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Merche Rodríguez

Merche Rodríguez

    AUTORA
Merche Rodríguez

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Madrid (España), 1966

    BREVE CURRICULUM
Licenciada en Ciencias de la Información y Máster en Prensa Digital por la Universidad de Alcalá de Henares. Periodista especializada en Cultura y Sociedad, ha trabajado en el programa “Negro sobre Blanco” (TVE), en la agencia Europa Press y colaborado con numerosos medios como La Clave, Mercurio, Vive, Delibros, El Mundo y Ya, entre otros. Sus primeros trabajos periodísticos en la Red los publicó en el diario electrónico Estrella Digital, sección de Cultura



Merche Rodríguez: <i>Colgados ;-) Emociones en la red</i> (Sepha, 2012)

Merche Rodríguez: Colgados ;-) Emociones en la red (Sepha, 2012)


Opinión/Entrevista
Entrevista a Merche Rodríguez, autora de Colgados ;-) Emociones en la red: "Quedarse en la Red no conduce a nada positivo"
Por María José de Acuña, domingo, 1 de abril de 2012
Merche Rodríguez acaba de publicar Colgados ;-) Emociones en la red (Sepha, 2012). Este libro es un reportaje de investigación y producto de un viaje por la red que le ha llevado casi tres años de su vida. La autora se ha servido de chats, foros, redes sociales, mensajerías instantáneas, y demás herramientas utilizadas por los internautas, para llegar a conclusiones muy certeras sobre las nuevas formas de comunicación que imperan en nuestra sociedad. Para ella la tecnología se ha instalado en nuestras vidas hasta el punto de cambiar el sentido último de conceptos como el de amistad y/o hablar.

Has ejercido el periodismo social y cultural y te has especializado en literatura. ¿Por qué te decides a abordar una investigación con trasfondo social? ¿Qué te llevó realmente a escribir este libro?

En el verano de 2008, empezando a notar la crisis y con un problema de salud que me impedía hacer ciertas cosas, me conecté al chat por el mismo motivo, supongo, por el que entra una gran cantidad de internautas: matar el aburrimiento. Al mes, me empezó a llamar la atención la cantidad de personas, fundamentalmente adultas, que hacían lo mismo, hablaban con desconocidos, llenaban su tiempo entablando conversaciones con personas que no parecían tener mucho interés en conocer y me pregunté por qué lo hacían. Porque lo que realmente me interesó fue que las personas con las que “hablé” en el mes de julio decían lo mismo, decían que querían conocer gente nueva y, sin embargo, se quedaban “conociéndolas” a través del ordenador, no daban el siguiente paso, es más, parecían temer dar ese paso, como si estuvieran haciendo algo malo, como si hablar por el ordenador fuera un “pecadillo” y, si pasaban a la siguiente fase, “pecaban” de lleno. Aunque también detecté que, directamente, no les interesaba conocer a esas personas con las que podían hablar horas, o de las que esperaban mensajes electrónicos y me parecía una incongruencia.

Durante tres años de investigación habrás tenido la oportunidad de encontrarte con todo tipo de individuos. ¿Existe un retrato robot de persona que frecuenta este tipo de páginas en las que el chat y la mensajería instantánea son las herramientas básicas de comunicación?

Podríamos decir que hay dos perfiles que se derivan de lo mismo: la soledad. Y se sienten así porque se han separado o divorciado y su círculo de amistades se ha roto, porque viven en pareja pero su relación no funciona o bien porque no tienen recursos económicos o ganas de salir y estar con gente. Y a partir de ahí, hay dos clases de internautas: los que prefieren refugiarse en el anonimato y a los que solo conoces si realmente hay un interés por ambas partes, pero se sienten más “seguros” en el caso de que no quieran ir más allá. Y sus lugares preferidos son el chat o alguna mensajería instantánea porque la identidad sigue estando a salvo, pueden seguir escondidos, y será casi imposible saber quiénes son realmente. Porque incluso en una mensajería pueden parapetarse detrás de una fotografía que no es la suya y, además, nunca conectan la cámara web y otros, que sintiéndose solos igualmente, se muestran más participativos a través de páginas que agrupan a colectivos o de redes sociales y que conocen personalmente a otros usuarios, pero vuelven una y otra vez al espacio web para seguir manteniendo la relación virtual. Pero, básicamente, la característica es la soledad y lo que se deriva de ella, la voluntaria o la impuesta por las circunstancias.

