra de varios autores del grupo. Dámaso me descolgó el móvil en Inglaterra, en una de cuyas universidades tenía que dar una conferencia sobre el poeta Philip Larkin. No, Dámaso no recordaba el libro, lo que sí me dijo es que era un libro ya sin ningún interés, y que se han publicados varias biografías sobre la Woolf bastante mejores que la de su sobrino, páginas que casi se han quedado en un asunto familiar. Bueno, el comentario algo me consoló de la desaparición del ejemplar.
 
Los libros, ya me lo dijo mil veces mi viejo amigo Rodríguez Alcalde, nunca se prestan, ni los libros, ni los discos. Por regla general nadie los devuelve, y pasado el tiempo, la mala conciencia, quien no se atreve a reclamar lo prestado, es el dueño de lo dejado. No, no presto libros, lo siento, jamás lo hago. Es más, cuando me los piden, debo poner una cara tal que, quien solicita el préstamo, casi de forma automática recula y pide perdón por el atrevimiento. Me da vergüenza recordarlo, pero incluso una vez que a Ella le presté una novela de Sandor Marai y me la devolvió con el lomo marcado de abrirlo, me llevé tal disgusto por las marcas que me compró un ejemplar nuevo y juró que nunca más me pediría un libro. Cumple su promesa, no me pide libros, ahora se los compro.
 
Jesús Marchamalo: Las bibliotecas perdidas (Renacimiento, 2008)
 
Jesús Marchamalo: Las bibliotecas perdidas (Renacimiento, 2008)
 
Antes, cuando leía un libro y compraba otro, me entraban unas ganas locas por acabar el primero para lanzarme rápido a por las promesas que encerraba el segundo. Hoy, los libros nuevos se acumulan por los rincones, y no sé cuándo podré dedicarles su debido tiempo. Ahora mismo debo tener al menos una veintena esperándome relucientes, nuevos, cargados de aventuras y momentos excitantes. Los echo un vistazo de refilón cuando avanzó por la casa, y su posesión me da alegría, me produce una sensación de confort inaudita que ninguna otra cosa me proporciona. Me preocupo a mí mismo una barbaridad. He llegado a ese estado que había visto aparecer en algunos amigos mayores y que nunca comprendí del todo: la felicidad de la posesión, del acumular, de ir construyendo columnas de libros nuevos cuya presencia te reconforta y te otorga una sensación grata de eternidad, de continuidad en el tiempo. Es como si no pudieras morir hasta haber leído todos los libros que te rodean.
 
Sin embargo sé que nadie lee todos sus libros. Sé que seguiré acumulándolos y que llegará el terrible día en que sabré con seguridad  absoluta que nunca los leeré, que se llenarán de polvo poco a poco ante mi mirada cada vez más escéptica, triste y cansada. Y sé que llegará el día en que tendré que pensar dónde quedarán mis libros el día que yo mismo sea polvo, polvo no sé si enamorado, aunque así lo espero. A quién le dejaré los libros, quién los amará tanto como yo los amo, quién velará por ellos... O la cosa puede aún ser peor. ¿Qué acontecimientos nos esperan que quizá nos separen para siempre, a mí de mi biblioteca y a mi biblioteca de mí? ¿Qué posible guerra, qué crueles fuegos, qué mal golpe de la peor fortuna, qué inundación, qué voraces bacterias, qué desdenes analfabetos, qué expurgos crueles esperan a mis libros, que son el fruto pálido y palpitante de mis ilusiones, desvelos y fortunas? 
 
Sí, quién cuidará de mis libros cuando yo falte. Qué manos, en el mejor de los casos, abrirán mis novelas de Marai sin ningún cuidado dejando las huellas de su barbarie en los queridos lomos. Lo menor es no pensarlo, es esperar que la vejez y sus consecuencias amainen el amor por los libros, y que la indiferencia para con su destino reine en mi mente y corazón algún venidero día. No, no quiero pensarlo.
 
Pero mientras no lo pienso leo el precioso y magnífico libro que Jesús Marchamalo le ha dedicado a las bibliotecas perdidas (Renacimiento, 2008) y a algunos de sus antiguos y célebres dueños. Las biblioteacs, por ejemplo, que en el Madrid de la guerra civil desaparecieron por los bárbaros avatares de la historia y por las ganas de hacer daño en los lomos y páginas ajenas. Las bibliotecas de Juan Ramón Jiménez, de Vicente Aleixandre, de Bergamín, de Salinas.... Bibliotecas compuestas por miles de libros, de primeras ediciones dedicadas, de manuscritos, de originales inéditos, de revistas... Bibliotecas construidas con amor y paciencia por poetas y escritores que incluso pasaron hambre de café con bollo para poder ahorrar unas monedas con las que hacerse con el volumen deseado. Todo en ellas murió, se volatilizó, fue disgregado por la furia de un tiempo de hombres violentos que sólo deseaban quemar y hacer daño, aunque fuese en las carnes blancas de una página en blanco y negro.
 
Jesús Marchamalo le ha dedicado más de doscientas páginas a recordar con ternura y pulso vivo el latido de aquellas bibliotecas ricas e inmensas que en el mundo fueron y que murieron hechas trizas por el rencor y la barbarie. Un libro espléndido y muy hermoso que ha servido para pinzar mis entrañas y preguntarme una vez más al voz alta: ¿qué será de mis libros en un mañana? Prefiero, de momento, no pensarlo.

 

 
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.

Comentarios
18.04.2008 8:51:24 - Ana

Conforta saber que no soy yo sola quien recuerda libros que no aparecen en su biblioteca cuando se les busca y que se pueden apilar informes cantidades de libros sin haber sido leídos que esperan su momento, pacientes, guardianes de esencias y misterios a que yo pase ante ellos y, sorprendida de haberlos adquirido, recupere ese momento en que, en la libreria, no pude resistir la necesidad de comprarlos para desvelar sus secretos algún día.

Gracias por su blog, es una delicia leerle.


19.04.2008 19:41:44 - El Autor

Muchas gracias por tus lecturas y comentario. Espero que te sigan gustando las próximas entregas.










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