En esta obra, 
Ramón Esteban, como un ciudadano más del movimiento 
15-M, 
se 
cabrea por la indignación de los diputados que no pudieron 
acceder al Parlament de Catalunya el 15 de junio del 2011, en aquella jornada 
que los diarios titularon en caja alta con las palabras 
cerco y 
ataque a la democracia, como si la Armada Imperial Japonesa del 
almirante 
Yamamoto hubiera vuelto a bombardear Pearl Harbor. 
“Ese 
día estaba viendo las noticias en la tele, con mi hija, 
Ainhoa, y me 
encendí. Pensé en que no tenían ningún tipo de razón para lamentarse. Todos 
estamos sufriendo en nuestras carnes los efectos de esta crisis económica que 
ellos han permitido. Los puestos de trabajo van cayendo porque cierran multitud 
de empresas, y la ira de la gente está totalmente justificada”, reacciona 
Ramón Esteban. Días antes, el 27 de mayo del 2011, cuando los Mossos 
d’Esquadra intentaron desalojar la plaça de Catalunya, el autor se empezó a 
“quemar”. 
Escasamente vanidoso, con la flema de un labrador en el haza, 
manifiestamente ofuscado –un ofuscamiento con reveses; también es obsequioso y 
amable–, muy dado a fruncir el ceño y a platicar para “liarla”, Ramón se puso en 
seguida delante del ordenador para desembuchar todo lo que llevaba dentro, 
vehiculando el rencor hacia otras formas de existencia, como si los dardos que 
disparara fueran las flores del búcaro del 68: “Quise escribir un librito, muy 
en la línea del 
¡Comprometeos!, de 
Stephane Hessel, en el que 
volcar una idea a la que voy dando vueltas desde hace mucho tiempo: los 
políticos se deberían regir como los comerciales y como se rigen la inmensa 
mayoría de los trabajadores, es decir, por resultados obtenidos, por producción… 
Por ejemplo, si un presidente, un partido político o quien sea que ocupe un 
cargo público promete tantos puestos de trabajo, su salario debería ir en 
función de los frutos cosechados”, discurre, y acto seguido desglosa los puntos 
fuertes de su razonamiento, que recoge como patatas en una parata: “Los 
políticos con cargo público no deben cobrar con fijos, sino con variables en 
función de los resultados y de la marcha del país… Que el sueldo esté en función 
de si han reducido el paro o no, por ejemplo, y de otra serie de parámetros que 
determinen la salud y el buen funcionamiento del país. Yo lo veo justo y lógico. 
Para eso les ha votado la gente. Y su programa, el programa electoral del 
partido con el que concurren a las elecciones, debería estar presentado ante 
notario antes de empezar la campaña electoral. Me parece de locos que el Partido 
Popular –vale para cualquier otro– gane las elecciones y que nadie sepa aún qué 
narices van a hacer, qué medidas económicas y de diversa índole se van a tomar”. 
Sigue y se embala, se envalentona: “Y eso por no hablar de los salarios 
vitalicios. Machacan a quienes mantenemos su 
modus vivendi, y ellos sólo 
piensan en su bienestar mientras están en el cargo y en seguir manteniéndolo 
cuando lo dejan… ¡Qué chollo! En cuatro añitos ya tienes tu vida solucionada, la 
verdad es que me produce náuseas…”. 
15-J. El día en el que 
los políticos se indignaron (
Ediciones 
Carena, 2011)fue escrito en apenas tres semanas, de ahí la 
urgencia con este ensayo. Y se nota: “Cuando lo empecé, justo después de ver las 
noticias televisivas del mediodía, el 15 de junio, tenía claro que debía ser 
algo directo al corazón. Y el hecho de que clamaran al cielo los parlamentarios 
y demás políticos fue el detonante. Lo escribí de una tirada, todo seguido. Yo 
había votado siempre, excepto en las últimas elecciones municipales, las del 22 
de mayo del 2011, cuando me cabreé muchísimo, pero ahora ya lo he visto claro. 
La política se ha convertido en una profesión, y no lo es; se trata de un 
servicio al pueblo”.