En el libro narras numerosos episodios -que podríamos tachar de “fuertes”-, vividos en primera persona. Has respetado la intimidad y las intenciones de tus entrevistados sin juzgarlos, pero ¿cómo has conseguido mantenerte detrás de la barrera? ¿Hasta qué punto has salido indemne de la experiencia?

Cuando trabajas en un tema en el que se mezclan las emociones o los sentimientos siempre te planteas el mismo dilema: ¿dónde empieza el hecho noticioso y termina la intimidad de una persona? Fue algo que pensé mucho y por eso decidí escribirlo en primera persona, no quería que fuera un reportaje en el que contemplaba un hecho que después describía y analizaba, aun con el riesgo que podía suponer escribirlo como una especie de diario, siendo una autora desconocida.

Simplemente, me pareció más honrado y coherente. Esto es algo que decido en 2010, hasta ese momento yo sabía que era un tema periodístico, pero no sabía qué era, ni cómo enfocarlo, solo sabía que tenía que seguir buscando y seguir conociendo gente, bien a través del ordenador o en persona. En ese proceso, muchas veces no era la periodista la que hablaba con alguien a través de la pantalla, personalmente hubiera sido incapaz de encadenar una y otra entrevista durante dos años y medio. Había ocasiones en las que me sentaba al ordenador con la intención de averiguar tal cosa en concreto; en otras, simplemente chateaba, como cualquier usuario, y he tenido conversaciones interesantes, divertidas y también, frustrantes. No salí indemne, me provocó una adicción que nadie notó y durante tres meses me descubrí como una adicta que no podía estar sin su ración de conversación virtual diaria. Es muy fácil ocultarlo cuando estás en tu propia casa y nadie te ve, incluso en una habitación diferente a la del resto de la familia. Me ha costado mucho no estar todo el día pendiente del correo electrónico. Ahora disfruto cuando estoy desconectada porque mi tiempo vuelve a ser mío. Intento no encender el ordenador cuando llego a casa y, sobre todo, intento no cuestionarme por qué tal persona no ha contestado ¡todavía! a mi último mail. De hecho, no he tenido tarifa de datos en el teléfono móvil hasta que no he terminado el libro, porque cuando dejaba el ordenador estaba offline, ni podían localizarme ni, sobre todo, yo tenía ocasión de conectarme. Hoy por hoy, no uso en su totalidad el smartphone, ni creo que llegue a hacerlo. Me saturé.

Los expertos afirman que lo importante en la adicción no es la actividad concreta que genera la dependencia, sino la relación que se establece con ella, ¿llegaste a perder el control sobre el número de horas que pasabas chateando?

