Tenía 15 años Concha, Mari Conchi, cuando, con el cuerpo compungido como 
una alcuza, decidió aprovechar la hora de la siesta, sagrada en el pueblo de 
Santa Eulalia del Río Negro, en Zamora, a 50 kilómetros de Galicia, aldea de 200 
habitantes donde pasaba los veranos, de julio a septiembre (“se llama así por su 
río, de aguas oscuras, río de ribera bajo las sombras de los alisos, que hacen 
de galería. El río Negro es afluente del Tera, subafluente, a su vez, del 
Duero”). 
Concha traspasó el lindero de 
la línea verde, que 
delimita las tierras de labor del robledal. Ni siquiera dejó que la acompañara 
su lebrel de caza, 
Tani, una mezcla entre dogo y mastín, que 
proporcionaba más seguridad que ánimos. “Ese fue un momento crucial en mi vida, 
porque, de alguna manera, rompí las reglas; se me prohibía cruzar la línea verde 
sin el consentimiento paterno y, mucho menos, ir sola. Me armé de valor y me 
adentré en el bosque. Ahí es cuando configuro mi propio personaje, una mujer 
independiente, que quiere ser libre y que busca sus señas de identidad. Creo que 
esa mujer soy yo”, explica 
Concha López 
Llamas, con su voz terrosa, ciertamente revestida de aguamiel. 
El lobo que nunca se encontró de pequeña Concha forma parte de 
Bajo el 
domino del río Negro (
Ediciones 
Carena, 2011), un libro en el que no pasa de nada pero en 
el que pasa de todo, porque en él se descubre la infancia, como la que vivió 
Javi en 
Secretos del corazón (
Montxo Armendáriz, 1997). 
Muchos años después, en un periodo especialmente amargo para la autora, 
en el que se sentía vacía y desolada en el barrio de La Latina de su Madrid 
natal, tuvo la necesidad de volver a las raíces y de narrar su pasado, lo que 
equivale a rodearse de la familia y “bordar emociones, sentirse acogida”. 
“Especialmente, recuerdo a mi abuelo, hombre muy querido por las gentes, 
quien me introdujo en su mundo natural, en sus montañas, y quien generó en mí la 
añoranza por el pueblo, cuya vida transcurría en las cocinas de las casas, y por 
el campo. Mi abuelo me sumergía en su vida cotidiana y me aleccionaba sobre las 
cosas del campo”, observa. De ahí el riquísimo vocabulario que aova en el magín 
de la autora: 
sanguino (arbusto), 
escañil (banco de madera), 
tornadera (aparejo)… 
Concha López estudió Biología en la 
Universidad Complutense, y dio clases en el Instituto María Zambrano de Madrid. 
Ya jubilada, ya habiendo transgredido lo posible, Concha López, en su 
Bajo el dominio del río Negro, se vuelve a empapar de vivencias, 
ilusiones, intimaciones, reinvenciones: “Me refugio en el monte de Santa Eulalia 
del Río Negro”. 
Con sus miedos y sus lobos.