Para 
empezar, cabe decir que Murakami construye mundos de la más diversa índole, que 
van de los más apegados a la realidad empírica hasta los más alejados de ella, 
pasando por versiones mestizas (que son ciertamente las más abundantes). En 
ellos puede encontrarse desde un realismo a lo Carver hasta lo real maravilloso, 
aunque el predominio corresponde a los mundos híbrido o diádicos, esto es, a 
aquellos en los que conviven con toda normalidad lo natural y lo sobrenatural 
(el borrado de fronteras, en suma). En el primer supuesto entrarían Tokio blues, Al sur de la frontera o After Dark, mientras Sputnik, mi amor, Kafka en la orilla, La 
caza del carnero salvaje, Crónica del pájaro que dio cuerda al mundo, El fin del 
mundo o 1Q84 responderían a las 
exigencias del segundo. Como señala el autor del ensayo, la transición de lo 
real a lo maravilloso/fantástico o viceversa resulta muy fluida y se efectúa 
habitualmente a través de una serie de conductos muy diversos como túneles, 
pasadizos, pozos, callejones, espejos, el carnero salvaje, etc. Su cometido 
consiste fundamentalmente en conectar los dominios que integran un mundo diádico 
que, como se ha dicho, es el tipo de mundo con el que opera habitualmente 
Murakami. Es decisivo, en este sentido, el análisis de los diversos códigos que 
regulan o determinan el comportamiento de los personajes en su interior: el 
código alético –facilita la explicación de la mitología como mezcla de la 
natural y lo sobrenatural-, deóntico –relacionado con lo permitido o la 
prohibición-, axiológico –el bien y el mal- y el epistémico, vinculado al 
conocimiento. Para completar el catálogo de rasgos de los mundos ficcionales de 
Murakami, hay que mencionar la importancia de lo extraño, lo onírico y el 
simbolismo. 
Aunque 
constituye una dimensión fundamental de la cultura japonesa, el simbolismo se 
apoya en este caso tanto en referentes orientales –en especial, el asociado a 
los gatos- como occidentales: destaca el vinculado a las grandes tragedias 
griegas, la búsqueda de la eterna juventud, etc. Pero la trascendencia de lo 
occidental se manifiesta sobre todo en las frecuentes referencias a la música, 
además de la literatura: Bach, Beatles, Beethoven, Bergson, Borges, Carver, 
Chandler, Hemingway, el jazz, Kafka, Michael Jackson, Mozart, Nietzsche, Orwell, 
Proust, Puig, Salinger… Este hecho ha llevado a algunos críticos –sobre todo, 
japoneses- a definir a Murakami como un escritor occidentalizado. Se trata sin 
duda de una calificación abusiva: Murakami, recalca Justo Sotelo, es un autor 
japonés hasta la médula por mucho que maneje –y con gran solvencia-  determinados referentes de la otra parte 
del mundo. Su imaginario se nutre de elementos tomados de ambas culturas. 
Otros 
aspectos de la obra del autor japonés tratados en este ensayo son los temas y, 
muy en especial, el tipo de personajes. Entre los primeros hay uno fundamental: 
las relaciones de pareja y, más específicamente, el reiterado abandono de los 
hombres por las mujeres de su entorno (madre, novia, hermana, amante). De ahí la 
abundancia de personajes solitarios, desarraigados, que pueblan las novelas de 
Murakami. No pocos de estos personajes son adolescentes, que tienden a prolongar 
esta etapa de su vida; en suma, personajes en formación. De ahí también la 
nostalgia que envuelve muchas de las narraciones y también que los géneros 
literarios mejor representados sean la vieja novela de pruebas –el relato de las 
aventuras a lo largo de un camino- y la de formación o aprendizaje. 
Particularmente interesante es la galería de mujeres que aparecen en sus 
historias: mucho más ricas en matices y comportamientos que sus correlatos 
masculinos. La mayoría de los personajes tiene en común la afición a la lectura. 
Otro motivo temático importante es el del doble (tan importante en la tradición 
literaria a partir de E. A. Poe).
Resulta 
fácil suponer que en una novelística cuyas historias se sitúan permanentemente 
en un territorio que bascula entre el realismo y lo maravilloso la 
autentificación –esto es, la credibilidad de lo que se cuenta y sus fundamentos- 
se convierta en un asunto de gran trascendencia. Como es lógico, la legitimación 
de las historias resulta obvia en las narraciones realistas y contadas desde la 
tercera persona y mucho más problemática en las que no lo son y recurren a la 
primera. La mayoría de las novelas de Murakami recurre a este procedimiento, 
aunque no faltan los relatos sin autentificar -La caza del carnero, sin ir más lejos- 
que contravienen abiertamente las leyes del mundo de la 
experiencia.
Finalmente, 
Sotelo alude a lo que podríamos denominar conciencia crítica o social de 
Murakami respecto de los poderes que controlan el mundo actualmente: los medios 
de comunicación, las finanzas y otros, como el erotismo y la mente, que tienen 
que ver más con el mundo interior del individuo.
En 
suma, Justo Sotelo ha escrito un excelente ensayo en el 
que desmonta y vuelve a montar pieza a pieza el delicado mecanismo sobre el que 
descansa el oficio narrativo de Harumi Murakami. Es un trabajo exhaustivo y 
entusiasta realizado por un verdadero experto en la obra del autor japonés, en 
el que el lector no solo recibirá mucha información sobre él sino sobre el 
difícil arte de la narración. Léanlo, antes o después de zambullirse en la 
lectura de sus novelas, y, sin duda, me darán la razón.