Es muy sencillo sentarse al ordenador y dejar de ser consciente del tiempo que hemos estado navegando. Si además participas, interactúas -como dicen los expertos-, cuando te quieres dar cuenta, han pasado ¿una hora, dos, tres...? Y en ese tiempo, el que se emplea para cualquier cosa menos para trabajo, se consulta el correo, se mira una o varias redes sociales, se abren adjuntos que nos llegan sobre una u otra cosa, se leen noticias, se contestan mails... Y, además, le añado el estar hablando con otros usuarios. En muchas ocasiones, sí que pensé que había estado menos tiempo y no había sido así. En otras, me conectaba sabiendo que pasaría bastantes horas frente a la pantalla. Pero, fundamentalmente, la época en la que me hice adicta al chat, sí que lo perdí, definitivamente sí. Recuerdo otra ocasión: me senté al ordenador para saber, por mí misma, cuántas horas podría estar chateando y estuve 18, decidí hacerlo un fin de semana. Y lo que a mí me pareció una barbaridad, cuando acabé no veía bien, me costaba pensar y estaba tremendamente agotada. No sé, sinceramente, si lo es tanto en el caso de otras personas porque lo comenté con más de un conocido virtual y no encontré una reacción de gran sorpresa, así que consulté algunos foros y descubrí que en uno de ellos comentaban un programa de televisión que la gente había estado siguiendo durante toda la noche. Y sabes cuánto tiempo están porque se indica la hora del comentario de cada usuario. Leí, en ese foro, cosas como: ¡es tardísimo! Me tengo que ir a trabajar, voy a levantarme al baño para que mi marido piense que entro a la ducha y os dejo que voy a llegar tarde al trabajo. Al resto de participantes les parecía divertido y añadían risas a las participaciones de ese estilo. ¿Una válvula de escape?, ¿una pérdida de la noción del tiempo? Seguramente sea así y no se me ocurre pensar que esas personas que estuvieron toda una noche, comentando lo que ocurría en un programa de televisión, sean unas irresponsables al cien por cien en su vida diaria, pero sí es significativo. Por eso pensé que probablemente lo que a mí me había parecido un despropósito, estar chateando durante 18 horas seguidas, no se aleje tanto de la realidad de una parte de la población que usa Internet para comunicarse con otros.

Los motivos que empujan a cada usuario a navegar en la Red lógicamente son diversos, pero ¿qué papel juega el anonimato? ¿Qué conclusiones sacas tras constatar que hay quizás demasiadas personas que se sienten muy cómodas siendo anónimas o pretendiendo “ser otro”?

El anonimato es, fundamentalmente, seguridad para la persona que no quiere dar la cara. Pero, ¿cuántas personas hay en la vida, digamos presencial, que no se mezclan con nadie, que apenas dejan que entres en su círculo? Internet para ellos es el paraíso y en ese sentido creo que Internet les propicia lo que buscan en su día a día, estar sin estar, conocer sin ser conocidos. Fue algo que observé y anoté para preguntárselo a las psicólogas con las que me entrevisté, yo no quería sentar cátedra pero sí observaba comportamientos y cuando lo hablaba con la gente que iba conociendo se ponía a la defensiva, como si se sintiera atacada. Personalmente, nunca he entendido a la gente que pretende ser lo que no es, no me siento cómoda en mi vida cotidiana con ese tipo de gente y en Internet lo que observé es que había muchos. Recuerdo un médico -eso decía ser y probablemente lo fuera-, al que le encantaba charlar, coqueteaba y me parecía normal, porque constantemente seducimos al otro, constantemente nos estamos vendiendo ante los demás: en el trabajo, en nuestras relaciones de amistad, de pareja... Y ¿qué hice? Jugar con la misma baraja. Tengo la sensación de que se sintió acorralado y desapareció, como muchas otras personas, y ahí chocaba constantemente porque volvía a decirme lo mismo: si quieres conocer a alguien ¿cómo puedes hacerlo sin ponerle cara, voz, lenguaje corporal, reacciones ante algo concreto...? Es imposible, y nunca juzgué que solo frecuentaran Internet lo que no entendía y, sigo sin entender, es por qué decían que querían conocer a alguien. Si me hubieran dicho que querían medio conocer, no habría escrito este libro. Algo que sí observé en los hombres, digamos, más provocadores, es que cuando les decía: ¡vale, conozcámonos! siempre salían huyendo, fui incapaz de hacerles entender que para sentir algo por alguien tengo que compartir experiencias con esa persona y, sobre todo, nunca unas letras podrían despertarme un sentimiento más profundo, podrían despertar mi interés, podrían fascinarme, pero la fascinación no es un cimiento sólido. Ni siquiera en una relación de amistad. En ese sentido, y aunque muchas de las personas que conocí no lo crean, estaba absolutamente a salvo porque puedo conocer a mucha gente y me encanta hablar con las personas, pero la amistad, y no digamos la relación de pareja, son palabras mayores.

