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domingo, 21 de octubre de 2012
El evangelio de Ghandi, según Carlos González Vallés: Una alternativa a la violencia
Autor: José Membrive - Lecturas[24310] Comentarios[0]
Carlos G. Vallés, es venerado en la tierra de Gandhi como un gran sabio, ha obtenido infinidad de premios, entre otros, el galardón a la contribución por la armonía entre religiones y, con este libro, “Gandhi, una alternativa a la violencia”, el premio nacional de literatura de la India; recorre el mundo dando conferencias, bueno el mundo menos un área con forma de piel de toro, en la que vive, en la única zona que menos lo valora, con dignísimas excepciones

José Membrive

José Membrive

Cuenta Carlos González Vallés que la idea de escribir este libro surgió de una respuesta que dio un colegial cuando otro, para hacer los ejercicios, le preguntó sobre Gandhi: “lección número cuatro”, contestó, y siguió a lo suyo. Teniendo en cuenta que estaban en la región en donde el gran maestro había nacido, la respuesta le pareció desoladora. Carlos pensó que Gandhi había sido reducido a unas cuantas líneas de un libro de texto a pocos años de su muerte y decidió que había que sacarlo de allí, recurriendo, precisamente a la escritura. Algo paradójico, pero plenamente conseguido porque lo que ha escrito no es una biografía, sino un evangelio, en el sentido etimológico de la palabra: “la buena nueva que anunció Gandhi: todo se puede conseguir mediante la paz, aferrándose a la verdad”. Se trata de un auténtico evangelio, con la particularidad que en él tienen cabida todas las religiones, todos los agnósticos, los reformadores sociales e, incluso, los ateos con conciencia de superación y voluntad de indagación interna.

La vida de Carlos se parece mucho a la del gran maestro Gandhi. Éste, en su juventud marchó a Londres en donde se enamoró de una cultura extraña, a la que siempre respetó. Carlos también conoció a fondo y se entregó a la cultura oriental. Después ambos hicieron una síntesis con lo mejor de occidente y occidente y de ella salió un espíritu de entendimiento que el mundo necesita urgentemente. Tal vez el secreto sea, simplemente la coherencia interna, el equilibrio entre el afán de bienestar occidental y la profundidad de pensamiento oriental. Algo tan sencillo plasmado en la vida, es lo que otorga a Carlos una aureola de paz, de sabiduría, de esperanza, que impregna en todo aquel que tiene la suerte de escucharlo.

Nunca había conocido a ningún discípulo, no ya de Gandhi, sino de nadie. Muchos fans, muchos estudiosos, muchos admiradores, pero el discípulo es aquel que hace revivir al maestro cada vez que habla, escribe, se mueve, actúa. Carlos encarna al maestro y Gandhi habla, respira, ilumina, a través de la palabra del discípulo. Nunca he conocido algo semejante.

Carlos González Vallés, es venerado en la tierra de Gandhi como un gran sabio, ha obtenido infinidad de premios, entre otros, el galardón a la contribución por la armonía entre religiones y, con este libro, “Gandhi, una alternativa a la violencia” (Ediciones Carena, 2012), el premio nacional de literatura de la India; recorre el mundo dando conferencias, bueno el mundo menos un área con forma de piel de toro, en la que vive, en la única zona que menos lo valora, con dignísimas excepciones.



Carlos Gonzáles Vallés: Gandhi, una alternativa a la violencia (Ediciones Carena, 2012)

Las páginas de este libro están sembradas de testimonios recogidos de personas que convivieron con el gran maestro. Cito dos que me parecen entrañables.

El general Smuts, que tuvo que enfrentarse durante bastante tiempo al Maestro, escribe esto: Gandhi para mí era un problema y su conducta un misterio. Su método de lucha era enteramente nuevo entonces. Mantenía la paz, se fiaba de mí, incluso  ayudaba al gobierno y cooperaba con nosotros. Y luego se oponía a las leyes que él consideraba injustas. Yo no sabía qué hacer con él. Me encontraba enfadado, frustrado, desesperado. Él desobedecía la ley y hacía que miles de personas la desobedecieran. Pero todo con una disciplina absoluta, sin la menor violencia con todo respeto y aún delicadeza. ¿Qué iba a hacer yo? Se había quebrantado la ley y, por consiguiente, yo tenía que tomar medidas. Pero no podía meter a veinte mil personas en la cárcel… ¿cómo iba yo a disparar contra una multitud de gente pacífica que se me enfrentaba con la sonrisa en los labios? Por fin tuve que enviar a Gandhi a la cárcel. Pero eso era precisamente lo que él quería. Esa era su victoria y su éxito. ¿qué había conseguido yo con meterle en la cárcel? Nada más que hacer el ridículo. Y así fue como, a pesar de tener yo el apoyo completo de la policía y el ejército, a pesar de la enorme presión que los blancos ejercían en contra suya, no solo hube de sacarlo de la cárcel, sino que me vi obligado a retirar la legislación que él atacaba.

Otro episodio del libro, especialmente ilustrativo, es el relativo a la postura ante la violencia de la policía inglesa, narrado por un periodista que presenció los hechos:

Un sargento inglés estaba llevando a cargo su cometido con tanta crueldad como celo. A quien se presentaba enfrente suyo le pegaba con toda su fuerza en la cabeza y no paraba hasta que su víctima se derrumbaba. Y en cuanto caía uno se volvía a atacar a otro. Alrededor suyo se había formado un círculo de voluntarios desmayados sangrando. En esto se presentó ante él un voluntario shikh fuerte y gigantesco. El sargento al verlo cogió la porra con las dos manos y la descargó con toda su alma sobre su cabeza. El voluntario se desplomó con toda la cara ensangrentada. Se acercaron las enfermeras, le pusieron hielo en la cabeza y él recobró el sentido. Se levantó penosamente, sonrió y volvió a colocarse ante el sargento inglés. El sargento había visto todo, resoplando de cansancio y limpiándose el sudor, y al ver al mismo voluntario acercarse otra vez, frunció el ceño, afincó las piernas y levantó la porra con las dos manos dispuesto a golpear. Todos los que lo veían estaban horrorizados, con el alma en un hilo. Pero entonces el corazón de aquel monstruo se ablandó. Poco a poco aflojó las manos. Bajó la porra. Se sonrió como quien no sabe qué hacer y murmuró entre dientes: “¿Quién le vuelve a pegar a ese? Aquí mi porra no sirve para nada. Él es el que tiene valor, y no yo”. Con eso el sargento inglés se cuadró ante el voluntario indio, le saludó militarmente, se puso la porra debajo del brazo, se dio media vuelta y se marchó.

En una época como esta, se agradece, la presencia de un libro vivo, imprescindible, para señalar una salida al marasmo reinante.


NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.


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