Por lo que hace al proceso electoral, tal vez 
el debate político tenga que ser áspero, pero ya los candidatos, partidos y 
grupos de ciudadanos tuvieron tres meses para chocar y persuadir a los votantes 
de la maldad o estupidez de sus opositores y el domingo pasado se celebraron las 
elecciones. Mucha gente -al menos yo- necesita una tregua en este remolino de 
conflictos, pero el proceso electoral aún no termina: falta el desahogo de 
las impugnaciones, cuyo límite máximo de tiempo es el 5 de 
septiembre.
 
Algunos o muchos partidarios de Andrés Manuel 
López Obrador están persuadidos de que su candidato fue despojado por segunda 
vez de la Presidencia de la República. Los argumentos: Enrique Peña Nieto fue 
apoyado por Televisa, TV Azteca y la mayor parte de los medios de comunicación, 
su campaña recibió y gastó ilegalmente 5 mil millones de pesos por encima del 
límite máximo de 300 millones, y los utilizó principalmente para la compra 
masiva de votos. 
Ignoro qué piensa López Obrador al respecto, 
pero aunque crea que esas presunciones son descabelladas, al menos por los 
montos, tiene que asumirlas e impugnar la elección, como lo ha anunciado, porque 
de lo contrario se podría esfumar su liderazgo y dispersar las pulsiones de 
violencia política. Porque AMLO representa a la izquierda, pero también a una 
parte intolerante de la sociedad, cuyo símbolo es Gerardo Fernández 
Noroña.
 
El debate político es saludable para la 
democracia y el anuncio de que las quejas se desahogarán por los cauces 
institucionales lo es para el Estado de Derecho, tan vapuleado desde hace mucho 
tiempo, en especial en los años del panismo. Lo que es un enigma es qué harán 
López Obrador y sus partidarios en el probable caso de que el desahogo de las 
impugnaciones no cambie sustancialmente los resultados de la elección 
presidencial.
 
Hace seis años, la diferencia entre el primer y 
segundo lugares fue inferior al uno por ciento, y aunque en la democracia se 
puede ganar o perder por un solo voto, se entiende que los grupos más radicales 
(por decirles de alguna manera) hayan optado por el plantón de Reforma y otras 
medidas de resistencia. Pero ahora que la diferencia es de 6.5 puntos 
porcentuales, ¿sería justificable encrespar más los ánimos de la 
sociedad?
 
Los 15.5 millones de ciudadanos que votaron por 
López Obrador tienen derecho a que se respeten sus votos, pero los 33.5 millones 
de ciudadanos que no votaron por él tienen el mismo derecho. Unos y otros pueden 
exigir a sus dirigentes que impugnen las consideran irregularidades, pero para 
el fallo de la Justicia Electoral depende de que presenten pruebas de validez 
legal.
 
En México existe la libertad y ese es un valor 
que todos debemos respetar y defender. Las marchas, los plantones y otras formas 
de movilización popular son formas legales de expresión política, pero no son 
medios válidos para presionar o coaccionar a las instituciones de justicia 
electoral, porque el primer requisito para que se imparta la justicia es la 
libertad absoluta de los juzgadores para interpretar las leyes y aplicarlas a 
los casos específicos que se les presentan. 
 
El domingo pasado la izquierda se convirtió en 
la segunda fuerza política del país. Si cometiera el error de reeditar el 2006 
perdería legitimidad y eso no beneficiaría a nadie. México necesita que su 
diversidad política no impida la construcción de consensos, y menos en materias 
que compartimos muchos millones de ciudadanos, incluidos los que votaron por 
López Obrador: cambiar la política económica para reactivar la producción, el 
empleo y el mercado interno; abatir la pobreza con programas que aseguren la 
movilidad social, reducir la violencia y los delitos que más lesionan a las 
personas y familias, como el homicidio, el secuestro y la extorsión y mejorar la 
calidad general de vida para romper la base social del crimen 
organizado.
 
Claro 
que hay mucho por discutir, sobre todo materia hacendaria, laboral, energética, 
educativa y de seguridad social, pero con el ánimo de alcanzar acuerdos, pues ya 
es hora de que la democracia deje de ser pretexto para justificar la ineptitud 
de los gobernantes. Las tareas que están por delante no son sólo para el 
Gobierno Federal; también involucran al Congreso y a los poderes estatales y 
municipales. En más de un sentido, los mexicanos de hoy tenemos que refundar el 
país y para ello hace falta que todas las fuerzas políticas sean leales a la 
nación, respeten la legalidad y acaten los fallos de las instituciones 
electorales.