Transmites una visión muy crítica acerca de cómo hemos cambiado la forma en que nos comunicamos. Lamentas, incluso, que no haya vuelta atrás, que sea de manera irreversible y crees que estamos abusando de ciertas formas de comunicación. ¿Dónde está el peligro de todo ello?

Lo que está claro es que las tecnologías se han colado en nuestra vida y no hay vuelta atrás. Nos pueden localizar por el teléfono móvil en cualquier momento y en cualquier lugar, y un gran número de personas está conectado a la red a través de los smartphones. Ya no hay escapatoria. Cada día es más normal encontrarte a gente que desconecta de una conversación para consultar su correo, tiene que contestar una llamada... Chatea con el que está a kilómetros de distancia y no le hace caso al que tiene al lado, porque el que está a kilómetros tiene acceso directo mediante el mail o cualquier mensajería instantánea adaptada al teléfono. Creo que Internet es uno de los mejores inventos del ser humano para comunicarse pero está en nosotros ponerle coto, si estamos en nuestro tiempo de ocio disfrutando con los amigos o la familia -a no ser que sea algo muy urgente-, el teléfono (que ya es el ordenador de bolsillo) debería estar guardado o, al menos, no deberíamos dejarle interrumpir a discreción. Como todo, es llegar a un equilibrio: uno se toma una copa de vino, pero no la botella entera. Simplemente creo que las aguas volverán a su cauce y cuando uno sea consciente de que la humanidad entera le puede saludar a cualquier hora del día y espera una respuesta, tomará cartas en el asunto y, sencillamente, contestará cuando crea que tiene que hacerlo o se desconectará.

El uso de Internet no provoca directamente ningún trastorno, ni crea adicción per sé, pero a partir de trabajos de investigación como Colgados ;-) no es descabellado concluir que estamos ante un entorno que ayuda a evidenciar ciertas patologías, ¿no crees?

¿Alguien se convierte en alcohólico porque se tome una copa de vez en cuando? No, simplemente disfruta de un ritual en un momento determinado. Pero si esa sensación se transforma en evasión continua, corre el riesgo de hundirse. Cuando alguien que se siente solo, además de estarlo, idealiza la comunicación virtual y confunde la realidad, es candidato a quedarse atrapado en la Red y le provocará más desazón porque busca esa comunicación digital constantemente, pero cuando la pantalla se apaga, no hay nadie con quien comentar, el rastro desaparece y las personas necesitamos el contacto físico, algo que Internet no puede procurar, porque solo es un eslabón en la cadena y nuevamente, buscas ese remedo de comunicación. Es una espiral peligrosa, quedarse en la Red no conduce a nada positivo. La gente que solo quiere eso, la que solo quiere llenar su tiempo, no tiene ningún problema, pero los que quieren dejar de sentirse solos, si solamente acuden a Internet, y solo mantienen relaciones virtuales, no encontrarán nada que les llene al cien por cien y pueden llegar a sentirse frustrados. Porque cuando apagas el ordenador sigues igual de solo, tus amigos virtuales no cenan contigo, no ven una película contigo, no comparten tu espacio. Son eso, virtuales, y es algo que se confunde más veces de las que pensamos y de las que se confiesan.

Abundando en la pregunta anterior, pero centrada en el cibersexo, una de las conclusiones a las que llega el estudio realizado por el Instituto Universitario USP Dexeus es que “con las nuevas tecnologías y la era de Internet, la mensajería instantánea y los chats, se han descubierto nuevos casos de personas enganchadas al sexo virtual”. ¿Qué opinión te merece tal aseveración?

Una de las psicólogas a las que entrevisté, María Cuadrado, me decía que es peligroso descubrir, a través de Internet, alguna faceta sexual oculta y comentaba que era como entrar en una espiral de la que era complicado escapar. El cibersexo lo veo como la práctica del onanismo tecnológico y cuando la vida sexual de una persona se ciñe solo al cibersexo, por lógica, no creo que sea sano. El sexo es la forma que tienes de comunicarte físicamente, y cien por cien, con otra persona. Satisfaces y te satisfacen y participan todos los sentidos, si se cercena y se reduce a la mitad, ¿en qué queda? Pero nuevamente entra en juego el anonimato que, a priori, favorece a la persona que por el motivo que sea no se siente capaz de mantener relaciones sexuales en el sentido más tradicional de la expresión. Me he encontrado gente que buscaba cibersexo a diferentes horas del día, gente que decía ser joven y gente que decía ser adulto o incluso superar los 60 años y que pasaba de una frase a la siguiente a estar en estado de excitación, o tal vez, ya lo estaban y daban un par de minutos “por cortesía”. Es anónimo, rápido, puedes acceder a ello en cualquier momento. No lo juzgo, porque los juegos sexuales pueden ser tan variados como lo sea la imaginación de los participantes, y respeto la moralidad de cada uno siempre que no se provoque un daño a otra persona, pero no creo que sea beneficioso reducir el sexo al cibersexo. Yo no he hecho un estudio tan meticuloso, pero sí he confirmado que se puede obtener a través de la Red en cualquier momento, es tan fácil como entrar a un chat de contenido sexual, en cualquier momento del día, cualquier día de la semana.

El libro está escrito en unos años previos al boom de otras herramientas como Facebook y Twitter, ¿crees que han sustituido al chat tradicional o cada plataforma es frecuentada por un tipo de usuario distinto?

No, creo que son complementos. Esa misma pregunta me la hice hace unos meses y volví al chat, puro y duro, al anónimo, para saber si había cambiado algo. Recuerdo que una de las veces un hombre con el que hablé me dio su dirección de Messenger y además me proporcionó sus datos para que le localizara en Facebook, me dijo que allí podía verle realmente y se molestó porque yo solo le di mi dirección de Hotmail. Intenté no contrariarle demasiado porque podía entender que se sintiera engañado, pero no podía darle mis datos porque no quería que me identificara todavía. Hoy, con el libro ya publicado, no tendría ningún problema. Recuerdo que me dijo que era cocinero y que trabajaba y vivía en Madrid. Le pregunté si frecuentaba más las redes sociales y me dijo que las había incorporado a las herramientas que había usado hasta el momento y permitía que le localizaran en Facebook cuando la persona le “caía” bien, y estoy segura de que lo hacía a la primera de cambio. También es cierto que algunas personas que frecuentaban los chats se han cansado de tanto anonimato y de no saber nunca a ciencia cierta quién era su interlocutor/a y han ampliado horizontes, pero siguen sin conocerse porque muchos de ellos no viven en las mismas ciudades y no tienen posibilidad de viajar constantemente. En ese sentido, dependiendo del equilibrio emocional de cada usuario, Facebook puede ser una herramienta fantástica o mucho más peligrosa que el chat porque en esa red social proporcionas muchos más datos, muchísimos más. Personalmente apenas lo he usado para hablar con gente que no conocía, a no ser que fuera porque tuviéramos intereses comunes y aun así me he encontrado con más de uno, en concreto hombres, que coqueteaba abiertamente. He intentado ser cortés, sin ser cortante, y lo he dejado correr porque es el único espacio web en el que desde el principio me mostré abiertamente y no me parecía prudente dar a entender otra cosa.

Para completar tu investigación has tenido la oportunidad de contar con la opinión de expertos y has conseguido contactar con abogados, psicólogos, miembros de las fuerzas de seguridad del Estado con cuyas aportaciones tu trabajo ha ganado en rigor. ¿Te resultó fácil acceder a ellos?

La verdad es que sí. Todos son personas muy ocupadas que accedieron a hablar conmigo porque el tema les pareció interesante. La parte que se me resistió más fue la legal, porque en el mes de julio los abogados terminan agotados del curso y hacen una especie de inventario que les quita la poca energía con la que llegan a final de temporada, pero incluso ahí me encontré con una respuesta muy generosa. Esa entrevista fue casi un atraco telefónico, el abogado que me atendió, José María Anguiano, retrasó el inicio de sus vacaciones tres horas, las que me dedicó ese día. Todos ellos fueron muy amables y me reservaron parte de su tiempo y ampliaron posteriormente respuestas, tanto las psicólogas, como el responsable de la Guardia Civil, el experto en seguridad informática, el abogado...

Al final de Colgados ;-) destacas tres entrevistas especialmente, pero ¿cuánto material has descartado? ¿Alguien puede sentirse identificado y molesto por salir o por no salir en el libro?

Yo no hablaría de material, son historias personales, detrás de los nicks hay personas con sus propias vidas, sus emociones, sus problemas y sus alegrías que accedieron a compartir conmigo. Pero sí es cierto que hay personas a las que he conocido que no aparecen en las páginas del libro o bien porque no formaban parte del grupo en el que me fijaba, simplemente accedieron a Internet como podrían haber ido a un casino para matar el tiempo y no eran usuarios activos o bien porque muchas de las personas con las que contacté repetían una y otra vez las mismas actitudes, las conversaciones eran las mismas, también las intenciones y terminé seleccionando, básicamente para que el lector no se aburriera como yo me aburrí a veces de experimentar una y otra vez lo mismo. Hay más de una persona que puede sentirse identificada y tal vez se confunda y no sea ella porque he cambiado datos para preservar la intimidad de la gente a la que conocí, porque hubo alguna persona con la que entablé amistad, en la época en la que era chatera activa y en ejercicio, de la que nadie supo. Y decidí mezclar historias para guardar el anonimato de algunas personas, a las que aprecié mucho. Pero mis vivencias personales son todas ciertas. Una persona, un madrileño con un trabajo de responsabilidad en un organismo público, me dijo en tono de broma: ¿No salgo en tu libro? ¡Qué poco interesante te resulto...! Y otras personas, seguramente, se sorprenderán pero nunca me oculté, siempre decía que era periodista y cuando me preguntaban por qué estaba en el chat, respondía: ¡Curioseo! También decidí alejarme del grupo de senderismo que había encontrado en una página web, tendría que haberles mentido descaradamente porque usaban Internet como punto de encuentro para disfrutar conjuntamente del tiempo de ocio, pero no hacían un uso compulsivo de la Red y, por tanto, no me parecieron parte del reportaje. Solo le mentí a una mujer que me preguntó abiertamente: ¿Tú no estarás haciendo un reportaje? Y contesté sin dudar: No. Ella no aparece en el libro, supongo que respondiendo a un acuerdo entre damas del que ni siquiera llegó a sospechar...

Internet ha contribuido a que las barreras de la comunicación se desvanezcan. Tu libro evidencia que no siempre hacemos un uso responsable de la herramienta, ¿crees que Colgados ;-) era un libro necesario?

Ya no se puede decir que la forma de comunicarnos está cambiando, porque ya ha cambiado y, como muchas otras cosas relacionadas con la Red, nos pilla desprevenidos y nos sumamos a una corriente, a la que se suma la gente que usa la tableta, el smartphone, la tarifa plana, la que está registrada en ésta o aquella red social y, además, hace uso de ella. Y en medio de todo esto, ¿qué significado tienen ahora palabras como amistad o hablar? Ahora tenemos amigos virtuales y hablamos mediante la escritura. ¿Por qué lo hacemos, con quién, cómo nos afecta o qué cambia en nuestra vida? Estas preguntas fueron las que me hice, y, personalmente, no tenía respuesta, por eso sí pensé que podía ser, cuanto menos, un aporte interesante a todo lo que estamos usando sin que lo hayamos buscado, nos lo han ofrecido y lo usamos.
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    Eta en Cataluña, de Florencio Domínguez (reseña de Rogelio López Blanco)
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